Sentado en el borde de la cama de un hotel porteño, con la valija todavía cerrada y el sol del mediodía pegado a la ventana, Juan Cárdenas dice: “El artista no es un apostador que va al casino a tirar toda su plata a ver si gana algo”. Atravesó el cielo en un avión trasnacional y el “tráfico infernal” de Ezeiza a Buenos Aires para participar del Festival Cuadernos Hispanoamericanos. Que empieza hoy y se extiende hasta el 1 de agosto en tres sedes diferentes. “Siempre hay un no saber en el artista. No es una especie de ignorancia tonta, es una facultad y hay que ir cultivándola”, agrega.
El ciclo es organizado por la Revista literaria Cuadernos Hispanoamericanos, fundada en 1948 y editada de manera ininterrumpida desde entonces. De esta edición participan más de veinte autores en unas trece actividades desparramadas en los cuatro días que dura. Habrá talleres, recitales de poesía y mesas. Cárdenas participa de dos: una es hoy, a las 19:30, en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (“Literatura a la contra: algunos discursos incómodos”); otra es el viernes a las 18 en la Biblioteca Ricardo Güiraldes (“Escritura desde los márgenes”). La entrada es libre y gratuita.
Juan Cárdenas es crítico de arte, traductor y escritor. Publicó varias novelas, entre las que se destacan Los estratos, Ornamento y Peregrino transparente. Nació en Colombia y allá vive, aunque también un poco en Chile: va y viene. Hoy trabaja mayormente como docente. Acaba de publicar, por la editorial argentina Sigilo —sello que editó varios de sus textos—, La ligereza, un libro de ensayos. Son cuatro en total, y cada uno a su modo, entre el diario personal, la reseña de obras y el desarrollo de conceptos, explora la relación entre vida y arte en un sentido casi esencial.
En el primero, el más potente, el que da título al libro, dice que “vivimos en un mundo que confunde la ligereza con la frivolidad” y que “no hay nada más pesado, nada más insoportablemente pesado que la frivolidad”, cuyo sabor es el de la “ideología dominante”. También dice que el arte, “si flota, es político”, y “si no es político, no flota, por mucho que hable de política o por mucho que trate de ilustrar alguna de las doctrinas de moda. Esto último es lo que le sucede a buena parte de la literatura feminista, queer, ecologista o antirracista que se escribe hoy”.
Aquel concepto, el de la ligereza, reflexiona ahora, del otro lado del teléfono, apareció a contramano de la fascinación: “Siempre me preguntaba por qué determinadas formas de arte me producían decepción. ¿Por qué esto no funciona? ¿Por qué esto se me cae? Fíjate que uno usa esta expresión cuando algo no le gusta: ‘se me cayó’. Y haciéndome esa pregunta, indagando en esa sensación de decepción, lentamente fui dando con el concepto. Precisamente: se me cae porque le falta ligereza. Fue la conciencia de la pesantez, de esa gravedad innecesaria, la que me llevó a elaborar el concepto».
¿Para qué hacemos política progresista o de izquierdas, si no es para producir placer y felicidad?
Juan Cárdenas
Cárdenas sostiene que se trata de un “concepto bien dialéctico”: no busca hacer una “apología de la ligereza”, sino que “siempre es relativo y depende de fuerzas contrarias precisamente a la ligereza”. “Es curioso: lo que mantiene en cierto modo flotando a los objetos del arte es su peso”, agrega. En el libro se ve, sobre todo, en la contraposición que hace entre el arte y la transparencia: “Si todo está demasiado claro, es posible que el diablo nos haya jugado una mala pasada. La ligereza despeja la claridad engañosa y nos devuelve a la superficie turbia, manchada de reflejos”.
“Esto está ligado a la relación con el inframundo. Sé que suena un poco místico, pero en el fondo tiene que ver más bien con otras tradiciones. Es como si las cosas estelares solamente pudieran serlo si también mantienen un extraño vínculo con lo que está por debajo de la Tierra”, dice y agrega: “Lo que trato de mostrar es la tensión entre el impulso religioso, que siempre está dentro del arte, y el discurso profanador. El arte tiende a profanar, pero al mismo tiempo tiende a mantener ese vínculo con lo sacro. Y esa duplicidad es lo que yo no veo en mucho del arte militante que hoy se promueve”.
“Ese arte falsamente militante —continúa— es incapaz de salirse de las coordenadas identitarias, lo que es un problema. Lo identitario está ligado a unas lógicas de poder contemporáneo que tienen que ver con el mercado. No encuentro mucha diferencia entre identidad y marca. Ahí dirijo mi ataque. Y sé que hoy está todo muy polarizado, que esto parece el típico discurso antiwoke de que ya no se puede decir nada, lo incorrecto, patatín, patatán. Al contrario: lo que estoy mostrando es una secreta complicidad entre ese arte falsamente militante y la dictadura de mercado en la que estamos”.
Detesto la figura del artista que cree que tiene que ir, sí o sí, contra el poder
Juan Cárdenas
En ese punto, La ligereza viene a recuperar una zona fundante, primitiva y —otra vez— esencial: el placer. “El arte da placer no porque imite a la vida, sino porque es capaz de traducir sus leyes secretas al lenguaje de las formas sensibles (…) La ligereza se conquista en el placer por lo gratuito. En aquello que se hace por ninguna razón, como la sucesión de Fibonacci, cuyos misteriosos números se despliegan por toda la naturaleza, desde las alcachofas hasta el árbol genealógico de las abejas. Sigamos soplando porque sí. Busquemos algo de placer, a ver adónde nos conduce”, escribe Cárdenas.
Ahora, en esta breve conversación con Infobae Cultura, subraya que “ese placer está fuertemente conectado a las energías políticas más profundas y elementales. ¿Para qué hacemos política, digámoslo así, progresista o de izquierdas, si no es para producir placer y producir felicidad? Si nos desconectamos de ese principio, pues no veo yo que eso conduzca ni al progresismo ni a ninguno de los valores de los que se supone que defendemos». Entonces aparece la pregunta por el propósito del arte. “Personalmente, no me siento muy cómodo con asignarle por default al arte una función”, asegura.
“Incluso detesto también una cosa que se ha vuelto muy cómoda en las últimas décadas: la figura del artista, escritor o intelectual que cree que sí o sí tiene que ir contra el poder. Si rascas un poco verás que es una actitud completamente frívola, que por lo general lo único que hace es repetir discursos inofensivos y atacar unos poderes que es fácil atacar. Yo creo que el arte se mueve en el interior de tensiones, y si esas intenciones obligan, por una circunstancia coyuntural, política o de algún tipo, al artista a manifestarse e ir a la contra, pues me parece que tiene que ser así”, agrega.
“No me gusta asignarle funciones fijas al arte. Creo que el arte se tiene que mover en un terreno que a veces es difícil de entender, lleno de ambigüedades, y uno como artista va navegando esas tensiones y va tomando decisiones a partir de su lectura. Además, siempre hay un no saber. No es una especie de ignorancia tonta. El artista no es un apostador que va al casino a tirar toda su plata a ver si gana algo. El no saber es una facultad y hay que ir cultivándola. El artista no sabe muy bien qué es lo que no sabe, pero intuye cómo darle forma y cuál es el contorno de eso que no sabe”, concluye.