A la izquierda, una imagen de la miniserie

México, 1964. Leo Saltzman descubre que su esposa, Valeria Goldberg, le es infiel. El otro hombre no es cualquier hombre sino Carlos, su cuñado, el esposo de su hermana Gabriela. Leo y Valeria tienen dos hijos pequeños y sus padres son socios, además. El matrimonio de Leo (Emilianio Zurita) y Valeria (Tessa Ía) fue una especie de negocio más o, más bien, el fruto de una sociedad ya que ambas familias pertenecen al corazón de la clase alta de la comunidad judía mexicana. Por eso, la infidelidad deja de ser una cuestión íntima y pasa a convertirse en una cuestión de honor para Samuel, el padre de Leo (Juan Manuel Bernal), quien clama venganza por lo que llama “traición”.

Hay que lastimar a Valeria, se dice y lo dice en voz alta, y para eso elabora un plan para el daño: Leo tiene que llevarse a los chicos lejos de su madre porque ella tiene que sufrir y pagar con un sufrimiento atroz por haberse enamorado de otro hombre.

Lo que acabo de contar no es una telenovela ni una ficción, o en realidad, sí, es una ficción que parte de una historia real y que ha tomado la forma de una miniserie que la está rompiendo en Netflix. Se llama Nadie nos vio partir y el guión está basado en el libro autobiográfico del mismo nombre, escrito por la mexicana Tamara Trottner, quien vivió el tormento del secuestro (ella y su hermano tardaron años en llamar así la acción emprendida por su padre) y la separación traumática de su madre siendo muy pequeña.

Imágenes de

La premiada escritora, guionista y directora argentina Lucía Puenzo (XXY, Wakolda, La jauría, El niño pez, La caída y Los impactados) dirigió la miniserie, junto con Nicolás Puenzo y Samuel Kishi. Puenzo abordó muchas veces en su filmografía temas de violencia de género, abusos y manipulaciones en adultas y niños.

Elogiada por las sutilezas en la reproducción de la época, por su mirada intimista y por el altísimo nivel de la ambientación y las actuaciones, la serie, compuesta por cinco capítulos de menos de una hora cada uno, se instaló en la conversación social en muchos países.

Tessa Ia interpreta a Valeria, la madre decidida a recuperar a sus hijos en la miniserie de Netflix inspirada en hechos reales. (Crédito: David Bloomer /Netflix ©2025)

El peso del patriarcado

Pero volvemos al argumento de Nadie nos vio partir. Abrumado y, sobre todo, impotente ante la voluntad del patriarca, Leo se somete a las indicaciones de su padre y se lleva a los chicos, engañados, hacia un viaje sin retorno previsto: Europa primero, Sudáfrica luego y finalmente Israel.

Pasarán casi tres años hasta que puedan reencontrarse con su madre; en el transcurso de esa pesadilla habrá dolor y desesperación. La búsqueda de los chicos por todo el mundo estará en manos de un detective privado y de Interpol y la madre irá detrás de cada huella y de cada señal que vayan apareciendo. Sin dejarse intimidar por la cancelación social, en lugar de avergonzarse o mantener en reserva su dolor por el posible escándalo, Valeria recurrirá incluso a los medios para dar a conocer su historia.

Leo (interpretado por el actor Emiliano Zurita), secuestra a sus niños y se los lleva a otros países para alejarlos de su mamá. Imagen de

Los niños vivirán con su padre en diferentes países y culturas, al tiempo que creerán que la madre no quiere estar con ellos y que eligió dejarlos ir: es que eso les dirá su padre. La Justicia será finalmente la responsable de poner las cosas en su lugar, primero en Israel y luego en México. En la vida real, una vez que regresaron a vivir con su madre, no volvieron a tener contacto con su padre por veinte años. Las vidas de esos chicos quedaron para siempre marcadas por las decisiones y violencias de los adultos.

La acción emprendida por Leo no solo está calificada como secuestro sino que desde 2012 lleva un nombre, violencia vicaria, también llamada violencia desplazada o por sustitución, que es como se denomina a la forma de la violencia machista por medio de la cual se ataca a un tercero, habitualmente los hijos, para dañar a la madre.

Fue Sonia Vaccaro, psicóloga clínica y forense argentina radicada en Madrid, la creadora del término. Esa violencia muchas veces va más allá del daño psicológico y puede llegar a la privación de necesidades básicas, a lastimar físicamente a los chicos y, en las ocasiones más dramáticas puede concluir en infanticidio. Estos casos reciben la calificación de femicidio vinculado.

Lo que sigue es la reproducción de un intercambio de preguntas y respuestas que mantuvimos con Lucía Puenzo en estos días sobre la violencia vicaria y los abusos aprobados en el seno de una comunidad, sobre cómo el sistema patriarcal “ofrece a los hombres herramientas devastadoras para gestionar su dolor” y también acerca de las decisiones estéticas y narrativas que antecedieron a la filmación de esta historia.

Los personajes de Leo Saltzman y su padre, Samuel (Juan Manuel Bernal), en una imagen de la miniserie

— ¿Cómo conociste la historia? ¿Supiste de entrada que te interesaba contarla?

— La historia de Tamara Trottner sacudió a la comunidad judeo-mexicana (y a todo México), en los años 60. En ese entonces la violencia vicaria no tenía nombre, faltaban décadas para que fuera legislada. El padre de Tamara se la llevó a ella, con 5 años, y a su hermano de 7 años a un supuesto viaje de vacaciones a Paris, con la promesa de que su mamá iba a llegar pronto. Tamara y su hermano tardaron años en poder nombrar a ese viaje como lo que fue: un secuestro. Un secuestro físico, pero también emocional. Yo no conocía su historia cuando me llamaron Paco Ramos y Mónica Lozano, desde Netflix y Alebrije, para ofrecerme dirigir la serie. Me mandaron la novela de Tamara y lo único que me dijeron es que la nena de la historia era la autora. La novela está escrita desde ese nena que, de a poco, entiende que les mintieron. La primera versión de los guiones que me enviaron tenían el punto de vista de la mamá que los busca. Mi primera reacción fue la necesidad de volver a traer a Tamara y a su hermano a la historia. Más que la peripecia en clave de género, me intrigaban los personajes: qué les había pasado a esos dos chicos en esos casi tres años de distancia de su mamá, su familia y su país… Y la extraña mezcla en la que su historia combinaba una implosión feroz en una familia con la radiografía de una época… Porque en los 60 estalló todo, en México y en el mundo.

Lucía Puenzo con Alexander Varela, quien interpreta a Isaac en la miniserie de Netflix. (Cuenta Instagram de Lucía Puenzo).

— Tu nuevo trabajo se centra en un caso de violencia vicaria. En otras películas ya habías abordado cuestiones de género. Pienso sobre todo en La caída, que trata el tema del abuso sexual y la manipulación en el deporte, en ese caso, en la natación. Me interesa saber qué pensás acerca de cómo el cine o las series pueden incidir en la conciencia pública sobre algunos temas y cómo regulás eso, que puede pensarse más como una función social, en relación con la estética o la belleza del arte.

— Tanto en La Caída como en Nadie nos vio partir -pero también en Wakolda, en La Jauría, incluso en XXY- se necesitan muchos cómplices silenciosos para que ocurra un abuso sobre una niña, un niño o el cuerpo de una mujer. En todos esos mundos son redes con comportamiento casi de secta los que tejen silencios, secretos y vacíos legales para que sucedan los abusos. La violencia vicaria -donde el padre busca vengarse o lastimar a los hijos a través de la madre- fue legislada en México recién en el 2020, aunque parezca increíble. Antes de eso era otra de las tantas violencias que no tenía nombre, ni ley que la ampare… Como la violencia digital. Estoy ahora mismo escribiendo un nuevo proyecto con Olimpia Coral Melo, la creadora de la Ley Olimpia, primero en México y hoy ya en muchos otros países (incluida la Argentina)… Y resulta increíble entender que hace menos de una década -cuando estalla su caso en México- le decían que cualquier abuso que ocurriera en internet no era real. Disculpas por la digresión, pero es importante entender cómo -siempre- la política, las leyes y las luchas de género, impactan directo en nuestras vidas, en lo más íntimo de nuestra cotidianeidad.

El actor argentino Gustavo Bassani interpreta al personaje de Carlos en

— En Nadie nos vio partir queda claro desde un comienzo que hay un secuestro de los niños por parte del padre y, también, que se trata de un hombre débil que sucumbe a la manipulación del verdadero patriarca, su propio padre, que lo induce a esa venganza. Es Samuel el verdadero villano. ¿Cómo hiciste para evaluar y narrar sin perder el equilibrio y consiguiendo que también la historia de Leo, y no solo la de Valeria y los chicos, pueda ser conmovedora? ¿Cómo tomaste la decisión acerca del punto de vista de la película?

— La propuesta de dirigir esta serie llegó de la mano de cinco capítulos contados desde el punto de vista de la madre. Estaban desdibujados los niños, Leo y los abuelos. Mi intuición fue que había que traer a la historia a todos ellos. Sobre todo a Leo, aunque fuera un personaje incómodo y amoral. El dolor y las motivaciones humanas rara vez son simples. El verdadero antagonista no era una sola persona, sino un sistema patriarcal que ofrece a los hombres herramientas devastadoras para gestionar su dolor. Me preguntabas antes por la política en el cine: los personajes sólo pueden leerse y entenderse a partir de la época y el mundo en el que viven. Valeria y Leo son hijos del México machista de los 60, y de una comunidad judía mexicana extremadamente hermética, gobernada por las apariencias y códigos sociales estrictos. La represalia que toman contra Valeria sólo pueden entenderse en el marco de un mundo en el que la reputación y la lealtad eran todo. Pero Valeria también fue una mujer de los 60, segunda ola del feminismo, al animarse a escalar el conflicto por fuera de lo esperado: es ella quien que lo hace público, sale a los medios y escala el conflicto a nivel internacional, haciendo que termine con un pedido de captura de Interpol. En una sociedad tan tradicional y cerrada, la transgresión de Valeria y la reacción violenta de Leo adquieren una dimensión que expone las grietas de todo un sistema social.

Los verdaderos protagonistas de la historia en la que se basa la miniserie

— Igual que en La caída, Nadie nos vio partir se basa en un caso real. ¿Hay una fuerza mayor en esas historias que te inducen a querer contarlas en el cine?

— No, la verdad que no creo que una historia real tenga más fuerza que una historia completamente ficcional. Quiero decir, no necesariamente. XXY nació de un cuento de Sergio Bizzio… pura imaginación bizziana en el que Alex era una hermafrodita pura, mitológica. Es cierto que en la adaptación se transformó en una adolescente intersex. Que el 2006 era otro mundo… Sin Ley de identidad de género. Un mundo en el que nadie sabía que existían tantos diagnósticos de intersexualidad. Pero el germen de esa historia fue ficcional. Creo que importa más el entusiasmo de quien escribe y va a dirigir que cualquier ecuación sobre la efectividad de un tema.

Lucía Puenzo con Marion Sirot, la niña que interpreta el personaje de Tamara en

— Me gustaría saber cómo trabajaste con los chicos para conseguir algo tan natural y que incluye cambios de escenario y de idioma en el medio.

— Buscar a esos chicos fue lo primero que hicimos. El día que me subí a bordo del proyecto llamé a Maru Bravo, una maestra de teatro excepcional con quien trabajo en México, y nos pusimos a buscarlos. Tardamos siete meses en encontrarlos, vimos cientos de chicos y chicas. Una vez que encontramos a Marion y Alex (N. de la R.: se refiere a Marion Sirot y a Alexander Varela, los niños que protagonizan la serie), tuvimos un taller de entrenamiento de meses.

La serie adapta la novela autobiográfica de Tamara Trottner, quien plasmó su experiencia en primera persona. En la foto, el actor mexicano Emiliano Zurita y la actriz chilena Mariana Di Girolamo (Crédito: Toya Sarno/Netflix ©2025)

— ¿El momento actual en Medio Oriente influyó para incluir escenas como la del retén militar, cuando los hacen bajar en la ruta (y ella dice: “Somos civiles”), y la de las mujeres vestidas de negro que aparecen en una escena en el desierto?

— El secuestro de tres años de Tamara y su hermano terminó en un kibutz. Cuando Valeria los encontró, sus hijos casi no la reconocieron, le hablaban en hebreo, tenían otros nombres. En 1960 Israel era un territorio en guerra, y había muchos puntos de contacto con el presente, con el genocidio que está ocurriendo hoy contra el pueblo palestino. Parte de la urgencia de Valeria era sacarlos de ahí lo más rápido posible. Todo lo que cuenta la historia (los retenes y bombardeos) ocurrió. Ese no es el único punto de contacto entre esta historia de 1960 y nuestro presente. El estallido de la década del 60 tiene puntos de contacto con el estallido que estamos viviendo hoy… La enorme diferencia es que, en ese entonces, el mundo iba a transformarse en un lugar mejor, y el que vivimos hoy es un mundo salvajemente cruel.