
A veces hay buenas cosas que salen de malas cosas, se sabe. Pablo Braun sonríe con toda la boca hoy, parado entre los libros de Eterna Cadencia, la librería que abrió hace 20 años. Pero las cosas no empezaron así, salieron de un momento difícil. Una separación que fue también un momento de desorientación. Eso cuenta y se entiende, pero se impone la sonrisa.
La noticia, claro, es el festejo: Eterna Cadencia cumple 20 años este 20 de diciembre. “La veo como un espacio ya instalado, una referencia en el mundo de los libros”, dice Braun. Pero hace 20 años venía completamente de otro lado. De eso también hablamos.
Cierto es que esa librería montada en una casa vieja de Palermo se fue volviendo un lugar de encuentro, ya sea por su café, ya sea porque alojó presentaciones, charlas o porque desde ahí se gestó la editorial Eterna Cadencia -que dirige Leonora Djament y que publicó, por ejemplo, La virgen cabeza, el primer libro de la hoy consagrada Gabriela Cabezón Cámara– o porque, en colaboración con Filba, Braun, es decir Eterna Cadencia, armaron el festival literario FILBA, que ya es una marca de la ciudad. Sí, la librería está instalada.

Pero vamos al principio. Es 2004, ahí está Pablo Braun, que tiene más o menos 30 años y es parte de una familia importante, dueños de los supermercados La Anónima. Uno de sus primos, Marcos Peña, fue un figura central en el gobierno de Mauricio Macri. Otro, Miguel Braun, su secretario de Comercio. Estudió Administración de Empresas y tiene una silla asignada en la dirección de esos negocios. Ese es el destino que tiene marcado, pero -“me aburrí soberanamente”- no le gusta y por eso se ha ido y, con su mujer, ha creado la Fundación Temas, donde se ocupaban de asuntos sociales, particularmente en la Villa 21.
Y de pronto, se separó. Y se acabó todo. La pareja, la posibilidad de convivir con su hija, el trabajo. “Me quedé en mi casa, cerré la puerta y dije: ‘¿Y ahora qué hago?’ Y agarré un libro de la biblioteca. Empecé a leer como un enfermo de la cabeza. Leía casi ocho horas, nueve horas, diez horas, quince horas todos los días. Me quedé quieto unos meses y leí, leí, leí, leí, y lo único que hacía era ir a la librería, siempre a la misma.
-Ya te debían estar esperando.
-Llegaba y le compraba diez libros. Un día dije: “¿Qué tenés de George Simenon?» “Estos dos”. Yo estaba copado con Simenon y le dije: “Bueno, la semana que viene vengo y conseguime los que puedas, yo me llevo todo”. Me consiguieron treinta y dos libros…
-¿Y de ahí a tener una librería?
-Me di cuenta de que iba a la librería y dejaba de mirar los libros porque estaba mirando las luces, la disposición de las estanterías.. ¿Y si ponés una librería? Se me ocurrió un día, bañándome. No sabía qué hacer con mi vida y el mundo de lo que había estudiado no me gustaba.
Como el mundo que yo había estudiado no me gustaba…
-Lo que se esperaba de vos es que fueras un heredero.
-Ponele.
-Y tu cambio de escala fue brutal, si te hubieras quedado, hubieras manejado negocios enormes.
–La Anónima tiene unos once mil empleados y acá, entre las distintas cosas que hacemos: el blog, la editorial, librerías o distribuidoras en tres países, son trescientos.
Buscó una casa. Buscó un librero. El 20 de diciembre de 2004 empezaron las obras. “Yo me imaginaba algo como diez cuartos con diez libreros. Entrabas al cuarto de Historia y había un librero historiador, entrabas al cuarto de Filosofía, había un librero especializado y así. Después, me fui dando cuenta de que no había un mercado posible para eso. Pero el espíritu era que fuera un lugar tranquilo, no en una avenida, que la gente viniera, que recorriera, que pudiera hablar con los libreros, que se pudiera sentar. Terminó en esto: una librería más o menos normal, con bar”.

-¿Y cómo fue el encuentro con la realidad? Una vez que empieza a andar la librería…
-Me acuerdo el primer día que abrí y dije: “Bueno, carrada de gente que entra, después de un año de obra ya saben… Y abrí y no entró nadie. El primer día creo que entraron dos personas, de las cuales una sola compró: fue un libro de Paul Auster. Yo tenía que aprender a vender libros, tenía que aprender quiénes eran buenos libreros, quiénes eran malos, cómo se cobraba… Había escritores de la talla de Aira que no sabía quiénes eran. Pero era lector y fui aprendiendo. Y empezó a funcionar. Creo que la librería, al ser linda, atrae.
-El barrio ayuda.
-Pero la mayoría de los clientes se toman el trabajo de venir, no es que son del barrio. Pensá que abrí en diciembre: los regalos las gente los compra en las cadenas, así que vendimos poco. Después diciembre y enero, un desastre. Mis amigos sí, por única vez en su vida vinieron y compraron libros…
-¿Cuál es la diferencia entre una librería buena y una Librería mala?
-Una librería tiene que tener bestsellers, pero yo siempre apunté a una librería que, que tuviera sobre todo longsellers, esos que se van vendiendo siempre porque son buenos…
-¿Qué es lo que le da el carácter a una librería?
-El carácter, para mí, lo dan sobre todo las mesas, lo que exhibís. Acá es sobre todo narrativa, porque es lo que más me gusta a mí. Las estanterías son todas medio parecidas, los editores te mandan lo mismo. Sobre todo cuando vendés en consignación. Ahora se hacen más compras en firme y ahí podés elegir, te podés distinguir.

-¿Por qué hay menos consignación?
-Porque se achicaron las tiradas. Y, en el fondo, está bien, para que los editores no soporten todo el peso. Lo digo como editor… Pero creo que en la cadena del libro los libreros son, somos, los menos desfavorecidos. Aunque vendemos objetos no deseados, o sea, estamos en un rubro muy complejo. Se vende muy poco y hay mucho romántico, como yo, que abre librerías. Entonces, hay más librerías de las que debería haber en términos, no sé, matemáticos. ¡Por suerte hay más! Pero en términos matemáticos… más editoriales, más librerías de las necesarias. Los editores ponen toda la plata, es muy finito el negocio. El autor, bueno, depende de cuánto venda. La verdad, creo que nadie en el mundo del libro gana plata de verdad.
-¿No?
-Todos sobreviven un poco, alguna librería le va un poco mejor, pero todas son apuestas románticas. Ningún editor después de editar un libro se compra un auto, paga un pasaje a Europa para toda su familia. Ni vendiendo libros, ni escribiéndolos, ni distribuyéndolos, ni siendo una librería. El negocio es demasiado chico.
-¿Entonces mostrás más lo que más te gusta?
-Los libros que se acercan mucho a mi gusto literario, que es más literario y más alejado del best seller. Best seller no vas a ver nunca la mesa, ya están muy bien exhibidos en un montón de lados. La gente que entra no los ve, se siente medio rara con eso y, en cambio, se siente muy cómoda para preguntar sobre lo que ve. Si vos mostrás que no tenés un montón de sagas, la gente que viene a buscar una saga no vuelve más. Y si vos mostrás que tenés ocho ediciones de Madame Bovary… esa gente vuelve.
-¿Vos decís que todavía se compra mucho el libro por lo que se ve?
-Y sí, muchas veces. Hay lectores que saben perfecto lo que quieren. Pero hay otros que vienen a dejarse llevar por lo que les propongan la librería y los libreros. Vengo, entro: “Che, ¿qué hay?, ¿qué leíste?“ Es una cosa linda y que yo siempre quise que pasara acá, que los clientes pudieran dialogar con nosotros, con los libreros. Cuando uno pone un libro en la mesa silenciosamente está diciendo: ”Este libro para mí está bueno y yo lo querría vender». Después está el que te pregunta: “Mi novia está pasando un mal momento y cumple años y tuvo un problema con no sé qué, ¿qué me recomendas?» Y ahí empieza una charla divina.

-O sea, te das el gusto de hablar de libros.
-Sí. A veces te metés en unos aprietos porque no tenés ni la más mínima idea. Pero para eso están los compañeros, para eso a veces secretamente está Google. Es una aventura linda, a mí me encanta. A mí, de todo lo que hago, lo que más me gusta es ser librero, por escándalo.
-¿Cambió el perfil del lector en estos 20 años?
-Sí y no. Vivimos unos 20 años de una aceleración insólita de la tecnología. Antes había pocos celulares. Lo tenías en el bolsillo, si te sonaba era porque alguien te llamaba o algo. No había Instagram ni Twitter, casi no había Facebook. Y no éramos muy adictos. Entonces, me parece que somos completamente diferentes lectores porque tenemos una disposición completamente distinta del tiempo. La ocupación del tiempo está dada por Netflix, por esto, por lo otro. Y hay que hacer fuerza para leer. Antes estabas aburrido, entonces se te ocurría leer. Ahora tenés que venir a hacer fuerza para decir: “Che, dejo de mirar Instagram y me dispongo a leer”. ¿Viste que siempre leer los tres primeros minutos son incómodos? Porque hasta que tomás ritmo… es mucho más cómodo Instagram, o lo que sea, ¿no?
-¿Y cómo va a ser dentro de veinte años?
– Yo me lo pregunto fuerte. Cuando Eterna Cadencia cumpla cuarenta años, si es que lo cumple, si es que llego yo para verlo, ¿se va a leer? Imaginate veinte años más de la tecnología autoeducándose para ser cada día más inteligente. Y nuestro grado de dispersión, ¿cómo va a ser? Para mí va a ser gigantesco.
-En resumen, el problema de 2004 terminó bien.
-Esa angustia de no saber qué iba a ser de mi vida fue resuelta con creces gracias a la decisión de abrir Eterna Cadencia, sin duda. Yo estoy agradecidísimo por haber elegido esto sin querer; lo que a mí me pasó acá fue espectacular. De verdad.

-Me imagino que también te debes haber vinculado con gente muy de otros ámbitos. Venís de grandes colegios…
-Totalmente, para mí fue salir a otro mundo. Nací en una cunita de oro, si se quiere, y en la literatura no hay mucha cuna de oro. Pero, a la vez, somos todos personas, qué sé yo. A mí me nutrió un montón. Yo soy el raro en la literatura y soy el raro con mis amigos.
-A ver…
-Estoy en los dos mundos, soy el progre en el mundo de la derecha y soy el fachito en el mundo de izquierda.
-Estuve en mesas redondas acá en las que se trató con dureza a ciertas posturas y cierta gente…
-Esos son mis amigos del colegio. Y mis amigos del colegio dicen: “Ay, estos tarados, el feminismo… Y ahí están hablando de mis amigos de la literatura. Siempre viví en medio, que es raro. Con sus pros y sus contras, porque estás incómodo bastante tiempo del día.