WASHINGTON.- ¿Quién podía imaginar que un papa alguna vez diría “¿Quién soy yo para juzgar?”? Pero el papa Francisco se convirtió en uno de los pontífices más trascendentales de la historia, y no solamente porque en muchos sentidos haya sido un radical o un héroe para los progresistas, sin serlo él mismo. Francisco fue el primer papa no europeo en más de 1200 años, y su origen tuvo eco en su pontificado: con Francisco, el centro de gravedad de la Iglesia Católica cambió de lugar.

Francisco encontró un nuevo tono para hablar del capitalismo, la pobreza y el medio ambiente. “Dio vuelta la página hacia una verdadera globalización del catolicismo”, dice Massimo Faggioli, historiador de la Iglesia de la Universidad Villanova. “Y no solo con palabras y símbolos, sino también con acciones concretas”.

La encíclica Laudato si, publicada por el papa Francisco

En su notable encíclica de 2015, Laudato Si’, Francisco insiste en que tomar medidas contra el cambio climático es un imperativo moral, tanto para los cristianos como para toda la humanidad. Ese compromiso, como tantos otros, ya se perfilaba en el nombre que eligió para su pontificado, en honor a san Francisco de Asís: quería ser identificado, según explicó, “con el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y protege la creación”.

Y se convirtió en ese hombre. Francisco renegó de la pompa vaticana y hasta de los aposentos dentro del palacio, tenía costumbres sencillas y en el Vaticano era conocido por tratar al personal más como compañeros de trabajo que como empleados.

Francisco instituyó la Jornada Mundial de los Pobres, al cerrar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia

Su objetivo era “una iglesia pobre para los pobres”, según sus propias palabras, “una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

“Cuando uno entiende que la idea central de su ministerio era predicar un Dios de misericordia, todo lo demás encaja en su lugar”, dice el escritor católico Michael Sean Winters.

“Francisco, como es bien sabido, dijo que la Iglesia era un ‘hospital de campaña’, no una fortaleza”, señala John McGreevy, autor de Catolicismo: Una historia global desde la Revolución Francesa hasta el Papa Francisco e historiador de la Universidad Notre Dame. “Su apertura a los gays y lesbianas católicos —inconcebible durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI— fue un ejemplo de su interés por ir a buscar a las personas allí donde estaban, y no donde doctrinalmente deberían estar”.

Diez preguntas clave del cuestionario del papa Francisco sobre gays, divorcio y aborto

Francisco era muy querido entre los muchos católicos progresistas, que lo veían como un opositor a las guerras culturales, un defensor de la justicia social y un defensor del espíritu del Concilio Vaticano II, que modernizó y liberalizó la Iglesia bajo el papado de Juan XXIII, en la década de 1960. Francisco criticó duramente la “globalización de la indiferencia” y la “idolatría” del dinero, y condenó explícitamente la teoría del “derrame” económico, por basarse “en una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes ostentan el poder económico y en una sacralización del funcionamiento del sistema económico imperante”.

Sus ideas le ganaron muchos enemigos en la derecha católica. Rompiendo con su larga costumbre de deferencia hacia Roma, algunos conservadores, incluyendo varios obispos, lo criticaron duramente, llegando a calificarlo de hereje. Pero el historiador Faggioli señala que la responsabilidad de esas divisiones no recae sobre Francisco.

“Él no dividió a la Iglesia”, apunta Faggioli. “Las divisiones ya existían”, y Francisco las hizo “visibles” porque “no temió abrir un debate sobre temas que hasta hace muy poco eran considerados tabú”.

Donald Trump y su esposa Melania fueron recibidos por el Papa

Francisco se enfrentó abiertamente a los conservadores de Estados Unidos, incluyendo a los católicos, en especial por el tema de los derechos de los migrantes. En una carta sobre inmigración dirigida a los obispos norteamericanos el 10 de febrero, criticó abiertamente al presidente Donald Trump y al vicepresidente J. D. Vance, católico converso, sin mencionarlos por su nombre.

“He seguido de cerca la grave crisis que se está viviendo en Estados Unidos con el inicio de un programa de deportaciones masivas”, escribió el papa. “Con rectitud de conciencia, nadie puede dejar de emitir un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que, tácita o explícitamente, identifique la situación irregular de algunos migrantes con la criminalidad y la delincuencia”. Y allí también condena que se ponga el foco en la “identidad personal, comunitaria o nacional” cuando no se afirma la “infinita dignidad de todos”.

Sin embargo, en su último día de vida Francisco se comportó como el pastor que siempre quiso ser: uno de sus últimos actos oficiales fue una breve reunión con J.D. Vance, a quien recibió en Roma el Domingo de Pascua.

20 de abril de 2025, Vaticano, Ciudad del Vaticano: El Papa Francisco (d) se reúne con el vicepresidente estadounidense JD Vance (i) y su delegación durante una audiencia en Casa Santa Marta

Si bien se mantuvo firme en su oposición al aborto, Francisco modificó drásticamente las prioridades de la Iglesia. Al principio de su pontificado, declaró que la Iglesia “no puede insistir solo en temas relacionados con el aborto, el matrimonio igualitario y el uso de métodos anticonceptivos. Eso no puede ser”. También se opuso a negarles la comunión a los políticos católicos que apoyan el derecho al aborto, argumentando que el sacramento “no es la recompensa de los santos, sino el pan de los pecadores”, y mantuvo cordiales reuniones con el entonces presidente Joe Biden y la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi. Ignorando la opinión de Francisco, el reverendo Salvatore J. Cordileone, arzobispo de San Francisco, dictaminó que a Pelosi le debía negarsele la comunión debido a su apoyo al derecho al aborto.

Francisco tampoco escapó a las críticas de sus propios aliados. Al igual que muchos líderes del hemisferio sur, tardó en criticar la invasión rusa a Ucrania, aunque posteriormente endureció su postura. Además, sus medidas para fortalecer el poder de las mujeres en la Iglesia fueron modestas. Y aunque finalmente reconoció la necesidad de una expiación constante de la Iglesia por los escándalos de abuso sexual, lo hizo solo después de algunos errores iniciales.

Pero el papado de Francisco no puede definirse por las disputas políticas internas de Estados Unidos. Mucho más importante fue que reorientara a la Iglesia hacia Latinoamérica, África y Asia. Sus nombramientos de cardenales alteraron el equilibrio de poder regional y filosófico dentro del Colegio Cardenalicio, que ahora tendrá que elegir a su sucesor. En parte, el juicio de la historia sobre su pontificado dependerá de si las fuerzas que el representó prevalecen en el próximo cónclave.

El Papa Francisco durante el acto de nombramiento de cardenales en la basílica vaticana de San Pedro, a 30 de septiembre de 2023, en Roma

El Papa es un líder institucional y un actor político global. Francisco ciertamente desempeñó ambos papeles, pero su visión del mundo era la antítesis de un papado definido de esa manera. Era un rebelde espiritual y un alborotador entusiasta, que alejó implacablemente a la Iglesia del clericalismo y la mundanidad.

Francisco hablaba de “la alegría del Evangelio” y atacaba la “severidad teatral, el pesimismo estéril y el rostro fúnebre” de algunos de los que ejercen el poder dentro de la Iglesia. También advirtió contra la búsqueda de “una exagerada ‘seguridad’ doctrinaria” y criticó “a quienes se obstinan en volver a un pasado que ya no existe”. Es probable que también pase a la historia como el único Papa que regañó a los curas “amargados”.

John Carr, fundador de la Iniciativa sobre Pensamiento Social y Vida Pública Católica de la Universidad de Georgetown, explica por qué Francisco era tan diferente de lo que la Iglesia y el mundo esperan de un papa.

“El papa Francisco veía el mundo desde abajo hacia arriba”, señala Carr, “y a la Iglesia desde afuera”. Así es como deberían pensar los cristianos. Sin embargo, es muy difícil imaginar otro papado como el suyo.

Traducción de Jaime Arrambide