Hace más de tres décadas que Eugenio Coter dejó la diócesis de Bérgamo para asentarse como sacerdote fidei donum en la misión boliviana. Desde 2013 es obispo del vicariato apostólico de Pando, en la frontera amazónica con Brasil, un territorio de más de 80 mil kilómetros cuadrados en el que seis parroquias, una iglesia fija y una “flotante” —un barco del Instituto de Pastoral Rural que navega los ríos Negro, Madre de Dios, Beni, Orthon y Manuripi y atiende a familias de 230 comunidades ribereñas— intentan sostener la vida eclesial de más de 200 mil fieles dispersos, de los cuales unos 60 mil habitan en la selva profunda repartidos en 450 comunidades rurales.
La entrevista tiene lugar en Bogotá, en el marco del Encuentro de Obispos de la Amazonía convocado por la CEAMA, primera conferencia eclesial en la historia de la Iglesia que no es exclusivamente episcopal, sino que integra laicos, mujeres y representantes de pueblos originarios. El camino, abierto por el Concilio Vaticano II y consolidado en América Latina con Medellín (1968), Santarém (1972), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), se profundizó con el Sínodo de la Amazonía convocado por el Papa Francisco en 2017 y celebrado en Roma en 2019. En este primer encuentro post-sinodal participan los obispos de más de 75 jurisdicciones eclesiásticas de la Panamazonía. Entre ellos, Monseñor Eugenio Coter, secretario de la Comisión Organizadora del evento.
Según Coter, el cambio en la cúpula vaticana no alterará las prioridades: “América Latina sigue siendo el centro del cristianismo, en el sentido de que reúne a la mayoría de los cristianos del mundo y siempre tendrá un espacio propio. Pienso que el Papa León mantendrá este camino, claramente sin cerrarlo a ningún otro continente, sino ayudando a la Iglesia y a América Latina a contribuir al crecimiento del cristianismo en la sociedad y en el mundo”. Recuerda que el propio pontífice tiene una historia de misión en la región, lo que garantiza continuidad en la trayectoria histórica de la Iglesia latinoamericana. “En los lugares más difíciles o más pobres de América Latina y sobre todo de la Amazonía, los obispos locales piden la colaboración de los misioneros porque tienen una estructura detrás que les permite vivir allí donde los costos de vida se vuelven altos, los costos de la pastoral se vuelven altos por la falta de estructuras, de medios y de recursos”, señala.
En el Pando que recorre desde hace más de una década, una de las zonas más pobres de Bolivia, hay menos de quince sacerdotes para toda la jurisdicción y muchas comunidades esperan más de un año sin poder celebrar misa. La Iglesia, entonces, se sostiene en la creatividad de los laicos: ministros extraordinarios que llevan la comunión, celebraciones penitenciales comunitarias sin cura, catequistas del Instituto de Pastoral Rural que animan comunidades de manera itinerante
Más allá del desafío pastoral, para Coter el papel de la Iglesia en la región “es el de ayudar a superar una visión economicista de la Amazonía, una visión extractivista”. Dice que se trata de una misión “llamada a ayudar en la evangelización que humaniza las relaciones y que ayuda a construir caminos distintos” y, al mismo tiempo, de una presencia destinada “a sostener a quienes luchan por la justicia, a quienes luchan por la defensa de la Amazonía”. Es una tarea urgente en un territorio donde la expansión de la minería ilegal, la deforestación, el monocultivo, el narcotráfico y la trata de personas golpean a comunidades ya atravesadas por la pobreza estructural.
La presencia eclesial, sin embargo, no está libre de tensiones: algunos movimientos la cuestionan recordando los crímenes de la conquista y la acusan de haber sido instrumento de sometimiento. En el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, celebrado en Santa Cruz de la Sierra en 2015, Francisco pidió perdón “no solo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, cita que retomó luego en la exhortación apostólica Querida Amazonia. Para Coter, ese reconocimiento sigue siendo fundamental: “Quien en el pasado luchó y sometió a estos grupos no lo hizo en nombre de Jesucristo: usó a Jesucristo. Pero debemos estar atentos a no repetir hoy ese error. Pedimos perdón por el pasado para ser atentos y críticos en el presente”.
“Si una parte de la Iglesia oficial en aquellos tiempos fue parte de un proceso de sometimiento de los indígenas, otra parte de la Iglesia fue una fuerza de valorización de la experiencia que ellos tenían, de reforzarlos culturalmente”. Recuerda que los primeros lenguajes escritos de la Amazonía surgieron en contextos religiosos, que las reducciones jesuíticas produjeron música capaz de ser redescubierta siglos después y que la teología de la liberación significó “un esfuerzo de releer la historia de sometimiento de las personas dentro de las políticas vigentes y de ayudarlos en un proceso de liberación”.
Coter destaca esta tradición de resistencia y la idea de “fe como fuerza de liberación” en la figura de los mártires de la Amazonía —Chico Mendes, Dorothy Stang y Vicente Cañas de Brasil; Inés Arango y Alejandro Labaka de Ecuador; Nicolasa Nosa de Bolivia; P. Alcides Jiménez de Colombia; y María Agustina Rivas de Perú— que serán homenajeados durante el Encuentro.
La idea del rito amazónico se inscribe también en esta historia de larga data. Desde las misiones del siglo XVI, la fe cristiana entró en contacto con tradiciones ancestrales y produjo expresiones que no siempre encontraron un lugar oficial en la Iglesia. “El proceso del rito amazónico es un proceso en curso”, dice Coter. “Será parte de este proceso de inculturación de la fe que rescata las tradiciones nacidas en el encuentro de la evangelización en estos quinientos años y que no encontraron expresiones oficiales, porque es un proceso del que se empezó a hablar en 1965 en el Concilio Vaticano II y después, como recuerda el Papa Francisco, se ha hecho muy poco desde entonces”.
Prácticas que muchos interpretaron como sincretismo, para Coter deben entenderse de otro modo: “El rito de la k’oa en el mundo quechua, que luego se generalizó en Bolivia, en donde se repite el gesto de quemar hierbas y azúcar el primer viernes del mes, viene del mundo católico. Mientras lo repiten rezan el Padrenuestro y el Avemaría, viene de una cultura antigua que era una cultura de encuentro, de oración hacia un trascendente o hacia las fuerzas de la naturaleza, pero lo han cristianizado”. Para él, no se trata de sincretismo sino de conversión cultural: “Yo hablaría de conversión de gestos que tienen un valor simbólico para ellos, pero cristianizados en el contenido”.
Para Coter, el proceso de consolidación del rito amazónico, cuya comisión preside junto a especialistas y antropólogos de toda la región, permitirá que expresiones que durante siglos quedaron en la periferia de la vida oficial de la Iglesia encuentren un espacio propio: “esas cosas que eran paralelas a la vida oficial de la Iglesia en el rito amazónico encontrarán su espacio para ser vividas y convertirse en expresiones de la fe”. Esto, explica, brindará una base común de celebración para la Amazonía, abierta a adaptaciones locales y capaz de sostener tanto a comunidades indígenas como a poblaciones urbanas, donde muchas de esas prácticas ya circulan como religiosidad popular.
Desde Bogotá, Coter dice que muchas congregaciones están dejando la Amazonía “por la falta de vocación, el envejecimiento de los religiosos y la dificultad de vivir donde faltan estructuras sanitarias y los viajes se convierten en auténticas travesías”. Frente a ello, insiste en que la presencia misionera “aporta la universalidad a la Amazonía” y recuerda que “así como la Amazonía tiene un rol en el clima del mundo, también ayuda al resto de las Iglesias a estar atentas a una Iglesia pobre, en crecimiento, con desafíos que siguen presentes y que son importantes para la población y para esas minorías que tienen una historia que no hay que olvidar”.