En 1978, año de nuestra primera estrella Mundial, Jorge Bergoglio, 42 años, se analizaba con una psicóloga judía. Superior provincial de los jesuitas en Argentina, Bergoglio ejercía una “diplomacia silenciosa”, polémica. La vida en tiempos del horror. En nuestra segunda estrella, México 86, ya en democracia, enviado a Francfort para terminar su tesis sobre el sacerdote y filósofo alemán Romano Guardini, Bergoglio se enteró de la conquista recién al día siguiente, en plena clase de alemán, cuando un estudiante japonés escribió en la pizarra “¡Viva Argentina!”.

Y en 2022, a la misma hora que la selección jugaba ante Francia en Qatar, Francisco recibía en el Vaticano a cinco pilotos de Alitalia. Salió un momento para buscar un vino argentino y se enteró del triunfo parcial. Pensó luego que la victoria terminó siendo sufrida debido “a una psicología argentina”, relajarse en el triunfo, aunque aceptó que la suya era una opinión posiblemente sin fundamento. Lo era. Esa tarde hubo algo de milagro, pero del fútbol. Francisco fue un papa falible. Un papa humano.

La pelota de fútbol siempre fue una pasión del papa Francisco: aquí, en 2019, un miembro del Circo de Cuba le muestra cómo girar el balón en su mano, en una audiencia general en el Vaticano

En Los dos Papas, la película de Netflix de 2019, el director brasileño Fernando Meirelles inventó que Bergoglio y su predecesor, Joseph Ratzinger, vieron juntos la final del Mundial de Brasil 2014. A Ratzinger, en realidad, no le interesaba mucho el tema, aunque pocos saben que, unos años antes, el papa alemán había dedicado un bello escrito a la pelota. “El fútbol -escribió Ratzinger- es un pequeño anticipo al paraíso”.

El papa que sin dudas más amó al fútbol fue Bergoglio, hoy una pérdida durísima en un mundo cada vez más cruel. Porque fue el papa que también puso nombre propio. Dijo Palestina. Dijo ricos. Migrantes. Fue “la voz moral” que hoy todos lloran, aunque luego sigan matando inocentes, explotando pobres, expulsando a los más débiles o insultando a los críticos. Líderes políticos que, perdido el lenguaje, y creídos de una “misión divina”, rezan y hasta lloran en ceremonias religiosas.

“En el nombre de Jesús”, abrió Donald Trump su primera reunión de gabinete en la Casa Blanca, donde funciona una Oficina de la Fe, hay sesiones de oración, canto y manos extendidas que se han vuelto virales. Es una competencia nueva para la Iglesia. Y bajo el método del miedo, siempre eficaz. Que impone Dios o carné religioso, como si solo así pudiera hablarse de vida espiritual o moral.

Francisco supo convivir con la fiesta más pagana que suele ser el fútbol. “Lo llevaba en la sangre. Como un entrenador, te decía de ir al frente, no tener miedo. Cuando un cura iba de una parroquia a otra Francisco decía que ese cura era ‘un jugador de toda la cancha’. La descripción le pertenece a Juan Gabriel Arias, el cura fana de Racing, a quien Francisco alentó a que siguiera evangelizando cuando otros, muchos años atrás, frenaban su ordenación, después de que terminó preso por peleas de barras en la cancha.

El Papa supo ver el valor popular y comunitario del fútbol. Sin temor a que los estadios se convirtieran en nuevas catedrales, los cracks en santos, los hinchas en fieles y los periodistas en misioneros. Todos propalando la nueva fe de la pelota. Con la FIFA como Vaticano. Y algunos dirigentes como recaudadores de impuestos (la muerte salvó a Francisco del video reciente de Marcelo Moretti, presidente de su querido San Lorenzo, metiéndose los dólares en el bolsillo).

Lionel Messi junto a el Papa Francisco durante una audiencia en el Vaticano, el 13 de agosto de 2013.

También se viralizó en estas horas el video en el que le preguntan a Francisco si Diego Maradona o Leo Messi. Y él que pide añadir a Pelé. Y dice que Diego “fue un grande como jugador, pero fracasó como hombre” y que Messi, en cambio, “es correctísimo, es un señor”, pero que “el gran señor es Pelé” a quien Francisco describió como “un hombre de un gran corazón y humanidad”. En otra entrevista, la más extensa en la que habló sobre el deporte (en enero de 2021 con La Gazzetta dello Sport), Francisco dijo que guardaba “gratos recuerdos” de Diego y que “en la cancha era un poeta, una estrella que alegraba a millones de personas en Argentina y en Nápoles”, pero que también “era un hombre muy frágil” (un término más piadoso, y generoso, que el “fracasó como hombre”).

Diego, en cambio, dijo públicamente que, tras despreciar el oro contradictorio del Vaticano, volvió a creer gracias a Francisco, porque el Papa argentino, al que vio más de una vez, no le hizo besar un anillo, sino que lo saludó abrazándolo como un ser humano. Imposible olvidar igualmente aquella respuesta cuando un fan vivó a Diego gritándole que era “más grande que el Papa”. Y él, gordo, lejos de su mejor momento, respondió siempre pecho inflado: “No es mucho”.

El papa Francisco fue un apasionado por San Lorenzo y el fútbol

En aquella misma entrevista de 2021, en la que se recordó basquetbolista (“era patadura en el fútbol”) y elogió al rugby (“deporte duro, pero nunca violento”), Francisco dijo que la popularidad del fútbol se explica por su simpleza (“basta con un balón para que la gente salga y sea feliz”). El Papa pidió recordar que, además de todo, el fútbol “es un juego” y que hay que preservar “el lado amateur”, mantener el “hambre” y entrenarse siempre porque “la fuerza de la voluntad es más poderosa que la habilidad”.

Que la derrota, afirmó luego, no es perder sino dejar de luchar y que los ídolos siguen siendo “bellos” cuando no olvidan “los sueños de los niños que sufren”. Y que ganar, es cierto, puede ser “una emoción difícil de describir”, pero que “también de ciertas derrotas pueden surgir cosas maravillosas”. Y, por eso, “los ganadores”, dijo Francisco, “no saben lo que se pierden”.

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