Cada vez se emplean más robots humanoides para realizar tareas repetitivas o peligrosas, y en la asistencia a personas mayores o con alguna discapacidad. A fin de interactuar con ellos en entornos laborales o domésticos, se busca construirlos con proporciones y rasgos humanizados. Sin embargo, estudios científicos recientes muestran que cuando los robots se vuelven “demasiado humanos”, generan rechazo.

La interacción entre humanos y máquinas y cómo nuestro cerebro reacciona ante los robots y la inteligencia artificial son campos de investigación incipiente. Sobre estos temas LA NACION dialogó con el físico Pablo Gleiser, director del laboratorio de Robótica Bioinspirada del ITBA, y con Rodrigo Ramele, ingeniero en computación especializado en Japón en Bioingeniería y Robótica, actualmente a cargo del laboratorio de Neurotrónica e Interfaces Cerebro-Computadora.

Rodrigo Ramele, director del laboratorio de Neurotrónica e Interfaces Cerebro-Computadora, y Pablo Gleiser, director del laboratorio de Robótica Bioinspirada, ambos del ITBA

Ambos son profesores en esta institución, que acaba de lanzar la carrera de Ciencias del Comportamiento; una licenciatura de cuatro años que combina materias de tecnología, programación, psicología cognitiva, economía del comportamiento y neurociencias.

-¿Por qué los robots con rasgos humanos nos causan simpatía, pero si son demasiado parecidos a las personas nos generan desconfianza o temor?

R.R.: – El fenómeno se conoce como “Uncanny Valley” (o Valle Inquietante) y fue documentado en la década del 70 por el profesor de robótica japonés Masahiro Mori. Numerosos estudios posteriores mostraron que la respuesta emocional de las personas hacia un robot o imagen que imita los rasgos humanos es más positiva cuanto más se asemeja a la realidad, pero a partir de un punto en el que se parece demasiado a una persona de verdad, esta respuesta positiva cae abruptamente y se convierte en inquietud, desconfianza y temor.

P.G.: Este concepto es hoy considerado a la hora de diseñar robots, ya que existe una tendencia creciente a la llamada co-botizacion, es decir la convivencia e interacción entre personas y robots en un mismo espacio. Para ciertas tareas, como las que hacen los robots de asistencia, dotar de rasgos humanizados y un diseño parecido a un bebé, con cabeza grande en proporción al cuerpo, como R2-D2 en la Guerra de las Galaxias, generan simpatía y confianza.

La robot humanoide Amira

-¿Y qué otras cuestiones se tienen en cuenta a la hora de diseñar un robot?

P.R.: Para entornos laborales y fabriles, necesitamos diseñar robots con extremidades y parecidos a los humanos, dado que todos los espacios, instalaciones y máquinas están hechas a nuestra escala. Es importante también dotarlos de ciertos rasgos humanos como ojos y boca para que funcione lo que se conoce como “teoría de la mente”, es decir, que nuestro cerebro pueda anticipar los movimientos o acciones de un robot. Hoy se está trabajando también en que los programas de inteligencia artificial robóticos puedan anticipar e inferir el comportamiento humano. De lo contrario, sería muy difícil la convivencia, nos chocaríamos todo el tiempo.

P.G: A la hora de diseñar robots también nos inspiramos en la naturaleza. En mi laboratorio estamos trabajando en un robot que imita la red neuronal de un gusano o una mosca, animales de los que conocemos todo el sistema nervioso. Así podemos mapear cómo interactúan sus neuronas a la hora de tomar decisiones simples. Esto es muy importante para los robots y equipos autónomos, ya que no necesitamos programar absolutamente todas las opciones de movimiento, sino que la red neuronal va decidiendo sola.

-La posibilidad de ser reemplazados o desplazados por robots en nuestros trabajos, ¿es un temor infundado? ¿Qué tan lejos estamos de esto?

R.R.: El actual escenario es que los robots están siendo utilizados y reemplazan a las personas en trabajos triple K (del Japonés Kitsen, aburrido; Kitanai, sucio; y Kiken, peligroso). Esto es, tareas repetitivas y monótonas en una línea de producción; limpieza de pozos petroleros o rastrillaje de minas. Los robots son buenos para hacer ciertas tareas específicas, pero no son buenos en todo. Y es muy difícil que reemplacen a los humanos en tareas que requieren motricidad y coordinación. Cualquier persona pensaría que es más fácil caminar que jugar al ajedrez. Sin embargo, es más fácil programar una computadora para que sea campeona de ajedrez, que programarla para que camine en una calle de Buenos Aires, en medio de la gente, las mascotas y el tránsito desordenado. Esto lo explica la Paradoja de Moravec: el pensamiento razonado humano requiere relativamente poco nivel de cómputo; mientras que las habilidades sensoriales y motoras, que son poco conscientes y sociales, requieren de enormes esfuerzos computacionales.

PG: Por cierto, los robots y vehículos autónomos son buenos en espacios controlados como una fábrica o una autopista, pero no en entornos más abiertos. Los humanos, al caminar y manejar, nos damos cuenta si estamos por chocarnos con una bolsa de plástico que viene volando, o con un animal o un objeto más pesado, y decidimos intuitivamente si frenar o pasar de largo. Para que un robot haga esta distinción hay que programarlo. Y sería casi imposible programar a un robot para las casi infinitas eventualidades que le pueden ocurrir en nuestras calles. En definitiva, a lo largo de la historia, el avance tecnológico mecanizó e hizo desaparecer muchos trabajos, pero surgieron otros, y generalmente de mayor calidad.

Las nuevas habilidades del robot Optimus Gen 2 de Tesla

-¿Qué los hace sentirse optimistas respecto del futuro de la robótica y la inteligencia artificial?

R.R.: Los robots y la inteligencia artificial son herramientas. Pueden usarse para el bien o para el mal. Y eso depende de nosotros los humanos. Hoy ambas disciplinas tienen un enorme potencial para aumentar nuestras capacidades o suplir las que vamos perdiendo a medida que envejecemos, como la memoria o la movilidad. Se está hablando cada vez más de “human augmentation” (aumentación humana), todo un terreno por explorar.

P.G: Muchos piensan que las máquinas nos van a reemplazar porque trabajan mejor, y además lo hacen gratis, no comen, no se distraen y no descansan. Pero la realidad es que no funcionan sin energía y tampoco sin mantenimiento. Siempre se necesitarán personas que las controlen, las entrenen y las reparen. Están desapareciendo algunas profesiones, pero también surgen otras como diseñadores, reparadores y entrenadores de robots. Lo que se viene es fascinante.