No fue fácil el comienzo de la relación. Casi nunca lo es. En los primeros playoffs de Emanuel Ginóbili con los Spurs, tomó un par de decisiones desacertadas en un partido contra New Jersey. No uno cualquiera, en la final de la NBA, en 2003. Gregg Popovich pidió un tiempo muerto y le cargó toda la culpa: “¿A qué le tenés miedo? –lo inquirió con dureza, mientras ponía sus manos frente al rostro del argentino-. Yo soy un hombre viejo y mis manos no tiemblan”. Años después el jugador confesaría: “En ese momento lo quería matar”.
Lo más probable es que tuvieran momentos más difíciles que ese, de lógica intensidad en el momento más culminante al que puede acceder un jugador de ese deporte. Pero hoy se adoran. “El viejo es un genio”, puede soltar Ginóbili cuando le preguntaban por el coach que marcó su vida.
Manu tiene 47 años y se retiró en 2018. Popovich tiene 76 y acaba de anunciar que no volverá a dirigir. ¿La razón? Su salud se deterioró en el último año. Sufrió un derrame cerebral. Se recuperó, tuvo algunas recaídas. El asunto es lo suficientemente serio como para no ejercer más presión. Se ordenaron las prioridades y dio por terminado un ciclo en su vida. Se estiró la decisión tanto como se pudo. No habrá ningún entrenador como él. Hasta que fue suficiente. “Aunque mi amor y pasión por el juego siguen presentes, he decidido que es hora de dejar mi puesto como entrenador principal”, comunicó este sábado.
Lo reemplazará uno de sus asistentes, Mitch Johnson, que en efecto ya había asumido el cargo hace varios meses, desde que los problemas de Pop se agravaron. Ahora será presidente operativo de la franquicia, un puesto, en principio, más relajado.
La sola mención del tema dispara miles de recuerdos en los basquetboleros argentinos. Porque si no fue fácil el inicio de la relación entre ambos, tampoco era bien recibido el estilo del entrenador en nuestro país. Popovich era un hombre extremadamente severo en el trato con sus dirigidos. Lo que se veía aquí era un técnico inflexible, que no estaba dispuesto a cambiar sus estrategias de juego. Un hombre de mal humor. Y lo que era visible en las entrevistas, que podía comportarse con malos modos (y hasta irrespetuso) con los periodistas en las entrevistas en el campo de juego.
Nacido en 1949 en Indiana, y con raíces familiares en Serbia y Croacia, tuvo una formación militar. Acudió a la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y jugó al básquetbol con el equipo de las Fuerzas Armadas norteamericanas (Air Force Academy).
En sus comienzos como entrenador en la NBA estableció un estilo de juego muy conservador, de mucho control y rigidez táctica. Tal vez eso hizo que pudieran establecer un vínculo fuerte con David Robinson, que había jugado en la Navy Academy y llegó a ser teniente de marina.
Con él como principal figura, más la llegada del sereno y obediente Tim Duncan, logró ganar su primer anillo en 1999. De todos modos, fue una temporada extraña, porque comenzó tarde por el lock-out patronal y tras la huelga apenas pudieron completarse 50 de los 82 partidos. Algunos le señalaban que sólo había conseguido una versión reducida de la NBA.
Pero el tiempo iba a demostrar que aquello no había sido sólo un momento de suerte en un torneo corto. Con la llegada de Tony Parker y Ginóbili encontró un “power trío” que iba a cambiar la historia.
La realidad es que Manu lo enloquecía. Incluso después de haber ganado su primer anillo juntos, en la temporada 2002/03, su forma de quebrar los sistemas para explotar su talento e improvisación no cuajaba en nada de lo que pregonaba. No tenía ningún punto de comparación con el equipo que soñaba, con el estilo que le habían enseñado y del que estaba convencido que era el único para llegar al éxito.
En un entrenamiento le gritó con agresividad porque el argentino se salía del libreto: “¡¿Por qué hacés eso?!”. Manu no confrontó, le habló con sinceridad y sin buscar conflictos: “Soy Manu. Esto es lo que hago”, le dijo con naturalidad.
La frase podría haber sido entendida como un desafío para muchos otros técnicos. A Popovich lo llevó a la reflexión. Al final de cuenta, aunque no hiciera lo que él quería, el resultado final del “producto Ginóbili” era bueno. Daba resultados y era positivo para el equipo.
“Aprendí que tenía que cerrar la boca y no dar más instrucciones de la cuenta –se sinceró el coach-. Que eso es mucho mejor para algunos jugadores. Permitir que ese talentoso jugador demuestre todo lo que es capaz de hacer y que eso ayude al equipo a ganar era más importante”.
Él mismo dice que nunca más volvió a discutir con Ginóbili. “Ya no podía reclamarle por un tiro mal tomado o por un intento de recuperar una pelota en la defensa. Entendí que muchas veces funcionaban y ayudaban a ganar los partidos. Manu me enseñó a admirar un poco más el juego y a no querer controlarlo todo”.
Increíble. El hombre de hierro empezaba a ceder y a ver las cosas de una manera distinta por un argentino. Ni siquiera estaba convencido de la valía de Ginóbili cuando lo seleccionaron en el draft de 1999. Tanto que en un gesto que demuestra lo poco que le interesaba ese pick número 57 de la selección, tiró una moneda al aire para elegir entre Manu y otro argentino, Lucas Victoriano.
Los tres anillos en cinco años (2003, 05 y 07) gestaron una dinastía. Pero todo tiene un final. La edad de sus tres estrellas empezó a sumarse como un peso en la espalda del equipo. Parecía imposible volver a ganar con ellos. La franquicia se debatía entre el natural amor por los jugadores que les habían dado tanto y la inevitable realidad de la veteranía.
Entonces Popovich volvió a mostrar que todos pueden cambiar. Si alguien tan rígido como él pudo hacerlo, todos pueden. El equipo de análisis de estadísticas de ESPN empezó a generar una nueva línea de interpretación de los datos que entregaban los partidos de básquetbol. Por ejemplo, un registro histórico fue el promedio de puntos por partido. Pero alguien notó que los juegos no eran todos iguales. Si un encuentro estaba definido desde el tercer cuarto por una amplia diferencia, el rendimiento cambiaba mucho y alteraba la franqueza de los datos.
Establecieron un método para romper la inercia del partido a partido y comenzaron a considerar la cantidad de ataques de cada conjunto: puntos por cada 100 posesiones.
Los Spurs no estaban entre los mejores en el promedio de puntos por partido, pero lideraban esta particular forma de análisis.
Popovich llamó a sus tres “espadas”. Les explicó que acelerar el ritmo de juego podía favorecerlos. Aunque fueran más grandes, daba resultado. Después de una dura derrota en 2013 ante Miami, cuando tenían el título prácticamente asegurado, en 2014 llevaron el juego a otro nivel. Lo que se vio fue algo totalmente opuesto a lo que San Antonio Spurs había sido. Un juego dinámico, de rotación y pases rápidos para encontrar siempre una selección de tiro natural.
Ese equipo jugó al “básquet total”. La NBA editó un video al que denominó “The beautiful game”. Jugó bonito y ganó.
La sucesión de eventos no es tan lineal y ningún razonamiento puede saltar de un lugar a otro sin completar procesos que demandan años. Pero no está mal decir que Manu Ginóbli fue el que le enseñó que podía cambiar la forma de ver y hacer las cosas.
Sus últimos años, lejos del éxito, los utilizó para intentar reconstruir el equipo. Con Ginóbili y Duncan como asesores cercanos. Gracias a obtener el número 1 del draft de 2023, lograron una gran incorporación con Victor Wembanyama. Alrededor del francés, se supone, que debería resurgir. Pero ya no será él quien lidere esa cruzada.
El vínculo argentino
En 2022, con Manu ya retirado, gracias a una investigación de La Nueva Provincia, se supo que hubo increíble punto de contacto. En el año 1972, cinco antes del nacimiento de Ginóbili, Gregg Popovich visitó Bahía Blanca y jugó un partido de básquet amistoso. Integraba una preselección de EE.UU, que se preparaba para los Juegos Olímipcos de Munich.
Pop, finalmente, no quedó en la selección final y no tuvo su experiencia olímpica. Y tal vez por eso no guardó en su memoria aquella visita a la Argentina. Había jugado en el mismo lugar en el que iba a jugar Manu Ginóbili.
En 2005, después del segundo título con el Big Three (Duncan, Parker y Ginóbili), dijo que quería conocer el lugar en el que había surgido ese talento. Ya lo conocía, pero no lo recordaba. En Bahía Blanca dio charlas abiertas, se mostró más amable. Hasta cariñoso. Se metió en el corazón de los argentinos. Incluso el del exigente público bahiense.
La forma en la que se estrechó el nombre de Gregg Popovich con el básquetbol argentino fue mucho más fuerte aún. No sólo por el cariño paternal que tiene con el jugador “más competitivo que vio en su vida”, como dijo hasta el cansancio.
Empezó a contactar con entrenadores argentinos como Julio Lamas y Sergio Hernández. Los invitó a los entrenamientos en la NBA, intercambió conocimientos. Hasta llamó a Oveja para felicitarlo después del subcampeonato mundial de la selección nacional en 2019, aunque el DT argentino no le contestó la llamada porque no tenía registrado su número…
Por todo esto es que remueve tantos sentimientos de este otro lado de la tierra. Por eso el retiro de Popovich genera en nuestro país la misma nostalgia que cuando se va uno de los nuestros.