La médica Carla Raffo tiene otra versión de lo ocurrido la fatídica semana de abril de 2020 que derivó en la muerte de 10 abuelos que residían en el Apart Los Incas, de Belgrano. Esa versión es muy diferente a la que terminó por condenarla a dos años de prisión en suspenso y cuatro años de inhabilitación para ejercer cargos como directora por los delitos de propagación culposa de una enfermedad peligrosa y contagiosa para las personas y violación de medidas epidémicas.
Tras el fallo dividido del Juzgado Penal, Contravencional y de Faltas N°12 de la Ciudad de Buenos Aires, la infectóloga habló con Infobae, mientras sus abogados, Gonzalo Allende Loza, Catalina Santoro y Ezequiel Briceño, preparan la apelación.
Sucede que la profesional asegura que actuó según los protocolos existentes en ese momento y, en cambio, apunta contra el gobierno de la Ciudad, el SAME y Sergio Federovisky, el ex secretario de Control y Monitoreo Ambiental de la Nación, cuya madre, Delia Ivanac, vivía en la residencia al momento del brote de COVID-19, aunque no murió a causa del virus.
— ¿Por qué decidió, a diferencia del resto de los imputados, dar tus últimas palabras en el juicio?
Para mí era importante terminar el último descargo. Creo que nadie está acostumbrado ni está preparado para pasar por eso. Fue durísimo. Están endemoniados en mí accionar y en el de los dueños (NdR: Luis Daniel Megyes y Hugo Visca -poderados-) y mis últimas palabras fueron para dar un cierre de algo que generó muchísimo dolor. Dolor a mi familia, dolor a mí y principalmente porque esto no fue un error.
—¿Cree que no cometió errores?
Estábamos en una situación de pandemia, en el inicio, donde no se sabía absolutamente nada. Donde los protocolos cambiaban todo el tiempo, donde los protocolos hechos por el Gobierno de la Ciudad que estaban focalizados en geriátricos eran impracticables.
—¿Cuáles eran sus responsabilidades en Apart Los Incas?
Yo no era directora médica de la institución, con lo cual había un montón de responsabilidades que no tenía, no cobraba por eso. Y es importante también explicar que una residencia geriátrica no es un hospital. Tenés algunos controles por las enfermedades preexistentes, o crónicas de los pacientes que están institucionalizados. En estos geriátricos de categoría, la mayoría de los pacientes tienen sus médicos de cabecera y se hace un seguimiento en conjunto, más que nada, para asegurarse que la vacunación y las inmunizaciones y los laboratorios estén al día. En el caso de que surja alguna eventualidad, estar ahí para derivar al paciente a un hospital, porque vos no tenés complejidad dentro de una casa.
—¿Qué sucedió cuando comenzó la pandemia?
Una semana antes de que ocurriera todo, la encargada decide que yo dejara de ir tres veces por semana y que vaya una sola vez. Yo también trabajo en un hospital público, soy jefa de un servicio de infectología, tengo una residencia a cargo y soy Directora de la carrera especialista en enfermedades infecciosas de la UBA. Conocimientos de las bajadas que venían de todas partes del mundo, tenía. Íbamos armando y cambiando los protocolos todo el tiempo, según la experiencia, se iba adecuando. En nuestro hospital, que es muy grande, pudimos dividir los cuadros respiratorios de los no respiratorios. Pero en un geriátrico, al no tener infraestructura para poder dividir la guardia, no lo podíamos hacer, pero sí adecuando el protocolo a esa estructura. Desgraciadamente, fue el primer geriátrico en el que pasó todo esto, no estando nadie preparado. Inclusive tuvimos tres personas con síntomas respiratorios, fueron a la guardia y le dieron el alta por faringitis. Todavía no se sabía que podía ser COVID-19.
—¿Cuál era la situación en ese momento?
En ese momento, había 2246 casos en toda la Argentina y solo 400 de circulación comunitaria. Yo no podía hablar con el colega que dio las altas, por ejemplo, a Alicia, la encargada, y decirle por qué no la aisló o dejó internada. No, le dieron el alta y vino a trabajar, ella fue la que trabajó conmigo esa semana. Yo fui todos los días, excepto el martes, porque ese día mis hijos, mellizos, cumplían un año. Además, Pasaban cosas que a mí no me contaban, que algunos se sentían mal y hasta se hizo un cumpleaños. El padre de Federovisky fue todos los días de visita, cuando no podía hacerlo. Era una situación de falta total de la cual yo no tenía conocimiento. Además, me llama la secretaria y me avisa que había tres asistentes internados en el Güemes con síntomas respiratorios, que no cumplían la definición de casos sospechosos. Apenas me enteré de todo esto, activé el sistema 107 (NdR: línea dispuesta por el gobierno de la Ciudad ante situaciones de riesgo frente al COVID-19). Llamé al SAME.
—¿Por qué no llamó antes?
Porque ninguno de los pacientes cumplía la definición de caso sospechoso. Nosotros no teníamos ningún caso confirmado de COVID. Por eso me gustaría saber del porqué de la sentencia. ¿En qué se basaron los jueces para culparnos de las muertes de una enfermedad que desconocida y que se esparció por todo el mundo acá? Independientemente del manejo institucional que tengan los dueños, nadie lo podía controlar porque no se pudo controlar a nivel mundial. Por eso me parece sumamente descabellado y creo que hay conflictos de intereses. Creo que Federovisky tiene mucha injerencia en esta toma de decisiones. Le gusta la cámara, pero nunca contó que su padre ingresaba todos los días al geriátrico cuando no podía hacerlo.
—¿No le resultaron sospechosos los casos de laringitis?
No tuve dudas porque tenían altas médicas. Una de las pacientes que fue derivada la semana anterior por síntomas respiratorios, estuvo internada siete días y nunca la hisoparon. Y ella resultó ser uno de los positivos.
—¿Y cómo supieron que había sido positiva?
Cuando el Gobierno de la Ciudad toma la decisión de hisopar a todos los pacientes, ahí salta positivo. El viernes, cuando yo activo el protocolo porque ya me parecía raro que haya tantos casos con fiebre y tres asistentes internadas, el SAME no quiere hacer la evacuación porque consideraron que no cumplía el criterio de casos sospechosos. El sábado a la mañana viene el Gobierno de la Ciudad y me informan del primer caso confirmado positivo, pero no quieren hacer la evacuación. Les dijeron a los dueños que tenían que tomar personal nuevo. ¿Quién iba a ir a trabajar a un geriátrico que no se sabía si estaba lleno de COVID, con el miedo que existía? O sea, acá la clave es por qué no derivaron el sábado a la mañana cuando vino el primer hisopado positivo. Ahí tenían que venir. Si nosotros activamos el protocolo. Yo les pedí que hagan la evacuación. No la hicieron.
-¿Y, ese viernes, el SAME, qué respondió?
Yo hablé con una médica, María Alejandra Godoy. No me lo olvido nunca más. Ella fue quien me dijo que no se cumplía ninguno criterio de casos sospechosos y que, si había pacientes descompensados, los derive por sus obras sociales.
—Cuando el SAME se presenta, finalmente, ¿cómo fue esa derivación?
Yo había trabajado todo el sábado desde mi departamento para acomodar a los pacientes. Pero la evacuación se hace de forma totalmente desorganizada y caótica porque la pidió este señor que tenía poder, obviamente por ser parte del gobierno nacional. Él quiso volver a internar a su mamá en el geriátrico el día martes y no lo pudo hacer porque los dueños se lo impidieron. La madre se termina institucionalizando en otro de los geriátricos de la misma empresa, donde la médica también era yo, que era en el Hostal Cullen.
—Pero, entonces, ¿cómo se desencadenaron estas muertes?
Cuando nosotros derivamos a los pacientes, ninguno estaba con insuficiencia respiratoria. Las derivaciones se iban haciendo a cuentagotas a medida que te los aceptaban las obras sociales. Pero las obras sociales tampoco querían aceptar. Imagínate que había miedo por todos lados. Empezaban a escasear los insumos. Fue un lío. Cuando el SAME, el martes, hace la derivación masiva de pacientes, me voy corriendo a Belgrano y le digo al doctor (Alberto) Crescenti (NdR: director del SAME), que la mayoría de los pacientes están en demencia. La mayoría no sabía qué medicación tomaba y los familiares no iban a poder acompañarlos. Crescenti no me dejó darle ese resumen de historia clínica que yo tenía preparado de cada paciente para que el médico que lo recibiera supiera que ese paciente tenía diabetes, que usaba insulina, que tenía Parkinson o que tenía hipertensión.
—¿Está diciendo que las muertes no fueron por COVID?
Los médicos que los recibieron no conocían qué afecciones tenían y eso acentuó enfermedades. Ninguno murió en el geriátrico. Ninguno requirió intubación endotraqueal inmediatamente. Uno de ellos murió con resultado negativo de COVID. El resto de las enfermedades no dejaron de existir. En ese momento había escasez de recursos y de personal en los hospitales porque nos íbamos enfermando.
¿Todos los pacientes fallecieron en internación, tenían hisopado para COVID positivos? Sí. ¿Y se murieron de COVID? La verdad es que no sé, porque sus enfermedades preexistentes habían sido también desatendidas por esta derivación caótica que se hizo el martes, cuando se podría haber hecho cinco días antes, de forma ordenada y coordinada por mí, que era la médica que estaba ahí en la institución. Pero no, ni siquiera me avisaron de que venía el SAME y Crescenti no me dejó entrar.
—¿Por qué cree que la condenaron?
Me llama mucho la atención y quiero saber bien los fundamentos de la sentencia porque los jueces hablan con el diario del lunes. Si volvemos a ese momento, a ese día, con el conocimiento que había de las cosas, volvería a ser lo mismo, porque no tenía otra cosa para hacer. No tenía más herramientas porque el Gobierno de la Ciudad no derivó y el SAME no se llevó a los pacientes.
-En lo personal, ¿cómo la afectó este proceso?
Me parece injusto. Es una hipocresía total. Los médicos nos estábamos poniendo en riesgo y dejando a nuestras familias para atender a los pacientes con COVID. Y ahora tener que pasar por esto me da mucho dolor y bronca. Durante el proceso, muchos colegas me avalaron y respaldaron, eso me ponía contenta, pero cómo terminó todo esto, acusándome… Sentís que no vale la pena todo el esfuerzo. Yo di todo. Los jueces (Ndr: María Julia Correa y Norberto Circo, el presidente, Juan Manuel Neumann, votó en disidencia) no tuvieron empatía ni sentido común. ¿Acusar a un médico en una pandemia? Lo que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera. ¿Qué hubiera pasado si los médicos nos hubiéramos quedado todos en casa? Y ahora, con esta liviandad te ponen en un juicio. Hace cinco años que estoy en esto. Es insoportable. Me conforta que puedo seguir ejerciendo la medicina, que era lo que a mí me importaba. Yo estudio desde que tengo 18 años y tengo cuatro especialidades, no sé ni quiero hacer otra cosa.