Una pluma grúa sostiene una cápsula de vidrio. En su interior, recostado sobre arena, un hombrecillo descansa. La maquinaria sube, baja, pero él se mantiene ajeno. Imperturbable. No hay épica en su derrota, no hay rebeldía. Es un hombrecillo que, por alguna razón, decidió ignorar lo que sucede a su alrederdor.

No es el único. Se pueden observar a otros, en escenario disímiles, que parecen haber tomado la misma decisión en la muestra de Guzmán Paz, El tapiz amarillo, en la galería Nora Fisch, donde la pasividad y lo trágico se entrecruzan, en donde la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, donde habita el olvido, citando a Sabina.

La exposición invita a sumergirse en un universo doméstico que, lejos de ser un refugio, se convierte en “el lugar de la prisión material, de la normativa y las convenciones”, dice Guzmán Paz (Montevideo, Uruguay, 1988), en un recorrido con Infobae Cultura.

Ni bien se ingresa al espacio de San Telmo, la pintura El papel en el zapato mixtura tres escenarios: un exterior que da ingreso a una enorme arena teatral y luego, con la mirada, se sale hacia un interior que es, a su vez, otro interior, marcando un traspaso de una arquitectura reconocible a otros que parecen salir más de una pieza de sci-fi. Un afuera con verdor a un adentro hormigonado, gris.

Sobre el escritorio de la entrada, la pieza Playa Picada revela con humor la operatoria de un artista selfmade, que rompe con la supuesta nobleza de los materiales, en una escultura realizada a partir de retazos de lienzos, masilla epoxy y madera para proponer una tabla de tentempiés, donde otro personajillo también reposa.

Casi en el centro de la sala, El hogar, una casa de múltiples habitaciones se erige sobre un pedestal. Funciona como eje, como centro, ya que todo lo que se verá a partir de allí está relacionado con ese mundo privado, pero no desde la perspectiva del confort, sino como “un espacio saturado de objetos y reglas”, donde “las manchas de humedad que se empiezan a escapar de esa casa” simbolizan intentos fallidos de ocultar una realidad adversa.

“Cada obra sería como un espacio dentro de esa casa. El empapelado, la chimenea, el baño y otros elementos se transforman en escenarios donde la realidad se distorsiona y la cordura parece tambalear”, dice sobre la muestra realizada con acompañamiento de la española Chus Martinez.

El título de la muestra remite al cuento homónimo de Charlotte Perkins Gilman, publicado en 1892, donde una mujer confinada en su casa comienza a ver cómo el empapelado de su habitación cobra vida. Guzmán Paz explica: “Es una mujer que, como confinada, medio enferma, empieza a ver los defectos del tapiz, que se mete en esa realidad para escapar de la suya”.

La referencia literaria se traduce en una expo en que las formas y materiales parecen desbordar los límites de esa casa, para generar una atmósfera de inquietud y extrañamiento.

Guzmán Paz es un artista autodidacta que no solo produce objetos, sino que construye universos complejos a partir de una manualidad excesiva, con una marca barroca, para generar una fuga entre lo real y lo fantástico, lo reconocible y lo surreal. Es un constructor de mundos. De pequeños mundos. Un Brainiac que embotella su propia Kandor antes de la implosión.

El tapiz amarillo es una exhibición tanto divertida como inquietante, donde los personajillos aparecen atrapadas en las obras, que pueden quedar al servicio del consumismo, como en Super edificio, o que, brazos en jarra detrás de la cabeza, se muestran relajados mientras todo arde y no lo notan, como en Morrón.

“Creo que estamos como muy recargados de cosas y que eso nos distrae de poder tomar acción. Entonces, tomo al personaje que está como el cuento, que está tirado, escapando hacia una fantasía de nuestra nueva realidad por la incapacidad de poder tomar acciones de todo lo que vivimos”, dice el artista.

Esta operación puede verse también en piezas como Canilla libre, Living u Organizador, donde lo doméstico es escenario de una tragedia en desarrollo, pero que a la vez no sucede porque se la ignora. Hay, en las decisiones de los personajillos, un mecanismo de defensa, diría Freud, para protegerse de una verdad dolorosa, una sumatoria de voluntades perdidas o una búsqueda de una felicidad efímera amparada en elegir, o no, la ignorancia, como quien decide no saber lo qué sucede más allá de su puerta. Ojos que no ven.

En su propuesta Guzmán Paz supera los límites de lo hogareño, ya que la desgracia -si bien sucede en un contexto reconocible- es, a la vez, extensible a niveles macro. Lo aterrador en la composición se ve puertas adentro, pero hay indicios sobre cómo podría venir (o viene) desde el exterior.

“Lo principal es un algo que te distrae del horror que estás viendo, como hablando de algo que pasa en las realidades nuestras. Ahora mismo, en las redes, consumimos una cosa atrás de la otra sin sentido, ni peso, una noticia horrible mezclada con alguien cambiándose la ropa, mezclado con comida; todo te distrae”, comenta.

En Champion, por ejemplo, las personas son los cordones que ajustan una zapatilla deportiva que podría referir a los deportes, citando a Marx sobre la religión, como opio de los pueblos o en Boca se presenta un balcón con dientes, en el que en uno de ellos dos personas se abrazan tiernamente, pero la sangre brota del costado, mientras en el mirador una mujer observa, también relajada, hacia un horizonte.

Las obras, según detalla el artista, funcionan como “terremotos emocionales” que descolocan tanto por su estética como por la historia que sugieren. Un empapelado parece tomar vida a partir de las figuras que se avasallan por ocupar el espacio, en una chimenea los estantes comienzan a caerse o en el comedor, un hombre arrodillado se oculta detrás de una silla como un niño que, a la vez, quiere y no mirar una película de terror.

El trabajo manual ocupa un lugar central en la propuesta. Desde los ornamentos de los marcos, realizados con lienzo pintado de dorado, a piezas de vidrio soplado, Guzmán Paz estuvo detrás de cada detalle, lijando a mano los detalles, pintando incluso las puertas de la galería o las bandas tipo madera que atraviesan las paredes, convirtiendo a las obras en artefactos que, en la posmodernidad, realzan los oficios que vienen desde la antigüedad, convirtiendo así cada pieza en varias a la vez.

De la muestra “El tapiz amarillo”, en la galería Nora Fisch

En ese sentido, la sala, lejos de ser un espacio neutro, se presenta como una parte activa de la muestra, como un organismo vivo: “Intenté hacer lo opuesto al cubo blanco y resaltar los elementos como las puertas, de manera que una sea una cosa clausurada y la otra de oficina. Las columnas y pasillos también integran al relato visual, reforzando la idea de que es una casa atravesada por la interrupción y el desorden”.

Así, en El tapiz amarillo las manchas en las paredes, los objetos y las escenas funcionan como metáforas de una sociedad saturada de estímulos, donde la evasión se impone ante la posibilidad de actuar y la casa, más allá del hogar, abandona su función de protección. Las obras operan tanto en singular como en plural, para recordarnos que el encierro, por más que no es obligatorio, puede ser una elección. Un estado de la mente.

*El tapiz amarillo, de Guzmán Paz, en galeria Nora Fisch, Av. San Juan 701, CABA. De martes a sábados, de 14 a 19 hrs, hasta el 25 de octubre. Entrada gratuita.