Me impresionó desde el primer minuto que la vi. Sentí que era una persona especial, con una energía impresionante, como si estuviese frente a un huracán. ¿A todas las que estábamos en esa reunión les habrá pasado lo mismo, o solo a mí?

Estuvo muy callada y solo habló al final, pero sus palabras me conmovieron. No recuerdo bien qué dijo, solo sé que conecté profundamente con ella y que, por una vez en la vida, me sentí menos sola. Ahí estaba todo lo que siempre había intuido y nunca terminaba de encontrar: la sensación de que me sentía segura, a salvo. Como si me hubiera dicho: “Si estás conmigo, todo va a estar bien”. Qué cosa inexplicable es el amor a primera vista.

Mucho tiempo después, cuando ya estábamos hasta las manos, me confesó que le había pasado algo parecido. Que apenas me vio también percibió una energía especial y que enseguida miró si yo llevaba alianza. “Qué lástima que esté casada y que yo también esté casada”. ¿Cómo podíamos tener semejantes pensamientos minutos después de habernos conocido?

Durante algo más de un año nos vimos una vez por semana en un proyecto de trabajo que compartíamos con otras personas. Nuestro lugar de encuentro era el bar del Malba, y sin darme cuenta me encontré yendo contenta cada vez, no por la reunión en sí, sino porque ella estaba ahí. Ese día me vestía especialmente bien, cuidaba hasta el mínimo detalle. Llegaba con energía y buen humor, incluso me sentía afortunada, y en cuanto la veía quedaba hipnotizada, como si no pudiese hacer nada más que orbitar alrededor de ella. No me importaba nada, ni los problemas, ni el trabajo, ni mi vida fuera de ahí. ¿Qué es eso si no estar enamorada? ¿Qué otra cosa podía hacer, más allá de mis ingenuos deseos de oponer resistencia?

Las dos estábamos en pareja y éramos buenas personas. La infidelidad no entraba en nuestras cabezas, menos aún enamorarnos de otra persona estando casadas, y menos que menos de alguien del mismo sexo. Muchas veces antes yo había pensado que ese era el típico comportamiento de gente que no estaba bien.

Además, mi matrimonio era muy lindo. Ese fue otro aprendizaje inesperado: la fidelidad no me ofrecía garantías. Estar bien con mi marido no me blindaba de nada. Quienes están convencidos de que uno solo se enamora de otra persona porque con su pareja no andan bien, no saben de qué hablan. Hay miles, millones de personas iguales a nosotros, que tenían buenos matrimonios hasta que un nuevo amor totalmente inesperado los partió al medio.

Durante un tiempo, esa energía contenida nos atravesó en forma secreta y subterránea. Ambas la manteníamos a raya sin darnos cuenta, como indica el manual de los valores, creyendo que hay ciertas cosas que una buena persona no hace. En aquel momento a mí ni se me ocurría pensar que podríamos estar juntas y mucho menos fantaseaba con tener sexo con ella. Nunca había pensado estar con otra mujer de esa manera. Me encantaba verla, estar cerca, oírla hablar, y no se me ocurría nada más. Simplemente estaba fascinada.

Era un poco inocente y creo que ninguna de las dos era del todo consciente de lo que nos pasaba.

Pero cuando finalmente nos dimos cuenta de que nos mirábamos así, el efecto fue conmovedor. Saber que alguien nos registraba de ese modo dejó totalmente expuesta la posibilidad de tener una historia. Entonces sí, la realidad fue imparable.

Al principio, nos mentíamos a nosotras mismas diciéndonos que las burbujas no hay que hacerlas explotar, sino absorberlas. Teníamos la ilusión de que podríamos desinflar la burbuja de nuestro enamoramiento sin desaparecer de la vida de la otra. A la luz de los hechos, fue otra ingenuidad. ¿O acaso en nuestro fuero más íntimo eso era lo que buscábamos?

Por más esfuerzos que hicimos para comportarnos como creíamos que debíamos, la vida nos pasó por arriba. Como si hubiésemos querido protegernos de un tsunami con un paraguas.

Ese proceso emocional nos zamarreó de un lado a otro y arrasó con nuestras vidas tal como eran hasta ese momento. Destrozó nuestros matrimonios y nuestras familias, pero también un montón de ideas y certezas que teníamos sobre cómo debían ser las cosas.

Solo después de varios años de vivir en una montaña rusa emocional, pasando del máximo gozo al máximo sufrimiento, nuestra vida empezó a encontrar un nuevo equilibrio. Con mucho esfuerzo pudimos ir rearmándonos, y entonces aparecieron conflictos que habíamos sido incapaces de ver mientras estábamos drogadas de amor.

Algunos eran los mismos problemas que habíamos vivido con nuestras parejas previas. La ilusión de que este nuevo amor nos completaría y resolvería nuestros conflictos de siempre, y para toda la vida, era solo una fantasía. Creímos que todas nuestras dificultades se solucionarían y ahí estábamos, con los mismos quilombos de antes, más una separación a cuestas. Los problemas nos habían seguido como nuestra sombra.

Después de varios años juntas, finalmente también nosotras nos separamos. Me gustaría pensar que aquel amor prohibido me rescató de un mal matrimonio, pero no sería cierto. Yo tenía un buen matrimonio, formado por dos personas que, como todas, tenían dificultades. No eran problemas insalvables, como para ponerle fin a nuestra relación, pero mis anhelos disparatados de estar con alguien que pudiese sanarme, resolverme la vida, me hicieron creer que todo sería distinto si cambiaba de pareja. Más luminoso, mejor. Diferente.

Estaba convencida de que ella podría sanar mis heridas y terminar con mis miedos. Que alejaría todos mis fantasmas. Que me rescataría de mi vida opaca, en blanco y negro. Finalmente, yo sería la mujer que estaba llamada a ser y que la realidad no convalidaba. Solo ella se daba cuenta, creía en mí, y su presencia a mi lado lo haría posible.

Pero no. El tiempo me mostró que ella estaba tanto o más herida que yo, que tenía sus propios problemas, algunos incluso más grandes que los míos, y que la idea de que podía resolverme la vida era un delirio. Porque la vida no es algo a resolver, y el otro apenas puede con la suya. Nadie viene a salvarnos.

Nuestras sombras son nuestras.

Y aunque querríamos que otro nos arregle la vida, eso nunca sucede. Menos mal, porque si ocurriera, ¿qué libertad tendríamos al deberle algo así a nuestra pareja? ¿Puede haber amor con tanta dependencia?

Entonces, ¿para qué me separé? ¿Para qué cambié mi matrimonio por ese otro amor?

Me rendí porque la realidad me pasó por arriba. El tsunami emocional que viví al conocerla no me dejó margen para seguir con mi vida tal como era. No tuve opción. Y aunque en el largo plazo nuestra relación no fue lo que esperaba, me ayudó a sacar del freezer mis emociones. A sentir cosas que hasta aquel momento no me había permitido porque tenía miedo de que me desestabilizaran.

¿Qué pasa cuando alguien nos moviliza y amenaza nuestra normalidad, esa buena vida que tanto nos costó conseguir? ¿Qué hacemos cuando algo verdadero nos arrasa? ¿Nos escondemos detrás de los valores, de las estructuras, de la moral? ¿O nos atrevemos a sentir y a soltar el control, sabiendo que nadie sale ileso del amor ni de la vida?

Cuando la emocionalidad nos inunda, ¿será que lo único sensato es tirar el paraguas y dejarnos llevar por el tsunami hasta donde nos lleve, intentando no morir en el intento y aceptando que eso también es vivir?

*Juan Tonelli es escritor y speaker, autor del libro “Un paraguas contra un tsunami”. www.youtube.com/juantonelli