A Camila Fernández le encanta reírse. Se ríe cuando se junta con amigos, cuando va a recitales, cuando quiere contar un chiste pero sus propias carcajadas no la dejan terminarlo. Incluso se ríe cuando se cae en los entrenamientos de patín. “El día que me caiga y no me ría es porque de verdad me golpee”, bromea siempre con su profesora. Pero también se ríe cada vez que alguien asume que no va a poder hacer algo “por ciega”.

En su Instagram, la joven de 28 años se define como “cocinera, jugadora de fútbol, patinadora y ruluda”. Omite, sin embargo, una palabra muy importante: primera. Y es que fue la primera chef ciega en Argentina, jugó en el primer equipo de fútbol femenino para ciegas del país, Las Romanas, y, junto con su amiga Marisol, son las primeras en usar un método que ellas mismas bautizaron “Canela” para entrenar patín sin la necesidad de que la profesora les tenga que indicar en qué parte de la pista están.

“Yo siempre busco la manera”, dice Camila, a quien su discapacidad no le impide llevar una vida plena e independiente. “Cuando la gente ve a una persona ciega hacer cualquier cosa, se sorprende, se pregunta: ‘Wow, ¿cómo hace?’. Pero yo llevo una vida “normal”. Con mi mejor amiga nos tomamos el colectivo y vamos a comprar ropa a Flores lo más bien, como cualquier chica de nuestra edad”, agrega.

Hoy, Camila vive sola en un departamento en Ramos Mejía con su gata y su perra guía, Lisboa, que la acompaña a todos lados desde hace tres años. Sus abuelos la ayudan con parte de los gastos. Según el día, va hasta la casa de alguno de los chicos ciegos a los que les da clases de cocina, entrena patín, juega al fútbol o va hasta Caballito a cursar psicología en la Universidad Maimónides. Se mueve por todos lados en colectivo, con Lisboa, y usa aplicaciones que le indican cuándo bajar. “Así no tengo que depender de nadie”, asegura.

Camila lleva una vida independiente: en la calle se ayuda con su perra guía, Lisboa

“Nunca estás preparada para quedarte ciega”

Cuando Camila nació, los médicos le dijeron a su mamá que por una falta de desarrollo de sus ojos nunca iba a poder ver. “Suave la gente”, bromea. Cuatro años después, la niña estaba en su casa en González Catán y contemplaba cómo su prima, que ya había empezado la primaria, hacía los deberes. “Yo quiero hacer lo mismo que ella”, le reclamó Camila a su tía, quien fue la primera en darse cuenta que su sobrina sí tenía un resto visual que le permitiría aprender a escribir y dibujar a la par de su hija.

Sin embargo, para no forzar de más su vista, Camila siguió usando el braille. Iba a una escuela “normal” pero algunos días la acompañaba una maestra integradora que la ayudaba a pasar a tinta las tareas que había hecho en braille para que sus profesores pudieran leerla o adaptaba algún material como los mapas de geografía para que tuvieran relieve.

Además, durante toda su escolaridad, Camila asistió a la Escuela Especial N°511 Jorge Luis Borges, donde reforzaba conocimientos, afianzaba su braille y practicaba deportes, como atletismo, fútbol, natación y otros específicamente para ciegos como el torball y goalball.

Nunca estás preparada para quedarte ciega. Es algo muy abrupto”, asegura Camila, que a los 16 años perdió su visión por completo: “No me preocupaba tanto cómo iba a seguir haciendo las cosas que me gustaban, porque soy muy hincha y siempre encuentro la manera. Pero sí me preocupaba cómo iban a verme los demás. Tenía miedo de que los chicos no se fijaran en mí por el bastón. Entonces a veces no lo usaba y me pegaba cada golpe. Mis amigas amigas jodían con que no me iban a prestar atención por el chichón que iba a tener en la cabeza”, cuenta entre risas.

Todas las tardes, Camila viaja desde Ramos Mejía hasta Cabllito para cursar Psicología

Cuando terminó el colegio, Camila y su mamá se mudaron a La Boca para que ella pudiera estudiar el Profesorado en Filosofía, pero pronto tuvo que dejarla. El material de estudio era en su mayoría libros y fotocopias y la tecnología aún no estaba tan avanzada como para poder digitalizarlos. Entonces, para poder estudiar, su mamá tenía que leer los textos en voz alta y grabar su voz o bien pagarle a alguien para que lo tradujera al braille, y se volvió insostenible. “Pucha, me pasa por ciega”, es lo que piensa Camila frente a situaciones como esa. “No poder acceder a estudiar el 100% como todo el mundo me enoja, me frustra”, agrega.

“Tenés que poder”

“Mi mamá siempre buscó que yo fuera independiente. Su frase de cabecera es ’yo algún día me voy a morir y vas a tener que hacer las cosas sola porque nadie va a hacerse cargo de vos. Entonces, vos tenés que poder’. Y tiene razón. Porque puedo”, cuenta Camila. Como era pastelera, una de las cosas que le enseñó desde muy chica fue a cocinar. Por eso, decidió cambiar de rumbo y estudiar gastronomía, pero tampoco le fue fácil.

La joven recorrió varios lugares de renombre pero en todos la rechazaron. Otra vez, “por ciega”, aunque no se lo dijeran directamente. “¿Cómo vas a hacer en la cocina?”, “¿Y si te quemás?”, “¿Y si te cortás”, “¿Pero podés subir escaleras?”, “¿Usás utensilios especiales”, son algunas de las preguntas frente a las que tomaba aire y respondía lo más educadamente posible, aunque de vez en cuando se le escapara alguna risa o un chiste como: “¿Qué voy a usar? ¿Cuchillos que no cortan?”.

Finalmente, en 2017 logró que la aceptaran el Instituto Lyceé y en 2019, tras recibirse, se convirtió en la primera chef ciega de Argentina. “En ningún momento dudaron de mí y eso fue muy importante”, asegura la joven, que cursó la carrera acompañada por una asistente. Incluso formó un grupo de seis amigos con los que aún mantiene contacto. Todos consiguieron trabajos en pastelerías, cocinas y cafés. Excepto ella.

Camila trabaja como profesora particular de cocina y sus alumnos son otros chicos ciegos

“Hubo una época en la que me sentaba toda la tarde frente a la computadora a mandar currículums. Dejé cientos y nada. No solo en el rubro gastronómico, también en call centers y trabajos administrativos”, cuenta Camila. Apenas un par de veces la llamaron para entrevistas pero nunca logró pasar de esa instancia. Por eso, siempre trabajó por su cuenta: en un momento cocinaba viandas para vender y ahora les da clases particulares de cocina a tres chicos ciegos a los que también les ofrece su servicio como chef personal.

A Camila le da “bronca” que las empresas no se animen a contratar a personas como ella: “Me enoja mucho ni siquiera poder tener la oportunidad de explicarles que soy capaz de hacer el trabajo a pesar de mi discapacidad. Son esas situaciones en las que pienso ‘si no fuera ciega, esto no me pasaría’. Quizá hasta sea mejor haciendo ese trabajo que una persona que sí ve pero nunca van a saberlo”.

Su sueño es tener un restaurante en el que todos o la mayoría de los empleados sean personas con discapacidad, aunque no quiere que la gente que vaya a visitarlo lo haga por esa particularidad. “Al contrario, quiero que vengan porque consideran que es un lindo lugar y en el que se come buena comida”, aclara.

Derribar barreras

“Veo mucho que la gente siente que si ellos no vieran no podrían hacer nada. Entonces, piensan que personas como yo no podemos hacer nada. Y después, cuando se dan cuenta de que sí podemos, lo enaltecen y dicen ‘ay, qué admirable´ o ‘ay, qué logro’, pero por ahí solamente estoy yendo a cursar o divirtiéndome en un recital, como cualquier persona”, expresa Camila, que en los últimos años fue a escuchar a La Renga, a Tini y a Don Osvaldo. En general va con otros amigos ciegos, con su bastón y siempre saca entradas en el campo porque la platea le aburre y le encanta la parte del pogo.

Camila fue campeona de la Copa Nacional de Patinaje Artístico Tagliabue 2024

Otro hobbie sin el que no podría vivir es el deporte. Juega al fútbol en las Pirañas de Avellaneda, aunque antes pasó por Las Romanas y hasta por el seleccionado nacional de fútbol femenino para ciegas, Las Murciélagas. Además, entrena patín con un método que le permite moverse libremente por la pista para que la profesora pueda enfocarse en enseñarle a patinar en vez de tener que indicarle en dónde está parada. Lo inventó su mejor amiga, Marisol, y consiste en que se emita un sonido distinto en cada esquina de la pista que les permita orientarse.

“Si un otro te acompaña, nunca la pasás mal”, asegura Camila, que en dos años se recibirá de psicóloga porque siempre le gustó poder ayudar y acompañar a los demás. La semana pasada, en una clase de tests en la que tenía que analizar dibujos, se puso nerviosa porque pensó que sus compañeros de grupo le iban a decir “dejá, nos ocupamos nosotros”. Pero, al contrario, tomaron su mano, la pasaron por los trazos y le describieron las imágenes para que ella también pudiera hacer la actividad.

“Me encanta derribar barreras y ser la primera en hacer cosas que normalmente otras personas ciegas no hacen. Más que nada porque eso significa que no va a haber un otro que padezca lo que yo padecí. Y me pone recontra feliz saber que estoy ayudando también a quien venga después no se frustre o pase un mal momento”, señala la joven que, entre risas, argumenta que “ser acuariana” es lo que incide en esas ganas que tiene de ir siempre más allá.

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  • Para contactarte con Camila podés escibirle un mail a gorositocamilasoledad@gmail.com o un mensaje a su cuenta de Instagram @solcito__risado