Mientras bebía en un bar clandestino durante la noche de invierno de 1933, Michael Malloy no imaginó que cinco person
as planeaban matarlo. Tampoco sabía que, en un enfrentamiento mano a mano con la muerte, ganaría. Tenía problemas que resolver y la muerte no figuraba entre ellos. Tony Marino, dueño del bar estadounidense, junto a otras cuatro personas, vieron en Michael a la víctima ideal. El grupo, más tarde conocido como “el Trust del Asesinato”, conspiró para matar al exbombero irlandés e ingeniero estacionario. El propósito era cobrar un seguro de vida que, con la ayuda de aseguradoras corruptas, obtendrían. Sin embargo, no pensaron que Malloy sería imposible de matar.
Michael tenía 40 años, se encontraba sin trabajo, sin hogar y hallaba en el alcohol un refugio para sus penas. Según informó The Journal, había trabajado como ingeniero estacionario con un sueldo regular. Pero la crisis económica que comenzó en 1929, conocida como la Gran Depresión, hizo desaparecer puestos de trabajo, incluido el de Malloy.
Como muchos hombres de la época, buscaba aliviar sus problemas con alcohol. Esa noche de enero, Malloy bebía por invitación del bar. A lo lejos, el dueño, Tony Marino, junto a Joseph Murphy, Francis Pasqua, Hershey Green y Daniel Kriesberg, lo observaban mientras ideaban un plan para matarlo. Aun así, desconocían que Mike Malloy resultaría casi indestructible.
El Trust del Asesinato, contrató un seguro de vida. Su intención era cobrarlo al cumplir su objetivo. Joseph Murphy suscribió tres pólizas a nombre de “Nicholas Mellory” y, fingiendo ser su hermano Joseph Mellory, firmó como beneficiario.
Según Prospect, Metropolitan Life vendió una póliza por 800 dólares y Prudential otras dos por 494 dólares cada una. El monto total ascendía a 1.788 dólares, pero el pago se duplicaría si la muerte era accidental.
Para la banda el plan era sencillo: causar la muerte de Mike Malloy y presentarlo como Nicholas Mellory. En principio, pensaron en quitarle los frenos del auto. Pero, mientras evaluaban esa idea, surgió una alternativa mejor. Entre 1928 y 1932, Nueva York registraba un promedio de 780 muertes por intoxicación alcohólica al año, por lo tanto, este hecho no llamaría la atención.
Los miembros del Trust del Asesinato tenían a favor que Mike Malloy ya bebía hasta poner en riesgo su vida. Solo debían acelerar el proceso. Según describió New Yorker: “Su sed era inmensa, pero su capacidad adquisitiva, limitada, y muchos días debía esperar mucho tiempo para ser atendido”.
Marino ofreció a Malloy bebidas gratuitas en el bar. Al pasar los días y sin conseguir su muerte, el dueño decidió añadir un ingrediente adicional a los tragos. Según informó The Journal, la banda sirvió metanol (alcohol destilado crudamente de madera) y alcohol desnaturalizado (etanol venenoso diseñado para no consumirse).
Pero ni eso acabó con Malloy. “Había algo en Michael Malloy que ni siquiera el alcohol desnaturalizado podía afectar”, publicó The New York Times. El tiempo avanzaba y los hombres se sentían desconcertados y frustrados por la resistencia de Malloy. Como la bebida no resultó, intentaron con comida.
En el bar encontraron una lata de sardinas en mal estado. Marino preparó un sándwich con su contenido y, para asegurar el éxito, agregaron vidrios rotos, tachuelas y hasta la propia lata, picada y molida. Malloy comió y, como si pareciera broma, pidió otra porción.
En otra ocasión, Joseph Murphy halló un frasco de ostras marinadas en alcohol desnaturalizado detrás de la barra. Sirvieron las ostras a Mike junto a un licor de mala calidad. El hombre las comió sin presentar ningún síntoma adverso.
El invierno arreciaba y la nieve no cesaba. El Trust del Asesinato decidió recurrir a la naturaleza, no sin antes ayudarla. Una noche en el bar, el grupo hizo que Mike bebiera hasta quedar inconsciente. Lo llevaron cerca del zoológico del Bronx y lo dejaron en un banco. Le quitaron el abrigo y la camisa, y le echaron agua en todo el cuerpo. Las bajas temperaturas hacían imposible sobrevivir, salvo para Mike, quien, pese al frío extremo, logró despertar. Al día siguiente regresó al bar.
Tras varios fracasos, el grupo optó por un método directo. Harry Green, hijo de inmigrantes judíos rusos, dirigía una empresa de taxis en Bronx. Junto a los otros integrantes organizó una colisión “accidental” con Mike Malloy.
El 30 de enero, Malloy apareció al costado del camino, entre Baychester Avenue y Gunhill Road. Lo llevaron al Hospital Fordham. Había sufrido una fractura de hombro, una conmoción cerebral y una posible fractura de cráneo. Una semana después volvió al bar y exclamó: ¡Me muero por un trago!
También sobrevivió a un ataque con ametralladora y a un intento de golpearlo en la cabeza. Ningún método resultó efectivo.
Finalmente, luego de varios intentos, la madrugada del miércoles 22 de febrero, Murphy y Kreisberg trasladaron a Malloy, inconsciente tras beber, hasta una habitación en Fulton Ave 1210. Lo acostaron, desconectaron el tubo de gas y lo acercaron a su boca para liberar monóxido de carbono.
Malloy falleció en veinte minutos. A pesar de los diversos métodos, la resistencia de Malloy dejó perplejos a sus agresores, quienes gastaron unos 1.875 dólares en el proceso hasta lograr su cometido. Según los registros oficiales, el doctor Frank Manzella llegó a la mañana siguiente para certificar la muerte de “Nicholas Malloy”.
Con la firma falsa de Manzella, Metropolitan Life pagó la póliza. Frank Pasqua, miembro de la banda y supuesto amigo de Malloy, aseguró que organizaría un lujoso funeral. Pero solo invirtió 10 dólares en el ataúd, ni siquiera embalsamó el cuerpo, algo habitual en la época.
En esa década, la patología forense vivía un auge. El 11 de mayo, el doctor Hochmann examinó el cuerpo de Malloy. Allí constató que la causa de muerte fue asfixia por monóxido de carbono.
Al día siguiente, Marino, Murphy, Pasqua, Kreisberg y Green fueron arrestados y acusados de asesinato en primer grado. Asimismo, el doctor Frank Manzella, ex concejal republicano en Harlem, fue arrestado por complicidad tras el hecho.
La mañana del 19 de octubre, después de un extenso juicio, el jurado declaró a los hombres culpables de asesinato en primer grado. The New York Times señaló que, ante los veredictos, Marino “miró con enojo”, Kreisberg “se tambaleó”, Pasqua “hizo una mueca” y Murphy “permaneció inescrutable”. Fueron condenados a muerte por electrocución y llevados a la prisión de Sing Sing en Nueva York.
Michael Malloy fue enterrado nuevamente luego de la autopsia, en el cementerio Ferncliff en Hartsdale, Nueva York. Hoy descansa dentro de un ataúd de 10 dólares, en una parcela de beneficencia, sin lápida ni nombre, sin reclamos ni llantos.