Konstantin Strukov a bordo de su avión privado, inmovilizado poco antes del despegue por la seguridad del aeropuerto. Captura de pantalla de Telegram/imágenes tomadas por la policía

Toda caída poderosa comienza con una puerta cerrada. El magnate ruso del oro Konstantin Strukov, el hombre que durante décadas gobernó tranquilamente un imperio minero desde la cúspide de la riqueza nacional, fue detenido en la escalerilla de su jet privado el 5 de julio, mientras planeaba huir de Rusia rumbo a Turquía. Su silueta, congelada frente a los agentes en el interior del avión —según la foto publicada por el periódico Kommersant—, encapsula, en un instante, el brusco final de una era dorada.

Afuera, la vasta extensión de la pista parecía tan hostil como Moscú misma. Adentro, el desconcierto. Entre los pliegues de la noticia, un dato definitivo: Strukov, clasificado como el 78º hombre más rico de Rusia, ya no volverá a dirigir Uzhuralzoloto (South Ural Gold), la tercera minera de oro más grande del país. En cuestión de días, la noticia de su arresto se esparció como una mancha de sangre derramada en la nieve. El Kremlin quiere, según la Fiscalía rusa, expropiar todos sus bienes y transferirlos al Estado. El pasaporte de Strukov ha sido cancelado; su hija y parte de su fortuna —dicen los fiscales— se ocultan entre las montañas de Suiza.

Detrás de la escena está el eco de una vida de excesos: “Los fiscales acusan al multimillonario de haber transferido su fortuna al extranjero y financiar allí una vida de yates, autos de lujo y mansiones”. Nada de esto agradó nunca a Vladimir Putin, obsesionado, desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, con disciplinar la fortuna local y castigar al oligarca desleal.

Konstantin Strukov

—Un verdadero empresario debe ser un ciudadano ruso en toda la extensión —tronó Putin ante la cámara de empresarios en marzo de 2023, su voz retumbando en el foro de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios en Moscú—. No esconde activos en el extranjero, registra sus empresas en nuestro país y no se somete a potencias foráneas.

La frase se repite como letanía entre quienes conocen los laberintos del poder en Rusia. Strukov, otrora modelo de lealtad al partido Rusia Unida —del que es miembro— y galardonado con la Orden al Mérito de la Patria en 2021, se transforma súbitamente en el chivo expiatorio más alto del nuevo ciclo de purgas.

Una caída galvanizada por el Estado

Vladimir Putin. REUTERS/Maxim Shemetov

El expediente contra Strukov se teje en varios frentes: corrupción, ilícitos ambientales, negligencias de seguridad industrial. El FSB, el aparato de inteligencia doméstica, allanó la sede de Uzhuralzoloto en Moscú en busca de pruebas tras reportes de muertes de trabajadores. “Era el oligarca ejemplar”, dicen —casi con resignación— sus antiguos allegados. Nunca desafió la privatización de 1997 que lo llevó a la cima tras la implosión soviética, ni cruzó el filo de la lealtad a Moscú.

Hoy, esa misma lealtad ya no basta. “Algunos grados de fidelidad dejaron de ser suficientes”, apunta a France 24 Stephen Hall, especialista en Rusia de la Universidad de Bath. Strukov, afirma Hall, sirve de advertencia para quienes pretenden habitar dos mundos: apoyar públicamente la guerra en Ucrania y enviar a sus hijos a estudiar a prestigiosas universidades occidentales.

Hay que mostrar que la sumisión importa más que la lealtad —resume Hall. De fondo, el temblor de una consigna: la elite económica rusa está bajo sospecha.

Redistribución autoritaria y el oro como trofeo

Konstantin Strukov

La caída de Strukov es apenas una pieza en un tablero donde cada movimiento responde a las urgencias de un Kremlin vigilante. En los últimos meses, la Procuraduría rusa ha nacionalizado activos privados por valor de USD 30.000 millones desde 2022, según declara la propia institución, inyectando dinero fresco a las arcas del Estado mientras la economía tambalea bajo el peso de la guerra.

—Putin busca retomar el control de las industrias clave: oro, granos, materias primas estratégicas —explica a France 24 Maximilian Hess, fundador de Enmetena Advisory y autor de “Economic War: Ukraine and the Global Conflict between Russia and the West”—. El caso Uzhuralzoloto demuestra que ni siquiera los grupos rusos están a salvo.

La movida coincide con la confiscación de Rodnye Polya —mayor exportadora de grano— en febrero y la detención en marzo de Vadim Moshkovich, jefe del gigante agroindustrial Rosagro, acusado de fraude. “Estos son activos que el Kremlin no quiere ver en manos equivocadas”, remarca Hall. Más allá del castigo ejemplar, la estrategia apunta a recompensar a los leales con el botín de los caídos. Redistribución en tiempos de escasez.

La narrativa oficial azuza un enemigo interior: los “corruptos” explican las penurias rusas y refuerzan la imagen del presidente como único salvador. “A medida que la economía se debilita, el discurso de ‘ellos son los corruptos y yo el único que puede arreglarlo’ se vuelve indispensable”, describe Hess.

De la opulencia a la celda: la sombra de la próxima purga

Vladimir Putin. Kremlin/Europa Press

El caso Strukov resuena en las paredes de los despachos y atraviesa los pasillos donde se deciden, en murmullos, las nuevas obediencias del capitalismo ruso. Otros altos cargos han seguido el mismo destino: Viktor Strigunov, ex subdirector de la Guardia Nacional, arrestado en julio por corrupción; nuevos escándalos salpican a mandos de la misma institución, tal como reporta el Moscow Times.

El mensaje es claro —resume Hall—. El control casi total sobre la economía y la política es el objetivo final de Putin”. Si la economía se desacelera, si el viento gira y Rusia coquetea con la recesión, solo los más fieles —y no exclusivamente los más leales— sobrevivirán en este nuevo reparto del botín nacional.

En la fotografía de Kommersant, el rostro de Strukov es el de quien escucha, por primera vez, el crujir de todas las puertas que alguna vez creyó abiertas eternamente. El oro que ayer fluía por sus manos ahora adorna el escaparate del poder absoluto.