CRACOVIA.- Rosa Rotenberg tiene 83 años y sueña con reconstruir la cara de su madre. Apenas la conoció; poco después de nacer, sus padres la entregaron a un joven que la sacó del horror del gueto de Varsovia y la dejó en un orfanato de la capital polaca. Terminada la Segunda Guerra, su padre, Salomón, volvió a buscarla. Su madre, no. Salomón y Regina se separaron cuando ambos eran trasladados a campos de concentración y entonces ya nada se supo de ella.

“Todavía me falta tener una foto de mi madre, no sé cómo se veía. Por eso este viaje”, dice Rosa en Polonia.

Rosa Rotenberg junto a Marcelo Mindlin, presidente del Museo del Holocausto

La búsqueda de datos sobre su madre empezó hace décadas en Buenos Aires, adonde Salomón, Rosa y su nueva familia se mudaron en los 50. Y siguió en Polonia, en su primer viaje -en 2015- y hoy, a través de una invitación del Museo del Holocausto argentino. Para Rosa, nunca es tarde.

Pasaron 80 años de unos de los capítulos más oscuros de la humanidad pero el Holocausto alimenta aún el infatigable ciclo de resistencia y esperanza de sus sobrevivientes. Nada representa más ese ciclo que Auschwitz y Birkenau, los campos de concentración y exterminio en los que fueron asesinados, entre 1940 y 1945, una gigantesca porción de los 3,3 millones de polacos de origen judío. Eran entonces la comunidad más grande de Europa, aunque no la única, y judíos de todo el continente fueron trasladados a esas fábricas de muerte y odio como parte de un plan sistemático del nazismo para erradicarlos de la faz de la tierra. Solo en esos dos campos murieron 1,1 de los seis millones de judíos asesinados en la Shoah.

Sobrevivientes del Holocausto esperan reunirse con los presidentes israelí y polaco en el Museo y Memorial de Auschwitz-Birkenau en Oswiecim, Polonia, el 24 de abril de 2025

Rosa aclara, cada vez que puede, que ella no estuvo ni en Auschwitz ni Birkenau, que ella transcurrió el horror y la soledad de la guerra protegida por las paredes y el jardín del orfanato de Varsovia. Este jueves, sin embargo, sí fue protagonista entre las barracas, los alambrados, las torres de vigilancia y las cámaras de gas de los dos campos. Lo fue junto con otros sobrevivientes del Holocausto y unas 8000 personas, en su mayoría jóvenes, que desafiaron con sonrisas, música, resiliencia y alegría a los mayores símbolos de muerte y el odio de la historia moderna. La Argentina estuvo representada por unas diez delegaciones, entre ellas una del Museo del Holocausto, a la que fue invitada esta cronista de LA NACION.

El sobreviviente del Holocausto Mark Spigelman y su familia participan en la Marcha de la Vida

La Marcha por la Vida, que se realiza desde hace 35 años, conmemora los actos de resistencia judía en la Segunda Guerra, en particular la caminata de los poquísimos sobrevivientes -apenas unos 7000- que se salvaron del destino de muerte cuando los campos fueron liberados, en 1945, pero también de otros, como los combatientes del gueto de Varsovia.

Participantes sentados en una vía que conduce al antiguo campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau

Los rehenes de Hamas

A partir del 7 de octubre de 2023, los rehenes de Hamas también son actores centrales, desde el encierro o desde la libertad, de la marcha. La guerra en Gaza, el destino de los 59 rehenes que todavía están en manos del grupo terrorista, la oleada de antisemitismo y la incredulidad ante lo que muchos consideran es la injusta respuesta del mundo a Israel sobrevuelan durante los casi 60 minutos de caminata que separan a Auschwitz de Birkenau. Allí las banderas israelíes se mezclan con las fotos de los cautivos y la bronca, con el recuerdo y con el desafío.

El presidente de Polonia, Andrzej Duda, y el presidente de Israel, Isaac Herzog, junto al israelí Eli Sharabi (centro), quien fue rehén de Hamas, frente a la puerta

Tres de los rehenes fueron la cara de ese desafío este jueves en Auschwitz y Birkenau. Rodeado por los presidentes de Israel y de Polonia, Isaac Herzog y Andrzej Duda, Eli Sharabi, liberado en febrero pasado, apenas podía con el dolor de haber pensado, durante su cautiverio, que su mujer y sus hijas estaban vivas solo para enterarse, al volver a Israel, que habían sido asesinadas por Hamas. A él se sumaron Ori Megidish y Agam Berger.

Todos ellos marcharon a Birkenau, donde los esperaba una larga celebración de cierre entre los escombros, alambrados y barracas de un campo construido exclusivamente para ser una máquina de muerte. Pero el anticipado verano polaco se cortó en seco antes de que empezara el acto con un diluvio, rayos, truenos y granizo. Y la celebración se redujo a 15 minutos que se cerraron con Berger y su violín despidiendo, con la música de la Lista de Schindler, a los marchantes hasta el año que viene. No hubo quejas al abandonar Birkenau, solo más cantos, bromas y sonrisas.

La lluvia precipitó el final del acto

Así salió también Rosa, cansada pero sonriente. Y así deja también Polonia. Su búsqueda tuvo, en este viaje, un regalo.

En 2015, justo cuando ella y sus dos hijos se disponían a dejar Polonia, se enteraron finalmente de que Regina, la mamá de Rosa, había pasado por tres campos y había muerto en uno de ellos, Berger-Belsen, en Alemania. En ese momento su partida era inminente y no pudieron visitar el campo. Ahora sí.

Antes de llegar a Varsovia, Rosa y sus hijos viajaron a Bergen-Belsen. Allí, frente a donde alguna vez hubo una fosa común, se presentaron.

“Yo le dije: ‘Regina, acá estoy, estos son tus nietos y nos acordamos de vos. Desde donde estás, cuídalos y cuídanos’”, cuenta Rosa.

Ahora solo falta la foto. En la historia de resiliencia permanente de los sobrevivientes del Holocausto eso no parece imposible.