Lola Cainzos, la joven que desafió a la medicina y volvió al hockey tras una cirugía cardíaca de alto riesgo

La primera vez que escuché hablar de Lola Cainzos fue por mi hija, durante una comida. Alguna vez se había cruzado en la cancha de hockey con ella porque a Lola, defensora del Hurling Club, le había tocado marcarla, conocía bien a su hermana mayor y estaba impresionada con la tragedia que atravesaba su familia. Esa chica de 21 años estaba internada en la terapia de un sanatorio, peleando por su vida y la tenían que operar del corazón. Había que rezar.

Un tiempo después supe que todo había salido bien, pero que Lola no podría volver a jugar al hockey porque era muy peligroso. Un simple bochazo podía matarla. Sin embargo, meses más tarde, mi hija y ella volvieron a cruzarse sobre el pasto sintético. ¡Lola había vuelto a jugar!

Lo primero que me vino a la cabeza, como madre de deportistas que entraron repetidas veces a quirófano, fue “¡pobre madre! Lo que debe sufrir en la cancha con cada partido“. Insoportable. Por supuesto la curiosidad pudo más y pedí su contacto. Quería conocer su historia de primera mano y sus motivos para correr semejante riesgo de morir en la cancha.

Hoy la tengo frente a mí. Su sonrisa de dientes blancos y perfectos es tan ancha que le cruza la cara de lado a lado. Se la ve relajada detrás de su cascada de pelo largo oscuro, lacio y brillante. Cuando habla transmite una energía arrolladora. Pienso, sin decirle nada, que de las violentas tormentas siempre salimos distintos y que, muy probablemente esta Lola no sea la misma que la que entró a toda velocidad, en 2021, a un tornado de médicos, incertidumbres y cirugías varias. Siento que enfrente tengo a una sobreviviente de 25 años que ya sabe lo que es estar parada al filo del abismo. Una que ha elegido transitar su vida sorteando remolinos y vórtices sin temores.

La primera frase que me sale no es la pregunta de una periodista, asoma la madre.

-Yo no hubiera podido dejarte volver a jugar… Hablando de corazones, ¿cómo aguanta el corazón de tu mamá este retorno?

Lola se ríe y no dice mucho. Quedará claro a lo largo de nuestra entrevista que es mayor de edad y que, por mucho que se le opongan, ha decidido lo que quiere hacer con lo que le tocó en la vida.

La familia completa en el Hurling Club: Felipe, Catalina, su madre Carolina, Juan, Lola y su padre Fabián

Una enzima cardíaca preocupante

Para Lola sus peripecias con la salud comenzaron en mayo de 2021. Todavía estábamos encerrados por la pandemia y arrastrando los sustos del covid-19.

“No sé bien exactamente qué día o en qué momento comencé a sentirme muy, pero muy cansada. Era algo anormal en mí que empezó a pasarme todos los días. Dormía un montón, pero quería seguir durmiendo otro montón. Me gusta dormir, pero esto era demasiado. Me parecía raro. Además, cuando entrenaba y tenía que correr sentía que no podía más. Me arrastraba. Se me acababa el aire porque estaba realmente agotada”, dice para explicar la incomodidad que tenía por esos días con su cuerpo super entrenado.

En ese momento Lola estudiaba Comunicación Digital en la Universidad Católica Argentina y entrenaba en el Club Hurling tres veces por semana. Una distensión del cuádriceps se coló entre su cansancio y su malestar, ese que había hecho que una cuadra le pareciera mucha distancia para su agotado cuerpo. Empezaron también los dolores de cabeza intensos al mismo tiempo que se sumó otro síntoma: una tos persistente que volvió sus noches un infierno.

“Tenía tanta tos que me asusté y fui a una guardia. Como todavía era época de covid te despachaban enseguida. No tenía fiebre, me revisaron y no vieron nada más. Me dijeron que volviera si no se me iba la tos. Los días pasaron, la tos fue para peor y experimentaba chuchos de frío. Esta vez volví a la guardia con mamá. Me hisoparon y di negativo para covid. Me recetaron un puf porque pensaron que podía ser algo asmático. Más o menos una semana después levanté fiebre, ya estábamos en el mes de julio. En el sanatorio esta vez me hicieron más estudios y una placa. Creían que podía ser neumonía. Al final, dijeron que era un cuadro de bronquitis. A todo esto, yo seguía haciendo mi vida con muchísimo esfuerzo. Seguí entrenando y jugando al hockey los sábados. Un día noté que se me habían hinchado los tobillos, el izquierdo sobre todo. Pensé que me había esguinzado y seguí adelante con mi semana deportiva”.

Fue poco después, viendo una película sentada en el sillón del living en la casa de su novio Juan Ignacio Catán, que también es deportista y juega en la selección masculina de Hockey, que hubo algo más.

“Juani tenía su cabeza apoyada en mí pecho y le llamó la atención el ritmo de mis latidos. Me dijo: ‘Che, te está latiendo muy fuerte el corazón, va demasiado rápido’. Era rarísimo porque no estaba haciendo nada, solo estaba quieta en un sillón. Volví a mi casa y se lo comenté a mis padres y fuimos, ahí mismo, a ver a un vecino nuestro que es cardiólogo. Me revisó y me dijo que era una arritmia. Me indicó que fuera al Instituto Cardiovascular para que me hicieran un monitoreo cardíaco, para descartar algo más grave. Conseguimos con ayuda un turno para un Holter. Tenía el corazón acelerado, pero no encontraban nada más y los estudios de sangre daban bien. Me sentía frustrada porque nadie podía diagnosticar qué me estaba pasando. La verdad es que me sentía muy mal, pero no quería ver a ningún médico más. Mamá quería hacer otra consulta con una doctora que le habían recomendado del Fleni, pero yo estaba negada, harta de tantas vueltas. Insistió y, después de hincharme mucho, me convenció de ir a verla. Ese día me terminaron haciendo mil estudios más durante unas siete horas. En uno vieron un derrame en un pulmón, parecía neumonía. Pero al final vinieron a decirme que me tenía que quedar internada porque, además, había una enzima cardíaca que daba demasiado alta. Había que estudiarme más”.

Lola pensó que era un mal chiste. No podía ser para tanto. Ella se sentía mal, notaba la poca energía que tenía y que sus latidos iban acelerados, pero no podía creer que tuviera que quedarse adentro del sanatorio. ¿Qué tan grave podría ser? Bromeó con sus compañeras de hockey y les envió una foto al chat.

Lola y su novio el jugador de la selección de hockey masculina Juan Ignacio Catán

Malas noticias

“Me internaron. En la camilla que estaba me enchufaron de todo. No entendíamos mucho qué pasaba. Pero me tenía que quedar sí o sí. El problema es que como todavía era época de covid no había lugar para ingresarme en ningún sanatorio. Lo primero era encontrar cama para derivarme”, relata. Era el martes 3 de agosto de 2021.

A las 3 de la madrugada del miércoles 4 les avisaron que habían encontrado cama en la Clínica Zabala de Belgrano. La llevaron en ambulancia.

“Todo era re loco. Me pasaron por mil pisos y me aislaron porque temían que tuviera covid. Estaba sola y no podía entrar nadie. Hasta ese momento no pensé que fuera tan serio lo que me estaba pasando. Creía que en dos días volvía a casa y a mi vida de siempre, cuenta.

El aislamiento era angustiante para todos, a ambos lados de las paredes del sanatorio. La familia esperaba noticias fuera de terapia. Los médicos entraban y salían de la habitación de Lola y las enfermeras le sacaban sangre una y otra vez. Se desesperó de que la pincharan tanto y llamó llorando a su padre. Paciencia era lo que necesitaban todos.

Un rato más tarde fue transferida al sector de cardiología donde le hicieron un ecodoppler cardíaco. Recién ahí se pudo ver lo que le estaba pasando desde hacía tanto tiempo en su interior. “Descubrieron que mi válvula mitral había sido comida por una bacteria y que por eso mi sangre iba mal por mi cuerpo. Eso explicaba todos mis síntomas y el cansancio atroz”, afirma. El parte médico señala: válvula mitral “decapitada”.

Descartado el covid y con esta novedad, la pasaron a otro piso y pudo reencontrarse con sus padres.

Esa noche, luego de una tomografía con contraste, Lola volvió a su cuarto. “Cuando me llevaron de regreso al cuarto, después del estudio, y me dejaron sola, de pronto empecé a marearme. Me broté toda. Sentí que el lado izquierdo de mi cuerpo se me dormía y que me costaba respirar. Me asusté muchísimo y toqué el botón de enfermería. Había tenido una reacción alérgica al contraste y, además, los médicos me explicaron después que un coágulo que se había desprendido de mi corazón había viajado hasta el cerebro y eso explicaba mi adormecimiento del lado izquierdo. Había tenido un pequeño ACV (accidente cerebrovascular)”.

Susto tras susto. Y seguía sintiéndose pésimo.

El 6 de agosto Lola se despertó con muchísimo dolor de cabeza: “Esa mañana me terminé por descompensar. Sentía de verdad que me estaba muriendo. Me dolía todo el cuerpo, la panza y se me partía la cabeza. Ahí fue que Claudia Bruno, la jefa de cardiología, anunció que había que operarme cuanto antes. Ahora se había vuelto una urgencia”. Tenían que reemplazar la válvula mitral afectada por la maldita bacteria cuanto antes.

“Solo recuerdo a papá agarrándome de la mano llorando, diciéndome que me iban a tener que operar de urgencia del corazón. Me dije bueno, lo que haya que hacer que lo hagan rápido porque yo siento que me estoy muriendo. ¿Miedo? No tuve tanto porque me sentía muy mal, pero ver a mi papá tan conmovido me hizo entender que era algo complejo. De todas formas no hubo mucho tiempo para procesar nada, todo fue veloz”.

Lola Cainzos con su papá en la internación

A jugar el partido de la vida

El diagnóstico fue “endocarditis bacteriana”. Podía ser por algún estreptococo que hubiera ingresado al cuerpo de Lola quién sabe por dónde. Una vez que la bacteria se incorporó al torrente sanguíneo viajó hasta alojarse en su válvula cardíaca y la dañó irremediablemente.

La válvula mitral es la encargada de regular el flujo sanguíneo. Sin su funcionamiento el corazón no puede bombear sangre de manera efectiva. La solución era reemplazarla, en una cirugía a corazón abierto, para colocar una válvula nueva. Había dos opciones: una biológica de origen animal o una válvula mecánica de cerámica. Como la biológica tiene una vida útil que va de los 10 a los 15 años y podría requerir otra cirugía, por la edad de Lola, optaron por la segunda que no se deteriora tan fácilmente.

La operaron el sábado 7 de agosto. Un sábado como los que Lola adora de hockey.

Solo que esta vez ella no corrió sino que durmió en una mesa de un quirófano mientras una máquina vivía por ella y los cirujanos le reparaban el corazón. En la tribuna estaba su banda de siempre: su papá Fabián (abogado y entrenador de la primera de rugby del club, su mamá Carolina (counselor), sus hermanos Cata (la mayor) y los menores Felipe y Juan. Y, por supuesto, su novio Juan Ignacio Catán (29). Ese joven atento que la había alertado de sus latidos enloquecidos.

Este sábado tan especial Lola jugó un partido distinto, el de la vida.

Fue una cirugía a corazón abierto donde me conectaron a una máquina de circulación extracorpórea para que mi sangre siguiera circulando. Tengo una cicatriz vertical muy grande de esta operación. Cuando me desperté estaba drogada por los medicamentos y sumamente molesta. Pensá que me abrieron todo el esternón para poder trabajar. ¡Por suerte me acuerdo poco! Sí recuerdo que me daban algo que me relajaba mucho… (se ríe mostrando sus dientes inmaculados) Las enfermeras le decían fenta a lo que me daban, así que supongo que era fentanilo… ¡nada menos!”.

Lola asegura no haber experimentado demasiado temor. No hubo tiempo para que el pavor encallara en ella, se sentía demasiado mal para poder pensar con profundidad y no tomó conciencia de la real gravedad hasta que todo pasó.

Le habían reparado el órgano central de la existencia. Había zafado de morir. Habría vida por delante.

Vale aclarar, no lo dice ella sino los papers médicos, que una endocarditis bacteriana (infección del endocardio que es el revestimiento interno del corazón con pérdida de la válvula mitral) suele tener una mortalidad elevada, de entre el 20 al 30 por ciento o más según cada caso. Cuando la destrucción valvular es total puede elevarse ese número dramáticamente. No había sido ninguna pavada.

Su familia ya lo sabía pero no había querido contárselo a ella hasta que una médica le dio la noticia: “Nada de hockey a partir de ahora”

Prohibido el hockey

Todo había salido bien, pero me seguía sintiendo mal. No me pude parar por muchos días. Me tenían que bañar en la cama. Durante todo ese tiempo no me sentí persona. No podía hacer nada sola. Ni ir al baño. Me obligaban a tomar mucha agua porque no hacía pis y tuvieron que colocarme una sonda. Una kinesióloga iba a moverme las piernas. Estaba enojada con la vida. No quería que apareciera nadie más a hincharme con nada. Me costó, estaba mala onda. Mandaron a una psicóloga para que hablara conmigo, pero yo no quería hablar. Retomé la terapia mucho tiempo después”, reconoce

La pasión de Lola es el movimiento, el hockey, el deporte en equipo. Su familia ya sabía que estando anticoagulada de por vida el hockey se acababa por los riesgos que implican los golpes, el palo, la bocha, el contacto con otras jugadoras. Pero no querían decírselo todavía. Una de esas tardes, en el sanatorio, una médica se anticipó a ellos y se lo anunció de una: “Nada de hockey a partir de ahora”.

Lola sintió el cimbronazo inmediatamente: “¡Imaginate cuando oí eso! El hockey es mi pasión, lo que me hace feliz. Empecé a llorar como loca. Llamé a mi hermana Cata para contarle, para poder llorar con alguien. Ellos ya lo sabían y querían estar cuando me lo dijeran. Vinieron todos de inmediato a consolarme. No estaba preparada para que se me termine el deporte para siempre. ¡Mi familia está atravesada por el deporte! Mi papá es entrenador; mi hermana juega hockey; mis hermanos, al rugby; mi novio también hockey… Siempre hice vida de club. Los sábados siempre fueron mi día favorito. Esa tarde que me anticiparon que no volvería a jugar estuve llorando tres horas sin parar”.

Lola estaba furiosa con su suerte. Volcó su terrible enojo con la situación que le había tocado en un posteo en redes siete días después de su operación:

“Pasé una semana de locos. Me operaron del corazón de un día para el otro, una bacteria hizo fallar una de mis válvulas y no había otra opción. Hay días de los que no me acuerdo, otros que me quisiera olvidar y algunos que sigo buscando la respuesta de por qué a mi. Otro año sin hockey y, tal vez, el fin de esa etapa. Los médicos me dijeron que no puedo jugar más y estoy partida al medio (física y emocionalmente). El hockey es todo para mí, es mi motor, mi despeje, mi cable a tierra y mi felicidad. ‘Podés jugar al tenis’ me decía una de las médicas que me atendió pero no entiende, no sabe lo que es tener una pasión y que de un día para otro te serruchen al medio y te digan que no podés seguir con eso. ‘Hay que reinventarse’ me dicen todos o ‘todo pasa por algo’, pero me encantaría saber por qué carajo esto me pasa a mi. Ya sé que entrar en esa no me va a dar ninguna solución, no me va a ayudar en nada, pero hoy estoy triste, hoy me quiero ir de acá, hoy estoy cansada. Quiero estar con mis amigas, con mi familia, con mi novio que se va en unos días y yo estoy acá encerrada sin poder verlo. Quiero que me dejen de pinchar por todos lados, quiero que esta pesadilla se termine de una vez. Quiero volver a como era todo antes, retroceder el tiempo. Siempre pienso un día más es un día menos, pero hoy no puedo más. Ya está, no quiero más. Basta Dios o universo o quien sea que esté mandándome toda esta mierda, ya no aguanto más. Quiero estar bien, quiero poder vivir plena y felizmente. Me quiero ir de acá, no puedo más. Hace unos días pensaba, levantate Lola, estás soñando y es una pesadilla horrible, levantate. Pero siempre estuve despierta. Me parece injusto, me da bronca, quiero putear a todos o a mí por haberme agarrado esa bacteria no sé cómo. Quiero entender por qué esto me pasa a mí y en este momento. Lo estaba logrando, me estaba ganando mi lugar en primera y no. Me arrancaron la ilusión de un día para otro. Me quiero ir. Me quiero sacar esta faja, esta venda, esta cicatriz. Quiero salir de esta cama y poder caminar por la calle como una persona normal, quiero comer comida de mi mamá, quiero volver atrás y que nada de esto haya pasado. Y si es verdad que todo pasa por algo quiero entender por qué esto me pasó a mi”.

Lola con su mamá Carolina que a pesar del miedo la acompaña a los partidos

Volver a cirugía

Lola estaba atragantada con lo que le habían vaticinado, no podía digerirlo. Ese fin de semana sus padres consiguieron que la dejaran ir a su casa con la promesa de volver el lunes para los estudios que faltaban y continuar con el tratamiento. Pensaron que le haría bien un poco de normalidad.

“Cuando volví el lunes para los estudios, ¡volví a quedar internada! Tenía pericarditis”, relata.

La pericarditis es una inflamación de la membrana que rodea al corazón que puede tener distintas causas, incluso puede ser una consecuencia de la propia cirugía. Ese líquido alrededor del músculo era preocupante.

Lola entró nuevamente en crisis: “No entendía qué pasaba. Qué me pasaba. Firmé los papeles para mi nueva internación mientras papá iba a estacionar el auto. Nada daba bien y quedé adentro otra vez. No sabía que lo que tenía era algo que puede pasarte cuando te operan del corazón. Me pasó. Otra vez una anestesia general. Me colocaron un tubo por arriba del ombligo para poder eliminar todo el líquido. Esto sí que resultó un dolor inaguantable que no le deseo a nadie. No me podía mover sin que me doliera un montón. Tomaba calmantes, pero no me alcanzaban”.

Cuando unos días después le quitaron ese tubo tuvo que volver a quirófano: su herida no cerraba bien porque estaba anticoagulada. Debieron coser. El huracán médico parecía no ceder. “Todos estábamos mal. Mis padres… Mi mamá estaba muy mal. Aunque trataban de disimular”, confiesa Lola. Para intentar animarla, su madre Carolina le ponía una canción de Diego Torres: Hoy.

“Yo quería revoleársela por la cabeza y en ese momento odié la canción. Hoy la escucho y me emociona. Porque me recuerda un momento que no fue lindo, pero que me marcó y que, de alguna manera, me mostró lo buena que está la vida”, reconoce.

Hay una frase de la canción que dice así y es imposible no asociarla con Lola y con la decisión que estaba por llegar, la de no dejar el hockey: “… buscar ese lugar que nos hace sentir vivos. Quiero ser, creer, buscar, volver a empezar una vez más, sentir que todo ha cambiado, dejando atrás el pasado, puedo ir, seguir, vivir, luchar por un sueño hasta morir, llegar hasta donde nadie ha llegado, llevando el presente a mi lado…”.

Lola volvió a jugar para Hurling Club y la recibieron con una bandera

Buscar una salida para la felicidad

Le dieron el alta el 3 de septiembre de 2021. Seguiría con internación domiciliaria: un enfermero iba a domicilio para pasarle los medicamentos. “Tenía que tener mucho cuidado con la comida porque me bajaba la presión muy fácil. Tuve que aprender a estar más tranquila, a bajar las revoluciones porque soy tremendamente inquieta. Seguí cursando la carrera desde casa y ¡me terminé recibiendo el mismo día que mi hermana Cata que estudiaba derecho!”.

Llegó enero de 2022 y la vida de Lola se volvió un poco más normal, pero tenía cero actividad física. No solo por lo cardíaco sino por la recuperación de su esternón.

Su obsesión por volver a jugar hockey crecía. En febrero comenzó un peregrinaje por distintos médicos para hablar del tema. Todos se negaban a firmar un apto físico para que ella pudiera volver a hockey.

“Fui a ver a un montón de médicos para que me explicaran por qué yo no podía volver a jugar. La mayoría me dijo más o menos lo mismo. Nadie quería firmar el apto porque estoy anticoagulada. Mis padres y mi novio tampoco querían que volviera a la cancha. Nadie podía entender que, después de todo lo que había pasado, insistiera con el tema. Hasta que, por fin, a mi papá le recomendaron ver a un cardiólogo, el doctor Roberto Peidró, que es el mismo que atendió al Kun Agüero con su patología. Él es un especialista que está muy vinculado con el mundo del deporte y me entendió. Fui a verlo con mi mamá. Le llevé todos los estudios, los miró y me dijo que tenía que advertirme que era riesgoso jugar. Me dijo esto, literal: ‘Es como cruzar la 9 de julio con semáforo en verde’. El riesgo está. De decidir hacerlo tendría que jugar con un protector de pecho de esgrima, una máscara y un casco. Me dijo que sin eso no podía jugar. Que me firmaba el apto si yo firmaba a la vez un consentimiento diciendo que conocía todos los riesgos. Mamá también lo firmó. También me explicó que lo más grave podía ser un bochazo en la cabeza porque eso podía hacer que tuviese una hemorragia y que no me diese cuenta a tiempo. Por eso, ante el menor bochazo en la cabeza tenía que ir a hacerme estudios para ver que no hubiera consecuencias”.

Según Lola, a su madre Carolina (53) la podía el miedo ante su decisión. Con su padre Fabián (57) terminó dirimiendo la discusión con un texto por WhatsApp que decía: “Jeje la vida es una Fabo, y elijo vivirla con las cosas que me hacen muy pero muy feliz y entre esas cosas está compartir el club con toda mi familia, los sábados, las vueltas de los martes y jueves con vos en el auto. Como dirían algunos con palabras medio trilladas ‘estamos de paso’ y quiero aprovechar mi paso por acá haciendo todo eso que me llena de felicidad. Nunca te olvides que aunque no lo demuestro taaaanto te quiero infinitamente”. Cerró lo dicho con tres corazones verdes. Supongo, solo supongo, que es por el color de su club. En fin. Cartas jugadas. Contra viento y marea, Lola volvería a empuñar su palo de hockey.

La propia descripción de Lola sobre cómo se protege para entrar a la cancha a jugar

Salir a la cancha con el corazón en la mano

Volvió a jugar el sábado 30 de abril de 2022. Era un amistoso. El primer partido oficial fue unos días después, el 7 de mayo, contra San Marcos. Hoy Lola sigue jugando en plantel superior de la B. En la espalda lleva el número 26 y es defensora central.

“El primer día que jugué mamá se emocionó mucho. Mi papá estaba con su equipo de rugby. Entré a la cancha con todo. Con mis compañeras jodemos con que soy Robocop. Uso un casco adaptado y cortado para poder sacar la colita del pelo y que me respire por arriba la cabeza. Juego los sábados y entrenamos tres veces por semana. Ya todos, mi novio incluido, aceptaron mi decisión. En todo este tiempo no tuve golpes graves. Un día recibí un bochazo en la cabeza, no muy fuerte, y fui a hacerme el estudio como me indicó el médico por precaución. No pasó nada. Sí tuve golpes en rodillas y brazos. Se me hacen moretones, nada grave. Y hace poco me corté con un alambre que no vi: me lo clavé y me sangró un montón. Me tuve que desinfectar muy bien porque si una bacteria entra a mi cuerpo podría tender a ir de nuevo a la válvula. Cada vez que voy al dentista también tengo que hacer profilaxis con antibióticos”.

Dice que no tiene pensado cuando dejará el hockey. Por ahora no. “Me hace muy bien y lo disfruto mucho. También es cierto que algunas amigas van dejando, pero llegan otras más chicas que me dicen La Señora”, confiesa con una carcajada. Cuenta que, además, está trabajando para una marca de afuera que se llama Tastemade y para una agencia de restaurantes, también tiene clientes a los que les maneja las redes sociales.

“Estoy viviendo la vida. Pero pienso mucho a futuro porque soy ansiosa. En lo laboral me gustaría que mi agencia crezca y poder vivir de eso. La fotografía y el video son mis pasiones después del hockey. También sueño con tener una familia. Pero todavía falta. ¿Hijos? Recién voy a pensar en eso después de los 29”. También revela que le gustaría mucho armar un podcast para transmitir las lecciones que le quedaron de esta difícil etapa: “La vida puede tener momentos de mierda, pero está buenísima vivirla y soy una agradecida. Cuando te pasa algo así, valorás mucho la salud y agradecés. Después de esto me volví más expresiva, más cariñosa con mis hermanos, con mis amigas. Aprendí mucho. Nunca encontré la respuesta de por qué me pasó a mí. Ya la dejé de buscar. Entendí que no me lleva a ningún lado. Es la vida. A todos les pasan cosas buenas y malas. A mí me tocó esta. Mirando en retrospectiva siento que lo que ocurrió me dejó un aprendizaje: vivir la vida con ganas y disfrutarla sin privarme de hacer cosas. Me ayudó a ver la vida de otra manera y por eso estoy agradecida. Todo lo hago sin frenar. Mi vida es blanco o negro y quiero disfrutarla mientras esté por acá. El hockey me hace feliz. Mi consejo es hacer lo que te hace feliz porque la vida son solo dos minutos… Conozco los riesgos que mi decisión conlleva y elegí correrlos”.

Lola va con el siglo, el último 12 de junio cumplió 25 años. Todos los meses se hace controles para ver cómo está la liquidez de su sangre y si deben o no ajustar la dosis de sus remedios. Le pregunto cómo lleva los sábados de hockey su madre: “Mamá aprendió a soportarlo. Se fue acostumbrando”.

Para muchos, Lola está crazy. Se ríe. Para otros, es solo entender y aceptar su decisión. Lo sabe. Algunos podrían tildarla de inconsciente. También lo asume.

Le pregunto algo más. Si no le parece un poco egoísta su posición para los que la quieren. Admite que sí: “Recontra, claro. Me sentí egoísta. Por ejemplo cuando mamá me decía que no podía entender la decisión que estaba tomando. Le parecía totalmente inconsciente. Pero también pienso que cada uno es el protagonista de su vida y en vida tenés que hacer las cosas que le apasionan. En mi caso eso me lo genera el hockey. ¡Claro que también tengo ganas de vivir! Yo sé que es peligroso lo que hago, pero no creo que sea recontramegapeligroso (se ríe con su palabra eterna). Siempre bromeo con mis amigas que la vida no se recursa, es ésta. Estoy acá y quiero hacer lo que me gusta mientras esté”.

Lola ya no tiene el corazón intacto, pero tiene la energía de su corazón intacta. Lo que no es poco. Ella enarboló la bandera de los desafíos al elegir cómo quiere transitar el camino de su existencia. Todos los días, como dijo aquel cardiólogo, cruza la avenida 9 de Julio con el semáforo en verde, con los autos que pasan silbando a su alrededor. No es la osadía contra las probabilidades lo que la empuja a hacerlo, sino la determinación de ser feliz a su manera aunque eso pueda tener al resto con sus respectivos corazones en la boca.