Franak Viačorka (Minsk, 1988) lleva en la solapa un pin con el Pahonia, el escudo histórico de Bielorrusia, símbolo de la resistencia. No es solo un gesto patriótico, sino un recordatorio constante de la batalla que libra desde el exilio como asesor principal de Svetlana Tikhanovskaya, la líder opositora que desafió al régimen de Alexandr Lukashenko en las elecciones amañadas de 2020.
En una entrevista exclusiva con Infobae en la Embajada de Polonia en Buenos Aires – donde se reunió con representantes de la diáspora bielorrusa y autoridades argentinas para fortalecer el apoyo internacional a la causa democrática – este activista y experto en tecnología, formado en universidades de Varsovia y Washington, analiza con mirada crítica la situación de su país, ya convertido en un “satélite” de Rusia.
“Estoy seguro de que Bielorrusia alcanzará la libertad”, afirma. “Sólo tenemos que volver a golpear en el momento adecuado”.
—¿Cómo describiría la situación actual en Bielorrusia?
—Bielorrusia es el único país que nunca se transformó desde el colapso de la Unión Soviética. Sigue manteniendo prácticas totalitarias estalinistas de opresión de la población. La mayor parte de la economía está en manos del gobierno y la gente no tiene libertad. Nuestro objetivo ahora es prepararnos para un nuevo momento, construir aliados dentro del sistema, dentro de la nomenklatura que apoyen nuestro movimiento cuando llegue el momento. El objetivo final debe ser la celebración de elecciones libres y justas.
— Usted ha calificado la revolución de Bielorrusia en 2020 de “inacabada”. ¿Cómo está trabajando la oposición para completarla?
—Nuestra revolución no ha fracasado, simplemente no ha terminado. Lo que estamos haciendo ahora es crear estructuras en el exilio, como un gobierno paralelo, utilizando herramientas digitales. Utilizamos tecnologías de IA y Web3 para construir una democracia paralela. Estamos empoderando a la gente que lucha sobre el terreno -periodistas ciudadanos, blogueros locales- y ayudando a los reprimidos, a los presos políticos. Y trabajamos para reforzar la identidad nacional, porque la identidad nacional bielorrusa es el mejor antídoto contra el imperialismo ruso.
—¿Cómo mantienen la comunicación con la gente dentro de Bielorrusia dada la censura?
—Utilizamos todas las plataformas. TikTok y YouTube son las más importantes porque llegan a mucha gente. TikTok es útil porque la gente puede ver vídeos sin suscribirse a canales específicos, lo que podría ser peligroso ya que suscribirse significa represión: puedes ir a la cárcel. Celebramos llamadas semanales con Zoom en las que los bielorrusos pueden hablar directamente con Tsikhanouskaya, hacerle preguntas, comentar o criticar. Gracias al Covid, la gente aprendió a utilizar bien la tecnología. La revolución también se produjo en parte gracias a esta crisis del Covid, ya que las tecnologías se desarrollaron y la gente pasó más tiempo en línea.
—¿Está dividida actualmente la sociedad bielorrusa?
—La división no se basa en la geografía, sino en el acceso a la información. Quienes están conectados a internet son mayoritariamente pro-occidentales y pro-democráticos, mientras que aquellos que dependen exclusivamente de la televisión estatal rusa están bajo la influencia del régimen de Lukashenko y de Rusia. No es una división geográfica ni generacional. Es fundamentalmente una división informativa. Por eso es tan crucial difundir noticias independientes y fortalecer las tecnologías de internet y el acceso dentro del país.
—¿Cuál es la situación del acceso a Internet en el país?
—En las ciudades, en general está disponible y es accesible, pero hay censura, con más de 2.000 sitios web bloqueados. La gente ha aprendido a saltarse las restricciones utilizando VPN y anonimizadores. Quienes buscan información encuentran formas de acceder a medios independientes. Sin embargo, Internet se cierra durante las protestas, cuando comenzó la guerra o cuando Tsikhanouskaya pronuncia los discursos de Año Nuevo. Así que está disponible, pero no es completamente libre.
—Ha mencionado la influencia de Rusia. ¿Qué importancia tiene Bielorrusia para la estrategia de Putin?
—Bielorrusia es crucial para Putin porque geográfica, política y militarmente, sin Bielorrusia, Putin no podría presionar a los países de la OTAN. Todos los ferrocarriles y carreteras hacia Polonia y los países bálticos pasan por Bielorrusia. Rusia está tratando de restaurar su imperio, y Putin quiere ser recordado como el emperador que creó una gran superpotencia, por cualquier medio, a cualquier precio, sin importar las bajas.
—Si se produjera una transición de poder en Bielorrusia, ¿no le preocupa la intervención rusa?
—Nadie puede garantizar lo que Rusia podría hacer. Rusia es impredecible, una potencia agresiva. Pero ya estamos bajo la ocupación rusa de facto, ya estamos perdiendo nuestra soberanía. El país ya no pertenece al pueblo bielorruso; ya pertenece a Rusia. Putin quiere hacer con Ucrania o Moldavia lo que tiene en Bielorrusia: un Estado títere obediente, leal y controlado. Así que no hay garantías, pero intentamos ser pacíficos. No proponemos cambios mediante la violencia, sino mediante elecciones.
—Mirando hacia 2020, ¿qué lecciones aprendieron de aquella revolución?
—En primer lugar, hay que dividir a las élites, dividir a la nomenklatura. No estábamos suficientemente preparados para eso. En segundo lugar, necesitas que la comunidad internacional esté dispuesta a actuar. Cuando empezaron las protestas, pasaron nueve meses hasta las primeras sanciones reales. Perdimos impulso. En tercer lugar, en cuanto a la coordinación de las protestas, podríamos haberlo hecho mucho mejor. Eran muy populares y, cuando se cerró Internet, no pudimos coordinar las protestas sobre el terreno. Éramos como gatitos ciegos caminando por las calles sin una buena coordinación.
Rusia también se preparaba entonces para la guerra. Rusia ayudó a Lukashenko principalmente porque querían atacar Ucrania, y sin el control de Bielorrusia, no podían llegar a Kiev. Así que ahora somos rehenes de esta situación geopolítica. Pero no pierdo el optimismo. Estoy seguro de que Bielorrusia alcanzará la libertad. Sólo tenemos que volver a golpear en el momento adecuado.
—Recientemente, Lukashenko indultó a algunos presos políticos. ¿Interpreta esto como una señal de apertura?
—Él quiere mejorar su imagen, demostrar que no es un monstruo. Pero liberó a 200 personas el año pasado, mientras que más de 500 fueron detenidas durante este tiempo. Los liberados estaban a menudo en condiciones terribles; algunas personas que fueron liberadas ya han muerto porque tenían cáncer o enfermedades graves. Creo en las sanciones, porque motivan a los dictadores a liberar a la gente de las cárceles. Pero ahora mismo, las sanciones no son suficientes, igual que con Putin. La presión actual no es suficiente para obligar a Putin a entablar conversaciones de paz.
—El caso de Nina Bahinskaya ha recibido atención internacional. ¿Por qué esta activista de 78 años supone una amenaza para el régimen?
—Nina representa la resistencia de la sociedad bielorrusa. Ha sido arrestada, detenida y acosada muchas veces, pero sigue saliendo a la calle. Tiene casi 80 años. El régimen no puede encarcelarla por su edad, pero tampoco puede detenerla. Quieren expulsarla del país, pero Nina rechaza el exilio. Les irrita cada día. Ahora le han abierto una nueva causa penal, le imponen multas para que no pueda pagar su piso… le hacen la vida insoportable. La opción que le dan es: “O vas a la cárcel o te exilias”. Pero Nina y muchos otros se niegan.
—El marido de Tsikhanouskaya lleva dos años encarcelado y aislado. ¿Cómo afecta esto su trabajo?
—Cuando encarcelaron a Sergei y lo aislaron por completo, el objetivo era quebrarla psicológicamente. Es una táctica clásica de los regímenes represivos: utilizar a los miembros de la familia para presionar. Pero Svetlana es fuerte. Sabe que su marido entiende por qué lucha.
Lo preocupante es que no sabemos nada de él desde hace dos años. Svetlana dice a veces: “No sé si está vivo”. Es como en Siria, donde desaparecieron personas en las cárceles. Tememos que esté ocurriendo lo mismo en Bielorrusia. Pedimos a la ONU acceso a las cárceles para verificar si estas personas están vivas.
A Svetlana no le gusta la política. Llegó a esto accidentalmente en 2020. Pero lucha por su marido, su familia, su futuro. Es paciente y resistente. Es un contraste total con Lukashenko: él es un brutal dictador comunista; ella representa la Bielorrusia moderna. Por eso ganó en 2020.
—¿Su liderazgo, junto a otras figuras como María Kolésnikova, ha cambiado el papel de las mujeres en Bielorrusia?
—Sí. En esta dictadura, las mujeres debían quedarse en casa. Svetlana demostró que pueden ser líderes. María Kolésnikova, ahora en prisión, fue otra figura clave. Esta “revolución de mujeres” en 2020 mostró la Bielorrusia europea que el régimen oculta.
—Ha hecho hincapié en la importancia de la identidad nacional. ¿Qué iniciativas está tomando para preservar la cultura y la lengua bielorrusas?
—La identidad nacional forma parte de la independencia del país. Tiene que ver con la lengua, la historia, las tradiciones, todo ello atacado por el gobierno soviético durante décadas. Intentaron borrar todo lo que nos hacía únicos, diferentes de los rusos.
Estamos rodando películas sobre historia y cultura en distintas ciudades, a veces clandestinamente. Organizamos conferencias en bielorruso, incluso en comunidades de la diáspora. Ayer, aquí en Buenos Aires, hablamos de organizar clases de lengua para la diáspora local. La música, especialmente la escena moderna del rock y la electrónica, populariza la lengua y la cultura. La gente se siente orgullosa de su herencia, de formar parte de la historia bielorrusa.
Internet ayuda enormemente. YouTube sustituye básicamente a toda la televisión estatal. Muchas familias bielorrusas matriculan a sus hijos en escuelas online. Desde el exilio, enseñamos a los niños dentro del país, donde la educación es pura propaganda soviético-rusa, la narrativa de Putin. A través de herramientas digitales, ofrecemos una alternativa, y funciona.
—¿Qué conexiones buscan establecer en América Latina?
—Queremos aprender de procesos posdictadura como los de Argentina o Chile. También queremos cooperar con luchas similares en lugares como Venezuela y Cuba. Argentina podría ayudar con los pasaportes para los exiliados bielorrusos aquí. Hay una gran comunidad, hasta 1.000 bielorrusos en Buenos Aires, muchos de ellos refugiados políticos que no pueden renovar sus pasaportes, el mismo problema que tienen los venezolanos. Así que pedimos a Argentina que aplique el mismo enfoque a los bielorrusos. Cuando hablamos de desaparecidos en las cárceles bielorrusas, me recuerda a la experiencia de Argentina. Las dictaduras repiten tácticas. Argentina procesó a los responsables; es un ejemplo para nosotros. Incluso hay conexiones históricas con la región, como Ignacio Domeyko, un héroe chileno nacido en Bielorrusia. Por eso hemos venido a América Latina. Queremos que, en el futuro, también viaje Svetlana.
En detalle: quién es quién y contexto
Franak Viačorka
Svetlana Tikhanovskaya
Alexandr Lukashenko
Datos clave de la represión:
La conexión argentina: