El joven José María Sobral, en una fotografía de 1905 (Wikipedia)

De pronto, el joven José María cayó en la cuenta que tenía tres días para prepararse para el viaje de su vida. Estaba exultante por el ofrecimiento y por la posibilidad de ir a la Antártida, a la que solo había viajado en sueños. Su primera reacción fue la de comprarse ropa que él consideró adecuada: tres trajes gruesos, cinco pares de botas, dos pieles de guanaco, ropa interior de lana y una gorra. Menos la ropa interior, nada le serviría.

Había sido una idea de Francisco Pascasio Moreno y del teniente de fragata Horacio Ballvé -jefe del Observatorio de la Isla de Año Nuevo, frente a la Isla de los Estados- que en la expedición del sueco Otto Nordenskjöld se sumase un oficial argentino. José María Sobral, alférez de navío, era un entrerriano nacido el 14 de abril de 1880 y que había egresado como guardiamarina en 1898.

Sobral con algunos de sus compañeros de la expedición (Armada Argentina)

El velero Antartic había llegado al puerto de Buenos Aires el 16 de diciembre de 1901, comandado por Carl Anton Larsen, un viejo ballenero que conocía las aguas del Atlántico Sur. Allí se aprovisionó de agua, carbón y herramientas para poder sobrevivir un año en la Antártida.

El 21 de diciembre, día de la partida, Sobral almorzó en su casa y su madre lo despidió llorando a mares. Hacía un calor insoportable y los que más lo sufrieron fueron los perros que llevaban para tirar de los trineos.

No las tenía fácil. No hablaba sueco ni noruego, no estaba acostumbrado al clima frío y tampoco llevaba ropa acorde. Se comunicaba en inglés con los lacónicos nórdicos y solo logró hacerse amigo de Frank Wilbert Stokes, un artista norteamericano, pero que se bajaría a mitad de camino.

Panorámica del refugio Cerro Nevado, en la Antártida, donde trabajó la expedición de Otto Nordenskjöld (Revista Caras y Caretas)

Además de Nordenskjöld -un doctor en geología de mediana estatura, rostro alargado, ojos azules y con barba y bigotes color cerveza- integraba el grupo el médico Ekelof, que estudiaría la bacteriología; Bodman y el propio Sobral , que estarían a cargo de las observaciones magnéticas, meteorológicas y astronómicas; Jonassen se ocuparía de los perros y de los trineos y se contaba con sus habilidades de carpintero y herrero, y Akeriundh era el cocinero.

El viaje le serviría para aprender el sueco, pero sus compañeros de viaje, si bien eran amables, mantenían la distancia. Solo recurrían a él en alguna escala donde se hablaba español.

Hicieron escala en las islas Malvinas donde cargaron provisiones y más perros, y el 6 de enero de 1902 desembarcaron en la Isla Observatorio. El vestía camisa de punto, arriba una camisa inglesa y un abrigo, según consignó en su diario de viaje que se convirtió en “Dos años entre los hielos 1901-1903″, que editó en 1904.

Irízar, Nordenskjöld y Sobral en el refugio de Cerro Nevado (Revista Caras y Caretas)

El 12 de enero avistaron la Antártida y el 19 ya no pudieron continuar avanzando, por el hielo. Sobral no la pasaba bien. Al problema de la comunicación, creía que nuestro país estaba en guerra con Chile por cuestiones de límites, y lo torturaba pensar que sus compañeros lo creyeran desertor por no estar junto a ellos.

El grupo de 29 hombres se dividió. La mayoría de la tripulación partiría en el Antartic hacia Malvinas, mientras que Nordenskjöld, Sobral y otros cuatro pasarían el invierno en Cerro Nevado. Había llevado una casa prefabricada con paredes aislantes y allí se establecieron con los perros, que tirarían de los trineos. Se ocuparían de mediciones meteorológicas, estudiarían el terreno, la fauna y tomarían muestras.

El buque ballenero Antartic, aprisionado por los hielos. Se hundiría en las heladas aguas (Armada Argentina)

Pero no todo saldría según lo planeado. El Antartic, cuando regresaba a Cerro Nevado, quedó atrapado en los hielos y terminaría hundido a cuarenta kilómetros de la Isla Paulet. Allí, veinte hombres armarían un refugio con lajas del lugar y con madera que pudieron rescatar del barco. Usaron lonas como techo, de un lado colocaron la puerta y en la pared opuesta una ventana, cuyo vidrio lo sacaron de un cuadro del rey sueco.

Aparte, tres hombres habían quedado aislados cuando decidieron llegar por tierra para comunicar a Nordenskjöld la mala nueva del barco. Días después se encontrarían.

El grupo no tenía cómo regresar.

En Buenos Aires creció la intranquilidad ante la falta de noticias. El gobierno sueco emitió una alarma internacional el 30 de abril de 1903 y el 6 de mayo el Perito Moreno escribió un artículo en el diario La Nación: “La expedición sueca al Polo Sur, en peligro. Necesidad de socorrerla”.

Rumbo a la Antártida: partida de la corbeta Uruguay. Fue despedida por el presidente y su gabinete (Argentina.gob.ar)

Al día siguiente luego de un encuentro entre el presidente Roca y su ministro de Marina se dispuso preparar una expedición de auxilio. En Suecia y Francia también armarían misiones similares.

Como el camino estaba cerrado por los hielos, advirtieron que podrían partir recién en la primavera. Mientras tanto se esperaba que a través del Transporte Santa Cruz, que navegaba en el sur o bien de Punta Arenas viniesen noticias alentadoras, cosa que no ocurrió.

El gobierno dispuso que la misión de rescate fuera con la corbeta ARA Uruguay, que estaba en la Armada desde julio de 1874. Fue construida en los astilleros Cammell Laird Brothers de Birkenhead, en el Reino Unido, junto a su unidad gemela, la corbeta ARA Paraná. Ambas embarcaciones fueron financiadas con fondos de la Ley de Armamentos promulgada en 1872 y fueron los primeros barcos de hierro y vapor adquiridos durante la presidencia de Sarmiento.

Julián Irízar con sus oficiales, que lo acompañarían en la misión de rescate (Revista Caras y Caretas)

Se consideró que era el buque más adecuado al haber hecho un viaje similar años atrás. Sus depósitos podían llevar carbón para cubrir el viaje de ida y vuelta entre el Cabo de Hornos y el punto donde debían estar los hombres. Era considerablemente fuerte ya que había sido ideada para llevar cañones de grueso calibre y soportar disparos de esas piezas.

Se modificó su planta propulsora, se reemplazaron los motores por los de un destructor, se aumentó su capacidad de carga, se reforzó el casco, se realizaron cambios en los mástiles y las velas, se añadieron protecciones en proa y popa para evitar el impacto del mar en las cubiertas, se duplicaron los timones y se acondicionó la calefacción necesaria para la tripulación.

Estaría al mando el teniente de navío Julián Irízar. Nacido el 7 de enero de 1869 en Capilla del Señor, ingresó a la Escuela Naval Militar a la temprana edad de 15 años y cinco años después recibió las jinetas de Alférez de Navío y fue asignado al crucero Libertad.

En el centro, Otto Nordenskjöld, en uno de los tantos homenajes que recibió a su regreso en Buenos Aires (Revista Caras y Caretas)

El jueves 8 de octubre a las 13:30 Roca llegó a Dársena Norte con su gabinete. Luego de unas palabras, a las dos de la tarde la Uruguay zarpó, entre aplausos y vivas a la patria, con la ayuda del remolcador Vigilante. Luego tomó el Canal Norte y desapareció en el horizonte.

El 8 de noviembre se adentró en la Antártida y avistó una carpa entre los hielos, cerca de la actual base Marambio. Irízar decidió desembarcar y se encontró con dos hombres de la expedición sueca, con quienes se dirigió por tierra hacia Cerro Nevado para reunirse con Nordenskjöld y el resto de su equipo. Mientras tanto, la corbeta llegó navegando bajo el mando de su segundo comandante.

En un mojón de piedras, hallaron la inscripción: “Jesson. 1899. Sobral, Anderson. Octubre 1903”. Eso los había llevado a recorrer la costa y cuando se disponían a alejarse por la proximidad de icebergs, divisaron una carpa, donde estaban refugiados el médico y el cocinero, quienes indicaron la zona donde estaba el grueso de la tripulación.

Sobral le daba cuerda a los cronómetros cuando se percató de que sus compañeros, afuera del refugio, se pasaban uno a uno los prismáticos. Trataban de dilucidar qué eran unos puntos negros que se venían del noreste y que se destacaban en la fría blancura de los hielos antárticos. Creyeron que eran pingüinos, pero no. De pronto vio que empezaron a correr hacia donde estaban ellos. Sobral dejó lo que estaba haciendo y se calzó los esquíes para hacer más rápido. Pero tanta era la ansiedad que tenía, que se le zafaron de los pies y llegó con el último aliento hacia donde había aparecido un grupo de argentinos. Habían llegado a rescatarlos.

Mientras tanto, la dotación del Antartic seguía sin dar señales. Sin embargo, esa misma noche, Larsen llegó a Cerro Nevado en bote con cinco de sus hombres, sin conocer la presencia del navío argentino. Los expedicionarios, la tripulación de la corbeta y el pequeño grupo del Antarctic cargaron los materiales y las muestras científicas recogidas durante dos años y se dirigieron hacia la Isla Paulet, donde se reunieron con el resto de la gente.

Los expedicionarios de Nordenskjöld se apuraron en cargar lo que se pudo. Debieron lamentar haber dejado cajas con fósiles, algunos hallados en la isla Seymour, el fonógrafo en el que escuchaban música y hasta las camas, que quedaron tal cual las habían usado.

Subieron a los nueve perros que habían sobrevivido y el 10 de noviembre todos estaban a bordo de la Uruguay. Quedaba para siempre en el continente blanco un tripulante del Antartic, llamado Wennersaard, fallecido por un ataque al corazón.

Llegar al continente no fue sencillo, ya que debieron soportar violentos temporales que le provocaron la rotura del palo mayor y el trinquete. Cuando atracaron en Santa Cruz, telegrafiaron dando la noticia que la misión había sido un éxito.

El 2 de diciembre de 1903 arribaron a Dársena Norte, dos años después de la partida del buque polar hacia la Antártida. Antes de desembarcar, un equipo de sastres, peluqueros y zapateros hicieron que se vieran presentables.

Sobral se transformó en el primer argentino en invernar en la Antártida. Como la Armada le negó autorización para estudiar geología en Suecia, en 1904 pidió la baja con el grado de alférez de navío, y en ese país se doctoró en geología. Volvió a la Argentina en 1914 y hasta 1930 fue director de Hidrología. Todos los proyectos de expediciones a la Antártida que presentó fueron rechazados.

La corbeta Uruguay, protagonista de esta historia, hoy es museo (Argentina.gob.ar)

De carácter fuerte, formó una familia con nueve hijos, cuatro de ellos suecos. El presidente Agustín P. Justo lo nombró embajador de Noruega. El 14 de abril de 1961, el día que cumplía 81 años, murió aquel joven oficial que no había tenido mejor ocurrencia que ir a la Antártida con un par de trajes de lana gruesa.