La pérdida repentina de una estrella querida siempre causa dolor y conmoción en su público. Pero para muchos de nosotros que crecimos viendo a Diane Keaton, esto se siente diferente, como si hubiéramos perdido a una especie de duende atemporal que esperábamos tener flotando a nuestro lado para siempre.
Esto tiene mucho que ver con el famoso estilo de la Sra. Keaton, que era más que una simple serie de atuendos encantadoramente peculiares. Aunque tenía 79 años, Diane Keaton no parecía joven, pero tampoco vieja. No era realmente nada conectado al tiempo ni a su medición. En cambio, parecía existir en un plano completamente separado de asuntos tan mundanos. En parte, esto se debe a que se mantuvo fiel a un aspecto reconocible que permaneció constante durante más de 50 años. Conocemos de memoria los básicos al estilo Annie Hall: los sombreros de ala, cinturones anchos, chalecos holgados, pantalones anchos o faldas grandes, bufandas grandes, gafas (a menudo tintadas) y un peinado y maquillaje sin complicaciones.
Incluso en eventos súper glamurosos como los Premios de la Academia, donde las actrices suelen mostrar grandes extensiones de piel desnuda y rostros elaboradamente maquillados (a menudo modificados quirúrgicamente), la Sra. Keaton siempre se veía como ella misma: elegantemente cómoda con gafas, pantalones, sombrero y tal vez una corbata. No solo resistió los estándares de belleza objetivizantes y edadistas de Hollywood, sino que su estilo bohemio, libre y ligeramente andrógino se sentía muy de los años setenta. Es decir, evocaba esa era de promesas feministas.
Al parecer tan auténtica y sin ataduras —tanto física como personalmente—, la Sra. Keaton se sentía como un recordatorio de esas promesas, como un ave rara que volaba desde días pasados, cuando el progreso y las crecientes libertades para las mujeres parecían inevitables.
Nunca nos asombró por lo extrañamente joven (o vieja) que se veía. Tampoco pareció adaptar o modificar su aspecto a medida que envejecía, porque simplemente no tenía nada que ver con la edad. Y así, al no parecer nunca desafiar ni combatir la edad o el tiempo, logró esquivarlos por completo, permaneciendo de alguna manera etéreamente “otra”.
El poder del estilo de la Sra. Keaton también derivaba de su inusual cualidad de collage. Aunque su aspecto era orgánico, consistía en muchas partes discretas. Verla era captar estos muchos componentes, con todos sus huecos, conexiones y aberturas discernibles. Percibíamos sus ojos a través de sus gafas, su rostro bajo el flequillo o los bordes de los sombreros. La Sra. Keaton vestía ensamblajes más que simples atuendos, combinaciones artísticas de cosas cuyas superficies abrían espacios acogedores, como pequeñas habitaciones invitantes para recorrer con la mirada.
En lugar de emular la estatuaria griega —monumentos de perfección sin poros, para ser admirados pasivamente desde lejos—, la Sra. Keaton se asemejaba a una escultura cinética, que fomentaba la interacción. Con el tiempo, las líneas naturales y los pliegues dinámicos de su rostro se convirtieron en más componentes de este sistema cinético.
Esta cualidad móvil y de collage no era solo sartorial, sino también literaria y artística. La Sra. Keaton era una escritora consumada. Dos de sus libros, “Then, Again” (sobre su madre y su relación) y “Brother and Sister” son memorias familiares, e intercalan su propia prosa con extractos de cartas y diarios escritos por su madre y su hermano, Randy.
La Sra. Keaton daba la bienvenida a múltiples voces en la suya, incorporando elementos diversos en un todo armonioso, tal como hacía con su vestuario. Otro libro, “The House that Pinterest Built”, combina fotografía, consejos de diseño y recuerdos personales, creando un efecto similar. (El enfoque puede tener raíces en su infancia. En “Brother and Sister”, la Sra. Keaton revela que “recortar imágenes, coleccionarlas y hacer collages se convirtió en una forma favorita de escape y en uno de nuestros principales medios de expresión”).
Incluso los patrones conversacionales de la Sra. Keaton —tanto en pantalla como fuera de ella— parecían favorecer un enfoque de “ensamblaje” o collage. Era excepcionalmente buena en el diálogo, una rápida lanzadora de palabras. Por esta razón, la Sra. Keaton brillaba especialmente en los programas de entrevistas, donde nunca contaba anécdotas que sonaran ensayadas, sino que respondía y bromeaba espontáneamente, co-creando —haciendo collage— la conversación. Véase, por ejemplo, su maestría con Charlie Rose.
Debemos contar también la famosa vulnerabilidad de la Sra. Keaton —sobre asuntos grandes y pequeños— como parte de su estilo. Admitía fácilmente que era insegura y nerviosa, que usaba su flequillo para ocultar su rostro, que era profundamente ambivalente respecto al matrimonio y que (increíblemente) nunca había recibido una propuesta. Al compartir debilidades percibidas como estas, la Sra. Keaton abría huecos (metafóricos) en su persona, revelándose a su audiencia. Tal franqueza y falta de defensas ayudaron a hacer de ella una excelente actriz, así como una personalidad atractiva.
Los tiempos han cambiado mucho, pero Diane Keaton nunca pareció hacerlo. Nunca imaginamos un tiempo sin ella.
(C) The New York Times.-