Todos hablan de Jacob. La madre, el ama de llaves, sus amigos, sus compañeros de viaje, sus novias y amantes. Todos creen conocerlo. Pero es un protagonista fantasma. Está apagado. Y solo se enciende a través de la palabra de los otros que lo narran. Si es lindo o feo. Si es fuerte o débil. Si es seductor, inteligente y bueno. O si era travieso cuando era chico. Es como si lo descubriéramos de a pedacitos. Como si lo viéramos a través de un calidoscopio. Porque él no se cuenta a sí mismo. En El cuarto de Jacob, el actor principal no tiene voz propia.
A Jacob lo conocemos a través de las diferentes miradas del resto de los personajes. Hasta que al final “el cuarto” queda vacío. “Dejó todo tal como estaba – se maravilló Bonamy- No acomodó nada. Todas sus cartas desparramadas por todos lados para que cualquiera las lea. ¿Qué esperaba? ¿Pensaba que iba a volver? (…) Lánguido era el aire de un cuarto vacío, apenas inflando la cortina; las flores en el jarrón se movían. Una fibra del sillón de mimbre crujió, aunque nadie se sentaba allí. Bonamy cruzó el cuarto, hasta la ventana. (…) Jacob! Jacob! – gritó, parado junto a la ventana. Las hojas se hundieron nuevamente. Qué desorden por todos lados- exclamó Betty Flanders, abriendo la puerta del dormitorio. Bonamy se alejó de la ventana. ¿Qué voy a hacer con esto, señor Bonamy? Ella sostenía un par de viejos zapatos de Jacob”.
En esta obra, de la escritora inglesa, el protagonista no es el centro de atención. Su existencia se transmite a través de la mirada y experiencias de otras personas. En su mayoría, mujeres. Por ejemplo, su mamá – Betty Flanders- señala su veta intelectual. Clara Durrant, la chica que gusta de él, ve su costado pasional. Jacob y Clara parecen la pareja perfecta, pero nada que ver. El personaje del que todos hablan la ignora sistemáticamente en favor de otras mujeres como Sandra, una señora casada que conoce en un viaje a Grecia. Pero a Clara, que está soltera, disponible, que lo ama, no le da ni bola. Es así que descubrimos algo central en la vida del hijo menor de Betty Flanders: su falta de rumbo, que se manifiesta en su incapacidad para encontrar el amor y un propósito. Otro más que no tiene ni idea acerca de cuál es el sentido de la vida. Te tiro una pista: es para el otro lado.
Sin embargo, hay algo que sí sabemos y es que Jacob es inteligente. Si no: ¿cómo hizo para conseguir una beca en la Universidad de Cambridge? Será por eso que casi todos lo describen como un joven responsable y comprometido. Sus amigos aseguran que los une el amor por la cultura y el arte griegos. Los empleados del Museo Británico lo ven copiando poesía de libros antiguos: “Demasiado pobre para permitirse libros de poesía propios y, sin embargo, lo bastante obsesionado por el arte como para buscarlo y atesorarlo el mayor tiempo posible”. Pero nada de todo esto consigue plasmarlo con fidelidad. Entonces nos preguntamos: Pero ¿quién es Jacob Flanders?
Un cangrejo, un cuarto, una guerra
La novela de Woolf cuenta la vida del chico Flanders desde sus 6 años, cuando atrapa un cangrejo en una playa de Cornualles, hasta los 26, momento en el cual desaparece en medio de la Primera Guerra Mundial. Más que una historia lineal (que no lo es) la ficción explora la identidad, la fugacidad del tiempo y la insoportable levedad de Jacob y de todos nosotros, a través de los ojos de otros. “Nadie ve a los demás como son, y mucho menos una señora mayor sentada frente a un joven desconocido en un vagón de tren. Ven el conjunto… ven toda clase de cosas… se ven a sí mismos (…). Pero puesto que, incluso a su edad, notaba su indiferencia, seguramente era, en uno otro sentido (al menos para ella), simpático, guapo, interesante, distinguido, bien proporcionado, como su hijo. Que cada uno sacara lo mejor de este informe. En cualquier caso, el joven era Jacob Flanders, de diecinueve años.”
Como sea, la preciosa edición de El cuarto de Jacob, lograda por Del Fondo Editorial (con ilustraciones y todo), no es otra cosa que una gran reflexión sobre la pérdida y la memoria que lucha por recuperar lo que se pierde. Una mirada intensa sobre lo transitorio de la vida, algo a lo que nos tiene acostumbrados la autora británica.
Publicada en 1922, El cuarto de Jacob refleja los cambios e incertidumbres de principios del siglo XX. Escrita después de la Primera Guerra Mundial, la novela capta la sensación de pérdida y desorientación de la sociedad británica durante este periodo de la historia.
La guerra tuvo efectos devastadores y provocó la muerte de toda una generación, de lo que se hace eco a través de Jacob Flanders, el protagonista de la novela. Con un estilo que indaga en nuevas formas expresivas para su tiempo, Virginia Wolf retrata, de un modo magistral, la vida interior y psicología de todos los que, a través de sus miradas y sus voces, narran la vida de este joven que un día se va para no volver. El cuarto de Jacob es un espejo de las preocupaciones existenciales de aquel momento (que no distan mucho del actual) y de la búsqueda de sentido en un mundo que no lo encuentra y cuando lo hace, sigue de largo.
¿Quién fue Virginia Woolf?
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Virginia Woolf (Londres, 1882) fue una autora fundacional de la literatura moderna y referente feminista.
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Nació en una familia vinculada al circuito artístico e intelectual de la época, pero nunca asistió al colegio formal.
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No publicó sino hasta los treinta y tres años. Fin de viaje (1915) fue su primera novela.
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Dos años después, junto a su marido Leonard Woolf, fundó la editorial artesanal HogarthPress.
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En 1919 publicó Noche y día, donde aborda la temática del voto femenino y el cuestionamiento al matrimonio.
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Con su tercera novela, El cuarto de Jacob (1922), desarrolló una escritura de corte experimental. Posteriormente, escribió: La señorita Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1928) y Las olas (1931).
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Woolf también escribió una larga lista de artículos, cuentos, biografías y ensayos, como Un cuarto propio (1929), que la situaron en un lugar fundamental para el feminismo contemporáneo.