Tres hermanos se recluyen durante una temporada en una vieja casa de la infancia, una vez que los padres han muerto. Ese es el escenario de la novela de María Fasce, que nació de una pesadilla que tuvo la autora.

Suele decirse que, aunque se trate de las mismas personas, los hermanos nunca tienen los mismos padres y es lógico: los vínculos son imposibles de reproducir y las personas cambian, se transforman, nunca nadie es el mismo con el paso del tiempo. Esta complejidad humana determina sentimientos apasionados y contradictorios dentro de cada familia, esa red de origen que no siempre cumple con su rol amoroso de contención primaria y que, por el contrario, muchas veces termina convertida en el motor principal de la infelicidad. Este universo de emociones está presente en una novela negra inquietante que se llama El final del bosque, protagonizada por tres hermanos que se recluyen durante una temporada en una vieja casa de la infancia, una vez que los padres han muerto. Su autora es la argentina María Fasce.

María nació en Buenos Aires en 1969 y vive hace muchos años en Madrid, donde trabaja como editora responsable de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books, sellos del grupo Penguin Random House. Es autora de tres libros de cuentos, La felicidad de las mujeres, A nadie le gusta la soledad y Un hombre bueno; y de las novelas La verdad según Virginia, La naturaleza del amor, La mujer de Isla Negra y Las vidas de Elena. El final del bosque es la más reciente de sus novelas, resultó ganadora del Premio Café Gijón en 2024 y fue publicada por editorial Siruela.

La novela cuenta la tensa historia de un reencuentro que es a la vez la crónica de varios desencuentros. Lola, Juana y Andrés, tres hermanos adultos, se reúnen en la vieja casa del bosque en la que pasaban sus veranos familiares para estar juntos durante una temporada. Sus padres ya han muerto, buscan acompañarse, y tal vez reconocerse durante esos días de vida en común. Lola es la mayor, es escritora y editora. No vive en la Argentina hace muchos años y habla poco. Andrés, abogado, es el menor pero se propone ser el responsable de la familia mientras lidia con su tortuoso fracaso matrimonial. Y Juana, médica, trata de mantener el buen clima aunque esto incluya ocultar y callar.

La narradora es Lola, emocionalmente inestable, con antecedentes de enfermedad psiquiátrica, quien a poco de llegar al bosque conoce, se interesa y comienza un vínculo erótico con un misterioso vecino, Ernesto. Algo muy grave ocurrirá entonces allí en el bosque: un episodio violento y una muerte que, necesariamente, cambiarán el destino de la historia familiar.

— En tu novela, lo que se supone que es el momento más inquietante está adelantado ya desde el comienzo. Pero, al mismo tiempo, hay un gran trabajo en el detalle de los vínculos, los silencios y las emociones. Es decir, en la psicología de los personajes. Uno de los epígrafes del libro es de Elena Ferrante y dice: “Una persona solo puede hacerte daño si la quieres”. Y me gusta porque, si bien todo epígrafe tiene que ver con el contenido o la historia de un libro, en este caso puntualmente ese epígrafe dice mucho de la novela. Contame un poco cómo surgió el libro. Vos sos editora, además. Contame cómo fue trabajar en esta novela.

— Esta novela tuvo una génesis muy extraña. Es la primera vez que me pasa: surgió de una pesadilla. Pero, bueno, los argentinos sabemos mucho de psicoanálisis y sabemos que en los sueños se filtran siempre cosas de la realidad. En la pesadilla yo estaba en el bosque de Peralta Ramos, era muy vívido ese bosque al que por otra parte yo no volví desde hace más de 46 años, ¿no? Ni siquiera volví a través de Google Maps porque, cuando al escribir la novela, lo quise recuperar, no quería que el presente acabara con la imagen que yo tenía del bosque en mi infancia. En la pesadilla yo estaba en ese bosque y no estaba sola, estaba con mis dos hermanos. Éramos los tres adultos. Yo me asomaba a la ventana, diluviaba, y veía a un hombre muerto en el barro, bajo la lluvia. Corría a la cocina y les decía a mis hermanos; así como en la novela, mi hermana es médica, entonces le decía: llamemos a la ambulancia, atropellaron al vecino. Y mi hermana y mi hermano se miraban y seguían tomando mate. Y lo que era más un poco terrorífico dentro de la pesadilla es que yo también me sentaba y seguía tomando mate. Es decir, yo hacía lo mismo que ellos, callarme, hacer de cuenta que no había pasado nada. Y, en la pesadilla, — no sé si a veces te pasó— la sensación era de que que uno de los tres, o los tres, habíamos tenido que ver con ese crimen. Eso era muy vívido. Era tan vívido que, como me pasa a veces con algunas pesadillas, me desperté. Y esto es algo muy perverso de los escritores, pero mi primer pensamiento fue: tengo una novela.

— De los escritores y de los editores, en este caso también, porque no podés dejar de ser una editora.

— Pero acá fue la escritora la que lo dijo. Y tengo un bloc de notas y anoté. Anoté hasta en la oscuridad, ¿no? Garabateé: pesadilla, mis hermanos y yo, bosque, crimen. Y a la mañana, cuando veo eso, con mucha exaltación dije: bueno, qué bien y qué mal. O sea, qué bien, porque tengo una historia muy potente y qué problema, porque esto es claramente una novela negra. Yo soy editora de novela negra y tengo una profunda admiración por los autores de novela negra. Y no soy la única. Como sabés, Borges y Bioy dirigieron una colección de novela negra y Borges decía que en esencia toda buena historia es una historia policial, porque tiene ese mecanismo en el que el lector compulsivamente quiere saber qué pasó.

— El enigma, digamos.

— El enigma. O sea, cualquier historia. Y yo eso es algo que lo he seguido incluso para escribir historias de amor en las cuales no había una trama policial. Pero en este caso había un hombre muerto. Había un crimen. Con lo cual, también la dificultad que tienen las novelas negras e, insisto, por eso admiro tanto a autores de novela negra, desde Patricia Highsmith hasta Carmen Mola. Es que esta dificultad no la tienen las otras novelas, eso de que tenés que ser al mismo tiempo verosímil y sorprendente. Es decir, si el lector sabe en la mitad del libro quién mató a quién y qué pasó, la novela no funciona. Si, al final del libro, lo que pasó es inverosímil, no funciona. Así que la escritura de este tipo de novelas, además del estilo y de que suene bien y que los personajes estén bien construidos, tiene esta cuestión de ingeniería, casi de arquitectura, de cómo poner las pistas para que todo cierre y, al mismo tiempo, sea sorprendente.

— Ahora, hay algo ahí que tiene que ver con la narradora, que precisamente por sus antecedentes, por la vida que tiene, por su inestabilidad emocional y por la medicación que toma, es una narradora poco confiable.

— Totalmente. Pero esa también es una decisión muy pensada. Una decisión que, por otro lado, es un recurso que usa mucho Patricia Highsmith. En El diario de Edith tenés a una mujer cuyo diario leés y tenés que pensar entre líneas si lo que está escribiendo en su propio diario es real. Entonces, cuando yo me desperté y me puse a escribir, ya sabía que iba a tener un desafío. La novela me llevó en su totalidad más de tres años.

— ¿La narradora fue siempre Lola?

— Claro. Yo tomé dos decisiones al día siguiente de mi pesadilla. Una era que la narradora — que ya no era yo, aunque le iba a dar cosas mías– era esa mujer que se asomaba a la ventana. Además de ser escritora y editora, porque yo necesitaba que tuviera una relación especial con el lenguaje, esa narradora iba a ser poco fiable; una mujer de una gran inestabilidad psíquica y emocional. Y la segunda decisión tiene que ver con que a mí me encantan las historias de amor, me gusta leer y ver en el cine historias de amor. ¿Cuál es la historia de amor? Y, fue muy fácil. Pues la historia de amor es con el hombre que está tendido en el barro. Y esas fueron las dos primeras decisiones. Porque yo necesitaba una historia de amor y la otra gran decisión cuando empiezas una novela es quién cuenta y desde dónde.

La narradora de la novela

— Exacto.

— Yo ya tenía esa decisión y eso fue haciendo que la novela tomara su camino y la escribí con una emoción muy particular. Y allí hubo otras decisiones porque esa pesadilla coincidió con un momento mío personal en donde había en juego una herencia, una herencia material y una herencia emocional. Que, como sabemos muy bien, siempre van juntas. Cuando hay problemas de herencia o discusiones no se está discutiendo sobre una casa o sobre un cuadro o sobre un plato, sino que se está queriendo hacer justicia sobre un pasado, ¿no? Se está queriendo reescribir ese pasado. Eso estaba muy vivo en mi sentir. Y cuando empecé a escribir también tomé otra decisión que era seguir un consejo que les da Lorrie Moore a sus alumnos que es escriban algo que sus padres no fueran a leer. Lo que quiere decir ella con eso es: no se censuren. No se censuren con lo que podrían decir sus padres. Mis padres ya estaban muertos, pero en vez de mis padres podrían ser mis hermanos, o mi familia, en general. Y esa fue otra decisión, escribir con total libertad. Por supuesto es ficción. Pero esa emoción, esa vibración de “acá estoy tocando una fibra sensible”… Al hablar de esos hermanos estoy hablando de mis hermanos y de mí y estoy hablando de todos los hermanos en el mundo, que eso es algo que me dicen mucho los lectores. Se sienten muy identificados con esas tensiones tan particulares.

— Uno de los temas centrales de la novela son los celos. Los celos entre hermanos por los lugares que cada uno ocupa, por los lugares que uno ve que el otro ocupa. Muchas veces uno cela la atención de los padres sobre los hermanos. Pero también hay celos en historias de amor que se cruzan. Y se reflexiona mucho sobre los celos. Y aparecen imágenes del tipo que la muerte dolía menos que los celos, por ejemplo ¿no? Hay como mucho sobre eso. Me interesa que me hables un poco sobre ese punto.

— Sí, fíjate que yo creo que no soy muy original en eso, casi te diría que como una entomóloga o una científica me apasiona explorar esos sentimientos. Yo concibo a las personas un poco como si fueran compuestos químicos que, según las circunstancias, entran en colisión y producen efectos distintos. Esto explica por qué nos enamoramos. Esto explica por qué dejamos de querer a una persona en un día determinado sin que pase algo muy terrible. Y esos pequeños movimientos de los estados de ánimo, del alma, de los sentimientos, es lo que me fascina explorar y también leer. En la propia Elena Ferrante, en Natalia Ginzburg, en tantos escritores. Y por supuesto uno intenta escribir un libro que merezca estar en el mismo estante de estos libros que menciono, o Madame Bovary. Cuando Charles Bovary dice: “me hubiera gustado ser ese hombre”. Una frase que define el momento de Madame Bovary con su amante. Así que esa es la exploración que a mí me gusta. Y tratar de encontrar precisión en la descripción de esos momentos. Y los celos. Los celos, distintos de la envidia. Las diferencias entre una cosa y la otra. Y vos lo describías muy bien, es decir, que son totalmente racionales y por eso son tan apasionantes. Porque uno no puede decir, a ver, ¿por qué tengo celos de esta persona? Del mismo modo que uno puede decir ¿por qué me enamoro de esta persona que es un inútil, es feo, es calvo?

— Y me hace mal.

— Es mala persona. Y yo creo que lo que me apasiona de este mundo, como ha apasionado a Shakespeare y a tantos escritores, es que fíjate que si pensamos en la historia de la humanidad todos los avances que hemos hecho en ciencia, estamos quizás descubriendo maneras de curar el cáncer. Ya hemos llegado a la Luna y quizás llegamos más lejos. Y sin embargo en estas cosas, en estos mecanismos o explosiones de los choques entre personas, que son las que afectan más que nada nuestro día a día… Quizás es un mensaje muy radical, lo había usado en otras novelas, pero a veces estos celos, el dolor de un engaño, acaba demoliéndote más que perder tus ahorros. Lo digo de una manera muy extrema porque todos sabemos muy bien, y sobre todo en Argentina, lo que eso significa.

— Sí.

— E incluso podemos resolver la pérdida de los ahorros. Pero no podemos resolver la pérdida del afecto, del amor. No podemos curarnos o, bueno, también el psicoanálisis intenta ver eso y también sobre eso hablo un poco. Del desamor. Estas ideas que te digo de los sentimientos, del poder de los afectos, son temas que me obsesionan. Que van conmigo desde siempre. Y entonces yo siempre acabo buscando historias que cifren esto. Borges decía algo muy interesante: olvídense de los temas. Yo no me propuse escribir una novela sobre los celos. No me propuse escribir una novela sobre la mentira. Me apareció esta historia y veo que esta historia tiene todas estas obsesiones y me interesa, y entonces la escribo con la ilusión de que les interese también a los lectores y a las lectoras.

Hay dos grandes misterios en

— En la historia además de hermanos hay un hijo, Felipe, hijo de Lola, la narradora. Hay también otros hombres, no solo el vecino Ernesto, sino los hombres que en el recuerdo y pero son traídos al presente por la narración. Y en algún momento es Lola quien dice esta frase: realmente el único que puede romper mi corazón es mi hijo. ¿Pensás así?

— Sí. Fíjate que eso es algo que creo, las mujeres que tenemos hijos lo podemos entender. Yo me di cuenta de que viví amores muy trágicos en los que realmente me demolían y había como un cierto regodeo en ese dramatismo trágico. El amor por hombres casados. El amor por hombres que vivían en la otra punta del mundo. Y, de pronto, cuando nació mi hijo, me divorcié, y el momento en que volví a estar sola mi hijo era mi escudo contra ese tipo de amor trágico. Es decir, ya lo podía escribir y me podía regodear en él e insisto, me encantan las historias de amor y sobre todo las historias de amor complejas, pero mi hijo era un escudo porque yo no podía permitirme sentirme mal. Y, además de eso, esta sensación de que ningún hombre se merece esta tristeza. El hermano, en cambio, no tiene esa posibilidad. Por eso el hermano sufre más que ella y hay una cierta envidia en ese hermano, que llora sufriendo por amor. Ella ya no llora sufriendo por amor. A mí siempre me gusta, insisto, esta idea de construir la novela con varios enigmas. Y ahí apareció la idea del otro enigma. Es decir, vos tenés que descubrir qué pasa con ese hombre que desde que empieza la novela está muerto y también hay otro enigma que es ese hijo que no le responde a las llamadas a la narradora. Hay solo una llamada que responde, que es al principio. Después no responde. Y cuando vas a los flashbacks sabés que ella en un momento perdió la razón pensando que su hijo corría peligro.

— Así es.

— Y el hecho de que ella intente contactar con el hijo y el hijo no conteste también refuerza ese narrador poco fiable porque vos decís: a ver si es verdad que el hijo corre peligro. Es decir, también hay una parte del cerebro mientras avanzás en la lectura que piensa: ¿y el hijo dónde está? O sea, pronto va a aparecer el hijo.

— También podés pensar: ¿ese hijo está, existe?

— También, sí.

— Hablamos de la obsesión con el hijo, de la locura merodeando y aparece la droga como una de las grandes obsesiones en esos momentos que la narradora llama “los desbordamientos”. Porque ella es una mujer que, como dice uno de sus médicos, entra y sale de la locura. Cuando sale de esa locura está compensada, en una situación “normal”. Se está hablando más de la enfermedad mental y también se está hablando de manera un poco más desprejuiciada. Todos sabemos, todos tenemos, todos fuimos en algún momento enfermos psiquátricos o podemos serlo. Se empieza a naturalizar un poco el tema. ¿Por qué aparece eso y por qué la droga como obsesión?

— Fijate que ahí vuelvo a lo que te comentaba antes en el sentido de que no me propuse hablar de la droga, no me propuse hablar de la locura. Pero la historia me fue llevando a eso, el propio personaje de Lola. Y hay un momento en la novela… Yo trabajo mucho las escenas de sexo, que son dificilísimas. Algunos escritores o cineastas por eso mismo las evitan, a mí me gusta meterme en eso y entonces hay varias escenas de sexo. Entonces, hay una escena de la protagonista con ese vecino. Se acuestan y al final del sexo él dice: esto también es como volverse loco. Y lo menciono porque hay, creo, un paralelismo que no lo pensaba antes sino que aparece en la novela entre la locura y el amor de esa manera, o sea, por supuesto lo ha dicho Freud y lo han dicho muchos escritores: el amor se parece a la locura y a la droga.

— A ver…

— Y, es una droga. Entonces son todas alteraciones del estado entre comillas normal o habitual, ¿no? Así que a mí me gustaba trabajar con esos paralelismos y con esa idea también de que uno entra y sale de ese estado. Que es permanente y que incluso se parece al mar. Existe esa idea del mar que va y viene como una espuma y que está ahí latente. Hay una cosa muy interesante, yo investigué mucho y hablé con psicólogos, psicoanalistas, y un psiquiatra me dijo que es más aconsejable no dar nunca un diagnóstico. ¿Por qué? Porque es algo tan inasible que si vos le decís a un paciente: sos bipolar, el paciente se convence de que es bipolar. Entonces, este médico en particular, que es como el médico de la protagonista, de Lola, nunca da un diagnóstico. Lola no sabe si es bipolar o qué es. Y me gustó esta idea como metáfora en general, te diría, de las relaciones humanas, de cómo relacionarnos. En el sentido de siempre mantener la duda. Siempre esas etiquetas que nos meten nuestros padres, o sea, la etiqueta de bipolar, esquizofrénico, psicótico y tal; es muy gráfico esto de “mejor no ponemos esta etiqueta y simplemente vemos cómo tratar a esta persona”. Cómo seguirla. Desde luego, con medicación, con terapias conductistas o con lo que sea. Y curiosamente me decía este psiquiatra que esto lleva a mejor resultado. Fíjate que es totalmente opuesto a lo que puede ser una enfermedad como el cáncer, en donde necesitas un diagnóstico preciso para poder curar, para poder aplicar una vacuna. En las enfermedades mentales, no. Y esta imprecisión es balsámica, es providencial. Por eso creo también, o por lo menos es un poco la tesis de la novela, en el sentido de evitar las etiquetas. Una parte de algo que explica el por qué de la situación de esos hermanos es que sus padres les han pegado…

Los celos son un tema central en la premiada novela de María Fasce, autora y editora argentina de gran trayectoria internacional. (Nacho Sánchez)

— A cada uno el rótulo, como suele pasar en las familias

— “Pobrecito” al varón. A la mayor, la mejor alumna o la loca, o la que cuida, ¿no? Y si nos podemos sacar esas etiquetas pues yo creo que todo sería mejor. Y ese puede ser un poco el problema del psicoanálisis, fíjate. Porque creemos, estamos todo el tiempo queriendo interpretar, llegar a una conclusión sobre nuestro pasado, para definir nuestra situación sin entender que no somos algo inamovible. Que cada día nos estamos redefiniendo. Yo soy la primera, conozco a alguien y digo bueno: esta es una tonta. O éste es un narcisista. Aunque acabamos convencidos de que esa es la realidad, creo que ganamos más en la interacción si dejamos la puerta abierta a que nos puedan sorprender. Y, literariamente, la apuesta en la novela es que los personajes nos sorprendan. Es decir, que el pobrecito pueda ser alguien agresivo pero que también podamos volver a reconsiderarlo. Y ese movimiento es algo que me interesa mucho en los personajes.

— Algo que aparece mucho, todo el tiempo diría, tiene que ver con las referencias. En el caso de Lola con los libros pero también aparece el arte, la fotografía — sobre todo en la relación con Ernesto–, y también aparecen historias. Y cuando aparecen las referencias no es sólo “esto lo dijo tal y cual” sino que se cuentan cosas de esos personajes, como por ejemplo se cuentan cosas de las cartas entre Sylvia Plath y su madre. O sobre Freud. Y todo eso aparece como ilustrando la propia historia de la novela. ¿Eso es algo que te gusta en general hacer? ¿Te gusta leer ese estilo? ¿Cuando leés pensás: esto me puede servir alguna vez? ¿Vas anotando esas cosas?

— Sí, es muy interesante lo que preguntás porque desde luego yo tengo un registro desde mi cuaderno de mis notas, los libros subrayados, de todas las cosas que me interesan y que son obviamente la relación con la madre, con el padre, el amor, la muerte, la locura. Los diarios de Sylvia Plath, por supuesto. Entonces yo voy marcando. Este era un consejo que también daba Patricia Highsmith, de guardar todo. Y yo no sé si eso va a volver en algún momento o no pero está allí. Y cuando escribo novelas al principio estas cosas aparecen y las pongo hasta casi como amuletos que dejo allí, que los invoco, y, después, cuando me edito a mí misma hago el trabajo de sacarlas porque temo que parezca pedante. Entonces, cada cita, cada mención, hago una reflexión de: ¿es realmente indispensable? Y acabo sacando la mayoría, la gran mayoría. Sin embargo, en esta novela la protagonista es escritora y editora. Esto lo podés entender vos, también. Es decir, es una persona para quien esas citas son tan importantes como una anécdota de su vida. Como algo que vivió o le contaron. Entonces me pareció que no era pedantería, me pareció que era registrar el modo en que ella vive. Fíjate que es alguien que casi no habla pero que escribe todo el tiempo. Y escribe todo el tiempo en su cabeza también.

— Y es alguien que puede decir “debemos buscar las respuestas en los libros y en los cuadros desde el inicio de los tiempos”, por ejemplo.

— Cuando ella enloquece, para ella eso es algo muy curioso de la locura y por eso es tan fascinante, y se lo explica el psiquiatra. Es decir, en la vida normal estamos llenos de dudas. El mundo no se entiende. No entendés por qué pasan las cosas. En el delirio, todo tiene sentido. Todo tiene que ver con todo. Y entonces, en su propio delirio, y trabajé mucho ese delirio, “la cifra está en los libros”. La cifra está en el arte. Y entonces eso allí tiene sentido. Y volviendo a lo otro que mencionabas, la fotografía, hay algo que siempre me gusta en mis libros que es, por supuesto contar bien una historia, por supuesto que el lector quiera seguir leyendo, pero también me gusta que el lector aprenda algo y, también, yo misma aprender algo mientras lo escribo. No sé, en algún cuento exploré cómo se hace un caleidoscopio, o cómo se construye una casa. En Las vidas de Elena era el mundo de la ilustración, cómo opera la cabeza de una ilustradora, cómo piensa en colores. O un pintor. O el mundo del tango. Acá me gustó entrar en dos disciplinas que no tenían que ver con la trama pero sí, la fotografía, que es una disciplina que me fascina y que es muy literaria, y la física. El vecino es físico y fotógrafo. Todas las leyes de la física, como la propia ley de gravedad, son metáforas perfectas. O sea, uno lo lee y hasta tienen una fuerza literaria. Así que con todo eso la novela se va también alimentando de esos detalles, de esos mundos, mientras avanza la trama.

— Hablábamos de las referencias y también aparecen algunas que tienen que ver con tu propia tarea. La narradora menciona en algún momento, por ejemplo, que no es cierto que César Aira no corrige sus libros. Después, en otro momento, aparece el relato de lo que fue el encuentro con un agente literario en Nueva York, que una, por cierta información que se da, puede asociar con un verdadero agente literario que se llama Andew Wylie aunque en la novela se llama Blake. Después mencionás unas indicaciones de forma de Oxford acerca de que para saber el estilo de un autor y para saber si efectivamente el texto está cuidado como se lo ve cuidado en el comienzo y en el final hay que leer determinado número de página. A mí particularmente eso también me resultó muy interesante.

— Sí, y fíjate que hay algo mágico en la escritura. Yo odio el misticismo y todas esas cosas pero la frase de Ford Madox Ford, ese consejo que da a los editores, y yo lo he cumplido, es ir a la página 99. Porque, como vos decís, todo escritor se esmera al principio y se esmera al final. En la 99 es donde ya no está prestando atención y si es bueno, lo ves y si es malo, lo ves. Y cuando fui a corregir las pruebas de esta novela vi pues que la página 99 en las pruebas estaba en blanco. Era un corte. Como si yo misma hubiera querido evitar el juicio mío y de un editor y la hubiera dejado en blanco. Con lo cual no podés decir si es mala o si es buena.

María Fasce:

— Muy impresionante eso, eh.

— Sí. Sí.

— Algo sobre lo que se reflexiona también tiene que ver con la belleza de las mujeres. Y hay una frase en particular que me gusta mucho que dice puntualmente acerca de una mujer, que “vivía en borrador, temerosa de que la belleza se gastara”. Es muy buena esa frase. Hay varias frases así fuertes como “No es fácil morirse”. O “Solo tengo un vicio, enamorarme”. “Me gusta pensar que los libros cambian las vidas”. “Matarse por amor, qué estupidez. Cuánto más sensato matar por amor”.

Me han emocionado las frases que elegiste porque algunas son mías y otras son, por ejemplo, de mi padre. Al final los escritores sabemos robar, en ese sentido de la vida misma.

— ¿Y vos realmente pensás que los libros cambian vidas, como dice la narradora?

— Esa es una frase que ella escribe en medio del delirio, ¿no? Pensando realmente que los libros cambian vidas. Yo creo que es pedirle demasiado. Como pedirle demasiado a la vida, en general, o a Dios, en el que yo no creo, pero sí creo que es suficiente con que un libro te cambie una tarde.

— Eso, un rato.

— Fíjate qué curioso, a mí me fascina ir a las librerías y escuchar y ver por qué la gente elige determinados libros. Y una vez vi, no voy a decir qué libro era, pero un lector que compraba un libro y le pregunté por qué y él me decía: porque yo lo leo a la noche y me da una paz que me duermo. Bueno, eso le procuraba a él ese libro. Yo leo por la razón opuesta. Es decir, a mí me gusta leer a la noche y quedarme en estado de shock, de conmoción, casi no poder dormirme por el efecto de un libro. Y eso también brindan los libros. Lo que los libros brindan son emociones fuertes. A veces emociones más fuertes, a veces la lectura de un libro, de un pasaje, de un cuento, es lo más fuerte que te puede pasar en un día. Yo creo que ya con eso alcanza…