Entonces Mickey Goldmill dijo: “El mundo no es siempre sol y arcoiris. No importa lo duro que seas, te golpeará y te hará caer. Si lo permites, te mantendrá abajo. Y no se tratará de lo duro que golpees, sino de lo duro que puedas ser golpeado y seguir avanzando”. Cita, del guión original, al mítico coach de Rocky Balboa. “Ese mismo que pedía entrenar a la promesa del box argumentando empatía: ‘¡Yo tengo experiencia con el dolor, lo he sentido!’”, comparte Nicolás Diego Vázquez (47) en vísperas del estreno de Rocky, “el antes y después del teatro” que produce, dirige y protagoniza. Y lo hace en analogía a su propio transitar en el ring de la vida y en tanto de un presente, forjado a ganchos en duros rounds, que finalmente le devuelve “la mejor de mis versiones”. Porque así señala danto rumbo y sentido a nuestra charla: “De no haber vivido lo que viví, no hubiese podido pararme como lo hago hoy sobre este escenario”.
Y como todo en la vida de Nico escapa a la suerte de la casualidad, el estreno de este nuevo desafío será el 12 de junio, mismísimo día de su cumpleaños. No tuvo otra lectura respecto del cambio de una primera fecha pautada para el 29 de mayo: “Fue una señal para mí”, asevera tras la sorpresa impresa en la portada del contrato recibido de manos del socio de Gustavo Yankelevich (75), coproductor de la obra. “Dejame creer que el día en que celebro mi nacimiento, nace Rocky teatral en la Argentina”, pidió en ese momento. “Honestamente sentí que ese fue un gran augurio”, suelta.
Esta, que llegará al Teatro Lola Membrives con producción de RGB Entertainment y Preludio Producciones, será la primera versión no musical (a diferencia de la presentada hace algún tiempo en el circuito newyorkino), porque considero que Rocky así debe ser, apunta Vázquez, también codirector de la apuesta junto a Mariano Demaría. Pero mayor conmoción le causó el pie de página de los primeros borradores. Ver mi firma al lado de la de Mister Sylvester Stallone fue… ¡Uff! ¡¿Esto realmente está pasando?! ¿En qué momento sucedió?, se preguntaba respecto del pase de derechos del actor y su compañía. “Miraba los papeles, la miraba a Gime (Accardi, 40) y solo me salía lagrimear y agradecer”.
Y en tren de paralelismos, Nico va tejiendo la trama de esa ficción y su propia realidad. Entre tanto, recordamos esos hitos del sendero que lo ha traído hasta aquí, subiéndonos al ring de su historia y basándonos en tres ejes argumentales. Uno: La autoestima o el peso de la lucha por sobre cualquier victoria. ¿Qué se probará con Rocky? “Siento que Tootsie me valió algo más de confianza”, señala. “Sobre ese escenario sentí cierta aprobación unánime, además de la del público (que siempre es grato), la de la crítica y la de mis pares”. Y eso tiene que ver con lo “erróneamente subestimada que la comedia está, no solo en este país, sino en el mundo entero”; Y, consecuentemente, con “un reconocimiento al comediante que suele tardar en llegar”. En esta chance, y a través del segundo personaje cinematográfico que imprimirá en las marquesinas (“esta vez elegido por mí”), Vázquez se propone continuar con el desafío de la “transformación” o de ese “alejarme mucho de mí mismo hasta físicamente” en función del rol.
Dos: La oportunidad. “Dejame que marque un caminito…”, intenta negociar en pos de vislumbrar ese trabajo que viró sus rumbos. “Son amores (eltrece, 2002) sacó el actor en mí, con apenas 21, 40 de rating, nominaciones a premios y la mirada de Adrián diciendo ‘aquí hay algo’; Casi ángeles (Telefe, 2007/2010) me empujó a creerme otro perfil más allá del humor, el del héroe o galán. Y resultó un gran ejercicio; El otro lado de la cama (2016/2018) fue la posibilidad de decirle a los productores: ‘Hasta acá llegué, quiero coproducir y dirigir con ustedes la comedia que siempre soñé’. Y se convirtió en la obra que cambió mi carrera. Que me posicionó en las carteleras e inició una década de encabezar en calle Corrientes”, sentencia. “Y de estar obligado a elegir una voy a ser justo conmigo mismo: Creo que me quedo con esta última. Porque no necesité de nadie para hacerme lugar en un momento en el que me sentí perdido, como en un bache de mi carrera. De no saber para dónde ir y replantearme ‘a ver, ¿qué quiero hacer?’ Y me la jugué”.
Tres. La figura del entrenador, quien acompaña y alimenta el espíritu de lucha. “Lamentablemente fue alguien a quien tuve por muy poco tiempo y al que extrañaré siempre”, dice Nico respecto de Marcelo Rey. Se trata de su primer representante, fallecido en 2004, a sus 61 y víctima de un fulminante cáncer de páncreas. “El referente que encontré sin saber nada del medio. A quien me entregué por completo sin siquiera tener una foto de book”, cuenta. “Él supo confiar en un chiquito que venía del teatro artesanal y la publicidad, y se plantó frente a Adrián Suar (57): ‘Este pibe tiene futuro, háganle una audición’”, recuerda de su debut en R.R.D.T. (eltrece, 1997). Rey, que había negociado la representación de Menudo para el Cono Sur, contaba con la sabiduría de la calle, la habilidad de esbozar una imagen y un proyecto a largo plazo derredor del artista y la capacidad de sentarse en un café a escuchar y contener, “me hizo un resumen de lo que sería mi vida en este mundo. Y después de su muerte comprobé que todo lo que había marcado empezaba a cumplirse. Una predicción tras otra en el mismo orden señalado. Entonces lo confirmé: ‘Este tipo fue más grande de lo que pensé’”, cita quien sigue conectado a esa energía a través de quien fuera su mujer y hoy su contadora personal. ‘Jamás comprar lo que se vende’, que no era más que “transitar la profesión con los pies sobre la tierra”, fue la premisa indeleble que Vázquez repasa en cada despertar.
Sin quitar mérito a Rey, y en sobrevuelo del inicio de una carrera que ya celebra veintiocho años, Nico da “increíble relevancia” a dos figuras que supieron advertirlo mucho antes que cualquiera. Ellos son Anselmo y Azucena, sus abuelos. Aunque técnicamente “adoptivos”, simplemente sus abuelos. El relato que lo explica inicia con una tragedia que direccionó la historia de la rama familiar paterna. “Mi viejo perdió a sus padres en un accidente. Iris y Ángel volvían con sus dos hijos desde Mar del Plata, por esa ruta maldita que ni siquiera era autopista como hoy, cuando se les cruzó un camión. Fue fatal. Ellos murieron, pero los dos chiquitos sobrevivieron al choque, uno con nueve y el otro con doce años. El primero era papá. Entonces fueron adoptados por sus tíos, Anselmo y Azucena, hermana de Iris”, explica Nico. “Para él fueron sus segundos papás, y para nosotros los únicos abuelos que conocimos y con quienes crecimos”. De aquellos que encontraron un trágico final, “y que al crecer asimilé como ángeles guías y guardianes”, ha coleccionado “lindas referencias. Y tal vez, la preferida suele ser la que pinta a Ángel como “un gran pianista y compositor de canciones… Y algo de eso puede haber en mí, ¿no?”, dice buscando cierto legado artístico.
Anselmo era tapicero para Ford y Azucena telefonista de Entel y luego “la voz de la compañía” en las cintas de derivaciones. Pero no necesitaron ser avezados en artes escénicas para darse cuenta de que el mayor de sus nieto prometía talentos. “Ellos fueron mi primer público. Mis primeros aplausos. Mi primer incentivo”, define Vázquez. Cada viernes después del cole, en aquella casa –“en la que pasábamos mucho tiempo porque mamá colaboraba con papá en alguno de los tres trabajos con los que intentaba sostener la economía diaria”– sobraban milanesas con fideos y “todo lo prohibido”. Así le llama a las horas frente a las pantallas de No toca botón (Canal Once, 1981/1986), Brigada A (1983) y hasta Calabromas (Canal 13, 1890/1988).“Todo parecía ser inspiración para lo que, por entonces, yo entendía como un juego”, evoca. “Por ahí terminaba Badía y Compañía (Canal 9, 1983; Canal 13, 1984/1988) y automáticamente me convertía en Sandro o en Luis Miguel. Y ellos siempre estaban ahí, alentando mis imitaciones y diciendo por lo bajo: ‘Este va a ser artista’”. Johnny Tolengo (personaje de Juan Carlos Calabró, 1934-2013) también fue de la partida de las hilarantes emulaciones que animaban sobremesas. Casi su especialidad. Pronto llegarían las funciones de Navidad y las coreografías de Footloose (1984), “para las que ya dirigía a mis primos”, recuerda con gracia.
Fueron tiempos en los que Fernando Vázquez (72) podía repartir pan desde las cuatro de la mañana, huevos al mediodía y ver anochecer cumpliendo su turno en una panchería. “Éramos una familia de clase media a la que, quizás, solo le faltó algo más de tiempo de papá en casa”, cuenta. Tiempos en los que, según dice “tal vez no podían darnos vacaciones muy extensas”, y los veranos se hacían muy cortos con los abuelos en Mar del Plata. “Entonces bajábamos a la rambla del casino y me sentaba durante horas a ver a los artistas callejeros pensando: ‘Yo quiero ser como ellos’. Fijate que ni siquiera soñaba con un gran escenario. Yo solo quería actuar entre la gente. Y mis abuelos me incentivaban a mezclarme en ese ambiente porque me veían disfrutarlo más que a otros juegos”. Anselmo partió antes de ver el nombre de su nieto en un programa teatral. “Pero Azucena llegó a aplaudirme hasta en Stravaganza Tango (2014/2015)”, señala. “Y antes de irse dejó el archivo más completo de todas las notas que me hicieron en diarios y revistas. Tal vez haya sido a través de sus ojos que fui tomando conciencia de la popularidad”.
Una popularidad que había comenzado ya en los patios de la escuela. Mirta Mantovani (67) –“mamá y amiga”– supo lidiar con un “quilombero” que llegó a recuperar “hasta diez materias juntas” por dedicar demasiada energía en imitar a profesores, “organizar movidas en horas libres” y “defender causas ajenas” bajo el mote de Cacho o Cachito debido a lo que demoró en “pegar el estirón” y, más tarde, como Sensei o Samurai, por su capacidad para contener a sus amigos con la palabra justa y el abrazo preciso. “Como aquellas veces en la rambla marplatense, yo quería vivir de lo que amaba”.
Entre tanto del intento de entrar en el radar de productores, “vendí seguros, trabajé en el primer Easy de la Argentina, fui RRPP de una hamburguesería en la que activé el marketing con una raspadita… ¡Ya estaba produciendo!”, suelta con gracia. “Yo era bravo” y “creía demasiado en mí”, pero “nunca soñé este presente”, asegura. “Ni en las más locas fantasías creí que llegaría el día en que eligiese un proyecto, generar trabajo para tantas familias, laburar en obras que fuesen de las más vistas durante años y, mucho menos, tener charlas ricas de igual a igual con Suar o escuchar a Yankelevich decirme: ‘Decime qué hay que hacer’… Wow!”, se sorprende en retrospectiva. “Seguramente hoy no sea el mejor actor de la argentina, pero como Juan Minujín (50) me dijo alguna vez: ‘Pocos artistas dejan la vida del modo en el que lo haces vos sobre un escenario’. ¿Qué más podría pretender? ¡Es que me siento un bendecido! Y tanto que debo tener socios siguiéndome de cerca porque nunca veo el negocio en lo que hago… Solo quiero ser feliz”, define.
“Mis viejos también fueron parte viva de toda esta suerte. Porque jamás me presionaron con el típico ‘Y… ¿Vas a ser abogado, entonces?’ o el ‘¡Che, qué orgullo si fueses médico!’. Sino que, por el contrario, un día me sentaron y me dijeron: ‘A ver, loco… ¿Qué querés hacer? ¿Actor? Ok, te seguimos, pero movete’”, recuerda. No obstante, paralelamente a concretar ese camino, ya había comenzado el CBC (Ciclo Básico Común) para ser Terapeuta Ocupacional, una carrera que me apasiona tanto que no descarto retomarla en algún momento de la vida”, refiere sin dejar de mencionar a Soledad Vázquez, su hermana y profesional en la materia. “Ella es mi gran orgullo”, señala. “Sol, que trabaja en el Hospital de San Isidro (y a veces en Beccar) acompaña a pacientes oncológicos desde el principio hasta el final de la enfermedad, con un amor y un dedicación que conmueve hasta los huesos. No hay quien no me hable de mi hermanita… La nombras y se me infla el pecho”, expresa emocionado.
No fue terapeuta pero sabe que podría ostentar cierto don, al que por momentos define “hobby” y “oficio”. Porque si tiene un talento por sobre el de la actuación y la dirección, es el de hacer familia en el sitio que habite. Es que, según dice: “No podría trabajar de otra manera”. Se niega a que lo llamen ‘jefe’, Nico se siente un “líder” que pretende que “el equipo” se sepa “escuchado, abrazado y venerado”, describe linkeando con aquello de haber sido siempre “el mejor amigo, y no el mejor alumno” en épocas de guardapolvos. En definitiva, Fernando y Mirta calaron hondo en el valor de la coacción y el esfuerzo. Y esa “otra mirada” tiene mucho que ver. “Desde que soy productor, no dejo escapar detalles, artísticos por supuestos, pero sobre todo los humanos”. Entre tantos, podríamos citar el de cobrar su parte recién después de que a todos los demás les hayan depositado el sueldo. Quienes lo rodean saben que Vázquez abraza. Con sus brazos enormes, con un ‘¿Cómo estás? ‘¿Qué necesitás? ¿Mejoró tu vieja?’. “Quizás eso sea parte del secreto de por qué las cosas van saliendo bien… Es un tema que he hablado mucho en terapia: a mí me hace feliz la felicidad de los demás. Al punto de dudar si no es un gesto demasiado egoísta… ¿no?”, reflexiona.
Retomando el hilo de la analogía, la vida puso a Nico en el ring sin opción de boxear al dolor y sin demasiado tiempo de respiros. La pérdida de un bebé, el fallecimiento de su suegro en batalla contra el COVID, el horror al que sobrevivieron tras el derrumbe de la Champlain Tower en South Miami (2021) sin duda han sido rounds devastadores, pero el knock out que pudo haberlo dejado tendido fue la inesperada desaparición de su hermano, Santiago Vázquez (de apenas 27 años), por muerte súbita en diciembre 2016. “Y se hizo inevitable pensar: ‘¿Por qué la vida se ensaña de esta forma? ¿Existe un ‘para qué’?”, revela. Con el diario del lunes, y la sabiduría que todo eso infiere, “uno aprende a balancear. Sí, me pasó todo aquello que hizo doler. Pero también este hoy de reconocimientos, de afectos y de salud, que me hace muy bien. Y entonces merece el valor”, explica. Es que a fin de la pelea, siempre hubo una campana, “una obra, un estreno, un teatro que sanó”.
Cito en nuestra charla al mexicano Daniel Habif (41) –consultor, productor creativo y uno de los más admirados conferencistas de habla hispana en el mundo–, quien sostiene que “el dolor puede ser un maestro muy severo, aunque es un maestro justo”. Nico asiente porque ha aprendido demasiado. En principio, a que “la aceptación es la clave para sobrellevarlo”, señala. “Con el tiempo entendí que nadie muere, que solo hay un cambio de plano. Que los que se van no se van, que están por acá, que escuchan y nos hablan a través de las señales. Y eso te rearma, te hace fuerte. Que todo se trata de honrar la vida: la de los que trascendieron y la de los que aquí quedamos. ¿Vamos a caernos? Muchísimas veces, claro. ¿Vamos a enojarnos con Dios? Otra tantas, y nos amigaremos. ¿Dejaremos de hacernos preguntas? Tal vez nunca. ¿Seguiremos llorando? Cuando necesitemos. Pero todo se trata de trabajar con uno mismo. De pelar remo y levantarse. Porque hay vida y más oportunidades que aprovechar y agradecer”. A fin de cuentas: “Si con el dolor o con las crisis no aprendes (no creces), es que no entendiste nada”, asegura.
Aprendió, además, “a no juzgar”, según infiere. “Y yo juzgaba un montón… Demasiado. ‘¡Uy, este otra vez con esa cara de orto!’ ‘¡Qué maleducada es esta mina que nunca saluda!’ Entonces empezás a mirar diferente y la crítica se da vuelta: ‘¿Qué estará sintiendo realmente?’ ‘¿Qué pesar se está cargando en silencio?’ Porque muchas veces yo también me invento un traje para esconder la tristeza… Y no todos pueden hacerlo”, ilustra. “Entendí que no hay un manual. Que mamá, quien atravesó lo más cruel para una madre, pudo haberse convertido en una mujer odiosa, resentida, enojada… Sin embargo se volcó a acompañar y contener a quienes sufrieron pérdidas similares. Pero que también hay que comprender a quien no puede desligarse del enojo”. Inexorablemente, “la mirada toda, cambia” suelta. “Ya no se pierde de vista la empatía”, sintetiza. “¿Cuantas veces tenemos prendida la tele de fondo mientras comemos a las apuradas o atendemos cualquier asunto en el celular sin registro de nada? Por ahí se oye ‘acaban de matar un joven en equis barrio…’ y uno sigue almorzando. ‘Esta señora llora la muerte de su hija víctima de tal o cual…’ Duele, claro que sí. Pero uno sigue colgado en Instagram. ¡Mentira que te ponés en ese lugar! Lo ves como si fuese parte de una ficción lejana. ¿Y qué pensás? ‘A mí no va a pasarme’ No. Hasta que suena el teléfono: ‘¿Cómo dice? ¡¿Que mi hermano qué?!’ Y corrés. Corrés como nunca antes”, apunta Nico. “Y sí, aprendés otra materia: ‘La de vivir consciente del aquí y del ahora’”.
Dice haber crecido preguntándose respecto de “cuestiones espirituales”. El ‘más allá’ (“cuando aún no se hablaba de ‘otro plano’) era un enigma que inquietaba. “Ya a los 16 consumía textos de autoayuda” y “para los 20 ya había leído Muchas vidas, muchos maestros, de Brian Weiss (1988)”, cuenta. La compañía “tan cercana” de Gabriel Rolón (63) fue una guía pilar tras la pérdida de Santi que se sumó a otras terapias necesarias como la de la apertura de Registros Akáshicos “y todas las alternativas que puedas imaginarte”, admite. Hoy, que sabe que la morir es solo cruzar un umbral, cree más que nunca en las señales. “Viví la última en Filadelfia”, relata anticipando que esto que dirá jampas lo ha contado. Recordemos que, en febrero, Vázquez viajó a la ciudad más importante de Pensilvania (Estados Unidos) para el rodaje de imágenes promocionales en escenarios icónicos del film de John G. Aildsen. “Y fue al bajar de las escalinatas del Museo de Arte, donde rodamos aquella escena clásica, que dije: ‘No puedo creer que yo esté acá’. Estaba pensando que de seguro Santi estaba conmigo, acompañándome. Y de repente, ¡pum!… Miré hacia abajo y vi, en el piso, una cruz exactamente igual a la que tengo tatuada acá”, menciona conmovido y señalándose la nuca. “Fuertísimo. El tamaño era similar y ni siquiera tenía un agarre del que pudiera haberse desprendido… ¡Me la puso enfrente! Y no queda otra que creer. Yo sentí que fue un: ‘Tranquilo, hermano. No estás solo. Voy con vos, ayudando y protegiendo como siempre. Todo va a salir bien’. Sé que él está conmigo”.
No hay seguidor de Nico que no recuerde el episodio aquel de 2019, cuando “una mariposa sobrevoló la función entera de Una semana nada más, y hasta me di el lujo de que saludara con nosotros en el gran final”, describía por entonces. Claro que lo leyó como la más amorosa de las intromisiones, “porque entre los antiguos, la mariposa era el emblema del alma y de la atracción inconsciente hacia lo luminoso. Un símbolo del renacer. Yo elijo creer. Gracias por visitarnos”, concluyó referenciando a Santi. Esta vez, se convenció, su hermano dobló la apuesta sobre otro escenario. Fue hace algunos meses durante una de las presentaciones de Tootsie, en el Lola Membrives, cuando una mujer se descompensó causando dando pausa al espectáculo. “Fue realmente impresionante”, anticipa. “De repente escuché el grito de un espectador: ‘¡Un médico, por favor!’ Y así como estaba, vestido de Dorita Sánchez, me tiré a la fila seis de la platea. Inmediatamente reconocí que se trataba de un ataque cardiaco… Podrás imaginarte todo lo que investigué después de lo de Santi. ‘¡Traigan el DEA!’, pedí a mi stage manager. Traté de levantarla yo con mi propias manos, una locura total. ‘¡Tranquilo, dejanos a nosotros!’ me dijeron dos médicos que estaban entre el público. Apartaron a la señora para atenderla mejor. Y yo me arrinconé en un palco, con todo un equipo pendiente de que no entrase en shock por mi tan triste experiencia. Pero yo estaba muy consciente, concentrado en salvar la vida de esa persona, con el handie todavía conectado, por lo que podía escuchar todo lo que sucedía”, revela anticipando el gran impacto del relato.
Nico oyó la llegada del SAME, las perspectivas poco favorables de quienes la intervinieron y los varios “y duros” intentos médicos de reanimación. Lo que no advirtió fue que, al mantener todavía el micrófono abierto, su sonidista escuchó cada una de sus más íntimas súplicas. “’¡Santi, por favor, ayúdame!’ ¡’Santi, por favor, que no se muera!’, repetía yo. Entonces dispararon otra vez y la mujer finalmente reaccionó, siendo trasladada con vida… Con un pronóstico complicado, pero con vida”, relata. “Yo quedé tan movilizado que todos se acercaron a contenerme. Se miraban entre ellos, lloraban. Me abrazaban. Y fue así que alguien me dijo: ‘¿Sabés cuál es el nombre del médico que la salvó?’ ‘No’, respondí. ‘Se llama Santi’. Mirá… Lo cuento y todavía se me pone la piel de gallina. Y no puedo explicar lo mucho que agradecí al cielo, a Dios y a mi hermano”, expresa. Aquel médico es Santiago Usurdaga, y como además es actor, “audicionó para un rol en Rocky”, comparte Nico. “Estuvo muy cerca de quedar, pero daba bajito para el personaje requerido… Te aseguro que tendrá su revancha”, dispara sobre el profesional que ha trabajado ya con varios colegas de Vázquez. “Decime que todo esto es casualidad y que no estamos conectados”, infiere. Y eso que aún no hemos hablado de la protagonista de este episodio. “Hoy tengo una nueva amiga y nos amamos”, comenta Nico. Susana, así se llama. “Y no es casualidad que haya perdido un hijo como mi mamá. Y no es casualidad que sus hijos, quienes perdieron un hermano como me pasó a mí, vinieron a verme a Mutando (su primer unipersonal, 2005). Y no muchos la vieron…”, enumera. “Aquella noche, al verla salir del teatro, los médicos me dijeron: ‘Fueron varios disparos de reanimación, Nico. Esta señora no tiene mucha chance de quedar bien. Deberá pasar algún tiempo internada’. Juro que a los tres días yo estaba hablando con ella por teléfono. Y a los nueve, me recibió en su casa”, relata. “Después de todo, Susana entiende mucho del ‘aquí y ahora’ y se encarga de vivir a pleno cada segundo. Sus hijos me contaron que no la pueden parar. Por ahí los invita: ‘¡Nos vamos de vacaciones!’ ‘Pero vieja, estás muy complicada con las tarjetas…’, le dicen. ‘¡Vamos! La vida es hoy’, sabe responder”.
Y no quiere dejar pasar esta anécdota sin concientizar, porque está seguro que sus palabras contagiarán a muchos de los lectores. “Consideremos vital y urgente que haya un DEA (Desfibrilador Externo Automático) en todos los lugares públicos. ¡Porque salva vidas! Lamentablemente en el hotel de Punta Cana donde estaba mi hermano, faltaba uno. Y los primeros cinco minutos durante un ataque de corazón masivo, son fundamentales”, señala tajante y comprometido con la campaña silenciosa que él mismo inició consiguiendo estos dispositivos para cada una de las últimas salas teatrales en las que presentó sus producciones. “Créanme, establecimientos, que no es caro. Y a todos los que vean o lean esta entrevista: ¡Hagan el curso de RCP (Reanimación Cardiopulmonar)! Y, por supuesto, nunca dejen de creer. Sepan que del otro lado nos ven, nos escuchan, nos siente, nos ayudan, nos guían. Solo se trata de entenderlo”.
Hablamos sobre Mar del Plata y el misticismo de esa ciudad en torno de su propia historia. Los veranos entre Anselmo y Azucena. El éxito con sus primeras grandes apuestas profesionales. La boda con la mujer de su vida que dio pista a la última celebración con su hermano “en el plano físico”. Y un sueño que se plasmó en acordes y hoy verá la luz. “Fue apenas murió Santi. Yo estaba tan mal que no quería saber nada de nada. Dormía poco. Lloraba demasiado. Y en algún momento en el que pude dejar la cama, decidí tirarme un rato solo en la playa. Se ve que caí rendido y al despertarme de esa siesta, algo bajó, agarré mi teléfono, abrí el block de notas y empecé a escribir compulsivamente. Así nació Ave Fénix, un tema hecho con el mensaje que Santi me dio entre sueños”, relata. “Quedé tan movilizado que se lo conté a Benja (Banjamín Rojas, 40), con quien estábamos de gira haciendo El otro lado de la cama, y le mostré el texto. Un rato después me llamó: ‘¿Estás en tu cuarto?’, preguntó. Y se me apareció con su guitarra. ‘Escuchá esto, le puse música’, me sorprendió. Nos abrazamos y no dejamos de llorar”, cuenta. Ave Fénix, una canción ya grabada con voz de Rojas (“mi amigo-debilidad”), es presentada hoy en la versión video de esta entrevista.
Ave Fénix
Necesito en mis sueños,
que me hables de ese lugar.
No quiero soltarte,
no puedo esperar y volver a abrazar.
Sé que estás y no te puedo mirar.
Sé que estás y no te puedo escuchar.
Ave de sol,
de las cenizas renacerás.
Lleva en sus alas el fuego y la eternidad.
Ave de sol,
hacia dónde esté, vendrá.
Nada ni nadie nos va a separar.
Sin saber que algún día el tiempo…
…el tiempo se iba a afinar.
Sé que estás y no te puedo mirar.
Sé que estás y no te puedo escuchar.
Ave de sol,
hacia dónde esté, vendrá.
Nada ni nadie nos va a separar.
Fuimos uno.
En definitiva, y de regreso al eje, el tránsito por el dolor también tu tuvo que ver con su madurez profesional. “Hubiese sido imposible que Rocky llegase en otro momento. No hubiera podido ponerme en esa piel de no haber vivido lo que viví”, afirma Nico. “No lo verán a Stallone, porque Stallone hay uno solo. Pero sí verán a Balboa, su espíritu, y el del film con el que crecimos, estarán sobre el escenario del Membrives. Y estarán ahí porque me pasó todo lo que me pasó. Ninguna emoción quedará fuera del ring”, promete.“Tal vez en otra etapa de mi historia se me hubiese complicado o, al menos, no me hubiera animado. ¿Siento presión? Por supuesto. Pero estoy muy confiado. Tengo más templanza. Hoy, después de haber sufrido y de haberme rearmado como lo hice, soy mi mejor versión”.Vázquez habla del lado B del dolor, del capital de su paso. “Muchas veces pienso: ‘¿Dónde hubiese terminado yo de no haberlo transitado?’ Siempre tuve una personalidad pujante, histriónica, graciosa… Y eso a veces me llevó a ser un pendejo cancherito, quizás pasado de energía y muy enfocado en caerle bien a todo el mundo. El mismo al que ahora miro a la distancia y digo: ‘¡Uy, qué boludo…!’ Pero es inevitable, uno va madurando”, infiere. “Claro que quiero que me quieran, pero siendo yo. Y a esta altura de la vida soy más ‘yo’ que nunca”, asegura.“Los golpes supieron lograr que me metiese en mí mismo. Que me agazapara internamente en muchos aspectos. Que no participase tanto de la exposición pública más allá de mi labor. Y esta vez voy en camino de reencontrarme con esos lugares. De vivir sin pedirme tanto permiso. Con la frescura de antes y la espontaneidad del chiste”, reflexiona. “Con este personaje realmente estoy recuperando algo que extrañaba mucho: Mi niño interior, porque Rocky es un niño grande. “Finalmente estoy logrando hacer jugar al payaso y al tipo espiritual, de igual a igual. A la par. Y ese abrazo entre los dos hoy está sanándome como nunca”.