“Tanta nube no me imaginaba”, confiesa Gastón Soffritti, sobre en mano, apenas cruza el umbral del cielo donde lo espera Mariano Iúdica. “Esto sería como la sala de espera del Edén, la atención al cliente en la eternidad”, le explica el conductor, que lo recibe mientras el actor se va acomodando, entre la risa y el vértigo, a este escenario celestial donde no se juzgan vidas, sino almas.

“No te moriste, tranquilo”, lo tranquiliza Iúdica de entrada, y describe dónde se encuentra: “Esto es… ¿Viste cuando vas a hacer la VTV de auto? Perfecto. Acá te hacemos la VTA, la Verificación Técnica del Alma. Esto es como un espacio celestial”. Soffritti se relaja: “Me empieza a gustar un poquito más”.

Luego, Iúdica enumera los hitos que marcan una vida profesional precoz y agitada: “Veinte años de carrera, debutaste muy chiquito, diez programas de ficciones, tres ficciones juveniles icónicas: Chiquitita, Floricienta y Patito Feo, un libro autobiográfico, teatro, cine, TV, tres exnovias celebrities”. Soffritti asiente, recuerda sus comienzos y añade con picardía: “Alguna más debe haber, pero bueno…”.

En ese clima que oscila entre los recuerdos y lo existencial, Soffritti irá desgranando luces y sombras. Sobre todo, acerca de lo que contó en su libro autobiográfico, ‘Vos sí que no tenés problemas”, en el que recordó con dureza su experiencia cuando trabajaba a los 12 años. “Paso de la luz a la oscuridad bastante fácil, pero estoy bien, no puedo quejarme. Trabajo mucho para que sea más tiempo luz que oscuridad. Es algo que me demanda bastante, le dedico mucho. Creo que tiene que ver con el contexto también y con lo que pasa, pero laburo mucho para eso”, confiesa.

Sobre la felicidad, reconoce: “Laburo mucho, es muy complicado. Creo yo que tiene más que ver con el contexto y con lo que pasa. Pero sí, laburo un montón para eso: Terapia, psicoanálisis tradicional, alternativa, la que se te ocurra. Pasé por todas las variantes. Toqué fondo en algún momento oscuro y ahí tuve que pasar por todo”.

Gastón Soffritti tuvo una charla a fondo con Mariano Iúdica en

¿Sentiste que la exposición desde chico te quitó cosas importantes de la vida cotidiana?

—Sí, por supuesto. Me perdí cumpleaños de amigos, clases de todo tipo, partidos de fútbol. Hay ciertas diferencias, como el “ah, el famoso”. Pero lo viví como algo natural, porque estaba tan ocupado que ni siquiera había tiempo para pensar si me estaban dejando de lado. No lo notaba así.

¿Creés que fue un precio alto a pagar tu infancia en el medio artístico?

—Sí, la tele es una picadora de carne interesante; cuando arrancás de chico no te das cuenta porque lo vivís como parte de la vida. Pero a veces costó cosas cotidianas.

¿Sentiste la soledad o la distancia con tus pares por ser famoso?

—No lo sentí tanto, probablemente porque no tenía tiempo ni para notarlo. Estaba siempre ocupado, pero sí, esa diferencia existía.

¿Te gustaría haber tenido más tiempo con tu familia?

—Sí. Tuve mucho, pero me hubiera gustado tener más tranquilidad y tiempo con ellos.

¿Los viajes en tu vida, disfrute o solo trabajo?

—Me tocó muchísimo viajar por trabajo. Es raro: cuando viajo por placer me cuesta disfrutarlo, pero cuando es por trabajo sí lo disfruto. Al revés de lo lógico, pero así me pasa.

¿Sos de buscar siempre nuevos aprendizajes?

—Sí, siempre estoy aprendiendo cosas nuevas, nunca estoy satisfecho. Está bueno aprender y es fundamental para mí. Toda la vida.

¿Qué lugar ocupa el humor en tu vida?

—Me río mucho y me río de todo, incluso de lo malo. Disfruto el humor negro también.

Para el día en que le toque llegar al cielo, Soffritti eligió la canción

El amor, para vos, ¿fue algo vivido intensamente?

—Tuve muchas experiencias muy diferentes y muy intensas. Cuando voy, voy a fondo, sin freno de mano hasta que me la doy con la pared. Hay que frenar un poquito antes de la curva, pero es así.

El día que te toque entrar, ¿con qué tema te gustaría que te reciban?

—Con “Welcome to the jungle”, de Guns & Roses. Fanático de esa onda, que se pudra todo, para mí es energía pura y un recibimiento que dice mucho de mi forma de ver la vida.

¿Qué decisiones te definieron y marcaron tu recorrido?

—La primera gran decisión fue empezar a trabajar de tan chico, aunque en ese momento fue más inconsciente, porque tenía que ver con una necesidad. Con el tiempo, lo fui entendiendo en el psicoanálisis. Ya de grande, la clave fue empezar a producir, no esperar a que me llamen, sino decidirme a ir detrás de mis propios proyectos, animarme al salto y adaptarme. La primera vez fue con “Sexo con extraños”, cuando tenía 23 años. Fue un salto al vacío enorme y un riesgo, pero estuvo bien.

¿Hoy te animás a seguir tomando riesgos o ya sos más estructurado?

—Soy muy volátil, no tengo una decisión concreta. Lo que busco es estructurarme un poco mejor, ser versátil y tener la cabeza lo suficientemente flexible para adaptarme a lo que venga. En este mundo, si no sos plástico, te quedás afuera.

¿Si pudieras volver atrás y mirar tu historia, qué momento te gustaría entender mejor?

—Me gustaría poner play y ver los primeros momentos, desde el vientre, cómo estaba mi vieja cuando estaba embarazada. Siempre me llamó la atención ese comienzo, sé que casi nos morimos los dos en el parto. Iba a un parto natural y no salía, estaba al revés. Fue a una cesárea, pero como ocho horas después de lo que tenía que ser y casi la quedamos los dos. Creo que muchas de mis ansiedades vienen de ahí. Son preguntas inconscientes más que conscientes.

¿Hay alguna pregunta a tu historia personal que nunca te animaste a hacer?

—Hay una pregunta a la que nunca me animé: entender de verdad el motivo de separación de mis viejos. Tenía siete años, era muy chico, y nunca me animé a preguntar si era por amor, si fue un enojo o si se terminó. Esa pregunta todavía no tiene respuesta para mí.

— ¿En serio? Con ninguno de los dos la laburaste así, de frente?

— No, nunca se los pregunté.

— Y mirá cómo te pica. Fue la primera que pediste. Es groso, porque tenés… ¿cuántos años ya?

— Treinta y tres.

Un deseo que tiene Soffritti: preguntarle a sus padres por qué se separaron (Crédito: Maximiliano Luna)

— Bueno, sos pendejo, pero no tan pendejo como para decirles ‘¿me contás?’ Si sucede, haces clink. Y aparece toda la secuencia, desde que se conocieron en la fiesta en el club X. Un “Volver al futuro”…

— Esa también es linda. El inicio. Sé que se conocieron en un consultorio odontológico, porque mi vieja estudiaba odontología y era asistente en ese momento.

— Y vino Soffritti, ¿tu viejo fachero así como vos?

— Para mí es más fachero. Rubio, ojos celestes, turquesas, así medio tano. Muy calentón, muy futbolero. Profe de tenis. Rubro complicado. Iban al mismo club.

— Vas a poder bajar a uno de los que tenés acá adentro, tres horas, para poder satisfacer todo lo que te pasa en tu corazón teniéndolo físicamente. ¿A quién elegirías?

— Mis otros abuelos se van a calentar, pero lo vamos a elegir a mi abuelo Hugo. Es con la persona que más momentos viví, aunque era callado, te decía mucho con la mirada. Pude compartir mucho, él vio gran parte de mi crecimiento y mis logros tienen mucho que ver con él y mi abuela; siempre me apoyaron, me llevaron y acompañaron.

— ¿Cuando baja, qué haces primero?

—¿Tres horas tengo? Un partido de fútbol dura casi dos, así que lo llevo a la cancha.

—¿Cómo es el abuelo Hugo? ¿Es Soffritti ese?

— No, Ropero, del lado de mi vieja. Tuve la suerte de que llegó a ver a Gastón hombre, porque él murió cuando yo tenía veintisiete, o sea, hace seis.

¿Vos le contabas a tu abuelo cuándo pasaban las cosas que después terminaste volcando en el libro?

—No, nadie sabe mucho de lo que me pasó. Mi vieja no lo pudo leer todavía, y mi papá creo que tampoco. O sea, no…

—¿Tu mamá no pudo leerlo?

—No se anima, porque el libro es una gran catarsis.

— Si llega a ver algo que se le pasó, porque seguramente va a ver un montón de cosas, no contamos nada cuando somos chicos.

—Nunca tuve ese ejercicio de contar cosas para afuera, siempre fueron para adentro.

— Me dejás helado que no lo puede leer, te juro. La recontra entiendo, pobrecita. Porque es un dilema, el tema de los niños prodigio.

—Pero hay algo que le podría decir hoy, en este momento, que es que no se tiene que reprochar nada. Hizo todo lo mejor que podía y, al revés, los dos, tanto mi viejo como mi vieja, siempre me dieron libertad e independencia para poder llegar.

—La bajada del libro, el primer textual dice: ‘Yo estaba parado en la pata del escenario y me gritaban”. Un maltrato’. Yo la entiendo que no quiera profundizar más. Pero también es una bomba lo que me estás diciendo, porque me estoy poniendo en la piel de ella y de tu papá.

—Yo no lo sé porque no soy papá, entonces no lo logro ver.

—Me pongo yo en papá. Debe ser duro. ¿Y qué te dice tu viejo? ¿Qué te dijo?

— Nada.

—Dale, Gasti…

—No, no puede. No es algo que le salga naturalmente. Les cuesta, lógico. No es joda ver todas las cosas que le pasó a tu hijo.

—¿Vos pensás que a tu mamá le va a cambiar la manera de ver todo ese show off que había alrededor tuyo cuando lo lea? ¿Va a decir: ‘Pero la puta madre…’?

— Y lo que pasa es que sí, por ahí te replanteás: “No lo tendría que haber dejado, no, esto”. Pero te repito… No es que nadie hace nada. Es complicado. Porque vos decís: “¿Y si me decían que no y era todo reprimido durante toda la vida porque nunca me habían dejado cumplir mi sueño y también eran unos hijos de puta por eso?”O sea, uno hace lo que puede.

—¿A vos te retaban así en tu casa?

—No, no…

El actor escribió un libro autobiográfico, que sus padres aún no se animan a leer (Crédito: Maximiliano Luna)

—Si tu madre hubiese estado en la platea viendo el ensayo general ese y veían cómo te trataban a vos ahí. ¿Qué pensás que hubiese dicho?

—Se hubiese calentado mal. Pero bueno, no estaban permitido padres en la platea en ese ensayo. Adentro del set de grabación y en los ensayos, jamás.

—¿Set de grabación sin padres y ensayo sin padres?

—Eso era imposible. Y tiene bastante sentido en algún punto, porque los padres eran más difíciles que los pibes dentro de la dinámica de lo que pasaba.

—De la dinámica, no en el trato: más letra, menos letra, te ponemos más al frente. Y por el otro lado están pasando cosas re grosas.

—No era el caso de mis viejos en particular, porque no iban. A mí me llevaban mis abuelos y me iban a buscar y chau, se acabó. Los grandes esperaban en el bar o se iban al café de la esquina cuando hacías Gran Rex, y esto saquémoslo del mundo Cris o de esa etapa, en cualquier cosa que hicieras. No podías entrar dentro de lo que era ese mundo, eso no existía.

—¿Y las giras, no ibas con padres?

—Había dos padres, tipo viaje de egresados, no iban ahí 44 padres a viajar por el mundo. Yo me fui a Israel a los 13 años sin mi papá y sin mi mamá. Solo, y estaba contento de eso. Eras como un rockstar.

—Pero bueno, esa es tu vida, no la vida que te ponían otros.

—Exactamente. Era absolutamente mía.

—¿Estás conforme con eso?

—Era lo que me estaba pasando a mí. Y yo estoy contento y agradecido de eso en particular. No hay nada que yo quisiera cambiar de eso.

—Pero evidentemente hay algo en tu papá y en tu mamá, no digo reproche, que ellos se hacen a sí mismos que no pueden agarrar el libro.

—Y no, claro, porque quizá ellos no preguntaron tanto porque yo no respondía tanto tampoco. Siempre fui muy para adentro en ese sentido. Yo me metí acá, estas son mis batallas. A mí nadie me obligó, por más que fuera chico. Y eso tiene que ver, después de analizarlo tanto, con mi forma de ser. Siempre tenía como esa búsqueda de la excelencia o la perfección en cada cosa, que está mal. Pero igual le recontra agradezco a Cris Morena, a Marcelo Tinelli, a Sebastián Ortega y seguramente me estoy olvidando de mucha gente que pasó por mi vida y me dio mucho en ese momento.

—¿Cómo vivís hoy todo lo que relatás de tu historia?

—Todo lo demás es solo el relato de mi vida, de momentos. Hay cosas muy buenas, pero simplemente son partes de mi historia.

—Cuando contás tus experiencias, ¿estás mostrando solo los momentos difíciles?

—No, cuento todos los momentos. Siempre hubo altibajos. Es como un gráfico con subidas y bajadas, y cuando abrís ese gráfico también ves las caídas; podés ver la sangre, los lugares duros, no sólo los picos de montaña.

—¿Y cómo veían estos momentos tus padres, en especial tu mamá?

— Lo bueno ya lo saben, como verte jugando al fútbol o llenando un estadio; ahí está todo bien. Lo difícil es ver los momentos complicados, como cuando me perdí a los 20 años cerca de casa y tuve un ataque de pánico. Nadie sabía esas cosas, ahí es donde uno se enfrenta solo con sus fantasmas.

—¿Pasaste mucho tiempo enfrentando esos momentos oscuros?

—Sí, claro. Son parte de mi vida. El éxito no tiene que ver con lo que se ve en la televisión o los medios. Cuando parece que tocaste el cielo con las manos por un logro, a la noche seguís siendo vos mismo solo con tu almohada y tus problemas.

—¿Creés que ese no indagar de tus padres influyó en cómo viviste esos momentos?

—Creo que sí, puede ser que ese haya sido su error: no preguntar, no insistir en que contara. Tal vez eso traiga algún reproche. Mi mamá no quiere tocar ese libro, y creo que tiene que ver con eso. Pero pienso que algún día lo va a abrir, se va a animar.

—¿Cómo está tu mamá respecto al libro?

—Me dijo que leyó la primera página y lloró durante dos horas. No sabe cuánto tardará en llegar a la doscientos quince.

—¿Y tu papá?

—Nada, él es peor que mi mamá en esto. Ni te lo dice, no puede. Sé que no lo hizo. Mi mamá al menos lo admite, me lo expresa.

—¿Pensás que tu papá influenció tu forma de guardar las cosas?

—Sí, claro. Yo tampoco contaba nada y él tampoco. Después hice otro trabajo y me animé más a hablar.

Fotos: Maximiliano Luna