La República de las Letras fue la primera red social intelectual que conectó a pensadores como Newton y Voltaire en el siglo XVII (Imagen Ilustrativa Infobae)

En un mundo hiperconectado, regresar a las raíces puede conducir a respuestas más profundas. Siglos atrás, no fue necesario un teléfono ni internet para ser influencer. Los grandes ilustres de la historia dejaron huella social por otras vías. La República de las Letras surgió como una red transnacional de eruditos que, desde el Renacimiento hasta la Ilustración, cultivó lazos de intercambio intelectual por medio de las cartas, los libros y las reuniones en salones, cafés y academias. Su origen se sitúa en la Europa del siglo XV, aunque algunos estudiosos remontan sus raíces hasta la Antigüedad. Esta gran influencia sigue vigente, aunque sus formas hayan mutado con el tiempo.

Según precisó BBC, la primera mención documentada de la expresión “Respublica Literarum” aparece en una carta de Francesco Barbaro a Poggio Bracciolini en 1417, en la que agradece el envío de manuscritos antiguos “en nombre de todos los hombres de letras actuales y futuros, el don ofrecido a la Republica Literarum para el progreso de la humanidad y de la cultura”. Este gesto simbolizaba el ideal de liberar el saber y democratizar el acceso al conocimiento, superando el monopolio de las universidades eclesiásticas.

La República de las Letras no reconocía fronteras nacionales, sociales ni de género. El monje francés Noël Argonne la describió en 1699 como una comunidad que “abarca al mundo entero y está compuesta por todas las nacionalidades, todas las clases sociales, todas las edades y ambos sexos». “Se hablan todos los idiomas, tanto antiguos como modernos. Las artes van unidas a las letras, y en ella también tienen cabida los artesanos. La alabanza y el honor son otorgados por la aclamación popular”, detalló. En una época marcada por rígidas jerarquías y divisiones políticas y religiosas, sus miembros defendían la igualdad intelectual y el valor de cualquier argumento que impulsara el saber.

La pertenencia a esta república no dependía de una ciudadanía formal, sino de la producción intelectual: investigaciones, publicaciones y escritos funcionaban como credenciales. Aunque su epicentro fue europeo, en el siglo XVIII la red se expandió a ciudades como Batavia (actual Yakarta), Calcuta, Ciudad de México, Lima, Boston, Filadelfia y Río de Janeiro. Entre sus ciudadanos más célebres figuran Galileo Galilei, John Locke, Erasmo de Róterdam, Voltaire y Benjamín Franklin. Las mujeres, aunque menos numerosas, desempeñaron un papel activo: Anna Maria van Schurman, Isabel de Bohemia, Marie de Gournay, Dorothy Moore, Bathsua Makin, Katherine Jones y Lady Ranelagh fueron filósofas, maestras, reformadoras y matemáticas que colaboraron con figuras como René Descartes y Michel de Montaigne.

Esta comunidad transnacional de sabios compartía ideas y debatía ciencia y filosofía a través de cartas, libros y cafés, mucho antes de internet (Imagen Ilustrativa Infobae)

En sus orígenes, la República de las Letras surgió antes de la especialización disciplinar. Sus integrantes se consideraban “filósofos”, amigos del saber, y cultivaban tanto el latín y el griego como la historia, la lógica y las ciencias naturales. No era extraño que un matemático como Isaac Newton dedicara años a la alquimia o a la historia antigua. El término “Letras” abarcaba todas las ramas del conocimiento, y la comunidad funcionaba como una fraternidad de curiosos y estudiosos.

El latín fue la lengua franca de la república hasta mediados del siglo XVII, aunque el griego y el hebreo también se empleaban. Desde el siglo XV, el auge de las lenguas vernáculas permitió un discurso más inclusivo y diverso. El corazón de la vida intelectual residía en la correspondencia: las cartas suplían la escasez y el alto costo de los libros, y permitían el debate, la consulta y la difusión de ideas. Los eruditos dedicaban gran parte de su tiempo a escribir y responder cartas, que a menudo contenían disertaciones científicas, reseñas de libros, poemas o noticias. El historiador Peter Burke explicó a BBC que “los secretarios eran indispensables, porque si eras un erudito famoso, la correspondencia era tanta que necesitabas ayuda”.

La magnitud de este intercambio epistolar se refleja en cifras como las 20.000 cartas de Voltaire o las 13.600 de Antonio Vallisneri, médico y naturalista italiano. Muchas de estas cartas se digitalizaron en proyectos que buscan mapear la red intelectual de la república, dándole una dimensión visual a ese espacio metafórico. La circulación de la información era un principio fundamental: las cartas se enviaban por correo o a través de amigos, comerciantes y diplomáticos, y se esperaba que el destinatario las compartiera con otros. Incluso los libros y manuscritos que circulaban por esta red debían pasar de mano en mano, y era costumbre agradecerlos con un “antidoron”, un regalo de retorno.

El intercambio epistolar fue clave: Voltaire escribió 20.000 cartas y Antonio Vallisneri 13.600, muchas de las cuales hoy están digitalizadas (Imagen Ilustrativa Infobae)

El intercambio no se limitaba a la correspondencia. Los jóvenes que realizaban el “Grand Tour” por Europa, así como otros eruditos itinerantes, llevaban cartas de recomendación y eran recibidos en bibliotecas, archivos y colecciones. Esta práctica, conocida como “peregrinatio academica”, ofrecía la oportunidad de dialogar con sabios locales y participar en la vida intelectual de distintas ciudades. La conversación culta, idealizada como un simposio griego, se materializaba en salones privados y cafés, donde los ciudadanos de la república debatían sobre historia, política, ciencia y filosofía.

A partir del siglo XVII, la fundación de academias y sociedades como la Royal Society de Londres y la Academia Francesa de Ciencias institucionalizó parte de la vida intelectual de la república. Estas entidades organizaban conferencias, experimentos y publicaciones, como la revista Nouvelles de la République des Lettres, que difundía información a sociedades de distintos países. Con el tiempo, las academias asumieron muchas de las funciones de la red epistolar, y la República de las Letras comenzó a diluirse, según algunos historiadores.

El avance tecnológico aceleró este proceso. El telégrafo, el ferrocarril y los barcos a vapor facilitaron la comunicación y el transporte, mientras que la impresión masiva abarató y multiplicó la circulación de libros y periódicos. No obstante, para intelectuales como Peter Burke, la república no desapareció, sino que se transformó. “Yo no rechazo ninguno de esos modos de comunicación que ayudaron a los estudiosos a asistirse y colaborar, lo que no significa que siempre lo hicieron pero al menos que existía una ética de cooperación”, afirmó Burke en BBC.

La esencia de la República de las Letras reside en esa ética de colaboración y en la convicción de que el saber debe circular sin barreras. Aunque su geografía sea imaginaria, su legado persiste en cada intercambio intelectual que trasciende fronteras, disciplinas y generaciones.