
La mañana del 29 de diciembre de 1170, Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, murió asesinado en Inglaterra. El hecho se produjo en la catedral de Canterbury, en un contexto de conflicto con el rey Enrique II. Cuatro caballeros, pensando que cumplían la voluntad del monarca, ejecutaron el crimen. El vínculo entre las palabras del rey y la acción de los asesinos marcó el destino político y religioso de la época.
La frase “¿Nadie me librará de este sacerdote entrometido?” se vinculó durante siglos al rey inglés, pero los registros históricos sobre el verdadero enunciado son imprecisos. Según la investigación de BBC, no existen pruebas directas de que Enrique II empleara exactamente esas palabras. La versión más citada proviene de relatos posteriores y de la tradición oral, alimentando el debate entre historiadores.
De acuerdo con los documentos medievales, difundidos por History Extra, el testimonio más relevante sobre el incidente corresponde a Edward Grim, un clérigo que presenció el asesinato. Según Grim, Enrique II expresó: “¡Qué zánganos y traidores he criado y promovido en mi casa, que permiten que su señor sea tratado con tal vergonzoso desprecio por un simple clérigo!”. En esta declaración no aparece la famosa expresión sobre el “sacerdote entrometido”.

Reconstrucción histórica y mitificación de la frase
La frase que popularmente se atribuye al rey tomó fuerza en la cultura popular muchos siglos después del asesinato. En el siglo XX, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, la figura de Becket y el papel de Enrique II cobraron renovado interés en el teatro y el cine. De acuerdo con BBC, la mención directa de un “sacerdote entrometido” apareció por primera vez en 1964, en la película “Becket”. Peter O’Toole, interpretando al rey Enrique II, pronunció ese enunciado en una de las escenas más recordadas del film.
La película se basó en la obra homónima de Jean Anouilh, estrenada en París en 1959 y luego en Nueva York en 1960. Sin embargo, la expresión no figuró en el texto original de la pieza teatral. Según la misma fuente, Edward Anhalt, responsable de adaptar la obra para el cine, fue quien introdujo la famosa frase. El guion recibió 12 nominaciones al Oscar y obtuvo la estatuilla por mejor guion adaptado, consolidando así la expresión en la memoria colectiva.
Desde entonces, la frase se utilizó en distintos ámbitos como referencia a conflictos de poder y responsabilidades políticas. Por ejemplo, el 8 de junio de 2017, la cita resurgió durante una audiencia del Senado de Estados Unidos sobre la posible interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016. James Comey, exdirector del FBI, mencionó la frase ante una pregunta del senador Angus King relacionada con las sugerencias del entonces presidente Donald Trump.

La persistencia de la frase radica en su capacidad de resumir de forma dramática la tensión entre figuras de autoridad y sus subordinados. Pese a ello, el rigor histórico exige distinguir los hechos verificables de las recreaciones artísticas. Los testimonios más cercanos al evento señalan un enojo explícito de Enrique II, aunque no documentan literalmente la expresión que siglos más tarde popularizaría Hollywood.
La historia de la frase ilustra cómo la fuerza de un guion puede modelar la percepción pública sobre hechos históricos. Actualmente, el enunciado continúa siendo citado como ejemplo de las repercusiones implicadas en la ambigüedad de las palabras de los poderosos. Así, el caso de Becket y Enrique II revela tanto el peso de las decisiones políticas como el impacto durable de la literatura y el cine en la interpretación social del pasado.
La verdadera frase del rey sigue siendo materia de debate entre especialistas. El poder del mito, reforzado por obras teatrales y cinematográficas, ha superado a la evidencia documental. La historia de Enrique II y Thomas Becket demuestra que las palabras atribuidas pueden moldear y condicionar la memoria colectiva durante siglos.