“¿Quiénes eran estas mujeres? ¿Por qué eran tan inspiradoras y de dónde venían? Apenas sabemos nada de ellas, así que quería darles una plataforma». Con esta pregunta, Sue Roe expone la motivación detrás de su libro Hidden Portraits: The Untold Stories of Six Women Who Loved Picasso (Retratos ocultos: las historias no contadas de seis mujeres que amaron a Picasso), una obra que busca arrojar luz sobre las vidas de quienes compartieron intimidad y destino con el artista español. El volumen, publicado por Faber en el Reino Unido y con próxima edición en Estados Unidos por WW Norton, se adentra en las biografías de Fernande Olivier, Olga Khokhlova, Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline Roque, mujeres que, lejos de ser simples musas, influyeron de manera decisiva en la trayectoria y el universo emocional de Pablo Picasso.
Jo Lawson-Tancred, en un artículo publicado en Artnet, asegura que, “si bien Picasso no podía prometer a sus mujeres fidelidad para toda la vida, Roe enfatizó que tendía a asumir un deber de cuidado hacia sus exparejas. Esto a menudo se materializaba en apoyo financiero, lo cual habría sido particularmente necesario en el siglo XX, cuando las mujeres no tenían igualdad de acceso a las oportunidades laborales (…) Es evidente que Picasso nunca dejó de preocuparse por las mujeres que una vez amó”.
El libro desafía la visión tradicional que reduce a estas figuras a meros satélites del genio creativo. La autora sostiene que cada una de ellas tomó decisiones activas y conscientes al vincularse con Picasso, motivadas por aspiraciones personales y una búsqueda de vidas poco convencionales. “Todos, de una forma u otra, deseaban o esperaban una vida bastante heterodoxa o creativa”, afirma Roe, subrayando la agencia de estas mujeres en un contexto marcado por la desigualdad de género y la presión social.
El caso de Fernande Olivier ilustra este punto. En la primavera de 1904, Fernande anotó en su diario: “Hay un pintor español que acaba de llegar a vivir a nuestro edificio y parece estar muy enamorado de mí”. Su historia previa estuvo marcada por el abuso y la marginación, primero bajo la tutela de una tía y después en un matrimonio opresivo del que logró escapar. Su llegada a Montmartre y su trabajo como modelo le permitieron cierta independencia, aunque seguía sintiéndose excluida de la sociedad convencional. La relación con Picasso, que tardó más de un año en consolidarse, le ofreció una oportunidad inédita de prosperar. Juntos, compartieron años de vida bohemia en París y temporadas en el pueblo de Gósol, en España, donde Fernande experimentó por primera vez la felicidad plena.
La historia de Olga Khokhlova, primera esposa de Picasso, revela otra faceta de estas relaciones. Olga, bailarina de los Ballets Rusos, conoció al pintor en Roma en 1917, cuando él diseñaba vestuarios y escenografías para la compañía. Su unión, sellada con un retrato al estilo de Ingres, estuvo marcada por el contexto político y personal: tras la revolución rusa, Olga perdió contacto con su familia durante casi tres años, una angustia que se reflejó en la melancolía de los retratos que Picasso le dedicó. Una lesión en el pie en 1918 truncó su carrera en la danza, y el afecto del artista se convirtió en un sostén vital. Tras la boda, Olga se transformó en anfitriona de la alta sociedad, organizando cenas y participando en eventos sociales de renombre.
Marie-Thérèse Walter representa una excepción entre las parejas de Picasso. Sin inclinaciones artísticas ni interés por el ambiente creativo del pintor, Marie-Thérèse destacaba por su espontaneidad y su juventud: tenía solo 17 años cuando comenzó la relación. Picasso, casado entonces con Olga, mantuvo este vínculo en secreto durante años. «Mi vida con él siempre fue secreta, tranquila y pacífica», recordaría Marie-Thérèse. «No dijimos nada a nadie. Éramos felices así, y no pedimos nada más». Roe interpreta esta aceptación de la clandestinidad como una consecuencia de la historia personal de Marie-Thérèse, hija ilegítima cuya identidad siempre se mantuvo oculta. La intensidad de la relación queda patente en las cartas privadas de Picasso, una de las cuales rezaba: “Te amo […] más y más y más de lo que todo mi amor por ti jamás podrá amar». Su vínculo se prolongó más de una década y, tras la separación, mantuvieron el contacto. Días antes de morir en 1973, Picasso le escribió y habló con ella por teléfono.La influencia de estas mujeres en la obra de Picasso fue reconocida por la propia Dora Maar, quien observó que el artista tenía “una mujer diferente para cada etapa de su arte”. Roe coincide: “Casualidad o no, en general era así”. Marie-Thérèse, por ejemplo, inspiró algunos de los retratos más célebres del pintor, caracterizados por la exageración de las curvas y la estilización surrealista de los rasgos faciales.
Las relaciones con Dora Maar y Françoise Gilot han recibido mayor atención en años recientes, en parte gracias al reconocimiento tardío de sus propios logros artísticos. Dora, fotógrafa de renombre, fue objeto de una retrospectiva en el Centro Pompidou y la Tate Modern en 2019. Poco después de conocer a Picasso en 1936, invirtió los roles tradicionales al invitarlo a posar en su estudio para una serie de fotografías, un gesto que subraya la autonomía de estas mujeres.En la última etapa de la vida de Picasso, Jacqueline Roque desempeñó un papel central. Durante la vejez del artista y el apogeo de su fama, Jacqueline se convirtió en una protectora celosa, alejando incluso a amigos y familiares para que Picasso pudiera concentrarse en su trabajo. Su presencia resultó fundamental en un periodo marcado por la presión mediática y la reclusión.
La relación de Picasso con estas seis mujeres no solo les permitió perseguir sus propias metas, sino que también impulsó al artista a explorar nuevas direcciones creativas, modificando el rumbo del arte moderno. No obstante, el desenlace de estas historias estuvo teñido de dolor: la profunda agonía que sintieron al ser finalmente descartadas por Picasso, quien a menudo ya tenía una nueva pareja en espera, es un aspecto imposible de soslayar. Este patrón de comportamiento ha alimentado el escrutinio sobre la ética y el carácter del pintor, especialmente tras la exposición It’s Pablo-matic del Museo de Brooklyn en 2023, que recibió duras críticas.
Roe concluye que “cada una de las relaciones significativas de Picasso fue fundamental para su vida emocional y su arte”. Esta intimidad llevó al pintor a dedicar buena parte de su carrera a “encontrar nuevas formas de representar la figura femenina en toda su interioridad, así como en sus superficies”. La autora lamenta que, hasta ahora, estas mujeres hayan permanecido en la sombra de la historia del arte, y reivindica su lugar en el relato de la modernidad.