Durante los siglos XVI y XVII, en Francia, tuvieron lugar juicios singulares y graves contra mujeres acusadas de licantropía. Se trata de la transformación de un ser humano en lobo. Las autoridades eclesiásticas y seculares investigaron y procesaron a decenas de personas a quienes se consideró capaces de convertirse en lobas, bajo la sospecha de haber cometido crímenes como ataques a niños y actos de canibalismo.
El miedo social, las creencias demonológicas y la misoginia se unieron para dar forma a estos procesos. El fenómeno de las mujeres-lobo representó una preocupación real para las comunidades rurales y los tribunales del país. La licantropía constituyó un delito vinculado a la herejía y la brujería.
De acuerdo a University of Cambridge, en aquel tiempo, los teólogos defendían la idea de que solo el Diablo podía otorgar a una persona poder suficiente para cambiar su forma. Los manuales de demonología y los registros judiciales permiten constatar la existencia de numerosas causas donde mujeres, además de hombres, recibieron la acusación de transformarse en animales, especialmente en lobas. Estas mujeres suelen ser clasificadas como viudas, curanderas, pobres o figuras que escapaban de las normas de la comunidad.
De acuerdo con la misma fuente, el perfil de las mujeres acusadas no solo coincidía con típicos estereotipos de brujas, sino que tomaba fuerza el temor social hacia la feminidad incontrolable y la independencia. El lobo, en la cultura rural, simbolizaba la amenaza nocturna, el peligro para el rebaño y los niños. Asociar a una mujer con la figura del lobo implicaba ubicarla en un paradigma monstruoso, en el que la transgresión de los roles de género justificaba castigos severos.
Según National Geographic, las acusaciones incluían argumentos y testimonios poco claros, con confesiones tomadas bajo tortura. En muchos procesos judiciales, la acusada reconocía haber devorado carne humana, sobre todo de niños. Estos relatos formaban parte de la narrativa demonológica de la época, donde el pacto con el Diablo, la metamorfosis, los vuelos nocturnos y los sacrificios eran componentes habituales. La animalidad adquirió relevancia en dicho contexto: la piel de lobo, las garras y el hocico se presentaron como pruebas del pacto infernal en las confesiones.
De acuerdo con University of Cambridge, las regiones donde estos procesos se realizaron coincidían con las oleadas de persecuciones contra la brujería. En algunos lugares, los juicios incluían a varios acusados, hombres y mujeres, juzgados por supuestas transformaciones y ataques bajo apariencia de lobo.
El carácter ejemplarizante de estas acusaciones resultaba evidente: se buscaba advertir a la sociedad sobre el peligro que, supuestamente, podía representar cualquier persona que trascendiera los límites que imponía la religión o el patriarcado. El motivo del canibalismo, en especial la acusación de devorar niños, destacó en casi todos los juicios. Este elemento representó la inversión total del ideal maternal.
Mientras que la maternidad simbolizaba el modelo cristiano de protección y alimento, la mujer-lobo quedaba señalada como opuesta a ese ideal: una figura bestial que destruía en vez de cuidar. Este motivo fortalecía el miedo colectivo y justificaba medidas extremas de vigilancia y castigo contra las mujeres señaladas por sus comunidades.
Según la publicación mencionada, además del enfoque religioso, existió una mirada médica incipiente. Algunos tratados interpretaron la licantropía como un trastorno mental o un padecimiento melancólico, y no como una metamorfosis literal.
De todos modos, esta perspectiva no contradecía la postura judicial, sino que coexistía con ella y, en ocasiones, la complementaba. Así, cualquier conducta fuera de lo considerado normal podía transformarse en indicio de licantropía, ya desde la superstición o la protopsiquiatría.
Con el avance del siglo XVII, los juicios por licantropía disminuyeron. El racionalismo y el escepticismo ilustrado restaron fuerza a las creencias sobre cambios de forma. La figura de la mujer-lobo, sin embargo, no desapareció; siguió presente en el folclore y, más adelante, en la literatura y la cultura popular. El abandono de los procesos judiciales no suprimió el mito, sino que permitió su supervivencia en otras formas de la tradición oral y escrita.
El análisis de estos juicios muestra cómo la justicia, la religión y la cultura popular se implicaron en la persecución de la alteridad. La construcción de la mujer-lobo concentró los miedos sociales hacia la diferencia, la animalidad y la supuesta amenaza del pacto demoníaco. En la Francia de los siglos XVI y XVII, el castigo no solo recaía sobre crímenes probados, sino que servía para escenificar la protección de un orden social rígido.