Detrás de cada uno de los 253 suicidios registrados en el Perú entre enero y abril de este año, hay una historia truncada. Una cifra que ya supera los 207 casos del mismo periodo en 2024. Historias que, en la mayoría de casos, comenzaron con ansiedad, continuaron con depresión, atravesaron la falta de escucha y terminaron donde no debían. Lima, Arequipa, Cusco y Piura encabezan una lista que crece con inquietante rapidez. Esta vez, el foco no está en las estadísticas, sino en todo lo que no se está haciendo para evitarlas.
El Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef) informó que la región con más fallecimientos por esta causa en lo que va de 2025 es Lima, con 52 casos. Le sigue Arequipa, con 39, Cusco, con 24, y Piura y Puno, con 14 cada una, completan el grupo más crítico. Pero lo más preocupante no es la cifra en sí, sino su persistencia. En 2024, los casos alcanzaron los 745. La tendencia no ha cambiado y parece estar echando raíces.
La violencia en casa, la falta de empleo, los problemas económicos, el miedo al fracaso, el estrés acumulado y, sobre todo, la soledad emocional, aparecen como factores recurrentes.
Un mapa de silencios
El Sinadef revela que algunas regiones, como Amazonas y Tumbes, no registraron suicidios en lo que va del año. Otras, como Moquegua, Tacna o Madre de Dios, muestran cifras bajas, pero no por eso menos alarmantes. Un solo caso basta para alertar sobre un sistema que todavía no logra intervenir a tiempo. El dato más crudo: en el extranjero también se registró un caso. Incluso fuera del país, el problema persiste.
En los pasillos de las universidades, en las salas de espera de los hospitales, en los vagones del metro, la ansiedad y la depresión van creciendo. No se ven, pero se sienten. La salud mental en el Perú no puede seguir siendo un tema secundario. No cuando 253 personas ya no están para contarlo.
Infobae Perú conversó con dos especialistas en salud mental que trabajan directamente con jóvenes universitarios: Tanith Cubas y Rocío Espinel. Sus voces permiten entender no solo el problema, sino también por qué las soluciones aún no llegan a tiempo.
“La carga silenciosa se vuelve insoportable”
Tanith Cubas, especialista en acompañamiento psicológico universitario, explica que una gran parte del alumnado vive lejos de sus familias. Muchos trabajan mientras estudian, otros enfrentan condiciones económicas adversas. Esa combinación de responsabilidades sin espacios de contención termina por hacer mella en la estabilidad emocional. “La mayoría de nuestros estudiantes no vive cerca de su familia. Muchos trabajan y estudian, otros tienen problemas económicos que no siempre se visibilizan. Esa carga silenciosa va creciendo hasta volverse insoportable”, indicó.
Las aulas ya no son lugares seguros para todos. Lo académico exige, pero no considera. Las evaluaciones miden conocimientos, pero no salud mental. Para Cubas, el problema se agrava cuando los entornos educativos priorizan resultados sin atender lo que ocurre detrás del rendimiento. “El aprendizaje no se limita a la acumulación de contenidos. También pasa por la capacidad de construir relaciones significativas, de afrontar la frustración y de encontrar sentido en lo que se hace”, añadió.
Más allá de las campañas
Las expertas coinciden en que la salud mental no puede abordarse desde campañas aisladas o semanas temáticas. Requiere decisiones estructurales. Ajustes en las políticas académicas, reducción de cargas excesivas, espacios adecuados para el descanso, y sobre todo, un currículo que no ignore lo emocional.
“Todo eso influye en la salud mental, aunque no siempre se vea de inmediato”, explicó Cubas. También habló sobre la necesidad de contemplar pausas y momentos de diálogo dentro del horario académico. No como actividades extras, sino como parte del proceso de formación. “El aprendizaje emocional también es aprendizaje”, puntualizó.
En esa línea, ambas especialistas remarcan que el entorno universitario necesita formación constante sobre salud mental. No solo para estudiantes, sino también para docentes, administrativos y autoridades. “Una comunidad entrenada puede contener a tiempo. Una que no lo está, deja pasar señales que podrían ser la diferencia entre la vida y la muerte”, advirtió Espinel.
Canales de atención
Existen diversos canales de prevención del suicidio que ofrecen apoyo y orientación a quienes lo necesiten:
- Línea 113, opción 5: Brindada por el Ministerio de Salud (Minsa), esta línea telefónica ofrece orientación en salud mental y está disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana.
- Centros de Salud Mental Comunitaria: El país cuenta con 248 centros distribuidos en todas las regiones, donde se proporciona atención especializada en salud mental.
- Teléfono de la Esperanza: Esta organización ofrece apoyo a personas en crisis a través del número (01) 273 8026 en Perú.
Si una persona está atravesando una situación difícil, es fundamental que busque ayuda a tiempo. Hablar sobre el problema y acudir a estos servicios puede ser el primer paso para encontrar una solución y prevenir situaciones lamentables.