La imagen de nueve mujeres que, tras la guerra, intentaron reconstruir sus vidas y relaciones, pero nunca lograron replicar la intensidad del lazo forjado durante su huida, encapsula el núcleo emocional de la obra de Gwen Strauss. Según la autora, “la intensidad de sus amistades fue una parte esencial de su experiencia”, y ese vínculo, vital para la supervivencia, resultó imposible de reproducir en la vida civil. Tras la liberación, buscaron a sus familias, enfrentaron pesadillas y dificultades para establecer nuevas relaciones. Seis de ellas se casaron con otros sobrevivientes, pero el grupo se dispersó y solo se reencontró seis décadas después para compartir, por primera vez, el relato de su fuga. Esta reconstrucción, que Strauss presenta en su libro, titulado The Nine (“Las Nueve”) no solo recupera la memoria de aquellas mujeres, sino que también revela la complejidad de la supervivencia y la memoria tras el horror.
La historia principal se remonta a la madrugada del 14 de abril de 1945, cuando 5.000 prisioneras exhaustas y desnutridas fueron obligadas a abandonar el subcampo de trabajo de Ravensbrück, al norte de Berlín. Bajo una lluvia helada y con raciones mínimas, las mujeres marcharon hacia el este, sin un destino claro, mientras los comandantes de las SS intentaban destruir documentos comprometedores antes de huir. El avance aliado precipitó una retirada caótica, en la que los nazis buscaban eliminar cualquier evidencia de los crímenes cometidos en los campos. Durante estas marchas forzadas, muchas prisioneras murieron o fueron ejecutadas si mostraban debilidad. En ese contexto, nueve mujeres —seis francesas, dos neerlandesas y una española— lograron escapar de la columna y sobrevivir gracias a la solidaridad y el apoyo mutuo.
La autora, Gwen Strauss, reconstruye la travesía de estas mujeres, entre las que se encontraba su tía abuela política, Hélène Podliasky, quien tenía 24 años al momento de su detención. La narración detalla los diez días que duró la huida, hasta que finalmente fueron rescatadas por soldados estadounidenses. La primera señal de libertad llegó con una frase sencilla: “Tomen un cigarrillo”, palabras que las tranquilizaron tras días de incertidumbre. El grupo, formado por mujeres de distintos orígenes sociales —la mayoría estudiantes o secretarias, y una madre, “Zinka”, que había perdido a su bebé tras dar a luz en una prisión francesa—, se había cohesionado en Ravensbrück debido a su participación en la resistencia. Aunque no todas eran judías, y debían ocultar cualquier indicio de ello, compartían el estigma de la disidencia y la persecución.
Durante la marcha, la salud de las mujeres se deterioró rápidamente. Hélène, ingeniera políglota, sufría dolores crónicos en las piernas y la cadera, mientras otra de las integrantes padecía difteria. Todas presentaban heridas y ampollas en los pies, pero nunca consideraron separarse. La convicción de que la amistad era esencial para sobrevivir las llevó a compartir recursos y a rechazar la idea de dividirse en grupos más pequeños. El clima de abril alternaba entre momentos soleados y episodios de frío intenso y lluvia, lo que obligaba a las mujeres a conservar los abrigos finos que las identificaban por la cruz blanca pintada en la espalda.
La supervivencia dependía tanto de la astucia como de la suerte. En una ocasión, un campesino alemán y su hija les ofrecieron “hospitalidad genuina”, lo que llevó a Strauss a preguntarse si algunos alemanes realmente ignoraban lo que ocurría en los campos. A medida que se acercaban al frente, Hélène, despojada del abrigo identificatorio, convenció a varios alemanes de que eran trabajadoras invitadas y no prisioneras judías fugadas. Fingiendo ser una mujer desorientada que solo quería evitar el frente, consiguió un mapa manuscrito en una comisaría, que el grupo utilizó como salvoconducto.
Entre los detalles que Strauss recupera, destaca la imagen de las mujeres cargando una olla pesada, un trípode y un saco de papas crudas. La escasez de alimentos marcó la travesía, y la costumbre de recitar recetas de banquetes imposibles se convirtió en un recurso para mantener el ánimo, una práctica común entre las prisioneras para evocar el hogar. El libro, asegura Anne Sebba en The Guardian, va más allá del relato de la fuga. Strauss intercala episodios de la vida anterior de las protagonistas y aporta contexto sobre la situación en los campos. Una de las revelaciones más impactantes es la política inicial de Ravensbrück respecto a los nacimientos: los bebés eran ahogados en un balde frente a sus madres. Posteriormente, ante la llegada masiva de mujeres embarazadas —muchas víctimas de violación por soldados—, la política cambió. Un diario secreto documenta que entre septiembre de 1944 y abril de 1945 nacieron 600 bebés, pero la Fundación para la Memoria de los Deportados (FMD) reportó que solo 31 sobrevivieron hasta la liberación.