Una mujer israelí de unos 70 años fue imputada este jueves por presuntamente planear el asesinato del primer ministro Benjamin Netanyahu. Según la Fiscalía, la acusada tomó esta decisión tras ser diagnosticada con una enfermedad terminal y convencida de que debía “tomar la decisión de asesinar al primer ministro de Israel, ‘sacrificando’ su vida por la lucha contra el Gobierno para ‘salvar’ al Estado de Israel”.
Según el pliego de cargos, la mujer estaba involucrada en “protestas políticas” contra el actual gobierno israelí y habría intentado contactar a otras personas para llevar a cabo el ataque.
El hombre a la que se acercó para concretar el plan se negó a colaborar y, ante la insistencia de la acusada, decidió consultar a un abogado, según informó la cadena Arutz Sheva. Al ver que no podía hacerla desistir, y preocupado por la gravedad de sus intenciones, terminó alertando a las autoridades, lo que derivó en su arresto.
La acusada llegó a pedir ayuda para conseguir una granada propulsada por cohete —un arma militar de alto poder destructivo— y solicitó información detallada sobre la agenda del primer ministro, sus desplazamientos y las medidas de seguridad que lo rodean.
La Fiscalía solicitó que la imputada permanezca bajo arresto domiciliario mientras avanzan los procedimientos judiciales, alegando riesgo de que intente ejecutar el plan si es liberada, ya que en sus declaraciones afirmó estar dispuesta a morir como una “mártir”.
El año pasado, otro hombre fue arrestado tras publicar en redes sociales su intención de matar a Netanyahu. Los asesinatos políticos de alto perfil no son ajenos a la historia del país: en 1995, el entonces primer ministro Yitzhak Rabin fue asesinado por un extremista de derecha que se oponía al proceso de paz de Oslo con los palestinos.
Dos años antes de su asesinato, Rabin y el líder palestino Yasir Arafat se habían dado la mano —y hasta intercambiado sonrisas— durante la firma de los Acuerdos de Oslo en Washington. El histórico gesto sellaba un compromiso mutuo para avanzar hacia la paz y sentar las bases de un futuro Estado palestino.
El acuerdo despertó esperanzas tanto en Israel como en los territorios palestinos, donde muchos comenzaron a imaginar una salida al conflicto que los enfrentaba desde hacía décadas. Sin embargo, también desató una oleada de rechazo. En Israel, la derecha nacionalista acusó a Rabin de traidor, mientras que grupos islamistas como Hamás intensificaron los ataques, convencidos de que el pacto ponía en peligro la causa palestina.
(Con información de Europa Press/AFP)