El presidente chino, Xi Jinping, estrecha la mano del mandatario brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, en el Gran Salón del Pueblo, en Beijing, China, el 13 de mayo de 2025. REUTERS/Tingshu Wang/

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, presenta su batalla retórica con Estados Unidos como una lucha por la soberanía. Sin embargo, su creciente alineamiento con China revela una historia diferente. Al denunciar los aranceles estadounidenses como una afrenta al derecho de Brasil al autogobierno, evoca una poderosa narrativa populista de una nación que se mantiene firme frente a la imposición extranjera. Sin embargo, tras este desafío retórico se esconde un realineamiento geopolítico más profundo que podría colocar a Brasil en una situación precaria.

Lula se ha destacado por su reacción a los aranceles impuestos por el presidente Donald Trump. El 30 de julio, la Casa Blanca emitió una orden ejecutiva que elevaba los aranceles sobre muchos productos brasileños al 50%, con vigencia a partir del 6 de agosto. Si bien la medida se presentó como una respuesta a los cambios hostiles en la política exterior, bienes clave, como aeronaves civiles, productos energéticos y fertilizantes, quedaron excluidos de la medida. El presidente Lula ha explotado hábilmente la narrativa de la intervención extranjera, generando apoyo para su resistencia a lo que muchos en Brasil consideran una injusticia o incluso una intrusión de Trump en los asuntos internos del país.

Sin embargo, tras esta apariencia de intervención se esconde una dura realidad geopolítica. El verdadero problema se ha visto eclipsado por la presentación de los aranceles y las sanciones como un acto personal de solidaridad del presidente Trump hacia el ex presidente Jair Bolsonaro. La plataforma política de Trump es “Estados Unidos Primero”, y teniendo esto en cuenta, carece de sentido creer que impondrá impuestos a Brasil solo porque el expresidente brasileño esté siendo investigado por un intento de golpe de Estado.

En realidad, la esencia de las medidas impuestas por la Casa Blanca es una reacción a la decisión deliberada del presidente Lula de alinear a Brasil con China. “Alinear” podría ser un término inexacto para describir la decisión de Lula de priorizar los intereses de Beijing sobre los de su propio país. La participación del presidente brasileño en una misión deliberada para contrarrestar los intereses estadounidenses en el hemisferio occidental ha colocado a Brasil en el centro de una confrontación geopolítica que no le es propia.

Sin embargo, algunos podrían argumentar que mezclar las quejas de Bolsonaro con una disputa geopolítica más amplia ha generado confusión, pero la lógica subyacente sigue siendo clara: la política de Lula no se centra en el comercio, la justicia ni la soberanía; se trata de su ideología, heredada de los años de la Guerra Fría. Para Lula y muchos de sus asesores, la convergencia con los intereses de China está justificada, o incluso es obvia, porque el país asiático es el principal socio comercial de Brasil.

El presidente chino, Xi Jinping, y el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. REUTERS/Tingshu Wang/Pool

Este enfoque ignora un hecho clave: Brasil suministra casi una cuarta parte de las importaciones de alimentos de China, una posición de fuerza que no aprovecha. Pero en lugar de verse como un actor estratégico para la supervivencia del pueblo chino y, en consecuencia, para la estabilidad del régimen liderado por Xi Jinping, los brasileños creen que no pueden molestar a su cliente, arriesgándose a represalias y sanciones. Este argumento ha sido utilizado por muchos dirigentes brasileños, incluido el propio presidente, para justificar su apoyo a China en la reorganización del mundo.

Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei, demuestra cómo los países latinoamericanos pueden mantener un comercio rentable con el régimen chino sin alineamiento ideológico, salvaguardando la soberanía nacional y garantizando beneficios para sus ciudadanos. Al igual que Brasil, China también es el principal socio comercial de Argentina. Sin embargo, Milei no ha convertido a su país en un agente de la influencia china en la disputa con Estados Unidos. Por el contrario, al vender más productos que nunca a China, Milei ha avanzado en el establecimiento de acuerdos comerciales que impulsarán el comercio con Estados Unidos.

El presidente de Brasil, por otro lado, ha priorizado la proximidad política con Beijing, en detrimento de una política exterior equilibrada y autónoma. La participación de su gobierno en las iniciativas diplomáticas y estratégicas de Beijing, sumada a un creciente alineamiento con Moscú y Teherán, envía un mensaje claro: bajo su administración, Brasil está cambiando su alineamiento tradicional a favor de potencias que no solo compiten con Estados Unidos, sino que también buscan su caída. Lula se ha posicionado como portavoz del desafío de los BRICS a Estados Unidos. Esta estrategia busca socavar el dominio del dólar en las transacciones internacionales, desafiando la arquitectura financiera global.

Si bien Brasil no se ha unido formalmente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, Lula ha comprometido millones de dólares de los contribuyentes para construir infraestructura regional que complemente las inversiones estratégicas de China. Un ejemplo notable es el apoyo de Brasil a corredores y estructuras financieras vinculadas al Puerto de Chancay en Perú. El eje central del plan chino para reconfigurar las rutas comerciales entre Sudamérica y Asia solo será viable con la participación masiva de los países sudamericanos.

En la reciente cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, Lula propuso la creación de un sistema de cable submarino exclusivo de los BRICS para conectar a los miembros del bloque y garantizar su soberanía sobre la transmisión de datos. En nombre de los BRICS, Lula afirmó que el grupo busca esencialmente establecer un ecosistema en línea paralelo gobernado por países compuestos en gran medida por regímenes autoritarios y democracias disfuncionales.

La incursión de Lula en la órbita de China está transformando la relación entre Brasil y Estados Unidos. Las sanciones de la administración Trump no son solo una represalia económica. Son una advertencia geopolítica destinada a frenar un cambio que amenaza con desestabilizar el hemisferio occidental y refleja la creciente reticencia de Estados Unidos a tolerar la hostilidad geopolítica abierta de sus vecinos cercanos.

La reciente sanción estadounidense contra el juez de la Corte Suprema de Brasil, Alexandre de Moraes, en virtud de la Ley Global Magnitsky, ilustra aún más el cambio de postura de Washington hacia Brasil. La medida, justificada por presuntas violaciones de derechos humanos y abuso de poder, marca un paso sin precedentes en las relaciones entre Estados Unidos y Brasil. Más que una sanción legal, es una señal geopolítica de que las tendencias autoritarias, combinadas con una inclinación estratégica hacia China, Rusia e Irán, ya no serán ignoradas por Washington. En este contexto, las acciones de Brasil se consideran cada vez más no de forma aislada, sino como parte de una alineación global más amplia que desafía el orden internacional liberal.

La confusión de Lula entre las relaciones comerciales y la alineación ideológica corre el riesgo de aislar a Brasil, tanto económica como diplomáticamente, en un momento en que sus intereses nacionales exigen independencia y equilibrio. Lula se presenta como un nacionalista, esgrimiendo una potente narrativa populista para su beneficio interno. Pero a medida que los brasileños comienzan a sentir las consecuencias de la doctrina de “China Primero” de Lula —en una diplomacia tensa, aislamiento estratégico y vulnerabilidad económica—, también podrían darse cuenta de que Estados Unidos ha trazado una línea. La pregunta es: ¿sabe Brasil de qué lado está?

Leonardo Coutinho es el director ejecutivo del Centro para una Sociedad Libre y Segura.