Griselda Seleme cursaba cuarto año de la carrera de medicina cuando comprendió que quería ser médica. Nunca lo había advertido hasta ese día. Intuía que en algún momento le iba a llegar esa epifanía. “Mi principal miedo era saber que todo ese esfuerzo y sacrificio valiera la pena, porque no me encontraba con la pasión de estudiar medicina”, dice antes de recordar cuál fue el instante en que cambió todo: “Fue la primera vez que entré a un quirófano. Recuerdo ese momento como si fuese hoy, de una manera vivida, como una película. Cuando me puse por primera vez el ambo y entré a ver esa cirugía, la emoción que sentí fue realmente indescriptible. Sentí esa sensación de omnipotencia en el médico que estaba realizando la cirugía, la posibilidad de resolver, de poder brindar un resultado con sus propias manos, que entendí que ese era el camino que quería seguir”.

“Fue realmente muy esclarecedor -cuenta-. Y muy alentador porque yo hasta ese momento no sabía si me gustaba o no lo que estaba haciendo. En ese momento, descubrí que realmente eso era lo que quería hacer y todo lo que tenía que ver con cirugía me apasionaba y que lo otro no me interesaba, lo hacía porque había que hacerlo, pero siempre me inclinaba estudiar con pasión todo lo que tenía que ver con la parte quirúrgica”.

Por entonces tenía cerca de 25 años. Había nacido en un pueblo del interior de la provincia de Corrientes en el seno de una familia tradicional que le había inculcado -dice- la perseverancia y el amor por el estudio. La medicina surgió como desarrollo profesional sin un pleno convencimiento. Su madre había empezado a estudiar la carrera sin llegar a terminarla y algo de eso se le impregnó. Un test vocacional en la provincia de Buenos Aires le había sugerido medicina. A los 17 años entonces empezó, con una seguridad ambigua, a cursar medicina en la capital de la provincia.

Una foto de Griselda Seleme con el doctor Ivo Pitanguy en Río de Janeiro, Brasil

Buenos Aires quedaba muy lejos y el temor a la gran ciudad para una joven del interior provincial primó en la decisión familiar. La mudanza fue más corta: a una pensión de Corrientes capital. “Los primeros tiempos sí tuve miedo, pero a veces la inconsciencia o el desconocimiento a veces hace que uno no tenga conciencia de los riesgos que uno puede tener. Igual dentro de todo, Corrientes es una ciudad chica y a medida que vas viviendo, te vas haciendo de un entorno conocido y que también te va acompañando y protegiendo”, describe.

Fue estableciéndose, entonces, en su nuevo lugar y en su nuevo propósito. La fascinación por el quirófano tenía un componente cultural adverso. “Los primeros años en cirugía general fueron difíciles porque suele ser un medio de más de hombres y las mujeres no eran tan respetadas. Era como si la mujer tenía que hacer otras especialidades como pediatría o clínica, pero cirugía era un campo de hombres”. Pero a ella era lo que más le gustaba: “Me daban para que haga todo lo que era la parte de piel, la parte de quemados. Hacía con mucha pasión suturar una herida, que la herida quede prolija”.

Y así como entrar a un quirófano le inspiró una vocación, acompañar a pacientes quemados a Buenos Aires le devolvió una especialidad. “Me ofrecía a acompañarlos a clínicas en Buenos Aires. Ahí entré en contacto con cirujanos plásticos y ahí fue que decidí que lo que quería hacer era cirugía plástica”, remarca. “Me trasladaban en unas avionetas que hoy no me subo ni por casualidad. Eran unas licuadoras, pero yo venía con inconsciencia feliz y conciencia del riesgo feliz”, recuerda.

El apoyo familiar y la perseverancia fueron claves en la carrera de Griselda Seleme desde Corrientes hasta Buenos Aires

“Me apasiona la posibilidad de transformar vidas, la posibilidad de ayudar a las personas a encontrarse dentro de su propia imagen, a encontrar su mejor versión”, afirma con convicción Griselda Seleme, hoy especialista en cirugía plástica reparadora y estética, y directora de “Seleme Medical Beauty”, un reconocido centro de estética en Buenos Aires. “La cirugía plástica es muy amplia. Cuando vine a Buenos Aires a hacer cirugía plástica, empecé con mi residencia, pero después recorrí diferentes centros para ir capacitándome”, relata la especialista. Su formación incluyó una residencia completa y la búsqueda de experiencias en hospitales de referencia, lo que le permitió conocer de cerca las distintas ramas de la disciplina, desde la estética hasta la reparadora.

El camino hacia la excelencia profesional no estuvo exento de obstáculos. Seleme recuerda su llegada a la gran metrópolis porteña como un momento de profunda incertidumbre: “El venir de Corrientes a Buenos Aires fue un paso difícil porque yo ya en Corrientes estaba adaptada, estaba como pez en el agua, ya tenía mi grupo de contención, tenía mi entorno y acá era totalmente anónima”. La transición de una ciudad pequeña, donde “siempre tenés a alguien conocido”, a la vastedad de la capital, supuso un desafío emocional y social. A pesar de la resistencia inicial de su familia, que “era un poco reacia de que venga a Buenos Aires”, siempre contó con su apoyo incondicional para perseguir sus metas.

Su determinación se forjó en noches de desvelo y jornadas extenuantes. “Muchísimas horas sin dormir. Guardias en ambulancia”, recuerda. Su regreso a Buenos Aires la llevó a integrarse al Hospital Italiano como médica de planta, consolidando su posición en el ámbito hospitalario. La experiencia adquirida en distintos centros y bajo la tutela de profesionales destacados le permitió definir el rumbo de su carrera y especializarse en técnicas innovadoras.

La especialista en cirugía plástica superó barreras de género en un campo dominado por hombres

El año 2000 marcó un punto de inflexión en su vida. La crisis económica que atravesaba Argentina afectó la economía familiar y particularmente la estabilidad laboral de su esposo, quien provenía de otro sector. “Me sugirió que armáramos un centro. Yo al principio tenía un poco de miedo en cuanto a unir la familia, la pareja con el trabajo”, confiesa. La decisión de emprender juntos no fue sencilla, pero resultó fundamental para el crecimiento profesional y personal de ambos. “Él empezó a acompañarme a los congresos, mientras estaba en las charlas de cirugía, él se iba y hablaba con los expositores, venía y me contaba sobre los nuevos avances que empezaba en esa época, con todos los avances tecnológicos relacionados con la cirugía plástica”.

“Los médicos no siempre tenemos la capacitación, no siempre entendemos tanto de manejo administrativo, de números, de marketing y pude delegar en él en alguien de mi confianza, en alguien que lo remaba y hacia el mismo lugar. Toda la parte que a mí no me gustaba y yo dedicarme 100% a la parte profesional y a la parte médica”, explica. La complementariedad de perfiles permitió que cada uno se enfocara en sus fortalezas y la sinergia entre ambos contribuyó a incorporar tecnología de punta y posicionar su centro como referente en procedimientos como la aplicación de toxina botulínica y ácido hialurónico.

El ritmo de trabajo, sin embargo, exigió renuncias en el plano personal. “Hubo cosas que dejé de lado para cumplirlos mucho. En cuanto a la vida personal, incluso retrasé la maternidad, retrasé la familia, porque siempre, a veces el ritmo que tenía para poder dedicarme completamente a lo que estaba haciendo, con mucho profesionalismo, me demandaba mucho tiempo y eso a veces era un poco incompatible con los otros objetivos de la vida”, explica la cirujana. La maternidad, un anhelo postergado, se convirtió en un nuevo desafío cuando finalmente decidió dar ese paso. “Sentía que mi vida tenía muchas cosas, pero me faltaba algo y ese algo era el ser mamá”, comparte.

La maternidad llevó a Griselda Seleme a reinventar su rol profesional y equilibrar vida personal y laboral

La llegada de su hija la llevó a replantear su rol dentro del centro. “Lo que tuve que renunciar fue, en principio el Hospital Italiano, que me dolió muchísimo y fue el momento de dudas que hacíamos con el centro, que hacíamos con la clínica. Y lo que hicimos fue reinventarnos, incorporar más tecnología, todo tecnologías de primer nivel e incorporar más profesionales. Y yo pasé de ser operadora full time a dirigir, a coordinar, a organizar, a supervisar y no tener tanta presencia física. Y ahí pude compatibilizar ambas cosas y seguir creciendo en nuestro centro”, detalla. Este proceso de transformación le permitió equilibrar su vida familiar y profesional, asumiendo nuevas responsabilidades como líder y gestora.

La relación con su hija, quien actualmente estudia arquitectura, es motivo de orgullo para Griselda. “Ella está muy orgullosa de su mamá. En un momento quiso estudiar medicina, pero después decidió estudiar arquitectura. Es una excelente estudiante, pero también le encanta y le apasiona todos los temas y me ha acompañado a sacar fotos en algunas cirugías y le encanta. Le encanta todo lo que es, lo que tiene que ver con lo que hacemos y está muy orgullosa de todo lo que nosotros hacemos”, cuenta con satisfacción. La admiración es recíproca y se extiende al resto de la familia, que sigue residiendo en Corrientes y celebra cada logro alcanzado.

La confianza y el apoyo familiar han sido constantes en su trayectoria. “Siempre creyeron en que iba a lograr mis objetivos, porque siempre desde chica fui una persona muy constante y donde no tenía miedo a los desafíos”, sostiene. La experiencia de ver a su hija avanzar en sus propios proyectos le genera una satisfacción aún mayor que sus propios logros: “Me pasa verla cada vez que viene, contenta porque aprobó una materia, porque le felicitaron en un proyecto. Me llena de satisfacción, incluso más que mis propios logros”.