
Como las plantas, los secretos familiares se presentan en distintas variedades. Los secretos comunes incluyen una aventura ya pasada; la variante exótica puede implicar una segunda familia. Un secreto invasivo, en cambio, es aquel que se apodera de todo y cambia el significado mismo de la familia. Descubrir que tu tía y tus abuelos eran espías nazis encaja sin dudas en esa categoría.
Christine Kuehn tenía una relación cercana y afectuosa con su padre, Eberhard, hecho con el que la autora comienza su sorprendente libro, Family of Spies (Familia de espías). El imponente Eberhard aún hablaba con un ligero acento alemán, pero describía la mudanza de su familia a Hawái en los años 30 solo con “retazos imprecisos y blanqueados”.
Que Eberhard había estado casado antes y tenía dos hijos mayores era un dato que no impactaba de forma significativa en la vida feliz de Christine, aunque cuando en una ocasión su medio hermano hizo una visita inesperada, recuerda que su padre lo retiró rápidamente, diciéndole: “No digas nada sobre mi familia — ellos no saben”.
Resultó que Christine y su madre sabían poco sobre la juventud de Eberhard. Sus relatos sobre haber luchado en la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico eran ciertos; lo que omitían era la enorme diferencia entre sus experiencias bélicas y las de sus padres, Otto y Friedel, y su media hermana, Ruth.

Estos tres Kuehn habían permanecido leales a la “Patria” y fueron enviados por Joseph Goebbels a Hawái para recoger información sobre la flota naval estadounidense. Bajo la fachada de dirigir una empresa de acero, Otto Kuehn transmitía información de manera constante a contactos japoneses para ayudar en un ataque sobre Pearl Harbor.
Otro hijo, Leopold, permaneció en Alemania, donde pasó de ser un soldado de asalto nazi a funcionario de alto rango en el Ministerio de Propaganda de Goebbels; murió al final de la guerra, defendiendo Berlín.
Kuehn equilibra el relato de cómo fue comprendiendo el pasado nazi de sus familiares con el de la vida de los Kuehn en Hawái: años de riqueza, lujo y comodidad en una isla tropical que, después del ataque a Pearl Harbor, se tornaron en arrestos, campos de internamiento, juicios y encarcelamiento. La familia regresó a Alemania (sin Eberhard) en 1945, como parte de un intercambio de prisioneros de guerra.
Christine Kuehn se enteró de todo esto en 1994, cuando recibió una carta de un cineasta que decía que estaba escribiendo un guion sobre la Segunda Guerra Mundial y le interesaban las actividades nazis de su abuelo.

Al principio pensó que era una confusión, pero luego de que su padre evitara primero responder, finalmente rompió en llanto y confesó lo que sabía. Christine pasó las décadas siguientes revisando archivos del FBI, textos académicos y documentos familiares, y terminó reuniéndose con sus primos alemanes.
Family of Spies narra una historia impactante y llena de giros, con detalles casi cinematográficos — aunque hay que decir que las maniobras de espionaje de Otto Kuehn fueron muy poco pulcras y rayaron en lo absurdo, de no haber tenido consecuencias tan graves. El estilo de vida de la familia era tan ostentoso que atrajo la atención de la prensa local, y luego la del FBI.
El agente Robert Shivers reunió abundantes pruebas: fondos sospechosos, reservas de binoculares, una ventana especialmente construida para enviar señales luminosas a barcos japoneses en la costa. Sin embargo, mientras los Estados Unidos no estaban en guerra, no podía actuar.
La espía más notoria y pintoresca de los Kuehn fue Ruth, hija de Friedel con su primer marido, un arquitecto judío. De joven, Ruth se unió a la rama femenina de la juventud nazi, hizo campaña por Hitler y tuvo un romance con Goebbels. Cuando la familia se mudó a Hawái, su capacidad para seducir a soldados estadounidenses se volvió un activo para el espionaje.

Ya repatriada a Alemania en 1945, Ruth finalmente regresó a Estados Unidos, se casó y logró enterrar su pasado. En el único encuentro que tuvo con la autora, le dijo: “Tienes una buena vida. No necesitas saber de la familia, ni del pasado, ni de Pearl Harbor”.
A medida que la narración se acerca al 7 de diciembre de 1941, el libro adquiere un ritmo imparable. La investigación de Kuehn recrea el contexto previo al ataque y su devastación. Y llega, finalmente, la catarsis de ver a Otto, Friedel y Ruth arrestados por el FBI.
Eberhard Kuehn, con 15 años, fue interrogado varias veces hasta que convenció a sus captores de lo que siempre afirmó: solo era un chico, no participó en ningún acto de espionaje de la familia. Que luego se alistara, siendo aún menor, para combatir junto a los estadounidenses parece comprensible para alguien marcado por todo lo que presenció, aunque significara luchar contra el mismo enemigo al que su familia había sido leal. Y, por supuesto, que tendría que guardar ese secreto toda su vida.
Fuente: The New York Times