Como músico y amante de la música, la revolución de la inteligencia artificial me aterroriza de muchas maneras. Las aplicaciones de IA como Suno ya han demostrado un potencial extraordinario para generar música pegadiza y producida profesionalmente en ciertos géneros. Así que no es difícil imaginar un mundo en el que, por ejemplo, músicos de sesión, compositores de jingles y proveedores de música educativa para niños pronto podrían perder su sustento a manos de las máquinas.
Al mismo tiempo, soy moderadamente optimista de que el jazz —uno de los estilos musicales más comercialmente subestimados, y el más cercano a mi corazón— sobrevivirá y prosperará en el nuevo ecosistema de IA. Un informe musical de fin de año de Luminate -la principal compañía de datos, análisis e información de la industria del entretenimiento- ubicó al jazz en el décimo lugar de once “principales géneros seleccionados” en Estados Unidos: se encontraba entre la música clásica y la infantil, y representa menos del 1% del total de reproducciones on demand.
La IA podría ser la clave para mejorar esos números tan pésimos al resaltar lo que yo llamo el “modelo del jazz”: una forma de hacer música que sitúa la interpretación en vivo y verificablemente humana en el centro. Y ese modelo podría señalar un camino de supervivencia para otros artistas humanos que buscan encontrar un nicho en nuestro futuro dominado por la IA. Para entender por qué, conviene observar qué es lo que la IA generativa realmente hace bien y con qué lucha. Puede explorar enormes cantidades de texto, imágenes, audio y video con patrones, y luego convertirlo en algo que quieras consumir. Eso funciona bastante bien, por ejemplo, para la música pop y rock, en la que las canciones suelen durar entre 3 y 4 minutos y seguir el patrón predecible de “estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-puente-estribillo-final”.

Pero el gran jazz tiene dos características que lo distinguen. Primero, a menudo es armónicamente innovador (Kind of Blue de Miles Davis, que presentó al mundo el jazz modal; Giant Steps de John Coltrane, que pasa por cambios de tonalidad increíbles). Segundo, el género experimenta con formas de canciones novedosas (Free Jazz: a Collective Improvisation de Ornette Coleman). Más de un siglo después del nacimiento del jazz, mis intérpretes contemporáneos favoritos —incluidos los guitarristas Julian Lage y Kurt Rosenwinkel— siguen expandiendo los límites del timbre y la armonía.
He intentado poner a prueba la capacidad de la IA para replicar la profundidad del sonido y el resultado me ha decepcionado. Instrucciones a Suno como “crea una grabación instrumental de jazz que rompa las barreras de la forma y la armonía; experimenta con disonancias y cambios de tonalidad” resultan en algo que podría poner en mi estéreo durante una educada reunión familiar en fiestas. Pero no había nada novedoso ni tampoco me llegó a nivel emocional.
Obviamente, es prematuro decir que la tecnología nunca podrá crear buen jazz. Sin embargo, incluso si eso ocurre, es probable que empecemos a distinguir con más claridad entre la destreza —un estilo pulido y repetible— y el arte, que reservaremos para obras creativas que sean visiblemente, incluso vulnerablemente, humanas. Un informe reciente del centro de investigaciones Pew Research Center sobre cómo veían a la IA los adultos estadounidenses, mostró que el 53% de las personas creía que la tecnología empeoraría la capacidad de pensar creativamente, lo que sugiere que muchos buscarán maneras de creer que la creatividad aún existe.

¿Qué género puede hacer eso mejor que el jazz? Imagina entrar en clubes como el Village Vanguard, donde podemos sentarnos tan cerca como para ver sudar a los intérpretes y donde cada actuación es improvisada, única e imperfecta. En ese momento, uno puede maravillarse de cómo los pulmones humanos producen solos de trompeta expresivos y cómo los dedos se deslizan arriba y abajo del contrabajo. Los virtuosos serán admirados, como también lo son los grandes atletas, como celebraciones vivientes de lo que podemos lograr con arduo trabajo, incluso sin máquinas.
Sospecho que dinámicas similares también se extenderán a otras formas de arte. La IA destacará creando pastiches —producirá competente ficción de género, retratos y escultura decorativa—. Pero las obras que más valoraremos serán las vanguardistas, las arriesgadas e idiosincráticas, y habrá una mayor demanda de métodos para autenticar que fueron producidas por manos humanas. Incluso los creadores cuyo arte no se basa tradicionalmente en la interpretación probablemente tengan que mostrar su proceso, quizá transmitiendo en vivo desde sus estudios o compartiendo borradores sin editar, precisamente para que las audiencias puedan experimentar y premiar el esfuerzo distintivamente humano detrás de la obra terminada.
Mucho antes de que me convirtiera en columnista de mercados y la Reserva Federal (mi trabajo diario), mi primer sueño fue ser guitarrista de jazz. Ver lo difícil que era para los músicos profesionales ganar más que un ingreso modesto de clase media terminó llevándome a otra carrera, pero nunca he dejado de animar a quienes se quedaron en la música.
Ha pasado casi un siglo desde que el jazz dominó la música popular y unos seis decenios desde los enormes álbumes de éxito de Miles Davis, John Coltrane, Dave Brubeck y otros. Sin embargo, por aterradora que sea la IA para los músicos en general, me gustaría creer que esta convulsión finalmente traerá una renovada apreciación hacia los intérpretes de jazz a los que aprecio tanto, un grupo de artistas que el mundo ha tomado como garantía de calidad durante mucho tiempo.
Fuente: The Washington Post