Aída, ópera de Verdi. Elenco: Carmen Giannattasio (Aída), Daniela Barcellona (Amneris), Martin Mühle (Radamés), Youngiun Park (Amonasro), Simon Lim (Ramfis), Fernando Radó (rey de Egipto). Dirección escénica: Roberto Oswald (reposición de Aníbal Lápiz). Dirección musical: Stefano Ranzani. Coro, Orquesta y Ballet estables del Teatro Colón. Teatro Colón, función del abono vespertino. Nuestra opinión: muy bueno.
Con Aída, el Colón abrió sus puertas en 1908 y, simbólica y concretamente, la ópera de Verdi es traída a colación y a escena cada vez que algún festejo o alguna celebración lo amerite. Para la apertura de la temporada lírica 2025, con nuevas autoridades ejecutivas y artísticas y sobre el trasfondo, nada menos, de los cien años del establecimiento de los cuerpos estables del teatro –esto es, orquesta, coro y cuerpo de ballet-, Aída reapareció orgullosa y apropiada. Tal vez, para que los aspectos conmemorativos tuvieran mayor envergadura aun, se optó por revivir la puesta que Ricardo Oswald diseñó y desarrolló en 1989.
Con todo, esta comprensible y respetabilísima decisión de recordar y ensalzar las glorias del pasado en una función inaugural tiene, también, claras implicancias simbólicas y concretas. Por señalar sólo una, con la honorabilísima suma de “Aída + Oswald” se puede entender que no se saldrá de la comodidad y las certezas de caminar por senderos conocidos o, como en este caso, ultraconocidos, tanto por la obra verdiana en sí misma como por una puesta que ya ha subido a escena varias veces en estos últimos treinta y cinco años. Sin embargo, más allá de estas consideraciones, y para dejar las valoraciones en claro desde el comienzo, es menester señalar que la primera función de la temporada lírica del Colón fue muy buena, con una realización general más que aceptable y con una actuación de excelencia por parte de una integrante del elenco.
La reposición de la puesta del gran Ricardo Oswald estuvo a cargo de Aníbal Lápiz, su eterno cómplice de aventuras y también, en ese sentido, coautor. Aída es una grand opéra, un género dramático francés que Verdi conocía sobremanera, que tiende a lo espectacular, con abundantes números colectivos, momentos para el ballet, muchas escenas corales y escenografías fastuosas. Al tono con lo que Aída requiere y permite, y, además, según era su costumbre, las ideas de Oswald se basan, esencialmente, en los aspectos escenográficos (ciertamente, imponentes), en vestuarios de lujo exacerbado y ajenos a cualquier veracidad histórica.
Salvo los miserables y desarrapados presos etíopes, en el antiguo Egipto de Oswald-Lápiz, todos sus habitantes, hasta la esclava Aída, lucen atuendos esplendorosos, joyas, gasas etéreas y tocados opulentos. Todo brilla y reluce. En el escenario, resplandecientes y gallardos, no dejan de aparecer una y otra vez soldados, sacerdotes, guardias, bailarines y sirvientes que, siempre orondos y simétricos, portan pendones, antorchas, armas, vasijas o adminículos varios. Todo mayormente estático y estatuario, con escasas o nulas marcaciones o indicaciones actorales. Uno a uno, los cantantes, sin desmerecer sus intenciones ni, mucho menos, sus contribuciones vocales, inmóviles en la escena, apelaron a gestualidades tan mínimas como estereotipadas. También es necesario consignar que los movimientos multitudinarios, más allá de su reiteración o su previsibilidad, siempre lucieron ajustados y fueron llevados adelante sin tropiezos.
Con la correcta dirección del muy experimentado Stefano Ranzani, que no pudo evitar algunos mínimos desajustes, y los muy buenos desempeños de la orquesta y del coro, la ópera transcurrió sin tropiezos. Correctas todas las voces del elenco, especialmente las del bajo coreano Simon Lim.
Es necesario detenerse en el cuarteto protagónico. En su primera intervención, apenas comenzada la ópera, el tenor brasileño Martin Mühle cantó su “Celeste Aída” con gran energía. Observable fue que esa misma energía victoriosa y cuasi guerrera apareciera igual en sus parlamentos amorosos con Aída o en los de la desolación que lo aflige en sus instantes finales. En esos pasajes, sus agudos, muy precisos en su afinación, hubieran sido más eficaces si hubieran sido menos estentóreos y un tanto más delicados. Aída, protagonizada por la soprano italiana Carmen Giannattasio, con primorosas vestimentas de diferentes colores, tuvo una actuación general tan correcta como poco apasionante o escasamente conmovedora. Pasó con solvencia los dos dúos del tercer acto, con Amonasro y con Radamés, pero, antes de eso, adoleció de algunas afinaciones inciertas en el exquisito final del aria “O patria mia”, cuando debe entrelazar su voz con el canto del oboe. Una agradable sorpresa fue la del barítono coreano Youngiun Park, que ofreció una sólida presencia vocal y escénica en la creación de Amonasro. Y, por último, Daniela Barcellona, una excelente mezzosoprano italiana, que, más allá de una densa, atractiva y caudalosa voz a todo lo largo del registro, sobresalió por la aplicación de distintas variantes expresivas para darle vida a todos los padecimientos de la sufrida Amneris, requerimiento imprescindible para crear al personaje ya que, además, esta puesta es mucho más escenográfica que estrictamente teatral.
Sin efusiones desmedidas, en el final, el público aplaudió y agradeció la Aída ofrecida. Con buen pie y mucha pompa, así se inició la temporada lírica 2025 del Teatro Colón. No obstante, tal vez con algún desazón, los amantes de la ópera deberán esperar bastante hasta el segundo título del año. Il trittico, de Puccini, recién llegará en el mes de mayo.