Encontrar justicia después de décadas sin respuestas es una excepción en la crónica policial estadounidense. El asesinato de Ángela Samota en 1984 expuso las limitaciones de la tecnología forense de la época y la persistente impotencia de la policía local en resolver crímenes violentos.
Lo que distingue este caso no es únicamente su desenlace judicial, sino el papel que tuvo una amistad universitaria y el impulso ciudadano frente a una investigación paralizada. El caso representa una muestra de cómo el lazo humano puede sobrevivir al paso del tiempo y a la falta de avances institucionales.
Qué pasó con Ángela Samota
Ángela Samota, una joven de 20 años, estudiaba ingeniería eléctrica y ciencias de la computación en la Southern Methodist University (SMU) en Dallas, Texas. La noche del 12 de octubre de 1984, salió a una discoteca junto a dos amigos. Luego de llevar a cada uno a su casa, detuvo la marcha de su automóvil para saludar brevemente a su novio antes de ingresar sola a su departamento.
The Dallas Morning News y BBC News detallaron que alrededor de la 1:45 a.m., Samota llamó a su novio para contarle que un hombre extraño pedía entrar a su hogar para usar el teléfono y el baño.
Esa fue la última comunicación de Ángela Samota. Preocupado, su novio intentó comunicarse varias veces sin éxito y finalmente acudió en persona junto con la policía. Los agentes encontraron el cadáver de Samota en su dormitorio.
La joven sufrió una violación y recibió 18 puñaladas. Según el reporte de autopsia citado por BBC News, el corazón de la víctima fue extraído y colocado encima de su propio pecho. La brutalidad del crimen y la falta de testigos directos limitaron el margen de progreso.
El análisis de semen, sangre y saliva encontrado en la escena resultó inútil para incriminar a los tres sospechosos iniciales. La causa quedó congelada durante más de veinte años.
Cómo hizo su mejor amiga para descubrir la verdad sobre su crimen
La evolución forense y la constancia de una persona ajena al sistema policial marcaron un giro clave en el caso. Sheila Wysocki, antigua compañera universitaria y amiga cercana de Ángela Samota, nunca aceptó el cierre del expediente.
Según relató ella misma a BBC News, su empeño por llamar la atención de las autoridades incluyó cerca de 750 llamados al Departamento de Policía de Dallas a lo largo de dos décadas. Convencida de que debía actuar, estudió investigación criminal privada y obtuvo la licencia profesional.
Ya como investigadora privada, insistió en la revisión del material forense del archivo. En 2006, una detective asignada reabrió formalmente la causa: las muestras de ADN archivadas desde 1984 pasaron a las bases de datos del sistema estadounidense. El resultado fue inmediato.
Los rastros genéticos señalaron la presencia de Donald Bess, delincuente sexual reincidente que, según registros de CNN, se encontraba en libertad condicional en el momento del asesinato de Samota.
Cómo se habían conocido Ángela y Sheila
El inicio de la amistad entre Ángela Samota y Sheila Wysocki se remonta a 1982, durante su ingreso a la Southern Methodist University. Ambas compartieron residencia estudiantil y vivencias propias de la vida universitaria estadounidense.
Según BBC News, la relación atravesó etapas de cooperación académica y la construcción de lazos personales profundos. La muerte violenta de Samota impactó de forma irreversible en la trayectoria vital de Wysocki, quien abandonó la universidad y enfrentó años de trauma y obsesión por esclarecer el crimen. Su testimonio pone de manifiesto el efecto duradero de los crímenes no resueltos en los entornos próximos de las víctimas.
Qué pasó con el asesino de Ángela
El rostro detrás del caso surgió por la prueba científica. Donald Bess, el sospechoso identificado a partir del ADN recuperado de la escena del crimen, ya cumplía una condena por violación en otra causa.
Como documentaron los medios locales, salió en libertad condicional tras una condena previa de veinticinco años y su historial criminal incluyó múltiples abusos sexuales. En 2010, tras el juicio, un tribunal texano lo declaró culpable del asesinato y violación de Ángela Samota y le impuso la pena de muerte.
La persistencia y la acción privada de Sheila Wysocki, sumada al avance en la identificación genética forense de Estados Unidos, cerraron una herida abierta en Dallas. El expediente del caso Samota, citado por BBC News, se convirtió luego en objeto de crónicas, reportajes y piezas documentales como referencia obligada en la historia de los feminicidios impunes resueltos por la sociedad civil.