Mariano Pensotti estrena 'Una sombra voraz', una obra que explora los límites entre realidad y ficción

Mariano Pensotti, uno de los autores y directores más relevantes del teatro argentino del siglo XXI, no desentona en el panorama de almuerzo tardío de un día de semana, en un taller mecánico reciclado del renovado (y reciclado) barrio de Chacarita. Viene de una mañana de ensayo full para el estreno de Una sombra voraz, la nueva obra de colectivo Grupo Marea, que se presenta desde este sábado a las 20 hs. en Dumont 4040 (así será durante agosto, y luego en septiembre, los sábados a las 22 y domingos a las 18 hs.).

La pieza, que tuvo su debut mundial en versión francesa en el Festival de Avignon en 2024 y posteriormente se presentó en Austria durante el Festival de Viena este año, marca el regreso del grupo a una sala independiente tras casi dos décadas. Y arrancó desde una noticia sobre el alpinismo y sus consecuencias físicas y emocionales.

“Claramente el alpinismo es una excusa, en realidad”, dice Pensotti al inicio de su diálogo con Infobae Cultura. “Tiene un origen medio raro… Yo venía un poco obsesionado con una serie de noticias que cuentan que en los últimos años, cuerpos de escaladores empezaron a aparecer en distintas montañas del mundo, un poco por el calentamiento global. Cadáveres de personas desaparecidas, en algunos casos perdidos durante 40, 50 años. Y me pareció muy poderosa esta imagen de la naturaleza devolviendo a los muertos que había ocultado durante muchos años. A partir de ahí no sabía muy bien que carajo hacer con eso», confiesa.

Bueno, algo hizo con eso. La trama sigue a Julián Vidal, un escalador que decide enfrentar la montaña donde su padre desapareció en 1989 durante un intento de ascenso al Annapurna, el macizo montañoso en la cordillera del Himalaya, en Nepal. El intento de Julián desencadena un hecho inesperado que transforma su vida y lo convierte en figura pública. Su historia de Vidal inspira una película, para la cual eligen a Manuel Rojas, un actor en declive, quien descubre sorprendentes similitudes entre su vida y la de Vidal al interpretar el papel.

Durante la función, ambos personajes, Julián Vidal y Manuel Rojas, comparten el escenario y exponen sus perspectivas sobre los hechos, alternando sus relatos para mostrar los puntos de contacto y las diferencias entre la realidad y su representación artística. Hasta ahí, la presentación de la obra. De eso y otras cuestiones un poco más profundas, habla Mariano Pensotti en esta entrevista.

—¿Cómo le diste la vuelta a esta historia, finalmente?

—En paralelo también venía interesado en qué pasa cuando se hace una película sobre una persona real. ¿Qué le pasa al estar frente a su retrato ficcional, al verse a sí mismo desde afuera de alguna forma? ¿Y qué le pasa a un actor que tiene que interpretar a una persona real viva? ¿Cómo esa experiencia modifica a los dos? A partir de ahí fue surgiendo la historia.

Entonces, en escena, está presentado como si fuera una especie de falso biodrama. Una persona que narra y representa su historia, y al actor que lo interpretó en la película contando la versión ficcional de la película sobre esta historia real. Y además vas viendo cómo fue evolucionando el vínculo entre ellos, entre el actor que interpreta a la persona real y la persona real, a lo largo de la realización de la película. Todo esto también es un poco una excusa para hablar de varias cosas. La historia tiene que ver con el cambio climático y las cosas que está haciendo visibles y que antes estaban ocultas. No tiene que ver con el ecologismo ni nada de eso. Pero si es el disparador.

Por supuesto tiene mucho que ver con la relación entre padres e hijos. Claramente, este joven escalador cuarentón vivió siempre a la sombra de su padre, de su mítico padre escalador desaparecido. Además, el actor que lo interpreta en la película tiene una relación conflictiva con su propio padre. Ambos tienen hijos y hay algo de esa sombra del padre hamletiana, que da origen al título, Una sombra voraz. Y también tiene que ver con lo real y lo ficcional, porque la obra está un poquito inspirada en un librito de Petrarca, el poeta italiano que en el 1300 es el primero que escribe un libro sobre una escalada: Subida al Monte Ventoso, donde cuenta cómo él subió un día el Monte Ventoso en el sur de Francia. Y el libro es como una especie de carta que le manda a un amigo. Lo interesante es que muchos años después se descubrió que era ficción, que el tipo lo presenta como real pero nunca subió al Monte Ventoso y de hecho, el amigo al que le manda la carta estaba muerto hacía como 20 años…

El teatro, según Pensotti, se revaloriza como ritual colectivo y experiencia irrepetible frente a la era digital

—A partir de lo que contás pensaba en la película de Dylan, en donde se representan momentos de la vida de una persona que todavía está viva… En el caso de las obras de tu autoría ¿Cuán realista tenés que ser o cuánto te permitís serlo? ¿Y cuáles son los límites de la ficción en la creación?

—Es notable porque mi primera obra se estrenó en el 2001, o sea, hace casi 25 años que vengo haciendo obras y siempre me interesó la mezcla de realidad y ficción. Cómo la realidad influye en la ficción, pero también cómo la ficción puede transformar la realidad. Pero siempre fue algo que estaba dentro de las historias, de lo que le pasaba a los personajes, no tanto en el formato. Yo siento que hay algo posteatro documental, posbiodrama, inteligencia artificial, fake news y demás… Donde nuestra percepción de qué es lo real y qué es lo ficcional ha cambiado por completo. Eso ha entrado en crisis. Absolutamente. A mí me parecía muy interesante en esta obra tratar de explorar algo de esos bordes, de esos extremos, desde lo teatral.

Por ejemplo, esta obra está presentada como si fuera teatro documental. De hecho, los actores arrancan diciendo “esto es una historia real, todo esto pasó de verdad”. Se supone que la historia está basada en una historia real. Utilizamos un montón de procedimientos vinculados al drama o al teatro documental, como por ejemplo decir “este vaso es el vaso que usaba mi viejo”. Generar pruebas. Pero toda la historia es totalmente ficcional. O sea, solo tiene estas bases reales de casos reales que pasaron en el mundo, pero no es una historia documental para nada. Me parece interesante, justamente en este momento donde uno empieza a cuestionarse qué es lo real o cómo se inventa una ficción. Cómo la realidad va siendo transformada por la ficción, y cómo a veces la ficción es mucho más conmovedora que lo real. En definitiva, ya no sabemos si nosotros creamos ficciones o son las ficciones las que nos están creando a nosotros.

—¿Y eso es bueno o es malo?

—En general trato de no pensar tanto en términos de “bueno o malo” como autor. Trato de pensar qué me resulta poderoso o interesante poéticamente. Es más interesante poner en cuestión, en las obras, esas cosas. Creo que no es ni bueno ni malo, es algo que está sucediendo y sobre lo que es interesante reflexionar, operar poéticamente y ver también como se construye ficción sobre eso.

Pensotti utiliza el teatro documental como recurso para cuestionar la percepción de lo real y lo ficcional

Hay algo interesante en el teatro que no tienen muchas otras disciplinas, que es su inmediatez. Creo que históricamente el teatro siempre ha sido más flexible y que tiene más posibilidades de reflexionar sobre ciertas cosas que están pasando. Mucho más que el cine o la literatura, a los que por ahí le lleva seis o siete años hacer una película o una novela. El teatro sigue teniendo una inmediatez única y en ese sentido, artísticamente, a mí me resulta muy interesante ser permeable a eso que está pasando. Ojo, no me refiero a hacer obras con el diario de una mano, pero un poco sí también. Quizás no sobre la noticia de hoy, pero fantasear cuál puede ser la noticia de mañana.

—Hay algo muy perceptible en este tiempo de pantallas y multiplicidad de estímulos audiovisuales, y es una especie de revalorización del teatro como ritual colectivo. El caso de un grupo de gente que se mete en una sala a oscuras para ver a otras personas que, sin mediar una pantalla, están ahí y “actuán”, en vivo ¿Por qué crees que sucede eso? ¿Cuál es la potencia del teatro hoy?

—Seguramente es muy diferente para una generación que no vivió la previa de eso. Hay algo de la revalorización del impacto del teatro como hecho vivo, que quizás antes estaba diluida. El teatro siempre estuvo ahí, por supuesto, pero ahora salta mucho más a la vista. Es un ritual de “nosotros”, de “estar acá”. El teatro se construye mucho con el público, con el que está mirando, con su reacción, con su presencia viva. Y eso es absolutamente irremplazable (quizás la música en vivo puede generar algo así pero no muchas otra disciplinas). Lo performático está ahí.

Y también ese “peligro” de que sea distinto cada noche, que estás viendo algo que es irrepetible y que también es completamente efímero. Todo lo que circula hoy, las fotos, los videos, tienen la pretensión de lo eterno: todas estas fotos, todas estas cositas, todas estas pelotudeces, quedarán para siempre, por más que sabemos que no es así. El teatro sigue siendo la trinchera de lo efímero. En ese sentido creo que se parece mucho más a la experiencia vital, a algo que solo queda en la memoria.

Siempre me fascinó esta idea de que el teatro después se va transformando en otras ficciones. Porque cuando vos contás… Si yo te cuento a vos la película que vi antes de ayer, te la voy a contar a mi manera. Pero después vas a ver esa película y vos vas a ver cómo es. Y esa película sigue siendo siempre igual. En teatro, si yo te cuento la obra que vi, te la voy a contar a mi manera. Y cuando vos la vayas a ver, no será la misma que yo vi… Es una ficción que genera otras ficciones de lo inmediato, de los cuerpos vivos que para mí, en este momento, es más relevante que nunca. En ese sentido, a mí siempre me gustan más las obras que se hacen ahora, las que hacen mis contemporáneos. Pero de todas formas, no dejo de notar y de valorar que también el teatro tiene una historia que sigue dialogando con el presente. Vos vas a ver un Shakespeare, una obra de Griselda Gambaro y sigue habiendo un montón de cosas que te resuenan ahora, en el presente. El teatro tiene esa particularidad: tiene una historia enorme, pero es completamente efímero y a la vez tiene la capacidad de interpelar al presente. Es muy raro el teatro.

[Fotos: Jaime Olivos; prensa Una sombra voraz]