Los presentes y quienes seguían cada una de las instancias desde su casa, temblaron por un instante. El ritual que noche tras noche regala sonrisas a los televidentes de Buenas noches Familia en El Trece vivió un giro inesperado cuando el “mini Hombre Araña”, disfrazado y entusiasmado, irrumpió con su saludo habitual. El pequeño vecino, protagonista espontáneo del ciclo, quiso sorprender a todos con una acrobacia improvisada, pero terminó golpeándose y generó un susto en vivo.
Era el momento de la ventana. Guido Kaczka, conductor y anfitrión de este show familiar, salió a la vereda y detectó al pequeño trepando la reja y no tardó en celebrar la aparición. “¡Buenas, buenas! Que todos esos celulares, todos los celulares que están filmando, giren sobre su eje y filmen al Hombre Araña. Porque el Hombre Araña está ahí. Miren. Ahí está”, animó, mientras el chico, metido en el papel, saludaba y empezaba sus piruetas ante la cámara y el aplauso de quienes allí se encontraban.
La energía en el estudio era palpable. Niños y adultos se sumaron al reconocimiento cuando el conductor pidió: “Chicos, el aplauso acá para el Hombre Araña. Ahí va. Y la banda, y la banda te canta. Te queremos, Hombre Araña, te queremos. Te queremos, Hombre Araña, te queremos”. El animador, siempre atento a cada movimiento, algo que lo que hizo un sello, seguía la escena con admiración: “El Hombre Araña es lo máximo. Mirá, mirá, nos hace una pirueta. Aplausos, es un crack”.

Pero las luces se apagaron durante un segundo. El niño, en pleno despliegue acrobático, calculó mal y se golpeó accidentalmente con la reja frente a la multitud de miradas y celulares grabando. El gesto de alegría de Guido se transformó de inmediato en preocupación. “Uy, ¿qué pasó? Algo le dolió al Hombre Araña. Se la dio. Se lo llevaron al Hombre Araña”, narró, con la voz vibrando entre el nerviosismo y la necesidad de intervenir.
La reacción fue instantánea. El conductor pidió entrar a la vivienda del niño: “Abrime, abrime. ¿Qué pasó? Te excitás cuando sos chico. Y encima, si los grandes te excitan, te excitás más. Y nosotros, boludones… ¿Para qué aplauden ustedes? Miren lo que hicieron”, lanzó con chispa irónica a quienes, aún desconcertados, seguían aplaudiendo. El ambiente había cambiado: del jolgorio al sobresalto en un solo instante. Y saber qué había pasado realmente con el pequeño superhéroe que por un momento sintió el dolor.

Pero, ¿quién no sintió ese pequeño vértigo de la infancia, ese impulso a impresionar cuando alguien observa y alienta con admiración? Guido no dudó: “¿Me abren un segundo?”, pidió nuevamente, apremiado, antes de cruzar la puerta y sumarse a la familia del chico en el departamento de enfrente.
El conductor cruzó el umbral. “Permiso. ¿Se puede? Pero… Permiso. No sé si se escucha. Se escucha, perfecto. Hoy, Hombre Araña, vine acá a saludar. Mirá, se puso bien cuando vine. Porque estaba llorando y ahora está contento, pero lo calmé. La señora me abrió. Es una familia preciosa. La casa tiene un patio interno divino y una parrilla arriba. Lo calmé, estaba llorando mal”.
El relato iba tejiéndose entre la pantalla y la vida de ese edificio, entre o que pasaba dentro del domicilio y las imágenes que les devolvía el televisor, como una especie de recordatorio de cuán delgada puede ser incluso la línea entre la inocencia y el riesgo, entre la televisión y el pulso real de una familia. El pequeño Hombre Araña, ya reconfortado por el abrazo de la celebridad, recuperó la sonrisa que, noche tras noche, ilumina la ventana del show.