Los tiempos no coinciden ni los intereses convergen. El oficialismo y el macrismo avanzan en la misma dirección por carriles paralelos. A veces se tocan y muchas se bifurcan, en una autopista que parece no tener lugar para dos. Fusionarse, aliarse, subsumirse son las alternativas a las que aspira cada sector.

Sin embargo, el riesgo de un choque está demasiado latente y, en muchos sentidos, parece inevitable. Por ahora, Javier Milei asoma con alguna ventaja por sobre Mauricio Macri en este probable “chicken game”. A los libertarios les gusta mostrarse temerarios e inmunes al riesgo. La prudencia, la moderación o el temor a perderlo todo (y es mucho en muy diversas dimensiones) complica a los macristas, que cada día se muestran más proclives a tirarse a la banquina para evitar una colisión frontal. Aunque digan y amaguen con hacer lo contrario.

Incoherencias muy difíciles de disimular

La desconfianza entre ambos (sectores y dirigentes) es tan grande como distintas son las urgencias. Tanto como la valoración que cada uno se autoasigna. El discutible valor presente y la incierta cotización futura del macrismo frente a la fe sin fisuras de las fuerzas del cielo dificulta la firma de algún contrato paritario. Todo es muy asimétrico.

“Este es el momento para hacer un acuerdo de largo plazo. Ellos necesitan nuestros votos para parar la reforma de la ley que busca dificultar el uso de los DNU y para lograr la aprobación del presupuesto 2025″, afirman, se ilusionan y se autoconvencen los más cercanos a Macri, en busca de ponerse en valor.

Contra esa estrategia de marketing político conspira, obviamente, el Gobierno, que dice no estar preocupado o, más bien, estar totalmente despreocupado por la suerte de la “ley de leyes” y, aunque admiten cierta inquietud por la eventual restricción a la capacidad de legislar por decreto, dicen (sin inocencia) ver señales de debilitamiento del ímpetu republicano.

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A la acción divisiva y diluyente del oficialismo se suma la ayuda inestimable de importantes dirigentes de Pro, que van tiñéndose de violeta y destiñéndose de amarillos en cada visita a la Casa Rosada o a la antigua sede de la escribanía Caputo, en la avenida Córdoba, en la que el gurú presidencial recibe a muchos interlocutores de distinto signo y pertenencia política y sectorial.

El jefe de la bancada de diputados de Pro, Cristian Ritondo, y Diego Santilli (nuevo y viejo conocidos de Santiago Caputo) se han convertido en interlocutores confiables para el Gobierno, así como objetos de creciente desconfianza de algunos de sus copartidarios.

Legisladores y dirigentes macristas que han visto sus nombres mencionados como eventuales ingresantes a la gestión libertaria sienten recelo más que entusiasmo antes esas nominaciones oficiosas y miran hacia ese binomio surgido del peronismo porteño. Es el caso de un destacado diputado macrista con peso y autoridad propios en el bloque que cada vez está más incómodo con algunos movimientos de Ritondo y cree ver en recientes publicaciones que lo dan como candidato a ocupar un cargo en un organismo estatal alguna mano negra para correrlo de ese espacio y hacerle lugar a reemplazantes más afines al Gobierno. Nadie cree en fantasmas, pero en Pro ven cada vez más sábanas caminantes,

Ritondo, Santilli y Martín Menem

Lo que ocurre en el escorado submarino amarillo empieza a contagiarse a otras fuerzas, aun las más tradicionales y con más arraigo territorial, como el radicalismo y hasta el convulsionado peronismo. Sobre ellas también opera el aparato que lidera Caputo, el joven, pero que también tiene como articuladores al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y al viceministro del Interior, Lisandro Catalán. A pesar de que no se pueda decir que la coordinación fluya entre los tres.

Para entender mejor el trabajo de erosión, cooptación, asociación o construcción de alianzas circunstanciales, según sea el caso, en el proceso de detonación del viejo mapa político y reconfiguración del nuevo territorio vale volver a la lista de interlocutores del Gobierno, según la calificación que se asigna a cada uno de ellos.

Además de Ritondo y Santilli, los incluidos por Santiago Caputo en la nómina de fiables o “gente con códigos” son (según el orden de enumeración hecha ante algunos confidentes) el polémico vicerrector de la UBA y dirigente radical porteño, Emiliano Yacobitti, los históricos dirigentes cegetistas Héctor Daer y Gerardo Martínez, y el más desconocido Cristian Jerónimo (del sindicato de los trabajadores del vidrio). A ellos se suma el gobernador rionegrino Alberto Weretilneck. En tanto, el tucumano Osvaldo Jaldo opera más como un asociado de la primera hora. Una lista que ha llevado a Macri a decirle a Caputo: “Al final, vos preferís a los malos”. La crítica no le habría causado al asesor más que una sonrisa mordaz.

Guillermo Francos, Santiago Caputo y Karina Milei

Más lejos (por su condición de más o menos inasibles) se ubican el catamarqueño Raúl Jalil y el entrerriano Rogelio Frigerio. En cambio, el santiagueño Gerardo Zamora y el misionero Hugo Passalacqua configuran una especia singular de dueños de territorios sobre los que se operan con una lógica confederacional, caso por caso.

En otro extremo, aparece el radical santafesino Maximiliano Pullaro, a quien dicen que “no logran sacarle la ficha” y miran con particular recelo. Un tema para seguir de cerca dada la singular situación de la seguridad y la lucha contra la narcocriminalidad en esa provincia, en la que se logró una paz provisional y una baja impactante en el número de homicidios que por su magnitud nadie logra explicar ni explicarse suficientemente.

Sobre todos esos territorios y espacios políticos en disputa ausculta con avidez aquilina el Gobierno y trata de operar para aprovechar las fisuras, que en algunos casos van camino de ser fracturas expuestas, como ocurre por estas horas y tenderá a ahondarse en el tiempo dentro del radicalismo.

Otro tanto ocurre con el peronismo, exacerbado por el inédito enfrentamiento entre el cristicamporismo y el etéreo conjunto que se referencia en Axel Kicillof y tiene al gobernador riojano en default, Ricardo Quintela, en el papel de lima mayor (y circunstancial).

El Gobierno no es ajeno ni se desinteresa de esos movimientos tectónicos, que en lo inmediato lo complican, pero que cuando proyecta a mediano plazo lo ilusionan como pocas veces antes en los 10 meses y medio que lleva de gestión. El mileísmo busca adelantarse y sacar rédito del batallón de heridos, magullados y emprendedores de la desgracia dispuestos a colaborar antes de que los pasen a asistir aquellos que están tratando de articular nuevas asociaciones con todos los afectados (o desafectados) por el oficialismo.

La fluidez del proceso (o los intentos) de reestructuración es tal que resulta difícil proyectar la foto de estos días convulsionados en el terreno político a lo que será la oferta del año electoral que ya empezó a andar.

La altísima productividad mostrada en la última semana por la fábrica mileísta de enemigos hay que mirarla a través de ese cristal y no solo en función de los arrestos emocionales de Javier Milei. Aunque estos también son genuinos y no solo estratégicas armas de seducción política. Como la sensibilidad a flor de piel, expuesta ante el simbólico regalo de cumpleaños que le ofrecieron los Granaderos y que algunos adversarios vieron como una nueva y apresurada expresión de culto a la personalidad.

La fabricación de enemigos sigue siendo una estrategia central de la construcción de poder libertaria. Sus artífices están confiados en que de esa manera satisfacen la demanda de quienes lo votaron a Milei. “Estamos ante un cambio profundo que llegó para quedarse. No es un clima de época pasajero. Hay una demanda de romper lo que estaba que va a durar mucho”, refuta uno de los principales asesores presidenciales a quienes le advierten sobre algunas expresiones de hastío social ante tanta agresividad y tantos ataques, que incluyen a símbolos e instituciones nucleares de la República. Aunque admiten que tiene efectos negativos.

“Hoy no podríamos sacar ni la Ley Bases acotada que logramos que se sancionara. Está todo demasiado desordenado”, dice una de las personas a las que más escucha el Presidente. Pero inmediatamente admite su ilusión de que en la incomodidad de hoy pueda estar el germen buscado de un nuevo ordenamiento con consecuencias favorables para el oficialismo, tanto en el plano legislativo como electoral.

¿Lijo avanza?

Con la mira en el Congreso, en la Casa Rosada es tal el grado de optimismo a mediano plazo que están convencidos de que antes de las próximas elecciones el polémico juez federal Ariel Lijo y el académico conservador Manuel García-Mansilla habrán accedido a la Corte Suprema, a pesar del empantanamiento que esas candidatura sufren en el Senado.

Si bien consideran más probable reunir en el primer trimestre de 2025 el voto de los hoy aparentemente lejanos dos tercios de los senadores, algunos colaboradores cercanos del Presidente no descartan todavía que puedan lograrlo antes de fin de año. Para sorpresa de todos y espanto de muchos.

“Hicimos algunas gestiones con el kirchnerismo a través de [Sebastián] Amerio, pero al final no prosperaron, así que ahora avanzamos por otras vías peronistas y no estamos tan lejos”, sostienen a las puertas del despacho presidencial. El informante se refiere a conversaciones que habría tenido con el cristicamporista Eduardo “Wado” de Pedro (entre otros) el viceministro de Justicia y representante en ese ámbito de Santiago Caputo.

Ariel Lijo

Sería ese el primer paso para la reconfiguración del máximo tribunal a gusto del Gobierno y también con concesiones a los colaboracionistas, ya que sigue vigente la posibilidad de ampliarlo. “Ese será un paso posterior. Primero queremos cobrar y, después, si sale bien, pagaremos. No somos como Macri que primero pagaba y nunca llegaba a cobrar”, dice con estudiada malicia una de las personas que más interactúa a diario con Milei, en cuyo tope aspiracional de cambios aparece siempre alguna mención a una reforma constitucional, aunque en un eventual segundo mandato. El espacio libertario nunca deja de sacarle brillo al espejo menemista.

De todas maneras, todo depende de la marcha de la economía. Y la reciente alineación de planetas, como la ha llamado la habitualmente crónica economista Marina Dal Pogetto, no alcanza para disipar el horizonte y terminar de confirmar las ilusiones de los oficialistas más racionales respecto de un resultado electoral que allane el camino hacia esas metas más ambiciosas.

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“De la economía depende el 90% de lo que vaya a pasar y estamos confiados en que vamos a llegar bien. No nos preocupa que ahora no tengamos mucho más para mostrar que la baja de la inflación y el superávit fiscal, porque estamos seguros que vamos poder conseguir el objetivo de mostrar gestión (como le gustaría a Macri) y una recuperación de la economía más cerca de las elecciones, que es lo que buscamos”, dicen las fuentes de la Casa Rosada.

Sin embargo, sigue habiendo una luz de alerta que no logran bajar y se llama cepo. “El desafío (y el temor) es salir sin que provoque un rebote inflacionario”, reconocen en la Casa Rosada.

El paso del tiempo y la cercanía con el año electoral agrega una cuota de prudencia que convive con dificultad con la temeridad que tanto le gusta promocionar a Milei, a su equipo de comunicación y a sus fanáticos. Mientras tanto, desde la Casa Rosada potencian y padecen la reconfiguración del mapa político.