ROMA.- Un hombre que peleó hasta el final para estar con su gente y que se fue “a la casa del padre” seguramente en paz, después de haberlo dado todo por su grey en una Semana Santa que representó un verdadero calvario.
Así fueron las últimas horas del papa Francisco, que según fuentes vaticanas citadas por diarios italianos, se despertó este lunes a las seis de la mañana. Entonces “se encontraba razonablemente bien”, aseguró el Corriere della Sera. Pero media hora más tarde, a las 7, tuvo un derrame cerebral y una posterior insuficiencia cardíaca que le provocó la muerte 35 minutos después.
Su físico, que hasta ahora había sido fuerte y había aguantado una agenda frenética en los últimos años, ya no era el mismo. Se encontraba totalmente debilitado después de su cuarta y última internación en el Gemelli, el hospital de los papas, del que había salido, el 23 de marzo pasado, como otra persona. Aunque con ese espíritu indómito había levantado el pulgar como para decir que estaba todo bien, no estaba para nada recuperado y quizás intuía que iba a volver a su casa de Santa Marta para intentar recuperarse, sí, pero también quizás, para morir, si eso era la voluntad de Dios.
Su cuerpo ya estaba debilitado por infecciones respiratorias que habían degenerado en una neumonía bilateral que lo puso al borde de la muerte con tres crisis respiratorias (el 22 y el 28 de febrero) que evidentemente dejaron secuelas gravísimas. Es verdad que gracias a su determinación a seguir adelante “hasta que Dios quiera” y a los ejercicios de fisioterapia respiratoria y motriz, en las últimas tres semanas había tenido mejoras en el uso de la voz.
Había retomado, de hecho, en forma limitada algunas actividades de trabajo, pero no era el mismo. No estaba bien, como podía verse en las imágenes de sus últimas salidas de su casa de Santa Marta para estar presente en una Semana Santa en la que quiso darlo todo. Estaba más delgado, pero con el rostro hinchado, casi deformado, con el mentón tieso, algo que le impedía sonreír, pero con la cabeza totalmente lúcida. Y sin cánulas nasales, sin oxígeno, decidido a entregarse con todo su ser y estar presente, como fuera posible, en la semana más importante para la Iglesia católica.
“¿Cómo está viviendo esta Pascua?”, le había preguntado una periodista al salir de la cárcel de Regina Coeli el jueves último, donde, aunque no pudo hacer el tradicional lavado de pies, quiso estar con un grupo de detenidos, para recordarles que Dios perdona todo y que no estaban solos.
“Vivo esta Pascua como puedo”, contestó con gran esfuerzo y dificultad el papa Francisco, jesuita que evidentemente comenzó a percibir que Dios estaba comenzando a llamarlo: empezaba a ser una misión imposible poder comunicar el Evangelio, no sólo en palabras, sino también, en forma concreta.
Esfuerzo final
Aunque los médicos le habían prescrito una convalecencia de al menos dos meses y reposo absoluto, Francisco, un poco más obediente en los últimos tiempos, no pudo ni quiso hacerles caso. El Papa del pueblo quiso su final con el pueblo.
Por eso este domingo, después de saludar durante dos minutos al vicepresidente JD Vance en Santa Marta -cuando era evidente que tampoco estaba bien, según las imágenes difundidas del encuentro-, hizo su gran esfuerzo final, su último desgaste.
A las 12.02, en medio de un silencio en la Plaza de San Pedro sobrecogedor, apareció por última vez, en su silla de ruedas, en ese mismo balcón central de la Plaza de San Pedro desde el que había sorprendido al mundo la tarde del 13 de marzo de 2013. Entonces, su cuerpo y sobre todo, su rostro aparecieron, de nuevo, como el día del alta del Gemelli, como un símbolo del sufrimiento.
No había sonrisa, tenía el rostro tieso, la mirada de un hombre, ahora lo sabemos, que estaba haciendo un esfuerzo final. No estaba bien y fiel reflejo de ello fue que tuvo que leer esas que serán recordadas como sus últimas palabras en público: “Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!”.
Francisco, un papa que habíamos conocido como el mago de la comunicación, había tenido que leer ese simple saludo. No estaba bien, evidentemente. Pese a eso, después que un colaborador leyera su mensaje pascual -otro llamamiento a la paz en un mundo enloquecido y en favor de los últimos y descartados-, logró impartir, siempre con enorme dificultad, la bendición “urbi et orbi”.
Decidido a despedirse con su impronta, sorprendió a todos al subirse al papamóvil, desafiando las corrientes de aire y dar esa última vuelta marcada, otra vez, por lo que luego todos nos dimos cuenta que era su despedida final. Las cámaras del Vaticano que filmaban esa última recorrida entre 35.000 personas que lo filmaban con sus celulares y lo vivaban, lo enfocaban de atrás para evitar que se viera ese rostro sufriente. Quienes logramos verlo de frente, saludando con sus manos, pero sin buscar contacto visual y con rostro serio, comenzamos a entender que era su despedida. Una despedida en la que incluso detuvo el papamóvil para bendecir a un niño. Dándolo todo, hasta el final.