“Sólo acepté posar porque es con ella, yo estoy retiradísimo de los medios. Fue una etapa muy linda, pero la solté definitivamente, no extraño nada”, le dice a ¡HOLA! Argentina Carlos Iglesias, mientras abraza a su hija mayor, la asesora de imagen y marcas y personal stylist Carolina Schwenger, que nos recibe en su casa de Martínez. Comisario de a bordo, modelo internacional, productor de modas y actor, durante años Iglesias hizo suspirar al público con su elegancia y su porte impecable, atributos que mantiene intactos a sus casi 82 años (los cumplirá en mayo), un dato que suelta con cierto recelo.

A sus casi 82 años (cumple en mayo), Carlos mantiene intacto el porte y la elegancia de sus tiempos de modelo, comisario de a bordo, productor de modas y actor.

A pesar de la fama y el reconocimiento, un día dijo basta, y nunca más se lo vio. Qué hizo después, a qué se dedica hoy y cómo está su corazón son algunos de los temas que surgirán en la charla.

“Fue una etapa muy linda de mi vida, pero la solté definitivamente, no extraño nada”, asegura Carlos.

EL COMIENZO, LA FAMA, LOS VUELOS

“Fui papá por primera vez a los 30. Estábamos en Europa con Mirta (Ferreira), su mamá, y yo estaba haciendo moda. Ya había trabajado en París y en Alemania y estaba por entrar en el mundo del cine, que era lo que a mí me interesaba. Pero cuando nos enteramos del embarazo decidimos volvernos para que naciera acá”, arranca Carlos.

–¿Por qué te interesaste por el mundo de la moda? Carlos: Mi padre estaba casado por segunda vez con Martha Wenstein, que estaba en el maquillaje. La íntima amiga de ella y de mi padre era Karin Pistarini, presidenta de la Asociación Modelos Argentinos. A mis 19 años ella me vio y ahí arrancó todo. El modelaje tiene mucho de exhibicionismo y hay que ser inteligente para separar lo que hacés de lo que sos. Es un tema que hablamos mucho con Carolina porque hoy se ve cada cosa. Yo jamás expuse a mis hijos.

Carolina: Ahora es todo una picadora de carne, uno dice una cosa, la otra contesta otra. Pero papá nunca nos expuso.

Carlos: Era una época con clase, aunque suene mal decirlo. Había un grupo de trabajo muy interesante. Estaban Teté Coustarot, Gino Bogani

“Ahora todo es una picadora de carne, uno dice una cosa, la otra contesta otra... En cambio, papá nunca nos expuso”, sostiene Carolina.

–¿Qué te pasaba a vos, Carolina, con su fama?

–Me daba vergüenza, íbamos al cine o a comer y lo paraban. O le decían “sos lo más lindo que vi en mi vida”. También en los aviones.

Carlos: Ahí se daba algo gracioso, ¡la gente se tranquilizaba porque yo era parte de la tripulación! Volé hasta los 56 años, era comisario de a bordo, el nexo entre la cabina de comando, los pasajeros y lo que pasa en tierra. Era difícil mechar las dos profesiones, pero acomodaba todo de acuerdo al plan de vuelo. Mi hijo Francisco es piloto, lo de él es por lejos superior. Es comandante de 777, un avión que es para más de 300 pasajeros, y también es inspector e instructor.

Carolina: Mi hermano hizo un carrerón, hace veintidós años que vive en Dubái. Es muy sereno y responsable.

–¿Que compartían?

Carolina: El té, que nos encanta. Papá nos traía de los viajes distintas variedades en lata. Y nos encanta el cine, íbamos un montón. También me acuerdo que nos compraba Cindor en botellita.

Carlos: Y nos peleábamos porque no querías comer zanahoria. Había una prédica de comer bien, algo que venía de mi padre, que tomaba un tema y lo exprimía hasta que no quedaba nada. Yo soy igual y se los pasé a mis hijos. Hice fotografía y aprendí hasta laboratorio. Carolina: Heredé de él el gusto por la música, y mis hijas cantan, una dirige un coro y tienen facilidad para los instrumentos.

Caro está casada con Sebastián Mohadeb y tienen dos hijas, Violeta y Francisca, y con ellos viven dos perros (Suri y Tom) y una gata (Kaia), todos rescatados. Sus consejos como asesora de imagen y personal stylist pueden seguirse en su Instagram, @caro.dresscode.

Carlos: Tengo unos nietos bárbaros. Dos de parte de Carolina (Violeta y Francisca), y tres de Francisco (Juan, Joaquín y Lucy). Me encanta ser abuelo, pero no me dan bola.

Carolina: Es que tienen danza, arte, coro, no paran. Carlos: Yo trato de buscar espacios. Tengo una cita una vez por mes con Violeta para escuchar música y si no puede le mando cosas para que escuche.

–Antes de arrancar la charla me hablaste de tus tres hijos. ¿Qué hace la tercera?

–Se llama Calén, la adopté cuando tenía 2 años, no importan los detalles. Lo más importante para la madre y para mí es haber podido llevar adelante su educación. Tanto ella como sus amigas son nómades digitales. Ya estuvo en Tasmania, Madrid, Barcelona, Málaga y Canarias.

NUEVAS OPORTUNIDADES

–¿Por qué te retiraste, Carlos?

Carlos: En el 2000 sentí que había terminado una etapa. Hubo una debacle grande acá, eso planchó a mucha gente, incluidos muchos con quienes trabajaba. Y empezó una época distinta. Ahí me enganché con La Barrica, un restaurante en Caminito, que es algo que hacía mucho quería hacer. Yo siempre cociné. Era un lugarcito que vendía cerveza y maní y después de unos años era el restaurante que se llenaba. Estuve detrás de todo: los vinos, las compras, la cocina, trabajé sin parar tres años todos los días. Yo lo armé, viví de eso y en algún momento me fui. Pero el restaurante sigue y está llenísimo.

Un recuerdo familiar de Carlos con sus hijos mayores, Carolina y Francisco (fruto de su relación con Mirta Ferreira).

–Sos un hacedor. ¿Te quedaron pendientes?

Carlos: El cine. Me hubiese encantado hacer un camino ahí.

Carolina: Vos y Francisco me hacen reír. Mi hermano dice que podría haber sido actor. Y cero. Yo te veo más dirigiendo. Mi hija Violeta actúa.

Carlos: Violeta está a punto. No voy a verla cuando actúa porque no me gustan las multitudes. La mayor multitud que tengo es cuando hacemos acá la Nochebuena. [Piensa]. Yo tuve dos oportunidades importantes que por circunstancias de la época no pude concretar: instalarme en Nueva York a trabajar, algo que me propuso el presidente de Pepsi de Sudamérica después de hacer un corto para Paso de los Toros; y quedarme en Europa para hacer cine. Acá hice unos bodrios…

Carolina: Me acuerdo una con Olmedo, un bodrio, pero superexitosa.

Carlos: Sí, pero ni él, que era un genio, pudo lucirse. Fue una gran experiencia trabajar con Olmedo, aunque me llamó mucho la atención su tristeza.

Además de ser una de las caras más icónicas de la publicidad nacional, Carlos trabajó como modelo en Francia, Alemania y México, entre otros países.

LA MODA, UN ESTILO DE VIDA

–Carolina, de tu padre también heredaste la elegancia. ¿De chica lo admirabas?

–Claro. Igual, tenía claro que era un trabajo lo de él, no era la moda del minuto a minuto como es ahora.

–Vos sos licenciada en Historia, ¿no?

–Sí. Trabajar en la moda surgió más de grande. Me di cuenta de que la gente se enredaba a la hora de vestirse. Arranqué con mis amigas y así me empezaron a llamar. Estudié Asesoría de Imagen con Carolina Aubele. Así aprendí cómo organizar el placard, hacer un detox, a asesorar, ver las proporciones del cuerpo y cómo favorecerlo, el color… Una profesora me sugirió que armara mi cuenta de Instagram (@caro.dresscode), y con la llegada de los reels pude, además de subir fotos de looks, sumar consejos. Después surgieron acuerdos con marcas, me llamó el Patio Bullrich como personal stylist, y hago asesoramientos privados.

Una tapa de revista junto a Patricia della Giovampaola, que fue su pareja durante diez años.

¿ENAMORARSE? QUIÉN SABE…

–Carlos, ¿vivís solo?

–Sí, hace cuatro o cinco años, desde que se fue Calén. Nunca había vivido solo y me gusta. Hago las compras, voy en bicicleta a natación todos los días y tengo mis rutinas: tomo el té todos los días a las cinco de la tarde, almuerzo ligero y como lo que me preparo a las 19 o 19.30. También desde hace muchos años administro edificios. Estudié Arquitectura y aunque no terminé la carrera entiendo los problemas que se presentan.

–Tu pareja más conocida fue Patricia della Giovampaola. ¿Qué recordás de esa época?

Carlos: Nos conocimos en un vuelo, se dieron las circunstancias y fuimos avanzando. Estuvimos juntos diez años.

Carolina: Patricia es un amor. Sus padres también ¡y eran superelegantes! Su casa en Montepulciano, Italia, era tan linda…

Carlos: Recuerdo mucho a su padre. Y su madre estaba siempre impecable. Montepulciano es una belleza, como de Romeo y Julieta, se daban muchísimas obras de teatro, se presentaban cuartetos musicales…

–Fueron una pareja icónica. ¿Les pesaba?

Carlos: No, Patricia era una chica muy inteligente, entendía muy bien el mecanismo de las cosas. Era muy lectora, se concentraba en una cosa y nadie la sacaba de ahí.

–¿Volvieron a cruzarse alguna vez?

Carlos: Sí, incluso lo conocí a Rodrigo (d’Arenberg), un caballerazo, una maravilla de persona.

Carolina: Yo también lo conocí. Un genio, un correcto. Carlos: Y recuerdo a su hermana, Laetitia, que siempre me invitaba a sus fiestas y me mandaba el auto con su chofer. Fue un grupo muy interesante, lleno de vitalidad. Hoy yo veo todo más tonto. Vuelvo a lo de la clase. Y ojo que soy un tipo nacido en Misiones, crecí en una chacra, con abuelos alemanes, no salí de ningún castillo. Si querés, soy un chacarero, pero si tenés algo acá [se señala la cabeza], mirás, entendés, te ayudan…

–¿Te gustaría volver a enamorarte?

–Podría ser. Siempre soñé con una compañera para toda la vida. Me encantaba la idea de encontrar a alguien y llegar a viejitos, agarrados de la mano. Ahora no sé, puede pasar, pero no lo busco.

Agradecimientos: Singular Studio

La tapa de revista ¡Hola! de esta semana