Azucena Villaflor

Cuando ocurrió, la noticia no salió en los diarios, controlados por la férrea censura de la dictadura. El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú. Los médicos policiales que examinaron los cuerpos registraron que las causas de las muertes habían sido “el choque contra objetos duros desde gran altura”. En otras palabras, a esas personas las habían tirado al mar desde un avión cuando todavía estaban vivas. Nadie intentó identificar los restos, que fueron enterrados como “NN” en el Cementerio de General Lavalle. Recién en enero de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logró una orden para exhumar esos cadáveres y pudo identificarlos. Pertenecían a Esther Ballestrino de Careaga, a María Eugenia Ponce de Bianco y a Azucena Villaflor de Devincenti, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, secuestradas pocos días antes de la aparición de sus cuerpos en la playa: a las dos primeras se las había llevado un grupo de tareas el 8 de diciembre de 1977, a Azucena Villaflor la subieron a un auto dos días después.

El 9 de diciembre de 2005, un día antes de cumplirse 28 años de su secuestro, las cenizas de Azucena fueron enterradas en la Pirámide de Mayo, alrededor de la cual ella y otras Madres que buscaban a sus hijos desaparecidos habían empezado a circular el 30 de abril de 1977. En la ceremonia, su hija Cecilia la despidió así: “Mi madre era una madre, nada más, nos quería y porque nos quería se desesperó cuando secuestraron a mi hermano Néstor. Acá mi mamá nació a la vida pública, que quede acá para siempre, para todos”.

El recuerdo de la mañana del día que secuestraron a su madre permaneció siempre vívido en la memoria de Cecilia. Bien temprano, ese sábado 10 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor se asomó por la puerta de su dormitorio y le preguntó:

—Nena, ¿qué querés comer, carne o pescado?

—Pescado, mamá —contestó Cecilia en esa conversación mínima, íntima, la última que tuvo con su madre.

Minutos después Azucena salió de su casa no solo para comprar el pescado sino también el diario La Nación, porque ese día las Madres de Plaza de Mayo habían logrado publicar — con mucho trabajo— la primera solicitada reclamando la aparición con vida de sus hijos desaparecidos. Era un gran paso en la lucha de las Madres, pero a Azucena la euforia que había sentido por ese logro se le había esfumado hacía dos días. La noche anterior, Cecilia la había notado triste, con los ojos llorosos.

—¿Qué te pasa, mamá? —le había preguntado.

—No sé cómo decirle a tu padre que se llevaron de la Iglesia a Esther y a Mary —le contestó Azucena.

Se refería a Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco. El jueves 8 una patota de la Escuela de Mécánica de la Armada las había secuestrado al salir de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz, luego de ser señaladas con un beso por el represor Alfredo Astiz, infiltrado entre las Madres haciéndose pasar por el hermano de una militante desaparecida. Junto a las dos madres, el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada se había llevado a otras ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon, que colaboraban con ellas en la búsqueda.

La primera presidenta de Madres de Plaza de Mayo se había salvado esa vez porque no había participado de la reunión, pero sabía que ella también estaba en peligro de correr la misma suerte. Sin embargo, estaba decidida a no detenerse. Al dolor por esos secuestros, a Azucena se le sumaba la preocupación por cómo decírselo a su marido. Pedro De Vincenti le venía cuestionando que se expusiera tanto en la búsqueda de su hijo, temía que también le pasara algo a ella. Habían discutido fuerte por eso unos meses atrás.

—¡Basta, Azucena! ¡Si vos seguís buscándolo a Néstor yo me voy de casa! —le había dicho, casi gritado con desesperación, a su mujer.

Era tarde en una noche de mediados de 1977 y Pedro había esperado ansioso su llegada, en medio de las penumbras, sentado en un sillón del living de la casa de Avellaneda. Parada en medio de la habitación, con la cartera todavía en la mano, Azucena Villaflor había mirado a su marido a los ojos, desafiante:

—¿Querés que te prepare la valija? —le respondió.

“Mi madre era una madre, nada más, nos quería y porque nos quería se desesperó cuando secuestraron a mi hermano Néstor

Una madre decidida

El 30 de noviembre de 1976 otro grupo de tareas de la dictadura había secuestrado a uno de los cuatro hijos de Azucena y Pedro De Vincenti, Néstor. Con él se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos. Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.

Esas primeras madres, decidieron organizarse y luchar juntas con ese objetivo. Por iniciativa de Azucena, que quería visibilizar sus búsquedas, se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada. Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.

Mientras esperaban infructuosamente en la plaza, un policía les dio la única respuesta que la dictadura estaba dispuesta a darles:

—¡Circulen! —les ordenó, autoritario.

Ellas obedecieron la orden, pero de una manera muy particular, resistente: en lugar de irse empezaron a “circular” alrededor de la Pirámide de Mayo. Ese día nacieron las Madres de Plaza de Mayo. Desde el principio, Azucena se mostró como líder del primer grupo de Madres. “Cuando investigué para mi libro entrevisté a muchas de sus compañeras de la primera hora y todas, sin excepción, la elogiaron y resaltaron el papel fundamental que cumplió en esos primeros tiempos”, le relató a Infobae el periodista y escritor Enrique Arrosagaray, autor de Los Villaflor de Avellaneda.

Otra de las Madres fundadoras, Haydee de García Buela, le contó a Arrosagaray, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo en esos primeros días, cuando eran menos de veinte mujeres, con Villaflor. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo:

—¡¿Vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes?! —la cortó y discutieron fuerte.

Días después Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, contó años más tarde. Otra Madre de aquellos primeros días, María del Rosario Carballeda de Cerruti, la definió con cuatro simples palabras: “Era una líder natural”.

El 30 de noviembre de 1976, ocho meses después del comienzo de la dictadura cívico-militar, Néstor De Vincenti, uno de los hijos de Azucena Villaflor, fue secuestrado junto a su novia por un grupo de tareas. Desde entonces Azucena no detendría su búsqueda

“Locas” enfrentando al poder

A partir de aquel 30 de abril de 1977, cuando la policía les ordenó circular y ellas comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, las “locas” de Plaza de Mayo —como se las llamó para descalificarlas— se transformaron en un problema para la dictadura. Como respuesta, Julio Cortázar las reivindicó usando ese mismo calificativo: “Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo”, escribió.

Además de ir a la Plaza, aquellas primeras madres comenzaron a reunirse también en iglesias y parroquias. Incluso en bares, adonde fingían celebrar el cumpleaños de alguna de ellas, e intercambiaban datos y documentos, disfrazados en paquetes que parecían de regalo. El grupo fue creciendo y se fortaleció con el apoyo de otros organismos de derechos humanos. El 14 de octubre de 1977, realizaron una marcha en la Plaza que congregó a cientos de militantes y familiares de desaparecidos. Azucena Villaflor y muchos de los participantes fueron detenidos por la policía, pero los liberaron ese mismo día.

No sabían que tenían un infiltrado que buscaría destruirlas. Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño y haciéndose pasar por hermano de una persona desaparecida, se había ganado la confianza de las Madres para detectar a quiénes las lideraban y cortar de raíz un movimiento del cual ya se empezaba a hablar en el mundo. Señaló a Azucena como una de ellas.

Luego de perpetrar los secuestros del 8 de diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz, los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada no dieron por terminada su labor de descabezar a las Madres de Plaza de Mayo. Les faltaban Azucena y también otras personas a las que Astiz había señalado, entre ellas otra monja francesa, Léonie Duquet.

Las Madres de Plaza de Mayo protestan en la Plaza San Martín de Buenos Aires, el 21 de noviembre de 1977, a pesar de haber sido desacreditados por la dictadura como “locas” y “terroristas” (AP)

Un vuelo de la muerte

La mañana del 10 de diciembre, después de preguntarle a Cecilia qué quería comer, la fundadora de las Madres caminó hasta la avenida Mitre, la principal de Avellaneda, para comprar el diario en el kiosco al que iba siempre. Cuando cruzaba la avenida, un grupo de tareas integrado por hombres de civil que se movilizaban en varios Ford Falcon se la llevó. “Ella se resistió, gritó para que la vean, un colectivo que pasaba por ahí paró, pero los militares sacaron armas largas y le dijeron que siga. Unos vecinos vieron y vinieron a contar lo que había pasado”, reconstruyó Cecilia en una charla con el autor de esta nota.

Pedro y los hijos creyeron al principio que lo de Azucena iba a ser “un susto”, porque para ese momento ya eran muchas mujeres las que habían empezado a ir a la Plaza de Mayo. Pensaron que en dos o tres días la iban a liberar. La esperanza los engañaba. Azucena fue trasladada al centro clandestino de detención y tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde ya estaban todos los secuestrados del 8 de diciembre y también la monja Léonie Duquet.

El calvario sufrido por Azucena en las mazmorras de la ESMA se conoció muchos años después por el testimonio de algunos sobrevivientes que la vieron allí. “Una de las detenidas recordó que le habían alcanzado un mate y ella les había dicho que seguramente le iban a dar un susto, que hicieran la lista de los que estaban ahí para informar a sus familiares cuando la liberaran”, recordó Cecilia. Los testimonios coinciden en que un día después de haber llegado tenía muchos moretones en su cuerpo porque había sido torturada.

La noche del 17 al 18 de diciembre, Azucena, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, junto con el resto de los secuestrados en la Iglesia de la Santa Cruz, fueron subidos a un vuelo de la muerte y arrojados vivos al mar.

Pese a la muerte de Azucena y sus compañeras —y el terror que a través de ellas quiso generar la dictadura entre quienes reclamaban por los desaparecidos— las Madres de Plaza de Mayo siguieron adelante con sus reclamos y sus marchas, y se convirtieron en un símbolo de resistencia al Estado terrorista instalado en la Argentina. Por estos días, cuando se cumplen 48 años del secuestro de Azucena Villaflor y vuelven a escucharse discursos negacionistas, las Madres siguen siendo el símbolo más potente de la lucha de los argentinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia.