AC venía de poner el listón muy alto con Alta suciedad (1997) y Honestidad brutal (19999), y y entonces llegó la desmesura de El Salmón (2000). No casualmente, lo que siguió fue un retiro forzoso -para recuperar su salud- hasta el regreso con El cantante (2004)

“Me dejé secuestrar por mí mismo, por mi nariz y por la libertad. Trasladé el estudio a la cama y sencillamente escribí con deseo, durmiendo dos veces por semana. Estaba inspirado, un poco empachado por la sensación de poder escribir y grabarlo todo”, reflexionó Andrés Calamaro sobre el proceso que lo llevó a crear El Salmón, uno de los discos más singulares y desmesurados de la historia de la música argentina: ¡5 CDs!, ¡103 canciones! Todo muy digno del Libro Guinness de los Récords.

La frase alude a su encierro tan creativo como tóxico a finales de los años ’90, y resume el espíritu de un álbum que desafió todas las convenciones de la industria y que, un cuarto de siglo después, sigue siendo objeto de análisis y asombro. El aislamiento voluntario de Calamaro no solo marcó un hito en su carrera, sino que también redefinió los límites de la producción musical en un momento en que el confinamiento, por motivos muy distintos, se ha convertido en una experiencia común para millones de personas.

La travesía hacia El Salmón comenzó en 1994, cuando una serie de “bombas de tiempo” estallaron en la vida del músico. El final de su banda española, Los Rodríguez, marcó el inicio de una etapa de cambios profundos. De regreso en Argentina, Calamaro lanzó el celebrado Alta Suciedad, un disco que incluyó himnos como “Flaca” y “Crímenes Perfectos”, pero que también lo sumió en la controversia y la censura. Temas como “Loco”, con sus referencias al consumo de marihuana, y “Media Verónica”, que reavivó el debate sobre la tauromaquia, lo colocaron en el centro de la polémica.

A pesar de las turbulencias, Calamaro no detuvo su marcha. En 1999, publicó Honestidad Brutal, un álbum que la crítica situó entre los diez mejores de la historia del rock argentino. Los altibajos de esos años consolidaron su figura como referente indiscutido, aunque también lo enfrentaron a los medios de comunicación, especialmente por su postura respecto a las drogas. Al concluir la gira de ese año, el compositor se encontró ante el umbral del nuevo milenio, cargado de incertidumbres y con la necesidad imperiosa de reinventarse.

Fue entonces cuando Calamaro optó por el aislamiento voluntario. Desde finales de 1999 hasta principios del año 2000, se recluyó en su domicilio junto al guitarrista Gringui Herrera y Marcelo Scornik, socio lírico. Durante cerca de tres meses, el trío se sumergió en un proceso creativo sin precedentes. Un día típico consistía en componer, tocar y grabar hasta diez canciones nuevas. Mientras Scornik escribía letras en una habitación, Calamaro se encargaba de la armonía en otra. El grupo se desconectó por completo del mundo exterior: no veían televisión, no leían diarios ni escuchaban música ajena.

En ese encierro, la creatividad se desbordó. Además de las composiciones originales, realizaron numerosos covers de temas de The Beatles, Bob Marley, Spinetta y The Rolling Stones, entre otros. Estas reinterpretaciones funcionaban como un respiro dentro de la maratón compositiva, pero también como un ejercicio de exploración musical. Según relató el propio Calamaro, la situación llegó a preocupar a colegas y familiares: “Estaba muy flaco y mal dormido, pero la inercia volvía imposible el descanso”, recuerdan testigos cercanos. La presión autoimpuesta era tal que la única meta posible era concluir El Salmón.

La tapa

El desafío no era solo artístico, sino también personal. El material que surgía de ese encierro se erigía como un reto a todo: a la figura pública de Calamaro, a la controversia que lo rodeaba, a los altibajos de su carrera como solista, al efímero éxito con Los Rodríguez en España y a las secuelas de Alta Suciedad y Honestidad Brutal. “En el fondo este material desafiaba todo, era un desafío al mismo artista, a la polémica que lo abordaba, al turbulento inicio de su carrera como solista, al triunfo corto con Los Rodríguez en España, más allá del reconocimiento cosechado tras Alta Suciedad y Honestidad Brutal”, señala un crítico español.

Al término de los tres meses de grabaciones, Calamaro viajó a España con maletas repletas de canciones. La magnitud del trabajo era tal que debió pagar un sobrecargo por exceso de equipaje. Presentó a la discográfica DRO un total de 300 maquetas, con la intención de grabarlas en estudio. “Para muchas bandas, el trabajo de toda su carrera; para el cantante, un trabajo arduo de tres meses”, sigue. La cifra resulta abrumadora: lo que para otros representa el esfuerzo de una vida, para Calamaro fue el resultado de un encierro febril.

Los 5 CDs que integraban la caja de El Salmón: 103 canciones, 85 inéditas y 18 covers: 4 horas y 52 minutos de rock, puro AC

“¿Vos no escribís una nota por día? ¿Entonces qué tiene de raro que yo escriba una canción por día? Si te sorprende es porque los artistas suelen ser unos vagos, y yo no lo soy. Y escribo más de una canción por día. ¡He llegado a hacer diez en un solo día!“; así le explicaba Andrés al periodista Martín Pérez tanta desmesura creativa en su fase Deep Camboya, como se conoce en el folklore calamarense aquella etapa bautizada con un guiño al clásico de Francis Coppola, Apokalypse Now.

Andrés en su etapa

La selección final de canciones supuso otro desafío. De las 300 maquetas, se eligieron 103 temas para llevar al estudio. El repertorio no se limitaba al rock, sino que se expandía hacia el reggae, el soul, el tango, el blues y otros géneros. Canciones como “Output Input”, “El Salmón”, “Revolución Turra”, “Ok Perdón” y “Tuyo Siempre” destacaron entre la avalancha creativa. El resultado fue un álbum de dimensiones inéditas, tanto en cantidad como en diversidad estilística.

La experiencia de escuchar El Salmón es, en sí misma, una prueba de resistencia. “Elegancia, melancolía, intensidad, irreverencia y atrevimiento fueron la base de un trabajo lleno de emociones, el cual claramente es inescuchable de una sentada”. Andrés lo decía así: “Más que un disco, es una novela, la cual se divide en cinco capítulos donde se muestra el lado más oscuro del artista y también el más prolífico”. Esta estructura, dividida en cinco partes, respondió tanto a necesidades artísticas como a exigencias de la industria.

El proceso de grabación en estudio se extendió durante varias semanas. Finalmente, se decidió que El Salmón se publicaría en cinco volúmenes, una estrategia inédita en la historia discográfica argentina. Vale aclarar que, por cuestiones económicas, también lanzaron una versión doble con solo 25 temas.

El lanzamiento tuvo un éxito moderado, pero lo verdaderamente singular fue la reacción de AC tras la publicación. En lugar de embarcarse en una gira promocional, optó por desaparecer del radar. La última canción del álbum, “Este es el final de mi carrera”, funcionó como un presagio. Entre el lanzamiento de El Salmón y el año 2002, Calamaro compuso cerca de 200 canciones adicionales, que permanecieron inéditas por decisión propia.

La publicación de El Salmón supuso una ruptura con las reglas no escritas de la industria musical. “Andrés Calamaro mostró en El Salmón una forma diferente de hacer música. El reto al arancel de las 12 canciones dio muestra de que un artista se debe dedicar a componer y crear siempre y no solo para cumplir un contrato”, destacaba una crónica de El Universal de México.

Ayer......y hoy

La historia de El Salmón es, en última instancia, la de un artista que eligió el camino más arduo y personal. El aislamiento voluntario de Andrés Calamaro no solo le permitió explorar los límites de su creatividad, sino que también dejó una huella imborrable en la música argentina. Como él mismo expresó, “El Salmón era seguir la dirección difícil, la tuya, la arriesgada, la que vale la pena”, una declaración que sigue inspirando a quienes buscan en la música algo más que entretenimiento: una forma de resistencia y de afirmación personal.