ROMA.– Para él iba a ser un pontificado “breve”, de “cuatro o cinco años”. Pero el destino quiso otra cosa. Y, con una salud frágil y múltiples achaques, Francisco murió este lunes 21 de abril a los 88 años, como el tercer papa más longevo de la historia de la Iglesia católica.

Primer papa jesuita y “del fin del mundo”, como él se había presentado en esa tarde del 13 de marzo del 2013 cuando se convirtió en el sucesor de Benedicto XVI (2005-2013), que había conmocionado al mundo con su renuncia, Francisco, el 266° Pontífice de la historia, será recordado como un papa reformista.

Fue el primer papa no europeo —aunque de origen inmigrante italiano—, llegado desde la periferia y outsider, que removió las aguas e hizo “lío” —terminó acuñado por él―, al llamar a la Iglesia a abrirse al mundo de hoy, a ser misionera y a no condenar, sino a acompañar e integrar a todos. Se destacó por su estilo humilde, auténtico, sencillo, austero, cercano, sobre todo hacia los últimos, los pecadores y los “descartados”, y con el que desacralizó el papado, institución antes vista como inaccesible.

El papa Francisco pronuncia la bendición Urbi et Orbi al final de la Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro en el Vaticano el 27 de marzo de 2016.

Consciente de la importancia de los medios y de que las imágenes muchas veces dicen más que mil palabras, Francisco impactó desde el principio por sus gestos. Como cuando abrazó a un hombre deformado por una enfermedad en la Plaza de San Pedro o cuando, como hacía en Buenos Aires, en su primer jueves santo fue a una cárcel de menores y les lavó los pies a los presos, incluyendo mujeres o musulmanes, lo que sorprendió al mundo.

Crítico acérrimo del clericalismo, de los oropeles y de una curia romana que reformó para ponerla al servicio de las demás iglesias del mundo —y que él mismo definió como “una de las últimas cortes europeas”—, Francisco fue un papa que, como hombre libre, se atrevió a hacer lo que nunca antes se había hecho, en sintonía con su tiempo.

Un tiempo que solía describir como un “cambio de época”, marcado por conflictos, guerras, injusticias, una pandemia, la irrupción de las redes sociales, el movimiento Me Too, que dio voz a las víctimas de abusos y agresiones sexuales, la proliferación de noticias falsas, el avance de la Inteligencia Artificial (IA) y, últimamente, un avance de una ultraderecha nacionalista encerrada en sí misma y hostil a los migrantes.

Muy querido también por no católicos, intelectuales y estudiantes universitarios, que admiraban su apertura y su aguda inteligencia jesuita, Francisco fue, en contraste, aborrecido por los sectores católicos ultraconservadores. Con una visión blanco y negro de la realidad, estos se oponían a su concepción de la Iglesia como un “hospital de campaña”, llamado a sanar las heridas del mundo actual y a acoger a todos sin excepción: divorciados vueltos a casar, personas LGBTQ+, migrantes, presos. “Todos, todos, todos”, solía repetir en sus últimos años.

El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio de Argentina lava y besa los pies de los residentes durante una misa del Jueves Santo en el barrio Parque Patricios de Buenos Aires el 20 de marzo de 2008.

Desde el primer momento, estos sectores no pudieron digerir su modo de ser distinto, descontracturado, acorde a la Iglesia de los orígenes y al Evangelio. No pudieron tolerar ese “buonasera” con el que se presentó ante las masas en la Plaza San Pedro tras ser electo el 13 de marzo de 2013. Entonces, en otro gesto disruptivo que marcaría una línea roja en su pontificado, antes de impartir su solemne bendición a la multitud, ese desconocido y tímido arzobispo de Buenos Aires se agachó y le pidió al pueblo allí presente —el pueblo de Dios, una categoría del Concilio Vaticano II (1962-1965)—, que le pidiera a Dios, desde el cielo, que le diera su bendición.

Carrera de obstáculos

Devoto de San José y de Santa Teresita, Jorge Bergoglio fue una figura singular, siempre capaz de sorprender. Su vida, una auténtica carrera de obstáculos, estuvo marcada por la llegada a cargos de gran responsabilidad en momentos turbulentos, sin haberlos buscado. Sin saberlo, cada desafío lo fue preparando para el papado.

Hijo de inmigrantes italianos, el mayor de cinco hermanos en una familia de clase media, nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Su infancia transcurrió con normalidad, pero estuvo profundamente influenciada por su abuela paterna, nonna Rosa, quien le inculcó la fe en un Dios misericordioso.

Durante la década del 60, los Bergoglio en su casa de Flores. De pie: Alberto Horacio, Jorge Mario, Oscar Adrián y Marta Regina. Sentados: María Elena, Regina María Sivori y Mario José Francisco.

Jugaba al fútbol, al básquet y al billar, leía mucho y era buen estudiante. Aunque su madre, Regina, soñaba con que fuera médico, desde joven sintió que su verdadera vocación era la “medicina del alma”. Tuvo una adolescencia como la de cualquier otro joven: rodeado de amigos, salía a bailar e incluso tuvo una novia. Sin embargo, el llamado de Dios le llegó el 21 de septiembre de 1953, después de una confesión, cuando tenía 16 años. Aun así, decidió esperar antes de ingresar al seminario metropolitano de Buenos Aires, lo que hizo finalmente a los 20 años, en 1957.

Después de una neumonía que lo dejó al borde de la muerte y le costó la ablación de la parte superior del pulmón derecho -algo que le significó una fragilidad crónica de los bronquios que lo acompañó hasta el final, decidió convertirse en jesuita a los 21 años, con el sueño de ser misionero en Japón. Durante sus estudios humanísticos en Chile, comenzó a desarrollar la visión de una Iglesia comprometida con los más vulnerables, una perspectiva que marcaría tanto su vida como su pontificado.

Entre 1967 y 1970, Jorge Bergoglio cursó estudios de teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José, en el Partido de San Miguel

En 1964, aún dentro de su período de formación y ya licenciado en Filosofía, fue maestrillo en el Colegio jesuita de la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Allí enseñaba Literatura y Psicología. Tenía 28 años y seducía por su carisma y sentido del humor.

Luego de ordenarse sacerdote en 1969, en 1973, con tan solo 36 años, se convirtió en el Provincial más joven en la historia reciente de los jesuitas, con quienes tuvo una relación conflictiva. Eran tiempos de grandes expectativas y profundos conflictos, no solo dentro de la Iglesia católica, sacudida por los vientos de cambio del Concilio Vaticano II, sino también en la Argentina, al borde de una atroz guerra sucia. A pesar de su juventud, Bergoglio enfrentó con firmeza y determinación aquel primer gran desafío de gobierno, aunque no sin errores. “Mi gobierno como jesuita al comienzo tuvo defectos. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista”, reconoció Francisco en una entrevista con la revista jesuita Civiltà Cattolica en septiembre de 2013.

El cardenal Jorge Bergoglio.

Sus detractores de aquella época lo retrataron como una figura rígida, conservadora y opuesta a los sectores progresistas y a la Teología de la Liberación. Sin embargo, la acusación más grave que enfrentó durante sus años como Provincial fue la de haber sido cómplice de la dictadura militar y de haber “entregado” a los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, desaparecidos el 23 de mayo de 1976. Una acusación totalmente falsa, que dio origen a una “leyenda negra” alimentada por sus adversarios.

La historia fue muy distinta. En silencio, Bergoglio hizo todo lo posible para que los militares liberaran a Yorio y Jalics. Y también ayudó a muchísima otra gente a ocultarse o a escapar de esa Argentina enloquecida, víctima del terrorismo de Estado, como confirmó el libro La lista de Bergoglio, de Nello Scavo; y uno de los últimos libros de Francisco, Vida, mi historia a través de la Historia.

Fue luego rector del Colegio Máximo de San Miguel, también jesuita, en las afueras de Buenos Aires, entre 1979 a 1985. Enseñaba allí Teología, pero no se quedaba encerrado en su oficina. Salía a embarrarse los pies, a predicar con el ejemplo.

Multifacético, lavaba la ropa, cocinaba para todos, trabajaba en el campo, incluso con los chanchos. Y mantenía las puertas del Colegio Máximo abiertas para la gente de los barrios humildes que había a su alrededor. No sólo organizaba la catequesis de los niños, sino también campeonatos de fútbol y hasta campamentos de verano en la costa.

En esta imagen del 24 de marzo de 2011, publicada por el equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro el 13 de marzo de 2013, el entonces cardenal argentino Jorge Bergoglio sostiene una pequeña bandera de San Lorenzo

En 1986 —enfrentado a las autoridades jesuitas locales—, pidió permiso para viajar a Alemania. Quería hacer una tesis sobre el teólogo italiano naturalizado alemán, Romano Guardini (1885-1968), que nunca llegó a terminar.

De carácter decidido y a veces inescrutable —al punto de que algunos jesuitas lo apodaban “la Gioconda”—, generaba tanto adhesión como rechazo. Entre 1990 y 1992, fue enviado como confesor a la Residencia Mayor jesuita de Córdoba, en un virtual destierro. Sin embargo, su trayectoria dio un giro cuando el entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Antonio Quarracino, lo rescató de ese exilio y logró que Juan Pablo II lo nombrara primero obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 y, más tarde, en 1997, obispo coadjutor con derecho a sucesión, lo que se convirtió en su gran trampolín hacia el papado.

Al asumir en 1998 como el primer arzobispo jesuita de Buenos Aires, otra vez Bergoglio se vio obligado a capear tormentas: primero un escándalo financiero heredado de su antecesor, luego el caos económico y político de la Argentina en default. Además, tuvo que enfrentarse a una guerra llena de golpes bajos que empezó a hacerle un ala de la Iglesia argentina de derecha, vinculada a un sector conservador de la curia romana.

El presidente Fernando De la Rúa agradeció al arzobispo de Buenos Aires, cardenal primado Jorge Bergoglio, la oración por las víctimas de los atentados.

Bergoglio continuó sorprendiendo con su estilo de ser arzobispo, muy distinto al de sus predecesores. Al igual que luego, como Francisco, decidió no residir en el Palacio Apostólico del Vaticano, sino en el austero hotel de Santa Marta —un verdadero escándalo para los ultraconservadores—, en Buenos Aires rompió esquemas: optó por no vivir en la residencia reservada para el arzobispo, ubicada en Olivos, en las afueras de la ciudad. En su lugar, se instaló en un sobrio cuartito de la curia porteña, en la emblemática Plaza de Mayo. Además, siguió utilizando el colectivo y el subte para desplazarse, regaló el auto oficial y reubicó al chofer.

Como arzobispo, era incansable, con una capacidad de trabajo inmensa, una aguda inteligencia política y una memoria digna de un estadista. Atendía a cualquiera que golpeara su puerta e instauraba una relación personal y paternal con cada uno de los sacerdotes a su cargo. Apoyó especialmente a los llamados curas villeros y su labor en los barrios de emergencia de Buenos Aires, trabajando con los más pobres, donde, además, rescató las manifestaciones de religiosidad popular.

Un cónclave sorpresivo

¿Cómo llegó a ser Papa ese arzobispo del fin del mundo que, el 11 de febrero de 2013, al anunciar su renuncia Benedicto XVI, ya estaba a punto de jubilarse, que a los 75 años, había presentado su carta de renuncia a la sede de Buenos Aires y ya tenía lista su habitación en un hogar de sacerdotes retirados?

Una combinación de factores lo catapultó al trono de Pedro. Tras ser relator del sínodo de obispos de 2001 y miembro de diversas congregaciones del Vaticano, su prestigio internacional había ido creciendo.

Cultor del perfil bajo y sin jamás haber participado de lobbies o “cordate”, había sido el segundo más votado después de Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005 que eligió al sucesor de Juan Pablo II. Además, desempeñó un rol crucial en la redacción del documento de la Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Aparecida, Brasil, en 2007.

El papa Francisco aparece por primera vez ante los fieles, el 13 de marzo de 2013

A diferencia de 2005, en el cónclave de marzo de 2013, marcado por la renuncia del papa alemán, no había un candidato de reconocida estatura como lo había sido en su momento Joseph Ratzinger. Por otra parte, reinaba entre los cardenales un clima anti-italiano: los escándalos de los meses anteriores, con robo de documentos reservados de parte del mayordomo (el famoso Vatileaks), intrigas, venenos y denuncias de corrupción, nepotismo y hasta un lobby gay, tenían como protagonistas a prelados italianos. Se buscaba a un pastor, a un hombre de Dios, que tuviera capacidad de gobierno y que pudiera inspirar: cualidades que reunía Bergoglio, considerado por algunos fuera de juego debido a sus 76 años.

Y su intervención en una de las reuniones pre-cónclave, el 9 de marzo, fulguró a los demás cardenales. El arzobispo de Buenos Aires habló de evangelización, la razón de ser de la Iglesia, que tiene que salir de sí misma e ir hacia las periferias no sólo geográficas, sino también existenciales. Criticó a la Iglesia “autorreferencial, enferma de narcisismo y mundana, que vive por sí y para sí”, que contrastó con “la Iglesia evangelizadora, que sale de sí misma”.

“Esto debe iluminar los posibles cambios y las reformas por realizar para la salvación de las almas”, aseguró, sin imaginar entonces que estaba revelando el programa de su papado.

La “conversión del papado”.

Hombre libre, que jamás estudió en Roma como sus predecesores, Jorge Bergoglio sorprendió desde el principio. Lo hizo al elegir llamarse “Francisco”, el santo de los pobres y de la naturaleza, patrono de Italia. Un nombre que nadie antes se había atrevido a utilizar y que, además, representaba un programa de gobierno, tal como lo reflejó uno de sus documentos más importantes: la exhortación apostólica La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), de noviembre de 2013, en la que incluso abordó la necesidad de una “conversión del papado”.

Aparte de dejar a todos boquiabiertos cuando, desde la “loggia” central de la Basílica de San Pedro, se agachó e imploró que los fieles de la plaza le pidieran a Dios que lo bendijera, algo jamás hecho por ningún Pontífice, Jorge Bergoglio era consciente de que había sido elegido no porque un papa hubiera muerto, sino porque había renunciado, lo que marcaba el inicio de una convivencia inédita con el papa “jubilado”.

En ese mismo momento, también pidió una oración por él. Esa extraña cohabitación, que duró casi diez años, hasta el 31 de enero de 2022, cuando falleció Joseph Ratzinger, fue serena, según relató el propio papa Francisco en El sucesor, un libro-entrevista con el periodista español Javier Martínez Brocal, que tiró por la borda el falso mito de los dos papas enemigos. Sin embargo, el Papa Francisco confirmó que hubo sectores opuestos a su pontificado que intentaron, en vano, usar a Benedicto –un hombre sabio y valiente a quien siempre admiró– como una figura contrapuesta.

El papa emérito Benedicto XVI es recibido por el papa Francisco durante una ceremonia para conmemorar su 65° aniversario de ordenación al sacerdocio en el Vaticano, el 28 de junio de 2016.

Bergoglio también impactó al rechazar los símbolos pontificios. No quiso los zapatos rojos —se quedó con sus ortopédicos negros— ni la cruz pectoral dorada —mantuvo su cruz plateada con la imagen del buen pastor—, la capa, la limusina, el departamento del Palacio Apostólico. Este se hubiera convertido en una virtual jaula dorada u embudo que lo habría alejado de la realidad y que le habría provocado “problemas psiquiátricos”, siempre explicó.

Por eso, prefirió quedarse a vivir en la comunidad de Santa Marta, provocando malhumores en la curia y en la gendarmería vaticana. Ya no había un papa fácil de proteger, “controlable”, sino un papa “libre”, que seguía manejando su agenda de forma personal e independiente de la curia. Y que, al margen de la agenda oficial, organizada por la Prefectura de la Casa Pontificia, tenía una agenda paralela, por la tarde, que se armaba él, que sólo se haría pública si el invitado daba cuenta de ella.

Además de comenzar a predicar el Evangelio y el amor revolucionario de Jesús, que lo perdona todo, de manera novedosa y con un lenguaje sencillo y comprensible durante las misas matutinas en la capilla de Santa Marta, Francisco pasó a la acción.

El papa Francisco asiste a la inauguración de la escultura que conmemora a los migrantes y refugiados titulada

Tal como reclamaron los demás cardenales en las congregaciones generales, es decir, las reuniones pre-cónclave, lo primero que emprendió fue una reforma de las finanzas del Vaticano. Tras los escándalos que marcaron los años de Benedicto, era necesario hacer una limpieza. Había que revertir la corrupción, el nepotismo y las prácticas oscuras de negocios que se habían anidado durante siglos en la Santa Sede, además de la “suciedad” y los lobbies denunciados por Benedicto XVI, algo sumamente difícil, ya que implicaba romper el statu quo.

Fue así como el Papa creó la Secretaría para la Economía (SPE), una institución que antes no existía, y nombró al cardenal australiano George Pell al frente de la misma. Al revisar las cuentas en rojo, Pell rápidamente cosechó enemigos dentro de la curia. En 2017, Pell tuvo que abandonar ese cargo clave tras ser acusado en su país natal de abusos. Paradójicamente, más allá de ser un aliado en la tarea de limpieza, fue uno de los grandes líderes de la oposición conservadora a Francisco. Murió en 2023 a los 81 años; en un artículo póstumo, definió el pontificado de Francisco como “un desastre en muchos aspectos, una catástrofe”.

Más allá de esto, a través de sus sucesores en la SPE (primero el jesuita español Juan Antonio Guerrero Alves y luego el laico español Maximino Caballero Ledo), y mediante diversos “motu proprio” —decretos emitidos por voluntad propia del Pontífice—, Francisco implementó nuevos sistemas y mecanismos que incluyeron controles, presupuestos y licitaciones en lo que antes era una verdadera jungla. También nombró un auditor general, un comité de inversiones y renovó los estatutos del IOR (Instituto para las Obras de Religión).

El papa Francisco preside la Misa

Por otro lado, en otra movida audaz, le quitó a la Secretaría de Estado el manejo de fondos reservados. Gracias a los nuevos controles, se destapó un escándalo por una inversión fallida con fondos reservados realizada por la Secretaría de Estado en Londres, que determinó un juicio por malversación de fondos en el Vaticano. Por primera vez, un tribunal vaticano condenó a un cardenal: el otrora influyente exsustituto, Angelo Becciu, un hecho sin precedentes.

Al mismo tiempo, para desmantelar esa corte que tanto criticaba, la “última monarquía absoluta de Europa” —como solía decir—, trabajó en una drástica reforma de la curia romana, la administración central de la Iglesia. Para apoyarlo en este proceso y aconsejarlo en el gobierno universal de la Iglesia, lo que representó otra gran novedad, Francisco creó inmediatamente después de su elección un Consejo de Cardenales asesores de todos los continentes.

El Papa recibe a Trump en una audiencia privada en el 2017

Después de nueve años de trabajo, el 19 de marzo de 2022, Francisco promulgó la Constitución Apostólica “Predicad el Evangelio”, que reformó drásticamente la curia romana. Según este documento, la prioridad pasó a ser la evangelización. De hecho, el nuevo Dicasterio para la Evangelización, presidido por el Pontífice, se convirtió en el principal, reemplazando a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Santo Oficio, que custodiaba la ortodoxia católica. En tercer lugar, se situó el Dicasterio para el Servicio de la Caridad, que antes era la Limosnería apostólica. Otro cambio importante fue la apertura a los laicos y a las mujeres en cargos directivos del Vaticano, una institución históricamente dominada por hombres.

Fiel reflejo de una verdadera revolución en ese sentido, en enero de 2025 convirtió a la monja italiana Simona Brambilla en la primera mujer “prefecto” del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el “ministerio” que se ocupa de todos los religiosos y religiosas del mundo; y a partir de marzo designó a la religiosa Raffaella Petrini como titular del Governatorato, ente que supervisa a casi 2000 empleados, así como el funcionamiento del día a día del Estado Ciudad del Vaticano.

El papa Francisco saluda a la gente en un barrio de Cartagena, Colombia, el 10 de septiembre de 2017.

En paralelo a sus duras críticas al sistema económico capitalista, al que acusaba de “matar” y poner en el centro al “dios dinero” —lo que le valió ser tachado de “comunista”—, el Papa puso a los pobres y a los migrantes en el centro de su pontificado. El 19 de marzo de 2013, en su primera misa solemne, que rechazó que se llamara de “entronización” porque ya no había un papa-rey, sino de “asunción petrina”, colocó en primera fila, junto a los jefes de Estado y de Gobierno, a un cartonero: Sergio Sánchez, amigo de Bergoglio desde 2005. Poco después, hizo saber que su sueño era “una iglesia pobre para los pobres”, formada por “pastores con olor a oveja”. Y su primer viaje fue a la isla de Lampedusa, símbolo del drama de los migrantes que escapan de la miseria y las guerras, y que mueren en ese enorme cementerio llamado Mediterráneo.

Pensando en los pobres, no solo instauró duchas bajo la columnata de la Basílica de San Pedro y refugios, sino que también recibió a personas sin hogar el día de su cumpleaños. Entre otros gestos, como recibir en más de una ocasión en el Vaticano a los movimientos populares —a quienes llamó “poetas sociales” e instó a seguir luchando por las tres “T” (tierra, techo y trabajo)—, instituyó en 2016 la Jornada Mundial de los Pobres. En esta misma línea, por primera vez en la historia, abrió un Jubileo fuera de Roma: el Jubileo de la Misericordia —concepto clave de su pontificado—, que inauguró a finales de 2015 en Bangui, capital de la República Centroafricana, uno de los países más pobres del mundo y asolado por una devastadora guerra civil. Con este gesto, rompió con el eurocentrismo que hasta entonces predominaba en el Vaticano.

El pueblo mapuche se encuentra con el papa Francisco durante una misa en la base aérea Maquehue Temuco, en Temuco, Chile, el 17 de enero de 2018.

En lo que quizás representó su mayor innovación, Francisco vinculó el grito de los pobres con el de la Tierra, cada vez más afectada por los efectos del cambio climático. Esta conexión quedó reflejada en su histórica y aclamada encíclica Laudato Sí, sobre el cuidado de la Casa Común. Publicada en junio de 2015, el documento precedió a la COP 21, la cumbre del cambio climático de París organizada por las Naciones Unidas, y logró influir en sus debates y conclusiones. Siete años después, el 4 de octubre de 2023, en vísperas de otra cumbre climática, la COP27 de Dubái, Francisco actualizó y profundizó su mensaje con una nueva exhortación apostólica titulada Laudate Deum.

Antes de eso, escribió otras dos encíclicas. La primera, Lumen Fidei (“La luz de la fe”), publicada en junio de 2013, fue un trabajo realizado a cuatro manos con Benedicto XVI. En realidad, su predecesor había iniciado y casi concluido el documento, al que Francisco aportó sus propias contribuciones antes de publicarlo. La segunda, Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, vio la luz en 2020. La última fue Dilexit Nos, (Nos amó), sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo, de octubre de 2024.

Al margen de las ya mencionadas La alegría del Evangelio y Laudate Deum, Francisco dejó otras cinco exhortaciones apostólicas. Amoris Laetitia, sobre el amor en la familia, publicada en marzo de 2016, fue el documento posterior a los dos sínodos que convocó sobre este tema, cuyo capítulo octavo generó controversia en el ala conservadora de la Iglesia debido a su apertura a la comunión para los divorciados vueltos a casar en ciertos casos; Gaudete et Exsultate, de marzo de 2018, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual; Christus Vivit, de marzo de 2019, posterior al sínodo sobre los jóvenes; Querida Amazonia, de febrero de 2020, posterior al sínodo sobre la Amazonía, un documento que dejó decepcionados a los sectores progresistas, quienes esperaban una apertura a la ordenación de hombres casados para suplir la escasez de sacerdotes en zonas remotas; y C’est la confiance, de octubre de 2023, sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

El papa Francisco habla con los periodistas durante una conferencia de prensa a bordo de un avión rumbo a Roma al final de su visita a Colombia el 11 de septiembre de 2017.

Entrevistas y viajes

Como arzobispo y cardenal primado de Buenos Aires, Bergoglio era conocido por no dar entrevistas. Sin embargo, todo cambió cuando se convirtió en Francisco: a lo largo de su pontificado concedió decenas de ellas, algo que, puertas adentro del Vaticano, no era del agrado de muchos altos prelados.

Tampoco veían con buenos ojos las conferencias de prensa que ofrecía en el avión al regresar de sus viajes internacionales, ya que a menudo desataban polémicas y tempestades mediáticas. Sin filtros, Francisco contestaba las preguntas de los periodistas. “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”, por ejemplo, fue la frase que marcó su primera conferencia de prensa a 10.000 metros de altura, al regresar de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, en julio de 2013, el primero de sus 47 viajes internacionales a 67 países.

Francisco habla con la prensa en el avión que lo lleva de regreso de su gira por el sudeste asiático, en septiembre de 2024

En todos estos viajes, en virtud de la cultura del diálogo y del encuentro que promovía para contrarrestar la “tercera guerra mundial en pedazos” en curso, Francisco dio pasos gigantes para superar la división entre los cristianos y fortalecer el diálogo interreligioso. Dejando de lado las diferencias teológicas, se centró en lo que une.

En 2016, en el aeropuerto de La Habana, protagonizó un encuentro histórico: el primer cara a cara entre un Papa y el Patriarca Ortodoxo de Moscú, Kirill, desde el cisma de 1054. En 2017 conmemoró los 500 años de la Reforma Protestante en Lund, Suecia. Además, cultivó una estrecha amistad con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, con quien compartió una firme alianza en la lucha por el medio ambiente y la defensa de los más desfavorecidos. También estrechó lazos con los anglicanos: en 2023 viajó a Sudán del Sur en un peregrinaje ecuménico por la paz junto al arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y el Moderador de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields.

El papa Francisco saluda a los fieles junto al Patriarca Ecuménico de la Iglesia Ortodoxa, Bartolomé I, al llegar después de su misa en la 'Rotonda' en el Lungomare de Bari, para reunirse con otros líderes religiosos en la Basílica Pontificia de San Nicolás en Bari, en la región de Apulia, en el sur de Italia, el 7 de julio de 2018.

El mismo enfoque, centrarse en lo que une en lugar de lo que divide, lo aplicó también al diálogo con las otras dos grandes religiones monoteístas: el judaísmo y, especialmente, el islam.

Francisco logró recomponer el vínculo con los musulmanes, que se había visto afectado por el discurso de Ratisbona de Benedicto XVI. Visitó más de una docena de países de mayoría musulmana y entabló una estrecha amistad con el jeque Ahmad al-Tayyeb, Gran Imán de la universidad de Al-Azhar, considerada “el Vaticano” del islam sunnita, la corriente mayoritaria en el mundo (85%).

El papa Francisco reza frente al muro de la muerte en el antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz en Oswiecim, Polonia, el viernes 29 de julio de 2016.

El Papa firmó junto a este líder religioso un histórico Documento sobre la Fraternidad Humana en Abu Dhabi en febrero de 2019. Y lo consideró, junto a san Francisco de Asís, uno de los grandes inspiradores de la encíclica “Fratelli Tutti”.

En otro orden, Francisco firmó en 2018 un acuerdo provisorio con China —país con el que el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas— sobre designaciones episcopales en la superpotencia comunista donde hay unos 12 millones de católicos. Se trata de un acuerdo cuestionado por sectores conservadores, pero considerado un hito de esa cultura del diálogo a ultranza, más allá de los problemas.

El gigantesco escándalo de los abusos sexuales de menores cometidos por sacerdotes, estallado al final del pontificado de Juan Pablo II (1978-2005) y que continuó en el de su sucesor, Benedicto XVI, también le causó enormes dolores de cabeza. Aunque en marzo de 2014 creó una Pontificia Comisión para la Tutela de Menores, presidida por el cardenal Sean O’Malley, arzobispo de Boston ―diócesis de Estados Unidos especialmente golpeada por el escándalo―, el exarzobispo de Buenos Aires comprendió realmente la entidad del daño después de su viaje a Chile, en enero de 2018.

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, da la bienvenida al papa Francisco en Chile en el aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago el 15 de enero de 2018.

“Ahí me convertí”, admitió en una entrevista, al reconocer que se había equivocado en la percepción del problema en Chile, a cuya población le pidió públicamente perdón en una carta. Al margen de invitar a tres víctimas chilenas a convivir a su casa de Santa Marta, ocasión en la que les pidió, de nuevo, perdón y de convocar a una cumbre antiabusos a los presidentes de todos los episcopados, Francisco en su pontificado aprobó muchas leyes para que los obispos sean responsables e instruyan correctamente los casos de abusos sexuales a menores.

Muchos vaticanistas creen que este tema será crucial a la hora de elegir a su sucesor, que deberá tener un currículum “limpio” en este sentido.

Preparando al sucesor

Hablando de sucesor, a lo largo de su pontificado y a través de nueve consistorios, es sabido que Francisco internacionalizó como nunca el Colegio Cardenalicio. Rompiendo la tradición, designó como sus máximos colaboradores no a arzobispos de diócesis grandes cuyos titulares antes automáticamente recibían el birrete color púrpura, sino que premió a esos prelados “con olor a oveja” de ciudades y países periféricos, nunca representados.

Así, transformó la geografía del cónclave que elegirá a su sucesor. Ya no hay una mayoría europea, como cuando fue electo y donde más de tres cuartos de los cardenales electores (menores de 80 años), fueron designados por él. Algo que, de todos modos, no garantiza que su sucesor, el papa 267, seguirá sus pasos de gran reformador. Aunque muchos creen que, en muchas cuestiones, tampoco podrá dar marcha atrás.

Un sacerdote saluda a la multitud mientras espera la llegada del papa Francisco al Estadio Sheikh Zayed Sports City en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, el martes 5 de febrero de 2019.