WASHINGTON.- Una verdadera paliza. Eso es lo que sufrieron los demócratas en la elección presidencial en Estados Unidos, a la que entraron con la expectativa de retener la Casa Blanca y desterrar a Donald Trump para siempre de la política, y de la que salieron con las manos vacías. Trump y los republicanos se quedaron con la presidencia y se encaminaban a obtener mayorías en el Congreso. Y peor aún: Trump se encamina a ganar el voto popular por una abismal diferencia de, algo que un candidato republicano no conseguía desde George W. Bush, en 2004.
La desazón demócrata era tal que, varias horas después de que la agencia AP y el resto de los medios declararon ganador a Trump, nadie había salido a dar la cara o a ofrecer una declaración para contener la debacle.
La vicepresidenta Kamala Harris permaneció en silencio en su residencia oficial en el Observatorio Naval durante la mañana, aun cuando ya varios mandatarios habían comenzado a felicitar en las redes sociales a Donald Trump, incluido el presidente argentino, Javier Milei, quien nunca ocultó su preferencia por el republicano.
Recién el miércoles por la tarde Harris llamó al presidente electo para felicitarlo por su victoria electoral. Según un alto asistente de la demócrata, en la conversación discutieron la importancia de una transición pacífica con Trump antes de un discurso de concesión planeado para más tarde.
La apabullante victoria de Donald Trump implica un fuerte rechazo al gobierno de Joe Biden, pero también redibuja las alianzas y las coaliciones partidarias en el país. Trump obtuvo una proporción mayor del voto latino y del voto joven que en el pasado, dos bloques electorales que antaño han sido fieles a los candidatos demócratas, y además mejoró entre los votantes independientes, un bloque clave en los estados pendulares. Harris, a su vez, sacó menos votos que Biden, en 2020, y que Hillary Clinton, en 2016, entre los votantes de color sin título universitario, otro pilar del trumpismo. El mapa del país muestra un claro giro hacia la derecha en casi todos los estados y a favor de los republicanos, pese a las advertencias de los demócratas sobre el futuro de la democracia.
Frente a semejante derrota, los demócratas quedan otra vez en el papel de una oposición. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en 2016, el triunfo de Trump esta vez fue apabullante. Un “landslide”, como se suele decir en Estados Unidos. Esa nueva realidad deja al partido ante el desafío forzado de encontrar un nuevo mensaje para volver a llegar a un electorado que le dio la espalda, espantado por el rumbo del país, la inflación, y la sensación de que la economía está empeorando, más allá de lo que digan las estadísticas, los récords de la bolsa, o el piso histórico del desempleo.
El via crucis de los demócratas incluirá una autopsia ineludible de la elección. Aunque el clima en el país les jugaba en contra por el descontento de muchos norteamericanos con el presente, los demócratas tuvieron dos ventajas claves en las elecciones presidenciales: más dinero, y más voluntarios. “Dominamos el terreno”, se cansó de decir, Nancy Pelosi, arquitecta de la insurrección contra la candidatura de Biden. Pero la arrasadora victoria de Trump dejó en claro que ni el dinero ni los voluntarios son suficientes para ganar elecciones.
La paliza tampoco puede recaer enteramente sobre los hombros de Harris, que hizo una campaña relativamente prolija, profesional, sin grandes errores, y dominó el único debate que tuvo con Trump. Harris recibió una misión que, con la elección ya cerrada, era poco menos que imposible: seducir a un electorado sediento de cambio y que nunca eligió a una mujer para ser presidenta en tan solo 106 días. El brutal ambiente político del país terminó por jugarle en contra, pero el amplio rechazo representa un repudio mucho más amplio. En 2020, Biden obtuvo más de 81 millones de votos. Harris obtenía hasta el momento 66 millones de votos –una cifra similar a la de Hillary Clinton en 2016–, un brutal déficit de 15 millones de votos respecto de cuatro años atrás.
Los demócratas apostaron a dos temas: el aborto y la democracia. Pero la mayoría del electorado claramente estaba pensando en otra cosa: la economía, y el alza del costo de vida durante los últimos cuatro años. Paradójicamente, Estados Unidos ha tenido uno de los mejores desempeños entre las economías avanzadas. Pero el electorado norteamericano pareció omitir esa diferenciación en medio de los aumentos en la nafta, el supermercado, las hipotecas o los seguros de salud.
Derrotados como pocas veces en una elección presidencial, los demócratas se preparan ahora para volver a enfrentar un gobierno de Donald Trump, y a buscar una nueva identidad que les permita volver a aspirar a una victoria.