Líderes geopolíticos: Vladimir Putin y Donald Trump

No deja de resultar un hecho, tanto curioso como inquietante, que se emplee cada vez más el vocablo geopolítica en relación con los acontecimientos que tienen lugar en diferentes partes del mundo.

Curioso: porque se consideraba que la geopolítica, que implica intereses políticos proyectados sobre territorios con fines asociados a obtener ganancias de poder, era una disciplina del “mundo de ayer” que ya no aplicaba en un nuevo siglo signado por conflictos derivados de cuestiones de nuevo cuño, es decir, conflictos relativos con adelantos y fuerzas que portaban más lógicas de cooperación que lógicas de competencia entre los países, por caso, la conectividad a escala global, el comercio profuso, las enfermedades infecciosas, etc.

Inquietante: porque a través de la geopolítica los actores (principalmente estatales) muestran sus peores vicios, es decir, intereses, expansión, control, imperialismo, poder, etc. Como bien sostiene el experto George Friedman en un reciente trabajo sobre la moralidad en la geopolítica, publicado en su sitio Geopolitical Futures, «La geopolítica se construye en torno al interés nacional: la seguridad y el bienestar de la nación. Lo geopolítico considera que la moralidad está subordinada al interés nacional, y pensar lo contrario es irrelevante o, peor aún, contraproducente. En la búsqueda de imperativos geopolíticos, la moralidad es útil en la medida en que une culturalmente a la nación o subvierte y domina a otra nación de imperativos geopolíticos, la moralidad es útil en la medida en que une culturalmente a la nación o subvierte y domina a otra nación».

Hechas estas consideraciones, hay que decir que a las viejas cuestiones geopolíticas hoy se han sumado los nuevos temas geopolíticos; pues, contrariamente a las capillas de pensamiento que hace tiempo nos vienen diciendo que la geopolítica no resiste las nuevas realidades tecnológicas, en verdad, la geopolítica no sólo está muy vigente, sino que se ha pluralizado en su componente esencial, es decir, el territorio.

En este sentido, si antes los territorios de la geopolítica suponían tierra, mar y aire, hoy (además de esos “viejos conocidos”) las “nuevas territorialidades” se extienden desde el inconmensurable “océano” digital hasta el cableado submarino, pasando por las actividades polares, la mayor protección y “militarización” del espacio ultraterrestre, las nuevas concepciones continentales (como la Iniciativa china de la Franja y la Ruta), la tendencia a la formación de bloques geotecnológicos, el imperialismo de suministros (en el que cobran relevancia los nuevos recursos estratégicos), la revalorización de pasos y estrechos, las nuevas rutas globales, etc.

Dicha “confluencia” entre lo viejo y lo nuevo en materia geopolítica está tensando peligrosamente la política internacional y mundial, pues esa combinación de aguas turbulentas político-territoriales empuja a incrementar la autoayuda (es decir, el único recurso de las naciones en un marco de anarquía o ausencia de gobierno internacional) y fortalecer la defensa y promoción de intereses nacionales, en un mundo donde hace bastante tiempo el modelo de poder o multipolar va muy por delante del modelo multilateral o institucional.

Volodymyr Zelenskiy y su encuentro informal con Donald Trump en el Vaticano tras la muerte del Papa

Resulta pertinente lo que dice el experto del sitio World Politic Review, Paul Poast, quien considera que el uso de la violencia parece estar fundamentalmente relacionado con una verdad: “Los humanos vivimos en un planeta finito en tierra y espacio, e históricamente, el medio más eficaz para controlar ese espacio o expulsar a otros de él es la amenaza y, de ser necesario, el uso de la fuerza. Esto no significa que todas las guerras se deban a la necesidad de controlar y mantener territorios. Pero centrarse en la competencia por el territorio puede explicar en gran medida la persistencia de la guerra y los conflictos”.

La geopolitización del mundo ha terminado por impactar sobre el comercio internacional, creándose así una situación de alarmante disfuncionalidad en la política internacional, pues al propio ascenso de la geopolítica a su más grave nivel: la guerra y la “casi guerra” en zonas o placas de fragmentación del mundo (Europa oriental, Oriente Medio, Indo-Pacífico y Cuerno de África), la confrontación comercial amenaza golpear la única actividad que supone ganancias para todas las naciones, poniendo en riesgo así una forma sucedánea de orden internacional, algo así como el “respirador mecánico” del mundo de hoy, la globalización.

El “derrame” de la geopolítica sobre el comercio ha llevado a que se redoblen los esfuerzos relativos con disponer de información preventiva por parte de las compañías, las que desde hace ya un tiempo incorporaron en su estrategia empresarial medidas para mitigar el creciente riesgo geopolítico.

Así, McKinsey & Company, la consultora estratégica global fundada en 1926, considera que el impacto de la geopolítica en la mayoría de las empresas era relativamente benigno. Pero ahora se observa una ruptura en esta tendencia. La última interrupción en el Canal de Suez, llevó a que otras rutas comerciales triplicaran el tránsito. Los líderes ahora afirman que la geopolítica es el tema principal de la agenda que podría cambiar el valor o generar disrupción en sus empresas. Por ello, la geopolítica está teniendo una visión más rigurosa para las empresas.

Por su parte, el Banco de Japón para la Cooperación Internacional realiza habitualmente encuestas con las compañías niponas que operan en el extranjero. Con el fondo de guerra entre Ucrania y Rusia y la creciente tensión entre Estados Unidos y China, el 85 por ciento de las empresas consideraron que el riesgo geopolítico era muy significativo. Más del 90 por ciento de las compañías respondieron que la invasión rusa a Ucrania tuvo un impacto negativo, cifra que nos proporciona una idea importante sobre las externalidades de escala de ese acontecimiento, considerando que muy pocas de esas compañías operaban en Ucrania o en Rusia.

Estos ejemplos nos proporcionan una idea sobre la vigencia, extensión e impacto global de la geopolítica en un mundo carente de orden y con los poderes mayores enfrentados.

Seguramente, la globalización no colapsará, pues la ruptura del profuso comercio mundial de mercancías y servicios implicaría pérdidas inmensas para todos (solamente una guerra mundial podría provocar semejante disrupción). Pero no por ello la globalización dejará de estar condicionada por la geopolítica.

La geopolítica nunca se fue. Las que sí han quedado atrás o muy devaluadas son aquellas conjeturas excesivamente optimistas relativas con el fin de la geopolítica, la muerte de las distancias, el ascenso de los Estados virtuales, la aldea global, la alianza entre civilizaciones, el Leviatán multilateral y otras ensoñaciones.