Francis Mallmann cenó en el año 2015 con un sacerdote que le comunicó que al día siguiente viajaba al Vaticano para entrevistarse con el papa Francisco. La noticia lo alertó de la mejor manera: su natural intuición se expresó con el deseo de escribirle una carta al Santo Padre. “Si me la das antes del mediodía, se la entrego en mano”, le dije aquel sacerdote. Mallmann se encerró en su cocina y bajo el auspicio del papel y la tinta, se confesó en una epístola que por primera vez hace pública.

“He valorado su silencio, y la forma en que lo expresó”, dice el cocinero, máxima figura de la gastronomía nacional y uno de los más consagrados del mundo. De espíritu patagónico, pasó su infancia en Bariloche y los caminos de los fuegos lo llevaron a dominar un estilo único, ligado con la sencillez y la simpleza en su técnica que se traslada a sus platos.

“La gustaba el paso adelante, pero también el paso atrás: eso es muy importante para la vida, para poder mirar y entender”, confiesa. Entiende que en su papado, Francisco soportó muchas presiones, y poder tener esa perspectiva, fue crucial para mover las piezas que movió en una institución con más de dos milenios de vida.

Francis Mallmann

En su carta —se trata de un documento exclusivo e inédito—, expresa de un modo confesional con profundo sentido humano, la admiración que le sentía “y lo mucho que me hubiera gustado estar más cerca de él”.

Ahora, una década después, y a una semana de la muerte del Sumo Pontífice, decidió darla a conocer. Aquí, la carta.

“Buenos Aires 7 de noviembre 2015

Hola Francisco,

Nuestro universal, querido y admirado Papa.

Te escribo esta carta con el deseo de que sea privada.

La escribo con la ilusión de sentir que me acerco a vos con un mensaje de agradecimiento por todo lo que estás haciendo.

Gracias por tener la fuerza de haber hecho un mundo más comprensivo.

Hay un cambio universal desde que liderás la Iglesia.

Gracias por abrazar a todos, olvidando las fronteras que nos separaron siempre.

Por enseñar humildad y ser tan perseverante.

Fui bautizado católico y oficié de monaguillo muchos años en Bariloche.

De niño acompañaba a mi abuela Chucha, uruguaya y de misa diaria a las escalinatas del Hotel Llao-Llao, donde en cada escalón se paraba a rezar un Ave María de su rosario de cuencas marrones, ella presidio muchísimos años San Vicente de Paul en el Cerro, unos de los lugares más carenciados de Montevideo. Le gustaba cantar, zurcir mis medias del colegio y era también ligeramente picara, así recuerdo a mi madrina con una sonrisa.

Las últimas veces que estuve muy contento los domingos en misa fue en el año 1976, que asistía a una capilla Franciscana en los cerillos de Santa Bárbara, California. Allí residía una alegría y pureza que nunca olvidé, estábamos siempre todos tomados de la mano, no se hablaba de la culpa y al salir el padre servía café en el pasto y compartíamos unos panecillos. Un grato recuerdo de cocinero…Ese año me fui de Buenos Aires luego de algunos episodios muy difíciles, en requisas hechas por las fuerzas armadas, como era habitual en esa época.

Hace cuarenta años que cocino, dentro de poco voy a cumplir sesenta y me siento feliz por todas las oportunidades que me dio la vida, soy irreverente y sigo trabajando de sol a sol todos los días de la semana.

A veces siento que tus mensajes y tu voz no representan a la iglesia, -más bien son un lenguaje de amor que abraza las religiones y las razas, es muy bello como lo haces, fresco, puro y resuena cada vez más fuerte como un eco, por las calles y los senderos de la tierra.

Siempre digo que, en nuestro hacer, no importa lo bien que lo hagamos, para seguir creciendo y aprendiendo, llega un momento en que debemos dejar nuestra especialidad, que ya conocemos profundamente y salir afuera de ella para encontrar nuevos caminos en el generalísimo. Toda especialidad produce un ahogo y quebrar esas fronteras hace superar ese pequeño ámbito donde caminamos demasiado a gusto, con una comodidad que es ajena a nuestra esencia de búsqueda.

Por muchas razones me siento lejos de la iglesia, pero quiero decirte que me siento cerca tuyo, sos mi amigo y me gusta sentirte así.

Termino respetuosamente con estas hermosas palabras de Calderón de la Barca:

Sueña el rey que es rey, y vive

con este engaño mandando,

disponiendo y gobernando;

y este aplauso, que recibe

prestado, en el viento escribe,

y en cenizas le convierte

la muerte, ¡desdicha fuerte!

¡Que hay quien intente reinar,

viendo que ha de despertar

en el sueño de la muerte!

Sueña el rico en su riqueza,

que más cuidados le ofrece;

sueña el pobre que padece

su miseria y su pobreza;

sueña el que a medrar empieza,

sueña el que afana y pretende,

sueña el que agravia y ofende,

y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,

aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí

de estas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

A veces sueño que estamos juntos sentados en el pasto conversando, con una de esas brisas frescas patagónicas que me regaló mi niñez, lejos del Vaticano y cerca del sol.

Te abrazo y esta noche rezare por ti,

Hace tiempo que no lo hago.

Francis Mallmann, La Boca. ciudad de Buenos Aires”