Después de semanas de intentar que coincidan sus agendas, entre los casilleros de días y meses rebalsados de trabajo, turnos al pediatra, cumpleaños infantiles, reuniones del jardín, asistencia a padres que cada vez se hacen más grandes en un mundo cada vez más complejo, cuatro amigas lograron reunirse a merendar, sin hijos, para celebrar un cumpleaños. En la conversación desenfrenada y a borbotones, como una olla a presión que se destapa, rápida y amontonada —en cualquier momento puede llegar un mensaje que diga que uno de los chicos llora o extraña y alguna tenga que irse—, con todos los temas al mismo tiempo, como una puesta al día que a la vez es catarsis, que a la vez es búsqueda de oreja que escuche y consejo que abrace, surge.
Las exigencias de las tareas de cuidado multigeneracionales para quienes tenemos más de 30 —o de 35—, especialmente para las mujeres, se reproducen en un contexto en el que los cambios demográficos, sociales y económicos impactan a todo el globo. Hoy, las personas que sí deciden tener hijos lo hacen a edades cada vez más avanzadas; a la vez, el aumento de la esperanza de vida hace que las personas mayores lleguen a edades antes impensadas en un universo de cambios tan vertiginosos como desafiantes. Esto trae como resultado una avalancha de demandas para quienes están en esa situación: hijos chicos, padres grandes. ¿Y la vida propia? ¿La salud? ¿La carrera? ¿La pareja o vida sentimental? ¿Los afectos? ¿El resto de los mandatos? ¿El ocio? ¿El qué?
Para quienes están en medio de ese sándwich la respuesta suele ser es un colapso mental con consecuencias físicas, muchas veces.
El concepto es gráfico: según el Diccionario Cambridge se llama “generación sándwich” al “grupo de personas que tienen padres mayores además de hijos pequeños, por lo que deben cuidar tanto de sus padres como de sus hijos”. La licenciada en Gerontología y docente Graciela Spinelli se lo explicaba a Infobae, hace un tiempo, de modo similar: son “aquellas personas que están entre los 30 y 50 años y se encuentran cumpliendo una doble función y responsabilidad: la de criar a sus hijos y velar por el cuidado de sus padres mayores. Quedan en este espacio tan difícil de repartirse entre ambas responsabilidades, muchas veces o casi siempre relegando su propio tiempo”.
Las cuatro amigas intercambian, opinan, acuerdan pero también difieren: qué se hace cuando una madre que se hace grande te necesita porque tiene movilidad limitada, las articulaciones le fallan y se le caen y rompen cosas de las manos, no sabe cómo enfrentarse al buscador de Google o a la cartilla digital de la prepaga para pedir un turno médico y, a la vez, un hijo de dos años demanda toda la atención y energía por fuera de las horas de trabajo remunerado. ¿Qué se hace cuando no hay otros miembros de la familia que puedan acompañar y sostener? ¿Hay que elegir entre las demandas, entre padres e hijos? ¿Estamos siempre en deuda con alguien? Parecería que para atajar todas las exigencias hay que ser una especie de pulpo-malabarista del Cirque du Soleil que resuelve un sudoku con una mano mientras con el dedo menique de la otra mantiene una pila de platos girando en el aire, y hace jueguitos con una pelota con los pies. Mientras la vida propia, el autocuidado y los deseos se diluyen y resbalan por esa pila de platos en el aire hasta irse por la alcantarilla.
Ser el centro de una cinchada que no cede
“Siento que todo depende de mí”. “No llego a hacer nada y encima me siento culpable”. “No llegó a compartir tiempo de calidad porque me gana el cansancio”. “Me despierto para cuidar a mis hijos y me acuesto después de chequear que mi mamá esté ok con su medicación”. “Siento que estoy todo el tiempo cansada”.
Estas son algunas de las frases que la psicoanalista Candela Mazzitelli escucha con frecuencia en su consultorio. “Lo que se expresa, más que nada, es el cansancio físico, pero lo que queda invisibilizado es un desgaste emocional enorme. Lidiamos con el deber ser, la culpa, el miedo a no estar a la altura, los intereses de la vida propia que terminamos resignando”, dice.
Mazzitelli trabaja desde una perspectiva de psicoanálisis vincular, esto quiere decir que focaliza, especialmente, en el modo en que las personas se construyen a sí mismas —su identidad— y desarrollan su subjetividad en relación con otros. “No trabajo desde una lógica individualista sino entendiendo que lo que nos pasa está profundamente atravesado por nuestros lazos sociales, por la cultura, por el género, las clases, nuestras crianzas y los vínculos que habitamos”, explica.
Sobre las consultas que recibe respecto a las sobreexigencias de cuidados desde muchos frentes señala a que es cada vez más usual que quienes rondan los treinti-cuarenti se encuentren criando hijas e hijos pequeños y, a la vez, sosteniendo a madres y padres adultos mayores o adultos no tan mayores pero con diferentes necesidades y demandas para afrontar el día a día.
“Es mucha la responsabilidad de tener a cargo el cuidado hacia ambos lados. Quedamos justamente en el medio de ese sandwich. Criando hijes, sosteniendo trabajos exigentes y, a la vez, acompañando a madres, padres o familiares mayores que necesitan también otra atención. En medio de todo esto, nuestra propia vida e intereses: atravesados por múltiples exigencias (emocionales, económicas, laborales), en un contexto donde el tiempo parece quedarse corto y quienes forman parte de nuestras redes de apoyo también están colapsados”, asegura.
Para empezar a ordenar o hacerle frente a las demandas sin sacrificar la salud mental y física, Mazzitelli hace foco en la importancia de “trabajar en ser buenos con nosotros mismos. Entender que hacemos lo que podemos y que la idea de ‘puedo con todo, todo el tiempo’ es una trampa. En la práctica no llegamos a todo y hay que priorizar. Pero no desde la lógica de dejar a algo o alguien afuera, sino desde abarcar el cuidado posible”.
“Además —agrega—, vivimos en un sistema que no contempla, visibiliza ni distribuye equitativamente las tareas de cuidado. Pareciera que tenemos que elegir entre trabajar, maternar, acompañar a nuestros viejos o tener una vida propia; porque todo no se puede combinar sin colapsar en el intento. El desafío es reconocer que somos seres finitos: con tiempo, energía y salud limitada, y que necesitamos apoyo, redistribución y red. Entonces sí: hay que priorizar. Pero no como renuncia, sino como forma de sostener lo posible sin perdernos en el camino”.
Pedir ayuda, delegar, y aprender a poner límites cuando estamos desbordados son decisiones que, según la analista, hay que animarse a tomar: “Aunque parezcan cosas simples, mi trabajo en la clínica me demostró que es muy difícil ponerlo en práctica. No podemos con todo y no tenemos por qué poder con todo”. “También —y esto lo trabajo mucho en consultorio— hay que revisar cómo nos tratamos a nosotros mismos. Solemos ser muy crueles con nuestro diálogo interno. Las fallas y todo lo que no podemos tiende a sonar con volumen muy fuerte en nuestra cabeza, mientras casi ni reconocemos nuestros logros. El autocuidado no es solo hacer yoga o tomarnos un baño largo, sino aprender a hablarnos con más compasión, con más paciencia, con menos exigencia y menos castigo. No necesitamos más listas de pendientes: necesitamos amigarnos con nuestra voz interna y decirnos: ‘estás haciendo lo mejor que podés con lo que tenés’.
Esa, dice, “también es una forma de resistencia frente a un sistema que todo el tiempo nos exige más y más. Y —pensándolo de manera más macro— como sociedad deberíamos dejar de considerar el cuidado como algo individual y empezar a pensarlo como una responsabilidad social y colectiva”.
Los padres con padres aún más grandes y nietos pequeños: otra capa del sándwich
Una pareja con una hija pequeña que tiene abuelos en sus 70 y bisabuelos nonagenarios. Los abuelos viven pendientes de los bisabuelos. Los visitan y acompañan a diario. Responden de inmediato ante cada necesidad. A la vez, propinan cuidados a la nieta. A veces la buscan en el jardín, la llevan a dormir a su casa, juegan, para que los padres trabajen en sus tareas remuneradas y tengan algún tiempo para sí mismos. Es otra capa del sándwich que se deriva del aumento de la longevidad y la esperanza de vida: en muchos de estos casos, adultos que rondan los 60 y los 70 años cuidan padres que rondan los 80 y 90 y nietos chicos. Y también están extenuados.
“Este es el perfil que yo tengo en el consultorio. La enorme sobrevida que hay trae como resultado que personas muy longevas tengan hijos mayores que también tienen nietos y que están agotados. Yo tengo pacientes de 100 y de 90 con hijos grandes, de 60 o 70, exhaustos. Los de 60 hoy tienen nietos y padres mayores”, dice María Victoria Salamé, especialista en Envejecimiento Activo y Saludable y docente de la cátedra de Psicología de Tercera Edad y Vejez de la UBA.
El envejecimiento de la población es real. Según un informe de las Naciones Unidas de 2023, “se prevé que el número de personas de 65 años o más en todo el mundo se duplique con creces, pasando de 761 millones en 2021 a 1.600 millones en 2050″. El mismo sitio indica que la esperanza de vida supera los 75 años en la mitad de los países del planeta y que, para 2030, “se espera que el número de personas mayores supere al de jóvenes en todo el mundo”. Es decir: las personas viven vidas más largas mientras las tasas de natalidad caen. Lo que vuelve cada vez más necesaria la gestión de tareas de cuidado para personas mayores.
Salamé cuenta que, en Argentina, ya hay más de once mil personas centenarias anotadas a PAMI; y que el envejecimiento poblacional trae aparejadas situaciones que antes no existían, como por ejemplo “una mamá de 95 con un hijo de 60 con síndrome de down internados en una residencia o una mamá de 95 sana con una hija de 73 con Alzheimer”.
“Hoy quizás el sándwich también se agranda un poco en el sentido de que, frente al cambio de la esperanza de vida que muchas veces supera los 80 años, aparecen hijos muy grandes con padre y madre, a quienes deben cuidar, y, al mismo tiempo, tienen que ser abuelos: es decir que deben ocuparse de sus padres mayores y de sus nietos pequeños”.
Cuando la gestión de los cuidados se traduce en políticas públicas
En 2021 Bogotá implementó el primer sistema de cuidado de la región (SIDICU) para compensar la sobrecarga de trabajo no remunerado de las mujeres. Se organizó —y aún lo hace— en lo que llamaron “Manzanas de Cuidado”, esto significa que en un radio de 800 metros se concentran diferentes servicios destinados a atender las necesidades de niños, niñas, personas mayores y con discapacidad. También ofrecen formación y recreación para sus cuidadoras —usualmente mujeres que dejaron de trabajar y estudiar para dedicarse al cuidado— y cursos para que los varones y otros familiares aprendan tareas domésticas y puedan compartirlas.
Así, mientras los más pequeños o los mayores realizan actividades lúdicas y de esparcimiento, a pocos metros, las cuidadoras o cuidadores que son relevados de su tarea pueden retomar sus estudios o perfeccionar oficios, finalizar sus bachilleratos y tomar cursos complementarios. También pueden recrearse y tomar una pausa de las responsabilidades para hacer una actividad que les guste. En las manzanas de cuidado se ofrece yoga, baile, el programa La Escuela de la Bici, para que más mujeres aprendan a andar en bicicleta y adquieran autonomía. Además se brinda atención psicosocial y jurídica para las mujeres cuidadoras que necesitan un rato para desahogarse, hablar y sentirse escuchadas. La premisa “cuidamos a las que nos cuidan” es una de las que rige esta iniciativa.
Para las familias de las cuidadoras ―principalmente para los varones―, se ofrecen talleres de cambio cultural que se llaman “A cuidar se aprende”, otro de los lemas del SIDICU. En estos espacios les enseñan a lavar, planchar, cocinar, cambiar un pañal, bañar a una persona mayor. Y también aparecen otras opciones para facilitar estas tareas, como lavarropas automáticos de uso común. Esto busca aliviar la sobrecarga de las mujeres bogotanas que aún pasan horas lavando a mano y también impulsar una transformación cultural: que cada vez más hombres aprendan a usarlas.
El sistema distrital de cuidados fue diseñado e implementado por Diana Rodríguez Franco, quien fue secretaria de la Mujer en Bogotá entre 2020 y 2023 —actualmente es la asesora especial en género y diversidad para el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo—. Comenzó a aplicarse hace cuatro años y hoy cuenta con 25 manzanas del cuidado y es un ejemplo de inclusión urbana y de política de género en América Latina. Por la diversidad de servicios que ofrece es, también, una fuente generadora de trabajo.
“El sistema articula servicios ya existentes y nuevos para atender las altas demandas de cuidado que presenta Bogotá de una manera corresponsable entre el distrito, la nación, el sector privado, el sector comunitario y los hogares. Tiene como objetivo las llamadas tres erres: reconocer los trabajos de cuidado y a las cuidadoras; redistribuir los trabajos de cuidado entre hombres y mujeres y entre el sector privado y el público y reducir los tiempos que dedicamos las mujeres al cuidado”, decía Franco en diálogo con Infobae cuando lo implementaron. Así, “una mujer puede llegar a un espacio donde hay una sala con computadores a terminar su bachillerato o a tomar un curso complementario mientras, cerca, su hijo o hija es cuidado en un espacio lúdico o la persona mayor ve una película. En eso consisten las manzanas del cuidado”, describía.
Estos sitios también tienen su versión ambulante: ómnibus adaptados con espacios para formación, un consultorio para atención psicosocial y jurídica y otro para la atención y promoción en salud. Mientras las mujeres cuidadoras están dentro, alrededor se despliegan carpas inflables para que las personas que ellas cuidan realicen las actividades propuestas: allí los niños pueden ejercitarse y jugar con colchonetas. Las unidades móviles están pensadas, sobre todo, para las zonas rurales donde hay poca infraestructura.
La propuesta se completaba con un sistema de relevos mediante el cual enviaban personas a las casas de las que las cuidadoras prácticamente no podían salir por las condiciones de las personas que tenían a su cargo. De este modo, unas horas a la semana, las reemplazaban en sus tareas para que las mujeres pudieran estudiar o hacer algo para ellas mismas. Esa iniciativa funcionó hasta 2024. Y este año se sumó una nueva llamada “Estrategia de Cuidados Itinerantes”, que consiste en “llevar los servicios del sistema a universidades, cajas de compensación, centros comerciales y zonas rurales. Es una apuesta por ampliar la cobertura, llegar a nuevos territorios y, sobre todo, a nuevas poblaciones que antes no podían acceder a estos servicios”, según indica el sitio web del programa.
“El sistema ha sido reconocido a nivel internacional como modelo de innovación en políticas públicas de género. Solo en 2024 recibió 26 visitas de delegaciones extranjeras interesadas en replicarlo. Países como Brasil, Chile, Uruguay y Sierra Leona, están implementando modelos similares. También se ha convertido en un referente nacional. Ciudades como Medellín, Manizales y Cali han iniciado procesos para adaptarlo en sus propios territorios, reconociendo su capacidad para transformar la vida de mujeres cuidadoras y reducir las desigualdades estructurales”. Desde su implementación en 2021 al 31 de enero de 2024, esta política pública benefició a casi 850.000 mujeres y sus familiares, mediante cerca de 6.000.000 de atenciones brindadas, indican en su sitio web.
En Argentina se habían comenzado a debatir iniciativas afines. A comienzos de 2023, se estaba discutiendo en el Congreso el proyecto de ley “Cuidar en Igualdad”, que buscaba crear el Sistema Integral de Cuidados de Argentina (SINCA).
Antecedentes como la Asignación Universal por Hijo o la Moratoria Previsional fueron una plataforma clave sobre la cual pararse para comenzar a poner las tareas de cuidado —y sus desigualdades en términos de género— en el centro de la escena: dejaron en claro que detrás de una buena parte del trabajo informal y no registrado, detrás de una buena parte de la exclusión del mercado laboral, detrás de la brecha salarial entre varones, mujeres y diversidades, detrás de una buena parte de la feminización de la pobreza, están los cuidados. Por eso, el extinto Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad les dedicó un lugar preponderante en la agenda.
En diciembre de 2020 la comisión redactora empezó a escribir el proyecto de ley Cuidar en Igualdad, recogiendo debates y estados de situación de todo el país a través de un proceso participativo con todas las provincias llamado Campaña Nacional Cuidar en Igualdad, Necesidad, Derecho y Trabajo. Y mediante intercambios con la Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado, compuesta por 15 organismos nacionales que buscaban recuperar las acciones y políticas previas aplicadas por el Estado en materia de cuidados y construir consensos para las próximas.
Como resultado de este relevamiento también se elaboró un Mapa Federal del Cuidado, un sitio interactivo en el que se podían buscar los espacios que brindan servicios de cuidado en diferentes puntos del país, tanto para niños y niñas como para personas mayores y con discapacidad. Además ofrecía información sobre sitios para capacitarse y trabajar en el mundo de los cuidados.
El proyecto que se debatía tenía tres puntos centrales: reformar las licencias de maternidad y paternidad para que sean igualitarias y tengan en cuenta la diversidad de familias que existen —monoparentales, aquellas que adoptan, aquellas que adoptan más de un hijo a la vez— y aquellas situaciones que, salvo excepciones, no cuentan con ningún tipo de derecho a licencia —por ejemplo quienes utilizan métodos de reproducción asistida y requieren tiempo de descanso durante el tratamiento—; registrar y remunerar a las cuidadoras comunitarias, que sumaban entonces más de 150.000 en todo el país —las que están detrás de la olla en los comedores de los barrios o cuidan a los chicos en algún espacio informal—; y crear un sistema de cuidadores y cuidadoras para personas mayores que se ofrezca dentro del plan médico obligatorio.
Como en Colombia, este proyecto contemplaba un conjunto de políticas destinadas a la primera infancia, las personas mayores, con discapacidad y el cuidado comunitario. Buscaba alivianar —o remunerar— las tareas que asumen, en su mayoría, las mujeres. Pero su tratamiento legislativo quedó en ese Congreso previo a octubre de 2023.
En un mundo que tuviera a los cuidados como prioridad “estas tareas no deberían ser una carga solitaria, feminizada y silenciosa”, dice Mazzitelli. “Pienso que hay varias políticas públicas que podrían llevarse a cabo: licencias parentales más justas, equitativas y extendidas; licencias para cuidado de familiares mayores o familiares que transiten una enfermedad; reconocimiento económico del trabajo de cuidado, es decir, salario básico para personas que realizan tareas de cuidado no remuneradas; jardines maternales accesibles desde los primeros meses de vida; centros y residencias de calidad para personas mayores; espacios comunitarios de cuidados compartidos (comedores, ludotecas, espacios de crianza); espacios terapéuticos y de salud mental accesibles; acompañamiento psicológico para quienes cuidan; formación en salud mental con perspectiva de género; formación en corresponsabilidad; enseñar que cuidar no es solo cosa de las mujeres; visibilizar el valor de los cuidados en medios de comunicación”.
“En una sociedad que prioriza el cuidado, nadie debería cuidar solo —sentencia—. Las infancias, los adultos mayores y todas las etapas de la vida tendrían que estar acompañadas por una comunidad que ayude a sostener y redistribuir las tareas”.