La cultura popular no ha sido generosa con los gatos. Solo por citar algunos ejemplos rápidos, donde siempre se los ha colocado como compañeros del mal, Azrahel en Los Pitufos, el Señor Bigglesworth de Dr. Evil (Austin Powers) o M.A.D. el compañero del maléfico Dr. Claw en el Inspector Gadget. Siempre allí, acompañando planes absurdos, como si no tuvieron voluntad propia, algo no muy propio de los felinos. En ese sentido, los personajes de Don Gato y su pandilla estaban “más cerca” de lo fidedigno, cada uno con sus personalidades, haciendo las tropelías que ellos consideran, desafiando a la autoridad.
¿De dónde proviene esa asociación de los gatos como seres del mal? Quizá, desde esa vinculación a la brujería a lo satánico, quizá porque, justamente, no se rigen, como los perros, a las reglas del mundo humano.
Pero su adoración, de la que hay pruebas desde el antiguo Egipto, al menos, tuvo múltiples representaciones en el arte. En particular, Paraíso de los gatos, de 1955, la hispano-mexicana Remedios Varo es una pieza que nos habla de esa singularidad, de esa autonomía.
“A Varo le gustaba la libertad, no puede ser encajada en ninguna vanguardia. Por eso en su obra está tan presente la figura del gato, un símbolo de todo lo que representa. Encajarla en una convención es la antítesis de lo que ella era”, dijo a Infobae Cultura Victoria Giraudo, en el marco de Constelaciones, la primera muestra en el Argentina dedicada a la artista, que se realizó en el Malba en 2020.
Hace no mucho, otra imagen gatuna me sorprendió: “Tres gatos con pescado” (1932), de Foujita, en Museo secreto, que reunió más de 300 obras de 250 destacados artistas argentinos e internacionales, en el Bellas Artes.
“Puesto que están siempre en mi estudio, a veces pongo un gato a mi lado o al lado de mis desnudos, como una especie de firma”, decía el pintor japonés. El gato era para Foujita un avatar, la corporización de cualidades –inteligencia, independencia, misterio– que el artista también reivindicaba, ya que incluso aparece en su autorretrato en el mismo museo.
“Juguetones, afectuosos y despreocupados fueron usuales durante la cima del éxito comercial de Foujita en los años veinte, mientras que las criaturas combativas de Trois chats au poisson fueron pintadas a comienzos de los treinta cuando Foujita estaba bajo una enorme nube de impuestos sin pagar», escribe Kate Kangaslahti sobre la pieza.
Hace un año, esta sección presentó “los gatos más famosos de la historia del arte” y como toda selección fue subjetiva y parcial, ya que en aquella oportunidad se dejó afuera a Los amantes de mi esposa de Carl Kahler, por lo que este envío llega para hacer justicia a la que se consideró como “la mejor pintura de gatos del mundo”, por la Cat Magazine, allá por 1949.
La historia del cuadro comienza en 1891, cuando la millonaria de San Francisco Kate Birdsall Johnson encargó a Kahler un retrato monumental de sus gatos favoritos. La obra, que muestra 42 gatos —en su mayoría angoras—, fue concebida para inmortalizar a una parte de la vasta colección felina de Johnson. Las cifras sobre la cantidad total de gatos que poseía varían: algunas fuentes hablan de casi 300, mientras que otras sitúan el número máximo en 50.
El encargo marcó un giro inesperado en la carrera de Kahler, quien hasta entonces nunca había pintado un gato. Nacido en Austria en 1856, el artista se había especializado en escenas de carreras de caballos en Australia y Nueva Zelanda.
Su llegada a San Francisco respondía a un plan para pintar paisajes de Yosemite, pero una invitación a la mansión de Johnson cambió su destino. Johnson, reconocida por su filantropía y su afición al arte, poseía una colección que incluía la etérea pintura Elaine (1874) de Toby Edward Rosenthal y antigüedades grecorromanas.
La residencia de Johnson era una mansión victoriana de 40 habitaciones. En ella, los gatos de Johnson ocupaban un piso entero y contaban con sirvientes propios. Además de felinos, la propietaria criaba perros premiados, caballos, ganado y una colección de aves exóticas.
Kahler residió tres años en el castillo, estudiando a los gatos y captando sus personalidades para el retrato. A partir de aquella experiencia, y sobre todo tras la popularidad de la pintura, se convirtió en un especialista para retratar las relaciones gatunas.
La pintura, de 1,83 metros de alto por 2,59 de ancho, reúne a los 42 gatos que aparecen dispuestos en escalones cubiertos de seda, mostrando una variedad de emociones: algunos descansan, otros juegan o se acurrucan. Un grupo en la esquina inferior izquierda se reúne en torno a una polilla.
En el centro destaca Sultan, un imponente gato blanco con ojos verdes y manchas marrones y amarillas, por el que Johnson pagó USD 3.000 en un viaje a París. Junto a él se encuentra un angora blanco de ojos azules, identificado como Su Majestad, otro de los favoritos de Johnson y protagonista de otra obra.
Por el encargo, Kahler recibió USD 5.000, equivalentes a unos USD 170.000 actuales. La pintura debutó públicamente en la Exposición Universal de Chicago de 1893, donde causó sensación.
Tras la muerte de Johnson en 1893, un obituario recogía: “Durante su vida, la señora Johnson, aunque muy caritativa, tendía a ser algo excéntrica. Una de sus principales aficiones era mantener una enorme banda de gatos. Sentía especial predilección por la pintura, y se estima que su colección superaba los $200.000”.
Se rumoreó, incluso, que Johnson dejó USD 500.000 para el cuidado de sus gatos, aunque en realidad destinó la mayor parte de su fortuna a fundar un hospital para mujeres y niños pobres en San Francisco, reservando solo una pequeña suma para los animales.
La pintura, por su parte, ha sobrevivido a múltiples vicisitudes. Tras la muerte de Johnson, el coleccionista francés Ernest Haquette la adquirió para su lujoso Palace of Art Salon. El terremoto de San Francisco de 1906 destruyó el salón y devastó el 80% de la ciudad, además de acabar con la vida de Kahler a los 49 años. Los amantes de mi esposa, sin embargo, salió ilesa de la catástrofe.
En la década del ’40, la obra recorrió Estados Unidos en una gira nacional y se exhibió en el Madison Square Garden de Nueva York durante una exposición felina. Se vendieron unas 9.000 reproducciones de la pintura durante la gira, y en 1949 la revista Cat Magazine la calificó como “la mejor pintura de gatos del mundo”.
El interés por la obra ha resurgido en los últimos años, impulsado por las redes sociales y etiquetas como #meowsterpiece. En 2016, la pintura alcanzó un precio de USD 826.000 en una subasta de Sotheby’s, más del doble de su estimación máxima de 300.000, lo que equivale a 19.667 por cada gato representado.
Actualmente, los coleccionistas John y Heather Mozart son los propietarios de la pintura, que regresó a California del Norte y sigue cautivando a amantes de los gatos y del arte a través de internet.