“Un mundo en el que las mujeres son marginadas es un mundo estéril”.
Las mujeres católicas han expresado durante mucho tiempo su descontento por su estatus de segunda clase dentro de una institución que reserva el sacerdocio exclusivamente para los hombres. Desde que asumió el papado en 2013, el mensaje de reforma, inclusión y apertura de Francisco ha reconfigurado el mapa tradicional de la Iglesia. Sin embargo, su gesto más audaz y trascendental ha sido, quizás, el ascenso de las mujeres a posiciones de poder dentro de la Iglesia.
Esta movida no solo responde a una necesidad de modernización, sino también a un profundo cambio cultural y estructural dentro del Vaticano. A través de decisiones tan significativas como el nombramiento de Raffaella Petrini, una religiosa franciscana, al puesto de vicaria general del Gobernatorato del Vaticano, Francisco ha abierto una puerta que parecía estar herméticamente cerrada.
El nombramiento Petrini en febrero de 2025, como vicaria general del Gobernatorato del Vaticano desmanteló una concepción profundamente arraigada en la estructura de poder de la Iglesia. La religiosa, hasta entonces desconocida para muchos fuera de los pasillos vaticanos, asumió un cargo de responsabilidad que ha sido ocupado históricamente por hombres. Petrini se convirtió en la primera mujer en alcanzar esa posición clave, un paso simbólico pero poderoso en un escenario tradicionalmente dominado por varones.
Tampoco parece casual que el Vaticano publicara oficialmente el nombramiento mientras el Papa se encontraba hospitalizado por una infección respiratoria, en una internación que duró 38 días y que marcó unos meses de fragilidad en su salud que vaticinaban un inminente empeoramiento.
La religiosa había ocupado previamente el cargo de secretaria general de la administración vaticana, donde supervisó, entre otras áreas, la infraestructura de la Ciudad del Vaticano y los Museos Vaticanos, que representan una fuente clave de ingresos para la Santa Sede.
Desde su papado, Francisco ha mostrado una clara inclinación por cuestionar y revisar las estructuras jerárquicas que durante siglos relegaron a las mujeres a roles subordinados. La creación de comisiones en el Vaticano que incluyen mujeres en puestos de toma de decisiones, el nombramiento de diversas teólogas y administradoras en cargos clave, y la modificación de reglamentos internos han sido pasos previos que ahora culminan con un nombramiento de esta magnitud.
Un mes antes del ascenso de Petrini, Francisco había nombrado a la primera mujer para dirigir una oficina importante de la Santa Sede: la hermana Simona Brambilla fue designada prefecta del departamento responsable de todas las órdenes religiosas de la Iglesia Católica.
Aunque se habían nombrado mujeres para ocupar puestos de número 2 en algunas oficinas del Vaticano, nunca antes se había designado a una mujer para asumir los puestos más altos dentro de la Curia de la Santa Sede o de la administración del Estado de la Ciudad del Vaticano.
El empoderamiento en el Vaticano, un proceso que se fue gestando de a poco
Para comprender el impacto de esta decisión, es necesario retroceder en el tiempo. La presencia de las mujeres en altos cargos dentro de la Iglesia siempre fue algo marginal. En el mejor de los casos, las mujeres desempeñaban funciones de apoyo o educación, dentro de un marco profundamente restrictivo. En el pasado, se las valoraba por su rol maternal y educativo, pero sus voces en el terreno del poder eclesiástico quedaban ahogadas por la estructura patriarcal. Las mujeres no podían ser sacerdotes ni ocupar posiciones de autoridad dentro de la Iglesia, y los cargos de responsabilidad estaban prácticamente vedados para ellas.
El reformismo de Francisco ha llevado a que apueste por abrir las puertas del poder vaticano a las mujeres, y de manera destacada, ha reconocido públicamente el papel crucial que desempeñan no sólo en la Iglesia, sino en la sociedad en general. “Es necesario que las mujeres no se queden fuera”, ha declarado en diversas ocasiones.
Este compromiso se ha traducido en una serie de cambios estructurales que han permitido a mujeres como Petrini alcanzar niveles de poder que hace pocos años habrían sido impensables. En este caso particular, su nombramiento como vicaria general del Gobernatorato del Vaticano, que supervisa la administración de la Ciudad del Vaticano, se alza como una poderosa declaración sobre el lugar de las mujeres en la toma de decisiones clave para la institución.
Durante su papado, se ha registrado un notable aumento en la proporción de mujeres que trabajan en el Vaticano, incluidos puestos de liderazgo, pasando del 19,3% en 2013 al 23,4% actual, según estadísticas de Vatican News. En la Curia, esta cifra asciende al 26 por ciento.
Sin embargo, aunque ha promovido reformas en varios ámbitos, el Papa ha mantenido la prohibición del sacerdocio femenino y ha disipado las esperanzas de que las mujeres pudieran ser ordenadas diaconisas.
No hay cambio redical que llegue sin resistencia
Los esfuerzos de Francisco de reformar la Iglesia desde adentro no han estado exentos de controversia, en especial si de mujeres se trata. Los sectores más conservadores dentro de la curia vaticana han visto con desconfianza los esfuerzos de Francisco por abrir espacios de poder a las mujeres. Para muchos de estos miembros, el cambio es un desafío directo a una tradición milenaria que se basa en la exclusividad masculina en los roles eclesiásticos más importantes. El Papa ha sido acusado en más de una ocasión de ser demasiado progresista o incluso de alterar las bases de la doctrina.
La creación de espacios de poder para las mujeres también ha provocado reflexiones sobre lo que realmente significa “igualdad” en una institución que históricamente las ha excluido de los procesos decisionales. La participación femenina en el Vaticano no es un acto de simple inclusión, sino que es una demanda por transformar la naturaleza misma de la Iglesia, llevando a la institución a un terreno más igualitario y contemporáneo.
Aun así, es imposible no reconocer el cambio significativo que produjo bajo el papado de Francisco, un pontífice que ha puesto en evidencia las tensiones internas entre la tradición y la reforma.
Francisco ha señalado repetidamente que la verdadera igualdad no se logra sólo con palabras, sino con acciones concretas. Sin embargo, este proceso está lejos de ser perfecto. En primer lugar, el simple hecho de que aún existan tensiones y resistencias dentro de la curia vaticana pone de manifiesto la dificultad de esta transformación. La Iglesia católica sigue siendo una de las instituciones más conservadoras y jerárquicas del mundo, y cualquier intento de reforma es percibido como una amenaza por parte de aquellos que prefieren mantener el statu quo.
Por otro lado, el caso de Petrini también obliga a una reflexión más profunda sobre la concepción de poder dentro de la Iglesia. ¿Se está creando un espacio de igualdad real o solo se está permitiendo a las mujeres participar en un sistema profundamente desigual? ¿Podrán estas mujeres implementar cambios verdaderamente transformadores dentro de un aparato eclesiástico que sigue estando dominado por hombres?
“Incluso en organizaciones no eclesiales, la resistencia es parte del proceso de cambio”, afirmó Petrini.
La puerta hacia el cambio está entreabierta, pero tras la muerte de Francisco pesa la incertidumbre sobre si esa puerta seguirá abriéndose hacia una nueva era, o si, por el contrario, alguien decidirá cerrarla de golpe.